El brasileño Sidarta Ribeiro dará este viernes una charla de Puerto de Ideas Biobio, el evento científico que se extenderá hasta el domingo en Concepción. “No dormir bien es un problema grave para la persona y su entorno”, dice, y destaca la importancia de los sueños en todas las civilizaciones.
¿Cómo dormimos? ¿Para qué dormimos? ¿Qué función podría tener para las personas soñar? Esas son algunas cuestiones que abordará este viernes el reconocido neurocientífico brasileño Sidarta Ribeiro en una charla de Puerto de Ideas Biobio, el evento científico que se extenderá hasta el domingo en Concepción.
Ribeiro responderá éstas y otras interrogantes respecto a la importancia del sueño y cómo el uso intensivo de pantallas lo ha afectado. Además, profundizará sobre la importancia del sueño para la salud física de los individuos y del bienestar social.
Será en la charla “Imágenes del sueño versus imágenes de la pantalla”, que se realizará a las 11:00 horas en el Colegio Médico de Concepción (Diagonal Pedro Aguirre Cerda 1180).
Él es licenciado en Biología, magíster en Biofísica, doctor en Comportamiento Animal por la Universidad Rockefeller y pos-doctorado en Neurofisiología en la Universidad Duke (EE.UU). Es profesor de Neurociencias y uno de los fundadores del Instituto del Cerebro de la Universidad Federal do Rio Grande do Norte (Brasil). Se ha dedicado a la neuroetología, neurobiología molecular y neurofisiología de sistemas.
Se ha especializado en el ámbito de los sueños y ha publicado más de cien artículos científicos y cinco libros de divulgación científica, entre ellos El oráculo de la noche. Historia y ciencia de los sueños (Debate, 2021). Sus otras áreas de interés son sueño y memoria, genes y plasticidad neuronal, comunicación vocal en aves y primates, y competencia simbólica en animales no humanos.
Ribeiro cuenta que en su vida los sueños siempre han jugado un papel relevante, tal como se lee en “El oráculo de la noche”, de niño y adolescente. Pero fue una experiencia que vivió en Estados Unidos la que lo intrigó, en 1995, adonde llegó para hacer un doctorado centrado en el cerebro de los pájaros.
“Llegué en enero, era un invierno durísimo en Nueva York, y no había luz. Y lo que pasó es que empecé a tener un sueño que me impedía de hacer casi todo, ¿no? Iba a las clases y dormía en las clases, iba a los seminarios, dormía en los seminarios, trataba de ir al laboratorio a hacer experimentos. Tenía ganas de dormir y me tiraba en lugar para dormir. Un par de semanas traté de de luchar en contra de esto, pero después simplemente me dejé ir y dormí mucho, también con muchos sueños, experiencias subjetivas muy ricas, muy vívidas. Y cuando finalmente llegó la primavera, hubo un cambio”.
Él recuerda que esos tres meses fueron muy difíciles porque ni siquiera el inglés lo entendía bien, aunque lo hablaba. Tenía tanto estrés que no podía hablar bien. Sin embargo, cuando llegó la primavera, en un par de semanas, “me adapté completamente”.
“Todo pasó a resultar bárbaro en el laboratorio. Las clases las entendía todas totalmente. Los seminarios, todo bien. Hice muy buenos amigos. Incluso son amigos muy importantes hasta hoy. Y fue, y ahí sí, cuando llegó abril, que sentí que había pasado un gran desafío, que había cruzado esta muralla y que el sueño, en lugar de estar saboteando mi vida académica, la verdad que me estaba preparando, me estaba adaptando a todo lo que tenía que, todas las novedades que tenía que enfrentar”.
A partir de aquello, Ribeiro empezó a investigar para saber qué había sucedido, qué tipo de hormona y neurotransmisores habían actuado. “Y me di cuenta que no se sabía mucho, pero también había cosas que se sabían, pero que no estaban en los libros, de la psicología profunda de Freud, de Jung, también de los estudios de psicología experimental en ratones y ratas en los años 60, 70, con privación de sueño. Nada de esto estaba en los libros de neurociencias que teníamos en este momento. Y entonces me di cuenta de que era un tema de investigación muy bueno”.
