Su descubrimiento de las “Galápagos de los musgos” en el extremo austral de Magallanes abrió un nuevo campo de investigación, cambiando la forma en que se entiende la dispersión y la diversidad biológica en entornos aparentemente aislados.
La serendipia, como se conoce a un encuentro con lo inesperado, ha sido clave en el avance del conocimiento científico. En el caso del ecólogo y filósofo Ricardo Rozzi, quien es director del Centro Internacional Cabo de Hornos (CHIC por su sigla en inglés), esta casualidad se convirtió en una ventana hacia la comprensión de la biodiversidad en lugares insospechados.
Rozzi, actualmente profesor titular de la Universidad de North Texas y la Universidad de Magallanes, recuerda que en los años noventa, mientras representaba a Chile en decisiones globales sobre la conservación de la biodiversidad, notó un patrón recurrente: la protección se centraba en árboles, arbustos, mamíferos y aves, dejando a un lado grupos menos conocidos como los musgos y otras pequeñas plantas.
La verdadera revelación llegó en marzo de 2000 durante una expedición al Cabo de Hornos para investigar musgos en compañía de su colega el briólogo belga, líder mundial en la investigación en musgos, Bernard Goffinet.
“Era el día ocho y luego de varios inconvenientes navegando en una pequeña lancha pesquera surcando tormentas marinas en el archipiélago Cabo de Hornos, logramos recalar en una isla. Me bajo y lo primero que pillo es un musgo de un extraño grupo que atrae moscas por su olor, creciendo ahí solitario en una turbera. Y luego me voy corriendo para agarrar un atajo por un pantano y llegar más rápido a la playa, donde esperábamos encontrar muchos de estos musgos creciendo sobre los huesos de ballenas que habían varado más de una década atrás. Pero iba solo y me caí en la mitad y me empecé a hundir, hundir, hundir. Grité auxilio, pero seguramente pensaron que estaba bromeando. La cuestión es que ya el agua me llegaba como a la nariz. Yo dije, bueno, voy a morir e incluso pensé que era una bonita muerte. De verdad lo pensé así porque me acordé de los mamuts de Siberia”.
El punto es que, cuando comenzaba a desvanecerse, Rozzi empezó a fijarse en su entorno.
“Comencé a ver alrededor de la laguna una cantidad de musgos y líquenes a la misma altura de mi ojo. Incluso estaban un poquito más arriba. Y dije, haber estado tantos años yendo a Washington y hablando solo de los árboles, arbustos y nunca haber visto esto, qué pena no haber alcanzado a hacerlo en la vida. Así estaba, cuando de repente llega un primo, que se había bajado de la lancha medio extrañado, y dijo ¡estos gringos, que no te vinieron a rescatar! Pega el grito, saca una cuerda y le dije no, si está bien, se acabó. No, me dijo. Y al final salí. Bernard me dijo, esto es lo que le pasa a la mayoría de los briólogos, como los musgos están en los pantanos, incluso mueren, a veces. Y si no, te dedicas a la briología”. Y así fue.
Lo que vinieron fueron cuatro años de trabajo intensivo.
“Ganamos como cuatro o cinco proyectos para estudiar toda la flora de musgos del Cabo de Hornos y ahí fue que descubrimos que en realidad es un sitio que tiene la mayor diversidad de musgos del mundo en relación con su área de superficie. O sea, ese es un récord mundial de Chile”.
El influjo constante de los fuertes vientos del oeste que circundan la Antártida (vientos circumpolares) que arrecian Cabo de Hornos y las aves migratorias entre el Ártico y la región subantártica de Magallanes resultaron ser catalizadores clave en esta diversificación de miríadas de especies de musgos.
Además, sus hallazgos rompieron paradigmas científicos. Los musgos, plantas “primitivas”, no solo se dispersaban por viento y agua, sino que también se adherían a las patas de las aves, desafiando la creencia anterior de que esta dispersión estaba reservada para plantas “superiores”, como los árboles y arbustos. Rozzi y su equipo de investigadores también documentaron que los musgos atraían moscas con su olor a descomposición, utilizando una estrategia paradójicamente similar a la fragancia de las flores que atraen a las abejas.
El descubrimiento de esta “Galápagos de los musgos” en el Cabo de Hornos abrió un nuevo campo de investigación, cambiando la forma en que se entiende la dispersión y la diversidad biológica en entornos aparentemente aislados y que hasta entonces parecían ser muy pobres en biodiversidad.
Y también abrió la puerta a una nueva forma de ver la naturaleza inspirada en parte por la experiencia extrema vivida por Rozzi y que le permitió observar esta naturaleza invisible.
“Los musgos son pequeñas plantas, pero su historia de vida solo se comprende en asociación con insectos particulares, otros invertebrados, hongos, caracolitos y empezamos a hablar de estos bosques, las junglas en miniatura”.
El “ecoturismo con lupa”, apareció como una forma de apreciar esto. La idea la tomaron los cruceros y a los turistas les gustó. “Luego se ha transformado en una herramienta más educativa porque en el fondo también es un modo de mirar. Porque la gente cuando toma una lupa en la mano, baja el ritmo. Si tú vas con una lupa, no vas caminando tan rápido. Segundo, dejas de conversar y empiezas a mirar y se produce una conexión”.
La idea comenzó a ponerse en práctica primero en el Parque Omora (colibrí en yagán) en la isla Navarino. Este originalmente había sido una concesión de Bienes Nacionales a la Universidad de Magallanes, pero nunca habían resultado los proyectos propuestos para el cultivo de peonías de exportación. Justo por ese tiempo, y a la luz del descubrimiento de la gran diversidad de musgos y con el propósito de acercar a los estudiantes y profesores del liceo local a la exuberante variedad y belleza de estos bosques en miniatura, Rozzi propuso transformar esa área natural en una sala de clases abierta. La idea era reconectar a los turistas y la comunidad educativa, y la sociedad en general, con esta sorprendente biodiversidad subantártica.
Esta iniciativa se materializó durante el año 2000 en lo que ahora es un área de conservación que quedó bajo tuición compartida entre la U. de Magallanes y una fundación que justamente tomó el nombre de Omora. Así nació lo que esencialmente es un sitio de educación al aire libre, pero también un laboratorio natural para la investigación científica. Además, es un sitio prioritario para la conservación y también una cuenca protegida que provee de agua bebestible a Puerto Williams. “Y rematamos con el descubrimiento de que eran las aguas más limpias del planeta, por estar en una latitud tan alta y no contaminadas”, destaca.
La idea del ecoturismo con lupa hoy ha trascendido las latitudes magallánicas. “En este momento se practica en la Reserva Biológica Huilo-Huilo (Región de los Ríos) y también se implementó en Aysén, particularmente en el Parque Nacional Queulat”, destaca. Incluso está influyendo más allá.
“Lo estamos implementando en colaboración con jardines botánicos y parques nacionales en Alaska, en Japón, en China y, en el futuro próximo, en Galápagos y Rapa Nui”. En estos dos últimos territorios insulares el objetivo de observación son los líquenes.
En definitiva, esta nueva mirada liderada por Rozzi ha abierto nuevas vías para el ecoturismo, promoviendo la exploración y preservación de ecosistemas poco conocidos, pero tremendamente sorprendentes y únicos. Un recordatorio de que la biodiversidad, incluso en los lugares menos esperados, es un tesoro por descubrir y proteger.
Inscríbete en el Newsletter Cultívate de El Mostrador, súmate a nuestra comunidad para contarte lo más interesante del mundo de la cultura, ciencia y tecnología.