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Las sombras del manifiesto progresista transversal Opinión

Las sombras del manifiesto progresista transversal

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Fernando Balcells Daniels
Por : Fernando Balcells Daniels Director Ejecutivo Fundación Chile Ciudadano
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No hay nada incorrecto en lo que afirma este manifiesto. De hecho, en su texto no hay nada. En todo lo que dice no se desliza ninguna identidad, ninguna propuesta, ninguna diferencia. Es un manifiesto de completa amplitud y unidad. Es un texto apócrifo y un documento anónimo porque todos concuerdan, porque nadie lo firma ni asume su responsabilidad o porque no tiene lugar. Esto último parece ser el caso, le sobra insignificancia, le falta una fecha y un domicilio al cual recurrir para enrostrar la mala letra.


Circula en estos días un Manifiesto del Progresismo, que llama a defender y promover la democracia, impulsar un modelo de sociedad inclusivo, avanzar a un modelo económico basado en la innovación, demandar que el Estado adopte medidas para mitigar la precarización del trabajo, promover la ciencia, la tecnología y la innovación. También plantea proteger el medio ambiente, ir hacia un efectivo sistema de seguridad social, preservar y profundizar los cambios en educación, abordar la demanda creciente por seguridad ciudadana, poner fin a toda discriminación contra las mujeres, promover la creación y actividad cultural y artística. No solo eso, habla de impulsar la descentralización efectiva, promover una modernización del Estado, transformar nuestras ciudades en espacios acogedores de prosperidad, abordar las demandas de los pueblos indígenas, incorporando a sus representantes en este diálogo y ampliar la agenda de probidad y transparencia.

No hay nada incorrecto en lo que afirma este manifiesto. De hecho, en su texto no hay nada. En todo lo que dice no se desliza ninguna identidad, ninguna propuesta, ninguna diferencia. Es un manifiesto de completa amplitud y unidad. Es un texto apócrifo y un documento anónimo porque todos concuerdan, porque nadie lo firma ni asume su responsabilidad o porque no tiene lugar. Esto último parece ser el caso, le sobra insignificancia, le falta una fecha y un domicilio al cual recurrir para enrostrar la mala letra.

¿Quién puede estar en contra de la democracia, el medio ambiente, la seguridad pública, la igualdad de oportunidades, la probidad, la descentralización, los parques, la modernización del Estado y los derechos de las mujeres? El asunto es hacer notar las obligaciones que tenemos con el lenguaje, con nuestra historia y con la política como forma de hacer una diferencia en la convivencia.

Sin ese acto de ruptura y de apertura a lo nuevo, lo que se manifiesta es la simple invitación a renovar un ritual. Los que todavía tienen un sentido de la vergüenza intelectual y del pudor político, guarden esta carta y confíen en el olvido.

Un nuevo fantasma recorre Chile, el del progresismo. Como todo viejo izquierdista, siempre he querido escribir una imitación adaptada de la primera frase del Manifiesto Comunista. Como tantos, veo que –en otro símil de Marx– la historia ocurre dos veces, la primera vez como tragedia y la segunda como farsa. Esta vez en un libreto indigno.

Todas las repeticiones de la primera frase del manifiesto, incluso las repeticiones de la potencia inaugural, son copias degradadas de un gesto que, a falta de ideas y a falta de adversidad, ya no puede anunciar historia alguna más que su propia faramalla.

[cita tipo=»destaque»]Casi todo lo que se puede pedir está en este documento. Desde santuarios para las ballenas hasta el 1% del PIB para los científicos. Solo faltó un concepto: quién dijo que era el protagonista de este impulso innovador. ¿El pueblo, los chilenos todos, la gente, los pobres, la clase a medias, los emprendedores, los vendedores ambulantes, los razonables, los puros de corazón, los expertos y los artistas? ¿Dónde está la gente, donde está la ciudadanía? No encuentro ese párrafo que describe la situación de los pobres en el progreso, el que afirma que el progreso es obra de los débiles, de las mujeres, de los vendedores ambulantes, de los jóvenes y de los trabajadores que puedan torcerles el codo a los privilegios y a los liderazgos de juguetería. ¿O eso suena muy populista y por eso el párrafo no fue escrito?[/cita]

Cuatro palabras largas en un título que no dice nada, pero que revela su generación, su horizonte y su naufragio burocrático. Lo que viene bajo el signo de la Plataforma, Progresista, Transversal, Manifestada, no puede ser más que un mar de basura plástica.