El tema lo entusiasmó tanto que de forma paralela inició un doctorado sobre el sueño y los genes ligados a aprendizaje, que se encienden durante el sueño REM (“raid Eye movement”), “el sueño durante el cual nosotros humanos soñamos más y tenemos más sueños como experiencias subjetivas”. Y finalmente, debiendo decidir entre las aves y el sueño, Ribeiro optó por el tema del sueño para seguir sus investigaciones.
Actualmente, en su laboratorio “estudiamos el sueño como dormir en ratas, en gente, en pulpos. Pero también estudiamos el sueño como experiencia, sobre todo en humanos, y también sustancias que inducen estados oníricos, como los psicodélicos”.
Ribeiro explica que casi todos los animales duermen, “lo que llamamos el sueño quieto, de no actividad. Es muy parecido a lo que nosotros tenemos durante la primera mitad de la noche, que es el sueño de olas lentas, ‘slow wave sleep’. Es el sueño en que el cuerpo está en regeneración, haciendo reposición de varios metabólicos, neurotransmisores, etc. También síntesis hormonal, muchas síntesis proteicas, pero no hay mucho contenido subjetivo”.
Ese tipo de sueño existe en todos los mamíferos terrestres, las aves y los reptiles, explica Ribeiro.
“Lo que se cree es que el sueño quieto es el universal, es el antiguo, que el ancestro común de todos los seres multicelulares posiblemente ya lo tenía, mientras el sueño activo, que es análogo al sueño REM, es algo que está presente en ciertos vertebrados, en ciertos invertebrados, y quizás ha evolucionado más de una vez”.
En ese contexto, cuenta que los sueños también existen en animales domésticos, como gatos y perros, como demostraron los trabajos del francés Michel Jouvet en los años 60, y que “tienen una vida subjetiva, onírica”.
“Desde estos experimentos de los 60 hubo una cierta convergencia de que no somos tan distintos. La verdad es que a este nivel estamos hablando de estructuras muy profundas del cerebro, son cosas muy antiguas, filogenéticamente muy antiguas”.
Contra lo que pueda creerse, el dormir ocho horas no es un fenómeno antiguo. Según reportes de los últimos años, antiguamente era usual lo que se conoce como el sueño bifásico, un dormir dividido en dos mitades.
En 2022, un artículo de la BBC reveló las investigaciones al respecto de Roger Ekirch, profesor de historia del Virginia Tech, el Instituto Politécnico y Universidad Estatal de Virginia (Estados Unidos).
Según la nota, antiguamente, las personas dormían de 21:00 a 23:000 horas, luego despertaban y realizaban distintas actividades de 23:00 hasta la 01:00, y después volvían a dormir hasta el amanecer, en lo que se conocía como “el segundo sueño”.
Para Ribeiro, está claro que el dormir actual es una adaptación al sistema capitalista, y de hecho va más allá y estima que dormimos menos que antes y menos de lo necesario.
“Hoy día se estima que la gente esté durmiendo una hora o dos horas menos de lo que se dormía hace 100 años, dependiendo de cuál país y cuál grupo mirás, y eso tiene que ver no apenas con la luz artificial, sino que también con el mundo del trabajo capitalista”, expresa.
De hecho, “cuando miras el sueño, el patrón de sueño de poblaciones, de cazadores, colectores de África, por ejemplo, hay estudios de esto, lo que se ve es que no todo el mundo duerme al mismo tiempo. Los ancianos despiertan temprano, los más jóvenes duermen más, y como no hay una rutina capitalista de trabajo, cada uno sabe de su vida, cada uno hace lo que tiene ganas de hacer, y esto resulta en que el grupo siempre tiene a alguien despierto, lo que es muy bueno, muy bueno para el grupo, para que tenga siempre una persona que está vigilante”.
La explicación de este fenómeno “es que tenemos muchos ciclos de sueño”.
“Una noche típica tiene cuatro a cinco ciclos completos que pasan por estadio uno, estadio dos, estadio tres y estadio cuatro. Tres es el sueño de olas lentas, el cuatro es el sueño REM. El uno y el dos son los estadios iniciales. Un término técnico sería el sueño inicial. Entonces, en una noche pasas por estas cuatro fases cuatro veces o cinco veces o seis veces. Entre una y otra te despiertas y es el momento en que uno se mueve en la cama. Y cuando ya terminaste de dormir cuatro o cinco horas, has cumplido la primera mitad de la noche, que es la mitad dominada por el sueño de olas lentas, que es un sueño muy necesario a la salud biológica”.
