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Ciencia para el buen vivir: hacia un nuevo modelo de desarrollo para Chile CULTURA|OPINIÓN Crédito: Cedida

Ciencia para el buen vivir: hacia un nuevo modelo de desarrollo para Chile

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Flavio Salazar Onfray
Por : Flavio Salazar Onfray Académico de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. Ex Ministro de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación.
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Este nuevo ciclo político ofrece la oportunidad de integrar la ciencia en el corazón de nuestro proyecto nacional, lo que no solo nos hará un país más productivo, sino también más libre, más justo y humano.


Nuestro país atraviesa una encrucijada histórica. Las promesas del modelo extractivista neoliberal han llegado a su límite, evidenciando estancamiento económico, profundas desigualdades sociales, territoriales y de género, además de una creciente vulnerabilidad ecológica. Frente a este escenario, es imperativo repensar el desarrollo, no solo como crecimiento económico, sino como un proceso integral que promueva el bienestar de las personas, la equidad social, la sustentabilidad ambiental y la soberanía del conocimiento.

El nuevo modelo de desarrollo que necesitamos debe integrar a la ciencia, la tecnología, el conocimiento y la innovación (CTCI) en el centro de la estrategia nacional. Esto implica superar la visión de la ciencia como un lujo reservado a países ricos, o como una herramienta exclusivamente al servicio de la rentabilidad económica o del interés puramente académico. La CTCI debe entenderse como una inversión estratégica, una herramienta para incorporar talentos, diversificar la matriz productiva, fortalecer las capacidades regionales y generar soluciones a los desafíos sociales y ambientales que enfrentamos.

En este sentido, la ciencia debe ser concebida como un derecho social más que como mercancía. Todos los ciudadanos tienen derecho a acceder al conocimiento, a participar en su generación y a beneficiarse de sus frutos. Este enfoque democratizador implica fortalecer la educación científica desde la infancia, promover la equidad de género en la investigación, y garantizar la inclusión de saberes ancestrales y territoriales en la producción de conocimiento. Porque solo una ciencia plural, crítica y colaborativa puede responder a los desafíos y hacerle sentido a una sociedad diversa y compleja.

La experiencia internacional ofrece ejemplos inspiradores. Finlandia ha hecho de la educación científica un pilar de su cultura democrática. Corea del Sur ha vinculado estratégicamente la investigación con el desarrollo tecnológico y la transformación productiva. Sudáfrica y Brasil han utilizado la ciencia como herramienta para la inclusión social. En todos estos casos, la clave ha sido una política pública decidida, una inversión sostenida en I+D, y una institucionalidad científica articulada con los intereses de sus pueblos.

Chile ha avanzado en esta dirección, pero débilmente. La creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, y la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) son pasos relevantes, pero limitados si no se traducen en un compromiso financiero real. La inversión pública en ciencia no ha superado el 0,4% del PIB en más de una década, muy por debajo del promedio de la OCDE de 2,3%. Esta brecha no es solo presupuestaria, sino cultural y política. Necesitamos comprender que sin inversión en ciencia no hay futuro.

Además, urge descentralizar las capacidades de investigación, superar la creciente carga burocrática, optimizar los instrumentos, mejorar las condiciones laborales de los científicos jóvenes y fortalecer alianzas entre universidades, empresas, gobiernos locales y comunidades.

Necesitamos proyectos colaborativos que logren articular las ventajas comparativas que nos ofrecen los laboratorios naturales del país, como los océanos, la Antártica, y las energías verdes; la sofisticación de los sectores productivos estratégicos, como la minería del cobre y el litio; la masa crítica en desarrollo emergente, biotecnología, biomedicina avanzada y producción de vacunas; además de potenciar el desarrollo de la IA y las capacidades de análisis de datos.

Chile es una economía abierta al mundo, que debe incorporar intercambio científico tecnológico a las relaciones comerciales con todas las potencias mundiales, desde una mirada soberana y no excluyente.

En definitiva, el conocimiento es parte constitutiva de nuestra cultura. Fomenta el pensamiento crítico, la participación ciudadana y la capacidad de imaginar futuros alternativos. Este nuevo ciclo político ofrece la oportunidad de integrar la ciencia en el corazón de nuestro proyecto nacional, lo que no solo nos hará un país más productivo, sino también más libre, más justo y humano.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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