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Instituto Nacional: pasión de apagar el fuego Opinión

Instituto Nacional: pasión de apagar el fuego

Carolina Tohá
Por : Carolina Tohá Cientista política, académica, investigadora, consultora y política chilena
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Cuando el Instituto se comenzó a radicalizar y la movilización empezó a afectar su funcionamiento escolar, hace varios años ya, desde el mundo político no logramos hacer lo que debe hacerse cuando hay una emergencia o un riesgo mayor: parar la pelea por un rato y buscar una solución. Yo misma fui parte de ese error. Es verdad que toda esta crisis es consecuencia de los largos años de deterioro de la educación pública, pero también es verdad que la efervescencia del Instituto es aprovechada por grupos radicalizados de adentro y de afuera. Es innegable que los carabineros actúan muchas veces con brutalidad, pero es cierto igualmente que sectores del movimiento estudiantil usan habitualmente la violencia y la intimidación. Asumámoslo de una vez: ningún bando está libre de responsabilidades, y si la estrategia de unos y otros continúa siendo la recriminación y el empate, podemos olvidarnos de ver levantarse al Instituto Nacional. 


Hace unos días, se podía ver en Twitter una publicación de la intendenta Rubilar rechazando la violencia en el Instituto Nacional y mostrando imágenes del estudiante que se quemó la cara intentando lanzar una molotov. Al mismo tiempo, el diputado Jackson también reclamaba contra la violencia en el Instituto, pero subía otro video: uno que mostraba a unos carabineros de Fuerzas Especiales que entraban a una sala de clases, desatando la indignación estudiantil.

Este alegato cruzado contra las violencias de lado y lado es una película que ya hemos visto demasiado. Cuando los alcaldes piden la intervención de carabineros, son criticados por criminalizar a los estudiantes y no dialogar. Cuando dialogan, los critican por ser permisivos con la violencia y no ejercer la autoridad. Y cuando combinan el diálogo con la acción policial, los critican por ambos lados. ¿Qué más se tiene que quemar para que entendamos que por este camino no se llegará a ninguna solución?

A todas luces, la estrategia del actual alcalde de Santiago no ha dado frutos y el intento de devolver el orden y la calidad aplicando mano dura está resultado en más caos y violencia, ¿pero alguien podría afirmar que las cosas andarían mucho mejor si priorizara el diálogo en lugar de la represión?

Cuando así lo hicimos, durante nuestra administración, no tuvimos éxito. Y lo intentamos con todas las herramientas que teníamos. Las aguas tampoco se han calmado cuando se han hecho inversiones en el liceo, intentando revertir un gigantesco déficit acumulado, y a poco andar esas obras se han destruido en las mismas dinámicas violentas del establecimiento.  

No hay salidas simples, soy la primera en reconocerlo, pero una parte de la solución radica en que los adultos empecemos a comportarnos como tales, todos: políticos, profesores, apoderados. Los estudiantes del Instituto Nacional han sido por años el emblema de demasiadas polémicas: la violencia, la excelencia, la selección, el elitismo, la decadencia, la segregación por sexo, la mano dura, la mano blanda, la validez de las pruebas estandarizadas y hasta la inefable interrogante sobre qué es realmente la calidad.

Ante cada uno de esos dilemas los adultos hemos consumido años en debates afiebrados sin llegar a ningún puerto, poniendo a los estudiantes del Instituto como niños símbolo de lo humano y lo divino. Como resultado, nuestras peleas se han anidado dentro de esa comunidad bajo la forma de enconados bandos que acumulan rencillas hasta hacer imposible la convivencia.

Lo que hemos perdido de vista en el camino es que los adultos podemos discutir muchas cosas, sobre las cuales los jóvenes tienen derecho a tener opinión, pero eso no nos excusa de nuestro rol frente a ellos: darles alguna claridad mínima para el futuro, establecer límites, afirmar valores básicos y practicar (no solo predicar) el respeto a los demás. 

Cuando el Instituto se comenzó a radicalizar y la movilización empezó a afectar su funcionamiento escolar, hace varios años ya, desde el mundo político no logramos hacer lo que debe hacerse cuando hay una emergencia o un riesgo mayor: parar la pelea por un rato y buscar una solución. Yo misma fui parte de ese error.

Es verdad que toda esta crisis es consecuencia de los largos años de deterioro de la educación pública, pero también es verdad que la efervescencia del Instituto es aprovechada por grupos radicalizados de adentro y de afuera. Es innegable que los carabineros actúan muchas veces con brutalidad, pero es cierto igualmente que sectores del movimiento estudiantil usan habitualmente la violencia y la intimidación. Asumámoslo de una vez: ningún bando está libre de responsabilidades, y si la estrategia de unos y otros continúa siendo la recriminación y el empate, podemos olvidarnos de ver levantarse al Instituto Nacional. 

Este liceo no es solo emblemático por su historia y sus resultados, sino también porque funciona como espejo del país. Si el Instituto nos importa, debemos tender un cerco de racionalidad alrededor suyo, acordar un proyecto que le dé futuro a su existencia y un plan que tenga apoyo transversal para atender la crisis, parar la violencia y canalizar el debate por un camino que no esté tapizado de palos y molotov.

Algo se eso intentamos nosotros cuando estábamos en el municipio, convocando a la comunidad a actualizar el proyecto educativo y el manual de convivencia. Para ser justos, también el actual alcalde ha intentado algo de ese tipo, convocando a los exalumnos de todos los sectores.

Sin embargo, nada de eso dará frutos mientras no haya un mínimo acuerdo entre los actores políticos del país, porque este es un liceo público de relevancia nacional cuya crisis traspasa los límites del establecimiento y de la municipalidad. Esa comunidad no se acercará a un apaciguamiento de su conflicto mientras los actores políticos sigan exacerbándolo desde afuera, disputando si fue primero el huevo o la gallina, si la causa es la violencia estudiantil o policial, la mano blanda o dura.

El alcalde a cargo es hoy Felipe Alessandri, y con él se debería dialogar para definir una estrategia ante la crisis, que sea apoyada por parlamentarios del oficialismo y la oposición, por el Colegio de Profesores y el consejo escolar. Definir los lineamientos generales y la respuesta que se tendrá ante los hechos de violencia, y apoyar al alcalde en la implementación de esos acuerdos.

Mi experiencia intentando sumar a actores políticos de lado y lado en la búsqueda de soluciones, fue que la mayoría prefería dedicar su energía a criticar los tropiezos de su adversario en lugar de comprometerse en el difícil camino de buscar una salida. Es cierto que los estudiantes y los carabineros han pasado muchas veces el límite de lo aceptable, pero no son los únicos. El mundo político también se ha excedido en la pelea chica, el empate y la comodidad de criticar sin proponer nada a cambio.

Ese, quizás, es el primer exceso que se debiera terminar. Se requiere pasión para pelear, pero mucha más para apagar el fuego. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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