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Narcotráfico: basta de medidas como fuegos artificiales Opinión

Narcotráfico: basta de medidas como fuegos artificiales

Gonzalo García-Campo
Por : Gonzalo García-Campo Abogado Universidad de Chile
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La paradoja del narcotráfico es que parecemos saber demasiado de sus efectos, pero casi nada de sus mecanismos más íntimos. Ya hemos visto qué ha pasado en otros países que han decidido militarizar la “lucha” contra el narcotráfico, ya sabemos hacia dónde conducen políticas públicas enfocadas solamente en endurecer las penas. Si lo que se busca son soluciones genuinas a los daños generados por el narcotráfico, es tiempo de detener la pirotecnia de medidas que no harán sino esconder los verdaderos problemas que este genera, esos que son experimentados día a día por cientos de barrios del país, que están cansados de la violencia, pero también de medidas que ante la magnitud de los problemas parecen apenas fuegos de artificio.


Aunque los hechos de violencia han pasado a formar parte de la vida diaria de muchos barrios hace ya años, fue su visibilidad a nivel nacional lo que pareció despertar una especie de preocupación y urgencia generales. Tres días, primero, en que los ruidos ininterrumpidos e indistinguibles de balazos y fuegos artificiales perturbaron la paz de gran parte del sector suroriente de la capital. Meses más tarde, con ocasión del velorio de un joven asesinado en un “ajuste de cuentas”, vimos cómo el despliegue de violencia acompañó una ruta de más de quinientos kilómetros, que no solo contó con la pasividad, sino también con la anuencia de las fuerzas de orden y seguridad.

La respuesta de la élite política no se hizo esperar. Tres proyectos de ley han sido presentados por distintos grupos de parlamentarios (Boletines 12649-25, 12656-25 y 12668-07) entre los días 16 y 28 de mayo.

Los dos primeros buscan endurecer las penas para quienes ilegalmente manipulen fuegos artificiales; el tercero, modificar la regulación del delito de microtráfico. El ministro del Interior ha anunciado un proyecto de ley “antiamedrentamiento” para aumentar las sanciones a quienes “utilizan cualquier actividad, incluso velorios y funerales, para amedrentar a sus barrios, a sus vecinos y a sus poblaciones» (Cooperativa, 24 de mayo), a la vez que un protocolo que guiaría la acción de las policías en el contexto de funerales y velorios.

Parlamentarios de la UDI, por su parte, ya han sugerido que sean los militares los encargados de custodiar la “tranquilidad” de vecinos y vecinas cuando se realicen dichos funerales.

En su reciente Cuenta Pública, el Presidente Sebastián Piñera anunció que se fortalecerá la presencia de PDI y Carabineros en 33 barrios en que se ha identificado presencia de bandas de narcotraficantes.

Todas estas iniciativas, lamentablemente, parecen demasiado lejos de ofrecer alguna solución a los problemas que efectivamente genera el tráfico ilícito de drogas. Como ya advirtió con lucidez el columnista Óscar Contardo, todas ellas parecen recetas demasiado próximas al pensamiento mágico.

Como lo han reconocido organismos internacionales, el tráfico de drogas es una de las principales amenazas a la estabilidad y desarrollo de las democracias. A su alero se consolidan formas de control social que escapan a la legalidad. Su impunidad permite las manifestaciones más crudas de violencia, desplegada para mantener los cimientos de un negocio extremadamente lucrativo. Mucho más cerca nuestro, las viejas lealtades que dieron origen a muchas de las poblaciones de Santiago son reconfiguradas por los códigos que impone el mundo del narcotráfico.

Pero todo ello parece ser apenas la punta del iceberg. Soluciones simplistas parecen enmascarar el verdadero problema de fondo: sabemos demasiado poco acerca de cómo opera el narcotráfico, un fenómeno que también genera lealtades, formas de validación social, esperanzas de realización personal para cientos y miles de jóvenes a quienes el sistema formal ha expulsado de sus límites.

Que sepamos demasiado poco no es solo un problema académico, es tal vez el problema político más acuciante de las últimas décadas. Mientras la élite se apura en ofrecer soluciones efectistas por las cuales no pagará costo alguno, son cientos los barrios que siguen viendo cómo su vida se reconfigura por el poder impune del narcotráfico.

La paradoja del narcotráfico es que parecemos saber demasiado de sus efectos, pero casi nada de sus mecanismos más íntimos. Y mientras no se haga un esfuerzo genuino por entender más seriamente, las soluciones propuestas no harán sino agravar el problema. 

Aunque no sepamos hacia dónde ir, bien sabemos hacia dónde no ir. Ya hemos visto qué ha pasado en otros países que han decidido militarizar la “lucha” contra el narcotráfico, ya sabemos hacia dónde conducen políticas públicas enfocadas solamente en endurecer las penas.

Si lo que se busca son soluciones genuinas a los daños generados por el narcotráfico, es tiempo de detener la pirotecnia de medidas que no harán sino esconder los verdaderos problemas que este genera, esos que son experimentados día a día por cientos de barrios del país, que están cansados de la violencia, pero también de medidas que ante la magnitud de los problemas parecen apenas fuegos de artificio.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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