“Entonces, cuando te despiertas, digamos a las dos de la mañana, después de tener ya tres ciclos completos, por ejemplo, la verdad es que puedes despertar y no estás cansado, tu cuerpo está bien restaurado. Pero durante la Edad Media, cuando no había luz eléctrica, ya después de estar despierto una hora o una hora y media, haciendo la cena, cocinando, charlando, trabajando, la luz no estaba. Entonces tenías que esperar. Y en Europa, sobre todo en el invierno, era esperar muchísimas horas, muchísimas horas más. Entonces, de hecho es casi natural, estar despierto un tiempo, hacer cosas, y después ya te viene otra vez un poco de sueño y ya te metes otra vez a dormir. Pero ya con otra composición de estados fisiológicos”.
Agrega que esto posiblemente este fue el patrón original de nuestros ancestros por millones de años, donde la gente que no tenía una norma social para el dormir, y había una tendencia a ocupar todo el tiempo disponible para el sueño, durante la noche sobre todo, pero también durante el día, en lo que es llamado el sueño polifásico, y que se observa en gatos, o en ratas, o en perros.
“Ya cuando nosotros empezamos con la norma social, eso va a generar límites. Entonces en ciertos países hay siesta, en otros no. Y ya con lo que es el advenimiento de la sociedad industrial y postindustrial, lo que determina realmente la hora en que la gente despierta es el tiempo que tarda en llegar al trabajo. Y ahí sí se consolida el sueño como un bloque que empieza cuando se va la luz y termina cuando viene la luz. Y eso fue lo que pasó en el siglo XX, y eso generó menos tiempo de sueño total. La gente duerme menos y menos y menos. Ya cuando viene la radio, la televisión, y luego la internet y los smartphones, ahí vemos lo que está pasando hoy con nuestros jóvenes, que es que la gente va a dormir muy tarde, a las diez, a las once, a la medianoche, a la una de la mañana, a las dos de la mañana, pero siguen despertando más o menos a la misma hora, porque las normas sociales siguen siendo las mismas”.
El problema, a su juicio, es que eso lo que está generando es un “grandísimo” déficit de sueño, “con consecuencias muy malas para la salud de la gente y para la salud social”.
“La privación de sueño tiene un impacto muy negativo, tremendo impacto negativo, en la salud cognitiva y emocional de corto plazo”, sintetiza.
“Cuando pierdes una noche de sueño, al día siguiente estás muy mal preparado para aprender cosas nuevas, estás mal preparado para acordarte de lo que ya sabes, y también estás muy mal preparado para hacer regulación emocional. Una persona que ha dormido mal una noche, es una persona que explota por cualquier razón, está irritada, y eso produce también como una contaminación social por las interacciones”.
Ribeiro advierte, en ese sentido, de una romantización de la falta de sueño, por ejemplo, en el entrenamiento de la escuela médica, donde parece merecer una medalla de honor trabajar un turno de 36 horas seguidas.
“Eso lo que va generando son riesgos a la salud fisiológica, entonces, y desequilibrios hormonales, cuestiones ligadas a propensión, a diabetes, a problemas cardiovasculares, a sedentarismo, obesidad. Todo va creciendo. Y ya más tarde, depresión, depresión importante, es muy bien asociada a mal sueño. Y ya después de años de esto, es un riesgo aumentado para la enfermedad de Alzheimer, porque el sueño está involucrado en limpiar el cerebro de la proteína beta-amiloide, que es una de las causas del Alzheimer”.
Para él, “no dormir bien es un problema grave para la persona y es, infelizmente, es algo que por un lado es generado por el sistema capitalista y por otro lado, muy poco mitigado por instituciones que sí lo pueden hacer”.
Él pone como ejemplo la escuela.
“La escuela puede abrazar el sueño y decir, la escuela es un buen lugar para dormir. Pero todavía no pasa eso. Todavía es el contrario. Todavía las maestras y maestros son enseñados a creer que el sueño es su enemigo. Mi laboratorio se dedica a investigar el rol de la siesta en la escuela y cómo esto puede catalizar, promover el aprendizaje”.
Ribeiro hace énfasis en que la falta de sueño tiene efectos no sólo para el afectado, sino también para su entorno. Un ejemplo sencillo es la cantidad de accidentes de tráfico que ha habido porque un conductor se queda dormido al volante.
Otras de las consecuencias negativas de la privación del sueño es la disminución de la empatía.
