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Doce horas Opinión

Doce horas

Álvaro Flores M.
Por : Álvaro Flores M. Juez del Trabajo. Director de ANMM Chile
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El fundamento del proyecto –permitir que haya más descanso, familiar, personal–, entonces, es absoluta e irremediablemente falaz. Las modificaciones que la ley franquea no abren caminos de negociación posible entre la empresa y el trabajador individual. Solo adaptación impuesta por la organización que decidirá cómo encajar trabajadores de 12 horas en el nuevo traje a la medida pro empresarial. Solo aceptación de la oferta o despido. No hay alternativas en el modelo laboral chileno.


Imaginemos que María, quien vive en Cerrillos, trabaja en Las Condes como subcontratada de una empresa de aseo y gana 300 mil pesos líquidos y ya está gozando de los “beneficios” de la jornada que propone el Gobierno, con ciclos laborales de 12 horas. Tendrá que levantarse antes de las 6 de la mañana, para llegar a las 8 a la empresa en que está destinada y su jornada extenuante de trabajo físico, se extenderá hasta las 20.00, por lo que volverá a su hogar, cuatro días a la semana, a “disfrutar de su vida familiar” nunca antes de las 22.00 horas.

La trabajadora pobre que laborará 12 horas diarias de lunes a jueves tendrá que emplearse, cuestión que ya se observa hoy, en otra cosa.

Trabajadores y trabajadoras –muchas de estas adscritas históricamente a trabajos feminizados precarios en razón de su condición– que hasta ahora tenían una sola ocupación subordinada, se verán impulsados a rebuscárselas y buscar un segundo empleo. No pocas veces prestarán servicios para una empresa relacionada aunque formalmente distinta, o sea, estarán a disposición de la empresa a tiempo completo y en jornadas extenuantes de lunes a sábado, pero en dos empleos.

Pienso, a modo de ejemplo, en la gran posibilidad de malabares societarios y contractuales que podrán idear abogados y jefes de Recursos Humanos –si son “recursos”, no son humanos, sentenció alguna vez un autor, develando la indignidad del sintagma– en el rubro de la construcción, para valerse de esta nueva posibilidad. Dispondrán de una herramienta adicional de precarización a la ya existente de sociedades constructoras, que nacen y mueren con cada proyecto de construcción sin dejar huella, para no comprometer su patrimonio, o al recurso de “contratos de trabajo por obra”, referidos a cometidos y labores absurdamente fraccionados. Hay trabajadores que tienen decenas de contratos en la construcción de un solo edificio, del tipo “se le contrata para construcción de caja de escalas de piso 13”, luego para el piso 14, para colocación de molduras, etc., etc.

[cita tipo=»destaque»]Frente al cuestionamiento por esta amenaza, el ministro del Trabajo, Nicolás Monckeberg, dijo en el programa ‘Mesa Central’ que no puede impedir que los trabajadores busquen una segunda ocupación, agregando entusiasmado: «Viva la libertad de los trabajadores». La esclavitud presentada como libertad, la subversión misma de la realidad. Lo perjudicial presentado como un bien deseable de alcanzar, una promesa de bienestar que disfraza precariedad.[/cita]

Otras veces, el trabajador pobre de cuatro días –como ya ocurre– tendrá que transformarse, adicionalmente, en un autónomo a tiempo parcial o, como se dice ahora, en una retórica ad hoc para acomodar realidades de miseria a encuestas de empleo: «Trabajadores por cuenta propia». Trabajos complementarios para sumar ingresos, en la cola de la feria, haciendo aseo doméstico, part time aquí o allá, conduciendo Uber, ingeniándoselas porque no alcanza.

Un recurso de sobrevivencia, porque no alcanzará nunca en un modelo autoritario de relaciones laborales como el chileno, sin posibilidad de disputar a las empresas una mejor retribución de la labor y de las condiciones de trabajo, porque la negociación colectiva está asfixiada por la ley desde el Plan Laboral, y el sindicato –en el panóptico general de las relaciones laborales chilenas– es casi inexistente. La ley ha hecho el trabajo sucio y la política no ha sido capaz de generar condiciones de justicia para los trabajadores, cuyas organizaciones nacionales carecen de toda capacidad de presión y su expresión política es apenas testimonial.

Muchos «emprendedores» de la actual retórica, entonces, irán por otra labor para mejorar su condición económica, y la promesa de una jornada semanal de cuatro días –en un escenario de salarios bajos– se hará trizas, quedando atrapados en los mismos 5 o 6 días, pero dedicando su esfuerzo diario desde la oscuridad del alba, cuando se encaminan a la labor, hasta la noche.

Autoexplotación, en palabras de Byung-Chul Han. Esclavos de otros, pero, sobre todo, de sí mismos. Una nueva clase, propia de la era dominada por el neoliberalismo político-económico: el precariado. Los animal laborans de Arendt son, ahora, una nueva categoría.

No pocos disfrutarán durante un tiempo de su nuevo estatus de «emprendedores», forjadores esperanzados de su futuro en clave individualista, trabajando 60 o más horas semanales, de la mano de la alabada ética del esfuerzo y la recompensa de un mejor estatus como destino improbable.

Hasta que no puedan más. Hasta que el cansancio extenuante y la enfermedad aparezcan, hasta que la rotación interminable y la incertidumbre hagan su tarea. Hasta que el individuo doblegado sienta el fracaso como un derrumbe individual y culpable (Byung-Chul Han).

Frente al cuestionamiento por esta amenaza, el ministro del Trabajo, Nicolás Monckeberg, dijo en el programa ‘Mesa Central’ que no puede impedir que los trabajadores busquen una segunda ocupación, agregando entusiasmado: «Viva la libertad de los trabajadores». La esclavitud presentada como libertad, la subversión misma de la realidad. Lo perjudicial presentado como un bien deseable de alcanzar, una promesa de bienestar que disfraza precariedad.

Una sociedad enferma, sin descanso, sin ocio y sin justicia en la retribución del salario por la venta de la fuerza de trabajo, mientras empresas sin trabajadores consolidan la ganancia aupadas en el modelo de tercerización que las desvincula formalmente de la fuerza de trabajo, a pesar de valerse de ese trabajo directamente, consolidándose así la brecha salarial y la acumulación de la riqueza en pocas manos.

El fundamento del proyecto –permitir que haya más descanso, familiar, personal– entonces, es absoluta e irremediablemente falaz. Las modificaciones que la ley franquea no abren caminos de negociación posible entre la empresa y el trabajador individual. Solo adaptación impuesta por la organización que decidirá cómo encajar trabajadores de 12 horas en el nuevo traje a la medida pro empresarial. Solo aceptación de la oferta o despido. No hay alternativas en el modelo laboral chileno.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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