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Ya no bastan las explicaciones de antaño Opinión

Ya no bastan las explicaciones de antaño

Podría asegurarse que no somos un país totalmente corrupto, sus instituciones son las que se están corrompiendo, tampoco es toda la clase política la que vive ese proceso, siempre hay instituciones y seres humanos honestos. Pero la línea de trayectoria indica que estamos avanzando en ese camino. De allí la importancia de enfrentar el tema, especialmente desde la gran mayoría de los ciudadanos de a pie, que –para reaccionar– necesitan de la denuncia e información.


Hace ya más de un siglo un ensayista, poeta y pensador anarquista de nacionalidad peruana, Manuel González Prada, proclamaba: “Congreso, Poder Judicial y Gobierno, todo fermenta y despide un enervante olor a mediocridad”, palabras que hoy siguen siendo válidas en América Latina.

En efecto, la mediocridad de nuestras instituciones está arrastrando a las naciones de la comarca por el despeñadero de la corrupción y, en Chile, la conducta de nuestras entidades republicanas nos tiene estupefactos.

Hacia dónde mirar constituye ya un dilema. ¿A Carabineros manchados por el peculado? ¿Al Ejército desfilando en medio de la malversación?  ¿O la marina, afectada por el fisgoneo que perturba al personal femenino? ¿Y qué dice la FACH de la importación de muebles de lujo? ¿Podrán ser juzgados por un Poder Judicial en que se ha descubierto la prevaricación? ¿Pueden alzar la voz los partidos políticos, dados sus lazos con el tráfico de influencias? ¿Podría el empresariado, a partir de clases de ética, conjurar la situación? ¿Puede el gobernante poner coto a la insensatez si el mismo es pasto de la crítica?

La corrupción es una realidad vieja en la historia y desde antes de la aparición de la República, que muestra permanencias y variabilidades ocultas tras múltiples fachadas. Una forma históricamente predominante de corrupción ha estado ligada al Poder Ejecutivo, a través de la repartición de las ganancias efectuadas antaño por gobernadores coloniales, Presidentes y dictadores. Otra forma es la corruptela militar ligada a compras de armas, equipos y ahora, en viajes y vida suntuosa. Además está la enervante acumulación que posibilitan las AFP, otra es la proveniente del tráfico de drogas, otra es la venalidad revestida de formalismo jurídico.

[cita tipo=»destaque»]Para el malestar profundo ya no bastan las explicaciones de antaño. Ahora es inaceptable ese relativismo antropológico que argumentaba que, en sociedades en desarrollo, la corrupción es un hecho cultural cimentado en el tiempo, ni tampoco la explicación de politólogos sistémicos en el sentido que la corrupción sería un hecho inevitable e inherente a sistemas políticos imperfectos. De otro lado, segmentos de las viejas izquierdas que conectaban corrupción y capitalismo, hoy son parte del sistema, de manera que pareciera que los marcos metodológicos y teóricos anteriores han quedado estrechos y requieren nuevos paradigmas analíticos.[/cita]

En fin, este flagelo afecta tanto a las actividades públicas como privadas a través del soborno, la malversación, la mala asignación de gasto público, la dependencia política, la bribonada electoral, etc.

Para el malestar profundo ya no bastan las explicaciones de antaño. Ahora es inaceptable ese relativismo antropológico que argumentaba que, en sociedades en desarrollo, la corrupción es un hecho cultural cimentado en el tiempo, ni tampoco la explicación de politólogos sistémicos en el sentido que la corrupción sería un hecho inevitable e inherente a sistemas políticos imperfectos. De otro lado, segmentos de las viejas izquierdas que conectaban corrupción y capitalismo, hoy son parte del sistema, de manera que pareciera que los marcos metodológicos y teóricos anteriores han quedado estrechos y requieren nuevos paradigmas analíticos.

Una «Historia de la Corrupción en Chile» podría contribuir a reinterpretar pasajes importantes de la evolución nacional, pero, por ahora, solo arrojamos el guante. Esa es una tarea pendiente.

En las últimas cuatro décadas, al mismo tiempo que la relación entre demócratas civiles y militares se calmaba formalmente, el capitalismo experimentó la transición desde el capitalismo de Estado al Estado neoliberal, caracterizado por la desregulación del movimiento de capitales, la apertura de los mercados, la desintermediación, y la creación de nuevos productos financieros, forjándose –por la hegemonía de este último– una economía basada en la especulación.

Simultáneamente, se fue consolidando una democracia no-sustantiva (poliarquía), que entrabó la participación de las grandes mayorías, reduciéndola a la representación parlamentaria, y los retrocesos de la teoría crítica dieron lugar a la derrota cultural que confundió los discursos generando el relativismo ético y moral que permite el dolo.

Estas tendencias se constituyeron en la base del Estado neoliberal. Así, la corrupción se deslizó libremente por todos los intersticios de la sociedad.

Empero, aún quedan reservas para combatir el flagelo.

Podría asegurarse que no somos un país totalmente corrupto, sus instituciones son las que se están corrompiendo, tampoco es toda la clase política la que vive ese proceso, siempre hay instituciones y seres humanos honestos. Pero la línea de trayectoria indica que estamos avanzando en ese camino. De allí la importancia de enfrentar el tema, especialmente desde la gran mayoría de los ciudadanos de a pie, que –para reaccionar– necesitan de la denuncia e información, de proyectos que paralicen una infección que se expande cual pandemia social.

En este contexto es de vital importancia denunciar que la concentración de los medios de comunicación y la falsedad de las noticias, hace que los dominados estén aceptando como natural las categorías y conceptos provenientes de la manipulación desembozada de los medios, obscureciendo fenómenos como el de la corrupción.

En fin, se trata de pasar de la percepción de la corruptela al descubrimiento de las fuentes, al dato duro y real, así como a la sanción ejemplar. Aunque, para erradicar la infección, se requiere también elevar los estándares éticos y morales actuales, única forma para evitar, como diría, González Prada, que “donde se aplique el dedo brote el pus”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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