“Hay experimentos de buenos laboratorios, por ejemplo, el laboratorio de Matt Walker en Berkeley y otros grupos, en que se demostró que una persona que ha dormido mal tiene menos problemas en ver a otra persona sufriendo. Tiene menos empatía por el dolor ajeno”.
¿Y por qué sería esto?
“Las partes del cerebro que usamos para soñar son las mismas que usamos para ponerlos en el lugar de alguien, para mirar a una persona y de alguna manera sentir su dolor o sentir su condición. Entonces, de cierta manera, cuando tienes empatía por alguien, es un poco como si soñaras que sos alguien”.
“¿Cómo sería si yo fuera tal persona? ¿Cómo sería si yo fuera el niño de la calle? ¿Cómo sería si yo fuera el anciano que no tiene algo para comer? Esta capacidad de transportarse mentalmente está dañada cuando uno está privado del sueño. Entonces, cuando estamos privados del sueño, la sociedad va perdiendo lazos de solidaridad”.
Finalmente, para Ribeiro además es clave el tema de los sueños. Un fenómeno clave en culturas pre industriales, pero muy devaluado en la civilización occidental.
“El sueño fue absolutamente central para la evolución de la cultura humana. El sueño es el estado mental de donde vienen las ideas nuevas. Cuando estamos imaginando, devaneando, estamos soñando. Es un tipo de sueño. Son las mismas estructuras cerebrales, esta misma red de modo patrón, que tiene otro nombre en castellano, te pido que después lo busques, en inglés, default mode network. Entonces, si tenemos computadoras, si tenemos antibióticos, si tenemos vacunas, si tenemos todo esto, es algo promovido por el soñar. Sea el soñar de la noche, como por ejemplo el sueño de Mendeleev que generó la tabla periódica, o sea, el sueño de vigilia que genera planes, ideas, experimentos. Arte también, mucha arte”.
El científico resalta que los sueños fueron “absolutamente” central en todas las culturas humanas de las cuales hay historia escrita: Sumeria, Babilonia, Egipto, Grecia, Roma y por supuesto en las culturas indígenas, incluidos los mapuche con “una tradición de interpretación de sueños muy fuerte”.
“La idea de que los sueños no son importantes es muy reciente. Tiene más o menos unos 300 años, 400 años, y tiene mucho que ver con el crecimiento de la ciencia”, donde, en lugar “en lugar de usar el sueño como manera de navegar el futuro, como un farol hacia el futuro”, se cree que “es engañador, que no es totalmente confiable, que no es cuantitativo”.
“La civilización de matriz europea fue cada vez más dejando el sueño de lado y diciendo, ‘no, lo que yo quiero es un control cuantitativo que la ciencia puede proveer y no el sueño'”.
“Ahora, la verdad es que el sueño hace cosas que la ciencia no puede hacer, porque integra múltiples señales para generar imágenes a veces muy potentes”.
Para él, la infravaloración de los sueños es “un síntoma del estado de enfermedad en que la sociedad se encuentra, porque el sueño es quizás la puerta más importante para el mundo interno. Es la manera más directa que uno tiene de entrar en contacto con sus propios deseos y miedos”.
“Cuando uno ya ni siquiera se acuerda de que ha soñado, ya no, si se acuerda no quiere hacer un relato de esto y si se hace un relato de eso ya no tiene ganas de compartirlo con nadie, porque tampoco nadie quiere escucharlo. Eso, me parece, son síntomas de una sociedad en que uno se está alejando, nos estamos alejando unos de los otros en comparación a nuestros ancestros, pero también nos estamos alejando de nosotros mismos, de nuestro mundo interior”.
Ribeiro advierte que actualmente las personas han sido avasalladas “por imágenes audiovisuales, y estamos cambiando la capacidad de imaginar por estímulos audiovisuales muy frenéticos en las pantallas” de horas y horas y horas asistiendo a contenidos. “Lo veo en mis hijos, incluso después de muchas horas le preguntas a los niños, ¿qué de importante viste?, y no hay mucho”.
En ese sentido, “es un momento un poco peligroso, porque estamos está el peligro de que el soñar desaparezca completamente”.
“Si necesitas ocho horas para tener buen sueño REM y vas a dormir cinco horas, no vas a tener sueño REM de buena calidad o en buena cantidad tampoco. Entonces incluso a nivel fisiológico el soñar está en peligro de extinción”.
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