Dos palabras anuncian la vía burocrática al progreso: plataforma y su carácter transversal. El modo idiomático elegido es el de la amplitud, en la que caben todos, pero por lo mismo no le hace cosquilla a nadie. Todo cabe ahí, pero nada se levanta de esa plataforma, ni el deseo, ni las ideas precisas ni diferenciadoras. La diferencia no es bienvenida, porque genera asperezas y divisiones.

Este no es un borrador para discusión. Es un llamado a cerrar filas y a reconocer una antigua comunidad. En realidad es un libreto de Coco Legrand con chistes viejos, sentimentales, inocuos. Es cierto que las diferencias entre el burócrata y el buen humorista son indiscernibles en la escritura del entusiasta ingenuo. Es un riesgo que corre el lector. Leer como si fuera un chiste y luego darse cuenta que, en serio, un aficionado y un funcionario se iluminaron lo suficiente para reconstruir el lenguaje de los cadáveres políticos y apropiárselo, justo antes que los caminantes blancos advirtieran que estaban muertos. Sin boca, sin lengua, sin labios, pero habitados por las mismas viejas costumbres de apego al poder sin sentido.

¿Qué pasa con los lugares comunes, los clichés y los estereotipos cuando son dichos con la frescura del que no huele lo añejo y no sabe de lo que habla? Pasa algo entre el ridículo y la pornografía. Más exactamente, la exhibición pornográfica del ridículo. ¿Acaso los firmantes creyeron que estamos tan necesitados de un poco de acción que aceptaríamos cualquier cuchufleta?

Puede que mi comentario se quede a medio camino entre el sopor del que ha leído mucho porque es viejo y el lector iniciado, capaz de discernir en la maraña de las palabras largas esa chispa que encenderá la pradera. Allí donde menciona, junto a los males del individualismo, la «soledad digital», uno, lector, llega a creer que en ese derrame verboso podría haber una reflexión, un conocimiento renovado y, tal vez, un pensamiento político, aunque fuera uno, solitario pero verdaderamente pensado. Aquí es donde se hace necesario volver al párrafo primero.

Debo dejar claro que mi comentario es un acto de compasión limitada.

¿Habrán visto los que están cerca del final de su vida lo reaccionaria que es la idea de la aceleración de los procesos económicos y sociales? La idea de que la historia está escrita de antemano por un velocista y en lenguaje automotor, es una idea inerte, es el acoplamiento a la inercia de un destino que eliminó la libertad y el juego. Por eso, el progresismo le conviene a la derecha y a los tecnócratas, porque permite eludir las rendiciones de cuentas de la responsabilidad democrática.

Antipopulismo como acto de valor político

El único punto de este manifiesto escrito en un idioma parecido al de la bravura, la única mojada de cutis en la que el texto cae es en el rechazo al populismo. Cuando los abanderados de la igualdad y de la libertad se obligan a exhibir credenciales de sensatez y de respetabilidad –antes de decir lo que piden, lo que ofrecen y de lo que se hacen cargo–, lo que se hace es elevar una solicitud para ser admitidos en el círculo de poder de la gente como uno.

Casi todo lo que se puede pedir está en este documento. Desde santuarios para las ballenas hasta el 1% del PIB para los científicos. Solo faltó un concepto: quién dijo que era el protagonista de este impulso innovador. ¿El pueblo, los chilenos todos, la gente, los pobres, la clase a medias, los emprendedores, los vendedores ambulantes, los razonables, los puros de corazón, los expertos y los artistas? ¿Dónde está la gente, donde está la ciudadanía? No encuentro ese párrafo que describe la situación de los pobres en el progreso, el que afirma que el progreso es obra de los débiles, de las mujeres, de los vendedores ambulantes, de los jóvenes y de los trabajadores que puedan torcerles el codo a los privilegios y a los liderazgos de juguetería. ¿O eso suena muy populista y por eso el párrafo no fue escrito?

