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Apellidos, un arma de doble filo Opinión

Apellidos, un arma de doble filo

Fernando Alessandri
Por : Fernando Alessandri Licenciado en Historia y Comunicación Social, Periodista, Global MBA de IESE
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Da la impresión que nunca será irrelevante el nombre familiar, pero también resulta evidente que no se puede poner a todos los portadores de un apellido en el mismo saco. Es que juzgar a priori a una persona por cómo se apellidaban sus ancestros, es más una radiografía genética que una garantía de comportamiento futuro. Influirán los ejemplos de los padres, los amigos, el consumo de alcohol y sustancias químicas, entre otros. Creo que la clase no la da el abolengo, pero no es irrelevante el origen, la genética, la comida y las posibilidades. Es por ello que debiéramos preocuparnos más de nivelar la cancha y mejorar la educación para que podamos tener más gente que llegue lejos.


La columna de opinión de la economista Claudia Sanhueza me deja pensando en lo estéril que resulta un debate acerca de los apellidos en Chile y la política pública. El tema es añejo y tiene su lógica en los ataques que profiere con bastante razón el León de Tarapacá a lo que denomina “canalla dorada”, un grupo endogámico al que la libertad económica ayudó a destronar –algo que se logra en Dictadura y que no es políticamente correcto recordar hoy–.

Para mí que un Larraín Hurtado se quiera dedicar a colaborar en Educación, con pergaminos de sobra, es para agradecerle ad infinitum y no para andar con pataletas infantiles que no reconozcan que una persona con sesos y fortuna que se quiera dedicar a mejorar el país es un privilegio para todos.

Le oí una vez a don Gabriel Valdés Subercaseaux que “las estrellas más brillantes tienen la obligación de guiar a los navegantes”. Era yo aún estudiante de educación media y la frase me llevó a leer como si el mundo se fuera a acabar, porque me pareció que, para entender a los más brillantes, el mínimo es prepararse un poco.

El debate acerca de don Raimundo, ignora además que su padre, don Carlos, a quien algo me ha tocado conocer y a quien encuentro genial y probadamente leal con su prole, es un importante impulsor de la carrera política de Desbordes, don Mario, quien se jacta urbi et orbi que se enorgullece de dirigir temporalmente el principal partido de derecha liberal chilena habiéndose educado en un liceo con número. Ambos personajes tienen sus méritos, y ninguno pretende dormirse en sus laureles.

A mí me da la impresión que nunca será irrelevante el nombre familiar, pero también me resulta evidente que no se puede poner a todos los portadores de un apellido en el mismo saco. Un ejemplo fácil de entender es que un caballero como don Bernardo Larraín Matte, jugado, estudioso, idealista, rico y elegante, no garantiza que uno no pueda encontrar, sin mucho esfuerzo, otros Larraín Matte, que por accidente cacofónico puedan llevarte a pensar que se trata de los mismos, cuando en realidad puede ser gente de bolsillos bastante menos abultados, abolengo de portada y cerebros poco colaborativos. Aunque en todas las familias existen excepciones y el ejemplo puede servir para mucho cruce genealógico de apellidos que suenan igual sin ser de los mismos.

Mi punto, es que juzgar a priori a una persona por cómo se apellidaban sus ancestros, es más una radiografía genética que una garantía de comportamiento futuro. Influirán los ejemplos de los padres, los amigos, el consumo de alcohol y sustancias químicas, las características sicológicas y preparación intelectual, entre otros. Me atrevo a incluir el color del alma, que, aunque pasado de moda, sigue siendo una verdad para quienes creemos que la justicia no es el derecho, ni la vida todo.

En el caso de los más afortunados, no será igual un hijo criado con amor, que puede ser incluso hijo del amor, sin padres reconocidos, que un hijo abandonado a su suerte en manos de empleadas y curas. Me viene a la cabeza el ejemplo de Jeremy, un señor que nunca conoció a sus padres biológicos, que recibió tuición, alimentación y ejemplos que lo ayudaron a vivir sintiéndose dueño del mundo.

Así se siente también mi amigo araucano que se independiza de su jefe lavador de autos, y mucha gente que he encontrado por el globo que ha sabido ganarles a sus fantasmas y doblarle la mano al destino, superando vallas mucho más estrictas que un nombre de familia poco rimbombante.

Sin ser marxista, creo que la clase no la da el abolengo, pero no es irrelevante el origen, la genética, la comida y las posibilidades. Es por ello que debiéramos preocuparnos más de nivelar la cancha y mejorar la educación para que podamos tener más gente que llegue lejos, que de andar limitando las posibilidades a los que nacieron con una pata en la partida, porque a veces son ellos los que la tienen más difícil.

En Estados Unidos, una familia como la Bush, da la bienvenida y trata como hijo al Presidente Clinton que debe su alza al mérito, como ocurrió con el Primer Ministro Blair en Inglaterra y con el ex Presidente Lagos en Chile, porque reconoce sus habilidades y contribución a dejar el mundo mejor de como lo encontró. Es en esto último, creo yo, que deberíamos concentrarnos, y por lo menos en materia de educación chilena, nadie mejor para ello que don Raimundo Larraín Hurtado.

Cierro citando las palabras de Clinton cuando recordaba lo que le dijo Herbert W. Bush, al entregarle la Presidencia luego de una sangrienta campaña: “Sr. Presidente, preserve los puntos de luz”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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