Hace apenas dos años que fue puesto en órbita el telescopio espacial James Webb y ya ha comenzado a redefinir nuestra visión del universo primitivo.
Hemos recopilado una extraordinaria colección de sus imágenes, desde los confines más lejanos del universo hasta objetos cercanos de nuestro Sistema Solar.
Es increíble pensar que las imágenes no son en realidad la mayor carga de trabajo de este telescopio.
Más del 70% de su tiempo lo dedica a la espectroscopia. Esto significa tomar muestras de la luz de los objetos y dividirla en los colores del arcoíris.
Es así como los científicos pueden recuperar información importante sobre la química, la temperatura, la densidad y la velocidad de los objetivos a estudiar.
“Se podría pensar en el telescopio Webb como un espectrógrafo gigante que de vez en cuando toma fotografías hermosas”, bromea Eric Smith, científico del programa de investigación James Webb de la NASA, la agencia espacial estadounidense.
Aun sin utilizar plenamente sus capacidades, el James Webb ha observado las profundidades del cosmos para mostrarnos las galaxias tal y como eran hace 13.500 millones de años.
Muchas de estas estructuras cósmicas son más brillantes, masivas y maduras de lo que muchos científicos creían posible poco después del Big Bang, que ocurrió hace 13.800 millones de años.
“Pensábamos que veríamos burbujas difusas de estrellas, pero observamos galaxias completamente formadas, con brazos espirales perfectos”, le explica a BBC News la profesora Gillian Wright, directora del Centro de Tecnología Astronómica de Reino Unido.
“Los teóricos están trabajando para comprender cómo estas estructuras maduras surgieron tan temprano en el universo. En este sentido, el Webb está realmente cambiando el pensamiento científico”, añade.
La eficiencia de las primeras galaxias a la hora de formar sus estrellas no es lo único que ha sorprendido a los científicos; también el tamaño de los agujeros negros en el centro de las galaxias.
Hay un “monstruo” en el centro de nuestra Vía Láctea que tiene 4.000 millones de veces la masa del Sol.
Una teoría sugiere que estos gigantes se crean con el tiempo mediante la acumulación de muchos agujeros negros más pequeños producidos como restos de estrellas que explotaron (supernovas).
“Pero la evidencia preliminar procedente del JWST es que algunos de estos primeros agujeros negros gigantes pueden haber superado por completo esta etapa estelar”, afirma el investigador Adam Carnall, de la Universidad de Edimburgo, en Escocia.
“Existe un escenario en el que enormes nubes de gas en el universo temprano podrían haber colapsado violentamente, convirtiéndose en agujeros negros”.
Cuando se lanzó el telescopio James Webb en la Navidad de 2021, se creía que podría operar por unos 10 años. Esto se debe a que el dispositivo necesita combustible para permanecer activo a 1,5 millones de kilómetros de la Tierra.
Pero su vuelo hacia la órbita en un cohete Ariane, lanzado por investigadores europeos, fue tan preciso que sus reservas de combustible serán suficientes para los próximos 20 años, si no más.
Esto significa que, en lugar de acelerar las observaciones, los astrónomos pueden permitirse el lujo de adoptar un enfoque más estratégico al trabajar con el telescopio.
“Pensábamos que estaríamos desperdiciando ingresos (si se aceleraran las observaciones) y ya no necesitamos hacerlo”, asegura Smith, de la NASA.
Una actividad que se acelerará de ahora en adelante es la realización de “campos profundos”: observaciones prolongadas de áreas específicas del cielo que permitirán al telescopio rastrear la luz de galaxias más débiles y distantes.
Así es como el telescopio probablemente detectará las primeras galaxias y quizá incluso algunas de las primeras estrellas que brillaron en el universo.
El famoso telescopio Hubble pasó muchos días observando únicamente un rincón del cosmos.
“No creo que necesitemos los cientos de horas de exposición que requirió el Hubble, pero sí pienso que necesitaremos múltiples campos profundos”, predice la investigadora Emma Curtis-Lake, de la Universidad de Hertfordshire, en Reino Unido.
“Hemos tenido exposiciones bastante largas con el JWST y hemos visto muchas variaciones, así que no podemos dedicar todo a un área pequeña porque no hay garantía de que encontremos algo muy interesante allí”, explica.
El astrónomo Massimo Stiavelli, del Instituto de Ciencias del Telescopio Espacial, sueña con encontrar una estrella que sea primordial; es decir, una que tenga la firma de la química original que surgió del Big Bang y que no haya sido contaminada con elementos forjados posteriormente en la historia cósmica.
“Tendremos que verlas como supernovas cuando exploten”, explica el jefe de la oficina de la misión Webb.
“Para lograrlo, debemos empezar a observar los mismos lugares año tras año, con el objetivo de detectarlos antes y poco después de que exploten. Son extremadamente raros y tendremos que tener mucha suerte”.
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