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Francisco I y la ecoteología: el pensamiento verde que transformó la Santa Sede CULTURA Crédito: Cedida

Francisco I y la ecoteología: el pensamiento verde que transformó la Santa Sede

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Richard García Zúñiga
Por : Richard García Zúñiga Agencia Inés Llambías Comunicaciones/ colaboradores de El Mostrador.
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El fallecido Papa articuló una de las visiones más profundas y actuales sobre la interdependencia entre justicia social, espiritualidad y medioambiente. Su legado ecoteológico sigue generando repercusiones entre pensadores del sur global, como el director del CHIC Ricardo Rozzi.


A pocos días del fallecimiento del Papa Francisco, su legado vuelve a cobrar fuerza en medio de un mundo atravesado por crisis ambientales, guerras y fragmentación social.

Más allá de su papel como líder de la Iglesia, su figura se consolidó como un referente global de una espiritualidad ecológica que puso en diálogo la fe, la ciencia y la justicia.

Desde el sur del mundo, el filósofo y ecólogo Ricardo Rozzi, quien es director del Centro Internacional Cabo de Hornos (CHIC) lo recuerda como una voz profética capaz de inspirar una nueva relación entre humanidad y naturaleza.

Huella ecológica

El legado del Papa Francisco no solo se mide en gestos simbólicos o decisiones eclesiásticas. Para pensadores como Rozzi, su mayor huella fue ecoteológica: un intento radical por reconfigurar la relación entre humanidad y naturaleza desde una perspectiva espiritual y ética. Para comprender el mensaje de Francisco I, Rozzi precisa que es fundamental conocer el origen y el largo desarrollo histórico del concepto de ecología integral.

En el siglo XIX, el biólogo alemán Ernst Haeckel acuñó el término ecología para referirse al estudio de las interrelaciones entre los organismos y el medioambiente.

Luego, a mediados del siglo XX, la bióloga marina estadounidense Hilary Moore acuñó el término “ecología integral” en su libro de ecología marina. Moore distinguió tres tipos de ecología: la autoecología, enfocada en el estudio de los organismos; la sinecología, que investiga los ecosistemas; y la ecología integral, que combina la autoecología y la sinecología. Todas estas definiciones se centran en dimensiones biofísicas, y ninguna incluye a las humanidades.

“Es por eso por lo que considero que el sentido más radical de la ecología integral se forjó a partir de la obra del conservacionista estadounidense Aldo Leopold quien propone que además de las perspectivas de las ciencias naturales y sociales, se requiere incorporar perspectivas éticas, culturales y estéticas para comprender integralmente nuestras relaciones con la tierra o comunidad de vida”, dice.

En respuesta a la intensificación de los problemas ambientales en la década de 1960 surgió el movimiento ambientalista, que estimuló la integración de las ciencias ecológicas y las humanidades. Como respuesta, a inicios de la década de 1970, se instauró el Día de la Tierra, se popularizó la ética de la Tierra de Leopold y se generaron nuevos campos de pensamiento transdisciplinario, como la ética ambiental.

Finalmente, con posterioridad a la Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro en 1992, tres pensadores propusieron de forma independiente enfoques integrales de la ecología: el sacerdote católico e historiador cultural Thomas Berry, el escritor Ken Wilber y el teólogo de la liberación Leonardo Boff.

Es Boff, según Rozzi, quien más influencia tuvo sobre el Papa Francisco al definir una ecología integral que incluye prácticas como la ecopolítica, la mística cósmica y, centralmente, la ecoteología. Esta última, arraigada en el espíritu franciscano, propone una comunión con todos los seres desde la ternura y el conocimiento cordial: del corazón. Para San Francisco la luna y el sol, el agua y el fuego, las aves y las hierbas son nuestras hermanas y nuestros hermanos que comparten una misma genealogía divina.

