
“Los nortes que hay en el norte” de Cristian Geisse: la ficción como prestidigitación
Publicada por la editorial ariqueña Aparte, esta no-novela de Cristian Geisse funciona como juego de espejos, pero sobre todo como un truco que enternece y al mismo tiempo hace reír.
“La escoria, la coprolalia, la amoralidad, la ambigüedad sexual, lo tétrico, la patética libidinosidad macabra que roe los corazones agusanados de gran parte de la juventud y que se oculta bajo una fecal pátina de dudoso vanguardismo”.
Estos son algunas de las críticas y reproches que le hace un tal Teodoro Alsina, residente de Arica, a un tal Fernando Navarro Geisse, residente de Vicuña y autor de un supuesto artículo academicista sobre la poesía y los poetas del norte de Chile.
La diatriba de Alsina contra el “reprobable artículo” de Navarro parece un ajuste de cuentas entre generaciones y sensibilidades antagónicas. Afirma pertenecer a un supuesto grupo Borealis, de aparente filiación pinochetista, “cofradía secreta” de poetas de “muchos años, pero con el espíritu prístino, enjundioso y juvenil”, en lucha implacable y quijotesca contra “la anemia moral”.

Navarro acusa recibo con una especie de deleite morboso, celebrando el hecho de que el apasionado y secreto vate ariqueño sea la única persona, en toda la vastedad del norte chileno, que ha reaccionado a su artículo desde que este fue publicado en la Babilonia santiaguina. A renglón seguido le pregunta al lector: “¿se notó mucho?”.
Claro, todo lo que hemos leído es falso. Ni Teodoro Alsina ni el grupo “Borealis” existen. Tampoco los poetas glosados en el artículo, con sus biografías provincianas y sus textos rebosantes de ambición y precariedad. Son invenciones de Navarro, “no metáforas”, como este mismo insiste, sino personajes. Máscaras de otros cuya existencia tampoco está asegurada por ningún dato verificable.
A esas alturas el lector ya sabe que Navarro tampoco existe, o no del todo, que el supuesto artículo publicado en una revista de papel cuché (entre uno de Cristian Warnken y otro de Gabriel Salazar) es un mero pretexto, una plantilla para armar ficciones en torno a la obsesión de escribir poesía. O más bien una cartografía falsa como esas que adjunta Tolkien en sus libros seguramente admirados por el grupo Borealis. En vez de villorrios y bosques habitados por recios enanos, elfos aguerridos y magos todopoderosos, la cartografía poética de Navarro Geisse está hecha de unos poblados mineros que mueren y se intoxican lentamente, habitados por sujetos taciturnos y autodestructivos quienes, privados de toda épica, han desarrollado una obsesión por clavar las banderas de la poesía en las antípodas del bosque valdiviano, allí donde nada florece y el agua está contaminada con plomo y arsénico.
El juego funciona y las imágenes de estos poetas que persiguen tradiciones indígenas olvidadas, rescatan frases de baños públicos y se exponen sin más al ridículo y al silencio del desierto, logran algo poco frecuente en un libro publicado en Chile: enternecer y, al mismo tiempo, arrancar carcajadas.
Por supuesto, Navarro Geisse es una máscara de Geisse Navarro, uno de los narradores más originales del espectro electromagnético-literario nacional, nacido y criado en la provincia profunda, bajo el espíritu tutelar de Gabriela Mistral y el Oriente magnético del valle de Elqui. Ya en Ricardo Nixon School y en los cuentos de Pobres Diablos, Geisse se había mostrado como un agudo retratista de seres que cuelgan de la cornisa: profesores mediocres, poetas alcoholizados que malviven en un paisaje neoliberal en el que nada se puede tomar en serio salvo el dinero que se va y la deuda que se acumula.
En “Los Nortes que Hay en el Norte”, la no-historia del poeta fallido Fernando Navarro Geisse y su talento para fabular (léase mentir) se cristaliza en un no-canon poético-literario nortino que se nutre, de manera especular, de trabajos serios del autor Cristián Geisse Navarro como Los Hijos Suicidas de Gabriela Mistral.
De este modo el narrador-fabulista-mentiroso-serial opera como un parásito que se nutre de un cuerpo-huésped, pero sin que quede del todo claro dónde comienza la máscara y dónde el autor. Puede incluso que este, el autor, se lo haya inoculado a sí mismo para no asumir sus responsabilidades morales frente a lectores como los del grupo Borealis.
Y ahí está la gracia del libro, que no busca ser tomado del todo en serio, pero lo logra gracias a una verosimilitud jocosa, construida en paralelo a su desmontaje. “¿Se notó mucho?”, pregunta el narrador después de exponer la diatriba de don Teodoro Alsina. Se nota y no se nota, el narrador es un mentiroso rebuscado, que invierte tiempo y conocimiento en diseñar su falso canon, incluso adjunta al final el artículo académico en cuestión y una bibliografía tan seria como “chuletera”. Total, vivimos en un país donde los políticos falsean sus currículos, las empresas sus balances, las mineras sus estudios de impacto ambiental y todo es un poco representación o derechamente engaño.
La de Geisse es una manera ingeniosa de mostrar lo que la novela, o dicho de manera más amplia, la ficción, tiene en común con la prestidigitación. Un juego de manos basado en el diseño, la rapidez y la flexibilidad de la muñeca, los dedos y las articulaciones, y que cuenta además con la complicidad pasiva del público. En este sentido el autor actúa como los prestidigitadores que muestran sus trucos después de que el público ha caído en el engaño.
Esta no-novela quizá habría funcionado aún mejor si el artículo “serio” (“Problematización identitaria en algunos poetas nortinos”) no hubiese ido al final como un anexo del libro, sino al principio como prólogo. Con ello los lectores, incluyendo a los más graves, se habrían sentido genuinamente engañados por el inescrupuloso Navarro Geisse, habrían solidarizado quizá con la ira justiciera de don Teodoro Alsina, pero se habrían admirado con el descarado ingenio del prestidigitador literario Geisse Navarro.
Ficha técnica:
“Los nortes que hay en el norte”
Cristian Geisse Navarro
Editorial Aparte
108 páginas
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