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Mi particular lectura de la serie “El Eternauta”

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Carlos Monge
Por : Carlos Monge Periodista y analista internacional.
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El “Nadie se salva solo”, consigna basal y emblemática de la Resistencia popular ante la irrupción de los alienígenas, resuena hoy de un modo particularmente fuerte y lleno de sentido y contenido en los tiempos de la Argentina de Milei.


Acabo de terminar de ver “El Eternauta”, la miniserie de Netflix inspirada en la celebrada historieta de Héctor Germán Oesterheld (asesinado por la dictadura cívico-militar de Videla, Massera y compañía) y los dibujos de Francisco Solano López, y me permito compartir algunas breves reflexiones al respecto.

La primera de ellas es que está llena de guiños a la cultura y a la historia argentina, en sus resonancias más amplias y también cotidianas. Ver a los Cascarudos y a las Manos invadir el Buenos Aires de hoy tiene ecos lejanos pero perceptibles y reconocibles, para quien sepa algo de la historia de ese país y de aquel cruento episodio de las invasiones inglesas de 1806 y 1807, cuando las tropas británicas fueron resistidas a pie firme por los criollos que habitaban el puerto.

La segunda es que, a su vez, también se agita como una sombra indeleble detrás de la trama de esta notable recreación televisiva, el fantasma del bombardeo a la Plaza de Mayo (16 de junio de 1955), cuando aviones de la Marina argentina, apoyados por algunos sectores de la Fuerza Aérea, atacaron a civiles que rodeaban la Casa Rosada, poco antes del derrocamiento de Juan Domingo Perón, con un saldo de más de 300 muertos y centenares de heridos.

Y, por supuesto, el eco de la guerra de Malvinas, encarnado en un veterano de ese conflicto inclemente en unas islas lejanas y nevadas (tal como la ciudad postapocalíptica de El Eternauta, de Bruno Stagnaro), que es interpretado con gran vitalidad y fuerza dramática por Ricardo Darín. Tan potente y creíble como su amigo, el “Tano” Favalli, animado por el actor uruguayo César Troncoso.

De esos tres traumas unidos surge, de alguna manera, esta versión contemporánea de la ficción imaginada por Oesterheld para pergeñar la historieta que dio a conocer a fines de la década del 50, del siglo pasado.

De aquellos barros vinieron estos lodos, como suelen decir los españoles…

Por eso es que, más allá de los argentinismos notorios y distintivos (esas canciones de rock de los 70 que jalonan y matizan la acción dramática, por ejemplo; ese juego de truco lleno de versitos pícaros con el que se abre la acción; ese “Credo” de la Misa Criolla, en la voz de la “Negra”, Mercedes Sosa), El Eternauta, versión Netflix, exuda autenticidad y universalidad, al mismo tiempo, en una difícil y rara combinación. Y es fiel a lo esencial de la obra de Oesterheld, sin seguirla, por cierto, al pie de la letra, al recrear con gigantismo visual y maravillosas sutilezas una atmósfera ominosa y opresiva que atenaza el corazón del espectador mientras la contempla.

El “Nadie se salva solo”, consigna basal y emblemática de la Resistencia popular ante la irrupción de los alienígenas, resuena hoy de un modo particularmente fuerte y lleno de sentido y contenido en los tiempos de la Argentina de Milei, quien nos propone un ultraliberalismo “demodée” y un individualismo exacerbado, donde la razón del mercado prima por sobre cualquier otra forma de racionalidad.

Y se podría leer tal vez como un “Luche y vuelve” versión 2.0, la consigna que se pintaba en las paredes en la década del 70 para esbozar una voluntad de lucha ante el autoritarismo omnipresente que clausuraba las puertas de la democracia.

Por eso es que también cuando observamos, casi al final del sexto episodio de la primera temporada de El Eternauta, esa luz maligna y mórbida que emerge desde el estadio de River Plate, inundándolo todo, en una ciudad arrasada por sus temporales y crueles ocupantes, robotizados y sistemáticos en el ejercicio del horror, uno no puede dejar de pensar que allí mismo, a pocas cuadras de allí, se encuentra la Escuela de Mecánica de la Armada.

Un sitio de memoria construido sobre lo que fue un lugar clandestino de detención en donde sufrieron miles de penurias y tormentos ciudadanos argentinos que, como las cuatro hijas de Oesterheld y él mismo inclusive, transitaron por ese espacio suspendido entre la vida y la muerte.

Tierra de nadie y limbo existencial donde se corporizó esa categoría infame y deleznable: la de los Detenidos-Desaparecidos, por obra y gracia de la acción del Terrorismo de Estado. Un invasor mucho más cruel y despiadado, a no dudarlo, que cualquier alienígena…

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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