Una genealogía filosófica para la ecología integral

La encíclica Laudato si’, afirma Rozzi, recoge y profundiza este legado, proponiendo una visión que articula ciencia, espiritualidad y justicia social, llamando a rectificar las relaciones entre las personas, y entre las personas y la Tierra.

Parafraseando a Boff, el Papa, convoca a escuchar “el grito de la Tierra” y “el grito de los pobres”. La crisis ecológica no puede abordarse sin considerar sus causas estructurales: la desigualdad, la sobreexplotación y la ruptura de los vínculos comunitarios.

Francisco denuncia que el consumo desproporcionado y el consiguiente daño a los recursos naturales y las culturas locales ha generado una “deuda ecológica” del Norte Global hacia el Sur Global. Llama a reconocer que la pérdida de biodiversidad, el cambio climático y la contaminación constituyen “pecados de ecoinjusticia” que afectan de forma desproporcionada a las mujeres, los pueblos originarios y otras comunidades marginadas.

Rozzi señala la importancia de que la ministra del Medio Ambiente, Maisa Rojas reconozca que la encíclica Laudato si’ trascienda al ámbito puramente religioso para integrar a las ciencias en una reconexión con la naturaleza que interpela a líderes mundiales, empresarios y ciudadanos de todos los rincones del mundo a sostener un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta. Rozzi subraya que esta perspectiva tiene una potencia ética transformadora.

“Las ciencias nos muestran que los humanos somos naturaleza. Los humanos somos holobiontes, es decir, nuestros cuerpos están habitados por comunidades simbióticas de bacterias y virus que en su mayoría son beneficiosas. Además, nuestra salud depende de que el entorno esté sano puesto que estamos en continuo intercambio de agua, aire, nutrientes y comunidades de microorganismos. En resumen, un ambiente sano alberga una sociedad humana sana”, explica.

Esta visión coincide con su propuesta de ética biocultural, que se articula a partir de los vínculos entre co-Habitantes, Hábitos y Hábitats compartidos. En esa red relacional, cuidar la Tierra no es un acto de generosidad sino de supervivencia mutua.

Rozzi ve en la figura del Papa Francisco una conciencia excepcional en el escenario político global. Para él, la noción de “conversión ecológica” que propone Laudato si’ no es una fórmula religiosa sino una interpelación a cambiar nuestros modos de vida. Es un llamado que trasciende credos y estructuras eclesiásticas, y que interpela tanto a líderes mundiales como a ciudadanos comunes. Rozzi rescata también el impacto que tuvo este enfoque en América Latina, especialmente en territorios como la Amazonía y la Patagonia, donde la defensa del territorio y la cultura está íntimamente ligada a la conservación de la biodiversidad.

Espiritualidad, biodiversidad y cultura del encuentro

En su trayectoria transitando desde los estudios de medicina hacia la conservación biocultural, Rozzi ha trabajado por integrar educación ambiental, investigación ecológica y prácticas contemplativas inspiradas en tradiciones filosóficas y poéticas. Reconoce que fue Boff quien primero le mostró que el deseo humano debía estar limitado por la solidaridad, y que la técnica —que ha herido la Tierra— puede también sanar.

En 2001, junto a otros investigadores, publicó el texto Fundamentos de conservación biológica: perspectivas latinoamericanas, que planteaba una visión holística similar a la de Laudato si’ y que influyó en varios de los equipos asesores del Vaticano.

En su texto de conservación, Rozzi cita al poeta mapuche Leonel Lienlaf como una de sus influencias centrales. Su verso —“mi risa es el sol del mediodía, mis lágrimas las vertientes, mi despertar la vida de los peces”— expresa la conciencia de una genealogía compartida entre humanos y otros seres.

“El dolor de uno es el dolor del otro. La diversidad biológica y la diversidad cultural fluyen juntas”, afirma Rozzi. Esta visión eco-poética conecta con la espiritualidad encarnada que defendió el Papa Francisco, para quien la naturaleza no es un recurso sino una hermana.

