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Escribir con pluma ajena: Cyrano de Bergerac y la Inteligencia Artificial CULTURA|OPINIÓN

Escribir con pluma ajena: Cyrano de Bergerac y la Inteligencia Artificial

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Carlos Pérez Wilson
Por : Carlos Pérez Wilson Vicerrector Académico Universidad de O’Higgins
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La IA no tiene por qué reemplazar al autor: puede acompañarlo e invitarlo a afinar su pensamiento. No es necesario ni tiene sentido exiliar a la IA del proceso de escritura, pero sí contextualizarla y orientar su uso como lo que debe ser: un acto de diálogo con la tecnología, nunca una sumisión.


El nombre de Edmond Rostand quizá no le diga nada, pero de seguro conoce al célebre personaje creado por él: Cyrano de Bergerac. Cyrano, el protagonista, está dotado de una elocuencia y pluma brillante, pero resiente y se acompleja de su apariencia.

Él está profundamente enamorado de Roxana, pero, por cosas del destino, se convence que otra persona, su amigo Christian, joven de un atractivo evidente, pero carente de grandes recursos expresivos, es quien merece ser amado por Roxana, y se convierte en el autor secreto de las epístolas románticas que Christian envía a Roxana. Como es de esperar, aquellos versos, cargados de emoción y belleza, profundos y conmovedores, conquistan el corazón de Roxana. Ella se enamora de Christian, ¿o de Cyrano? ¿O de ambos? Es un debate abierto.

Expongo lo anterior como una analogía a la situación similar que ocurre hoy, cuando un alumno, un profesor, un profesional, o, en general, el ciudadano común, recurre a la inteligencia artificial (IA) para que le redacte un texto, formule o rebata un argumento, o escriba una carta con algún propósito específico. La analogía es evidente: Cyrano es la IA, Christian es el usuario… ¿y Roxana? Pues aquél lector o lectora a quien queremos cautivar: el profesor, la jefatura, un revisor, un amigo, o incluso nosotros mismos, cuando buscamos convencernos de lo que realmente queremos decir.

Pero seamos justos, el uso de herramientas que ayuden a revisar, profundizar, o ampliar ideas es una práctica legítima y cada vez más necesaria, y que sería ridículo no utilizarla si la tecnología y la necesidad existen. Lo que es cuestionable es la creciente tendencia a delegar completamente el acto de escribir hacia la IA, como si las palabras a utilizar no fueran más que artefactos ornamentales y no una expresión genuina del pensamiento propio. Detrás de un texto generado por una IA no hay necesariamente un trabajo de reflexión, juicio crítico, o esfuerzo personal, sino una proyección optimizada de lo que debería sonar “bien”, de acuerdo con cánones de producción exorbitantes.

El caso de la historia de Cyrano de Bergerac tiene un debate estético y moral, al cuestionar si un mensaje puede ser hermoso si no es propio, pero su efectividad e impacto puede verse matizado por la idealización o encarnación del mensajero (no del autor). En el caso de la producción por IA, también hay un debate, pero es de orden pedagógico y social. ¿Qué se gana o se pierde cuando uno deja de escribir con sus propias palabras, creyendo que así “merece” o recibirá una mayor valoración? El alcance no es menor, pues en el fondo, reside sutilmente la idea de que el esfuerzo genuino, imperfecto y humano, no es suficiente, y que siempre habrá una “manera correcta”, idealizada, y predecible en cuanto a su efectividad, para comunicar las cosas, y que no será la nuestra, o que no nos representa auténticamente en su versión final.

Paradójicamente, esta potencial dependencia en el uso podría estar amplificando la misma brecha que pretende reducir, referida a esta capacidad de producir algo “bien escrito” (con toda la subjetividad y/o objetividad disciplinar de dicho juicio), ya que la opción de solicitar a una IA que escriba bien no es equitativa, pues quienes gocen de una mejor formación, o participen de un entorno sociocultural más rico, seguramente podrán generar prompts más complejos y de mayor riqueza conceptual, permitiendo obtener mejores resultados. Así, la IA pasa a convertirse en una caja de resonancia que refuerza el talento de quienes ya lo tienen, y genera dependencia e impide el desarrollo de quienes escriben poco, o escriben distinto.

Pensemos positivamente, ya que la IA llegó para quedarse, y volvamos a la historia de Cyrano de Bergerac. Probablemente, si el amor de Roxana no hubiera estado mediado por el engaño, quizás ella podría haber amado a ambos por lo que eran: uno por su atractivo y el otro por su sensibilidad (sí, coincido con Ud. en que sigue sin resolverse la elección genuina y definitiva de su preferencia, pero al menos se sincera lo que es de cada cual para que la elección sea la correcta).

Del mismo modo, la IA no tiene por qué reemplazar al autor: puede acompañarlo e invitarlo a afinar su pensamiento. No es necesario ni tiene sentido exiliar a la IA del proceso de escritura, pero sí contextualizarla y orientar su uso como lo que debiera ser: un acto de diálogo con la tecnología, pero nunca una sumisión a ella, pues nunca se debiera escribir sin alma, y eso no lo tiene ninguna IA… por ahora.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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