
El hombre evasivo
Publicado en pandemia, el libro del periodista Tomás García Álvarez sobre Ricardo Palma Salamanca no tuvo la difusión que merecía. Es un trabajo exhaustivo y con un gran mérito: contar con el testimonio del propio Palma.
Bestia Negra de la derecha, nombre incómodo para el PC, enemigo público número uno de la Concertación, paladín justiciero para toda una generación de insatisfechos con el modelo de la transición, Ricardo Palma Salamanca ha sido también un misterio alimentado por sus propios silencios y su talento para escapar de fiscales, carceleros y preguntas incómodas.
En un intento por reconstruir al personaje y su tiempo, el periodista Tomás García Álvarez pasó todas las pruebas y salió bien parado, entregando un texto que se puede leer como una novela, pero también como una reflexión sobre el oficio de escribir no ficción a partir de la memoria ajena.
En ese sentido se complementa bien con el celebrado libro de Juan Cristóbal Peña publicado poco antes (Jóvenes Pistoleros, Ricardo Palma Salamanca, el FPMR y la Violencia Política de la Transición, Penguin, 2019).

Las primeras páginas, sobre todo la introducción, inducen a error: quienes no son Palma lovers podrían sospechar que están frente a otro ejercicio fallido de periodismo militante. Los ejemplos sobran y se pueden resumir parafraseando a Huidobro: cuando el poeta canta a la rosa sin hacerla brotar del poema.
El periodista militante parte de un a priori que daña el pacto de lectura y la credibilidad del texto. Pero no es el caso de García Álvarez: en cada capítulo nos deja en claro que su intención no es aportar al mito, sino abordar una biografía llena de vacíos y a un personaje hasta cierto punto enigmático, que logró ensuciar la foto de familia de una transición pactada y liderada con guantes de obispo por Aylwin y la DC.
A través de una investigación exhaustiva y una serie de conversaciones sostenidas con el propio Palma en un café de París, el autor va mostrando a un individuo mucho menos rectilíneo y escasamente épico en la manera de “contarse a sí mismo”. En parte la leyenda proviene de su parquedad y de la manera que tiene de huir no solo de la policía y de la justicia, sino también de las definiciones, los juicios y las frases grandilocuentes. “Lo que yo opine no importa”, le declara al autor.
El texto parte cuando las autoridades mexicanas detienen a una banda de secuestradores en la que figura un antiguo camarada de Palma. Con ello se cae la identidad falsa con la que vivía desde hace años, tras escapar de la cárcel en Chile en la llamada fuga del siglo.
A partir de ese momento las conversaciones en París se intercalan con otras entrevistas a compañeros y familiares, extractos de archivos de prensa con los que el autor va construyendo la historia de manera cronológica, desde los veraneos familiares en Papudo, la defenestración del padre de la PDI por simpatizar con el gobierno de Allende y la etapa de la dictadura, cuando una de sus hermanas fue detenida y torturada por la CNI.
Vemos al Palma en su adolescencia, cuando su vida ya está compartimentada entre la militancia armada y el carrete normal de un adolescente. Ni sus amigos ni su familia saben que participa en acciones de sabotaje, que los apagones que dejan a oscuras el país son obra suya. No saben lo que piensa, lo que sufre, lo que disfruta (o no) de apretar el gatillo. Él dispone de la máscara perfecta para ocultarlo.
Alguna frase altisonante, de las pocas que pronuncia junto a la palabra “justicia” no alcanzan para cerrar esa brecha, ni las contradicciones que el propio Palma va dejando. Por ejemplo, que solo obedece órdenes, que no hay emociones de por medio. Su relación a menudo difícil con el PC, con el Frente, con Ramiro y otros líderes ponen en entredicho al Palma soldado que simplemente obedece, al agente pasivo del Superyó marxista dispuesto a sacrificarlo todo por castigar a sus verdugos.
A Palma le gusta observar, pero no ser observado, de ahí su fobia al panóptico carcelario y su decisión de no regresar nunca más a él. Es fotógrafo y un artista de la evasión. Evade a la justicia y también a las personas que lo atan con su pasado. Tiene palabras duras para su familia y sus antiguos compañeros. A uno de ellos, el que provocó el desplome de la vida que llevaba en México, lo define como “una gran persona”, pero también como “un delincuente”.
Es precisamente en esa delgada línea roja que el libro crece y se instala como un proyecto promisorio dentro del periodismo narrativo. Se puede leer como una crónica del lado B de la transición, o como una fábula existencialista en la que se ponen en la balanza las causas y los efectos, las decisiones y sus consecuencias, los cinco minutos de omnipotencia (apretar el gatillo, acribillar al torturador, acabar con el ideólogo del régimen) versus una vida entera dedicada a construir escenarios de fuga y anonimato.
Por momentos García Álvarez incurre en algunos clichés periodísticos (“lo cierto es que”), o se queda pegado en largas frases subordinadas donde el sujeto y el predicado corren en direcciones opuestas, pero al final se sale con la suya y levanta un relato fascinante sobre uno de los actores más incómodos de la transición.
La tarea no era fácil, pues el libro de Juan Cristóbal Peña fue una obra galardonada con premios internacionales y hoy parte del canon literario de la no ficción. García Álvarez partió en aparente desventaja, pero contaba con un as bajo la manga: acceso al mismísimo Palma. Unas conversaciones escuetas, con la dosis acostumbrada de parquedad de parte “del Negro”, que dejan gusto a poco y más de una pregunta en el tintero. Como dice la canción de Cerati: “te doy todo, pero siempre guardo algo”.
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