Esa conciencia de interconexión no es nueva. Como detalla Rozzi en su obra sobre filosofía ambiental sudamericana, la región posee una de las más vastas reservas de diversidad biológica y cultural del planeta, pero también una de las más frágiles. Las cosmovisiones ancestrales de pueblos originarios —como los mapuche, quechua, aymara o yagán— comparten con la ecoteología franciscana una idea esencial: que no somos dueños de la naturaleza, sino parte de ella.

Desde esas raíces brota la ética biocultural, que no se limita a la racionalidad moderna, sino que incluye afectos, memoria, corporalidad y vínculos históricos con el territorio.

En esa línea, Rozzi articula el concepto de “filosofía ambiental de campo”, que busca experiencias directas de cohabitación con humanos y otros-que-humanos. Esta práctica, desarrollada en lugares como el Parque Omora en Cabo de Hornos, promueve una ética vivida, donde los ecosistemas no se estudian desde la distancia, sino que se habitan, se escuchan y se defienden. Su influencia ha sido clave en programas de conservación, educación ecológica y planificación territorial a nivel regional e internacional.

Esperanza

Sobre el futuro del pensamiento ecoteológico, Rozzi se muestra esperanzado.

“La conciencia de conexión ha estado siempre en las culturas tradicionales. Es la desconexión actual entre la sociedad global y la naturaleza la que es una excepción, aunque hoy sea dominante. Ojalá el sucesor del Papa continúe este camino de re-ligar: volver a vincularnos con la vida en todas sus formas.” Para él, esa reconexión no solo incluye grandes ecosistemas, sino también “especies pequeñas, como los musgos y los líquenes, que sostienen silenciosamente la vida en el planeta”.

Rozzi rescata el llamado del Papa Francisco a construir una ‘cultura del encuentro’, donde la paz no solo sea la ausencia de conflicto, sino la base que permite la convivencia y el florecimiento de la diversidad. Se requiere paz tanto entre los seres humanos , como también entre los humanos y la naturaleza. Sin esa armonía relacional, tanto el proyecto ecológico como el espiritual se tornan inviables.

Además, Rozzi ha desarrollado la idea de que “todo el mundo, partiendo por nuestros cuerpos, debiera ser entendido como un área protegida”.

Esta afirmación refuerza su propuesta de ética biocultural al extender el cuidado ambiental desde los ecosistemas naturales hacia nuestros vecindarios y aun nuestras propias corporalidades y vínculos cotidianos. Para él, proteger un territorio implica también cuidar las relaciones que lo habitan, tanto internas como externas, desde el microbioma humano hasta las interacciones con otras personas, especies y paisajes cercanos.

Rozzi también advierte sobre las contradicciones de los discursos institucionales: mientras muchos gobiernos y empresas enuncian compromisos ambientales, siguen aprobando proyectos que violan normativas o desoyen conocimientos territoriales.

Advierte, además, que uno de los mayores desafíos actuales es reconocer que la transformación ecológica no puede imponerse desde arriba ni limitarse a marcos técnicos o legales: requiere una transformación interior y colectiva, donde una nueva “biocultura del cuidado” sea una práctica cotidiana, afectiva y cultural. Frente a este escenario, propone una transformación pacífica y participativa, inspirada en figuras como Berta Cáceres y Paulo Freire, basada en la educación crítica, el diálogo intergeneracional y la resistencia ética como caminos para una reconfiguración de nuestras relaciones con la naturaleza.

Aunque aún quedan muchas barreras políticas y económicas que dificultan la implementación del mensaje de Laudato si’ en políticas públicas concretas, Rozzi insiste en que su legado reside en haber devuelto centralidad ética al debate ambiental global. En un mundo fragmentado, el Papa Francisco propuso una visión radicalmente integradora, donde ciencia, espiritualidad, justicia y poesía confluyen en una misma trama vital. Esa, para Rozzi, es la verdadera revolución verde del pontífice.

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