Parece necesario recordar el costo para los consumidores de mil millones de dólares por los «medidores inteligentes», una medida de seguro progresista. La colusión de la CMPC costó solamente 500 millones de dólares; la Polar, diez veces menos; las comisiones ilegales del Banco Estado progresista, algunas decenas de millones. Todo en un ambiente donde los economistas progresistas no pierden el tiempo en calcular los sobrepagos de la gente en peajes, impuestos indirectos, comisiones indebidas, servicios monopólicos y tiempo. Tiempo robado a chorros por el diseño progresista del transporte público.

Sería lindo leer que se propone una reforma al Estado, pero solo se nos ofrece una modernización. ¿Qué más se puede esperar de gente que perdió sus vínculos con los movimientos sociales y lo apuesta todo a la carta del Estado mítico? Para estos escritores, el Estado dejó de ser el instrumento de dominación que es y se transmutó en el solucionador universal.

¿De qué Estado hablan estos literatos del progresismo con progreso? ¿Hablarán acaso del Estado evidente en el que ellos se han pasado los últimos treinta años sin entender el bosque en el que se movían? ¿Será el Estado sobreentendido en el que se trata «que las instituciones funcionen» como funcionan las pensiones, los servicios básicos, los peajes carreteros, la educación y la salud pública? ¿O es que ese Estado es distorsionado en su esencia por la ‘subsidiaridad’, por la complicidad con sus propios engendros monopólicos y por la usurpación burocrática de la política? ¿Este Estado que hemos experimentado acaso se hizo humo, envejeció y jubiló sin contarle a nadie sus desgarros internos y los dolores de su transmutación técnica y democrática? ¿Nos hemos perdido algo?

Seguro este manifiesto de nombre extenso pero modesto, habla de la reforma a la judicatura y de la reorientación de las superintendencias. Habla de un sistema jurídico construido sobre la base de una fragmentación de la ley que asegura que nadie se meta con los monopolios de servicios o con las áreas en que bancos y grandes empresas prefieren evitar la competencia. ¿Habla de eso? Si algunos de nuestros grandes juristas se sorprenden y se manifiestan escandalizados por las prácticas corruptas del tribunal de Rancagua, como si conocieran la ley solo de oídas, entonces, cómo no empatizar con los inocentes que creen que en este manifiesto hay algo nuevo que se abre.

Manifiestamente a los redactores de esta declaración de buenas intenciones les parece ‘populista’ esto de preocuparse eficazmente de los abusos masivos, sofisticados y brutales del duopolio contra los peatones. Destrabar la inversión no tiene que ver con desbaratar las cadenas que mantienen reprimida la energía de la gente. ¿Será acaso que los innovadores no han entendido todavía que el duopolio lo forman el Estado y los monopolios que promueve y protege? ¿No han visto acaso en el culto del PIB cómo se forma una solidaridad espontánea en favor de la mano de obra barata, descalificada y desprotegida? ¿No creen que falta una autocrítica a la industrialización barata de Quintero y Puchuncaví?

Cuando encuentren las propuestas concretas que hacen depender el desarrollo del desempeño de los más lentos, los emergentes, los ambulantes, los trabajadores y las mujeres, entonces, vuelvan a concursar.

Como si no hubiéramos vivido. Es cierto que, cuando Chile crece, crecemos todos. Unos como si tomaran Milo y los otros agüita de té. No seamos desagradecidos.

¿Cuál sería entonces la diferencia política que se nos propone? No solo respecto a los no-progresistas sino qué diferencia proponemos respecto a lo que hicimos y dijimos nosotros mismos, antes de olvidar la responsabilidad que genera la representación. ¿Qué pasó cuando dijimos esto mismo que ahora leemos, de vuelta en el mismo punto de partida de nuestro discurso progresista? Como si no hubiéramos gobernado, como si no hubiéramos ofertado una profundización de la democracia, como si no la hubiéramos detenido nosotros, los mismos, en aras de dirigir la política desde el Gobierno.

Mi manifiesto

Lo único que yo podría invitar a firmar, es una propuesta que permita la remoción democrática de los funcionarios y la iniciativa popular en las leyes. La reeducación de los pastores no está entre mis propuestas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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