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Cuatro conceptos de universidad en disputa Opinión

Cuatro conceptos de universidad en disputa

Álvaro Ramis Olivos
Por : Álvaro Ramis Olivos Teólogo. Master en cuestiones contemporáneas en Derechos Humanos por la Universidad Pablo de Olavide, Sevilla. Doctor en Ética y Democracia por la Universidad de Valencia. Rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (UAHC)
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Muchas instituciones críticas han desaparecido y otras, han sucumbido a la mercantilización absoluta. Además, las propias resistencias y movilizaciones sociales a la universidad de mercado han generado nuevos dispositivos legales e institucionales, que obligan a cambiar las formas históricas de gestión académico-institucional. Este es el contexto necesario para pensar un proyecto universitario de estas características. La tentación mercantilizante siempre ronda los pasillos y socava los sentidos comunes. Es necesario afirmar la universidad alternativa, no como espacio de ineficiencia o ingobernabilidad, sino como ámbito absolutamente necesario para delimitar las fronteras de un saber crítico, inapropiable y al servicio del interés común de la humanidad.


Para entender el actual contexto de la universidad como institución contemporánea, es necesario identificar cuatro paradigmas que conviven y disputan el significado de esta noción.

El primero, nacido en el contexto medieval, es heredero de una síntesis feudal-clerical que asumió formas estamentales, casi monásticas, por medio de un claustro, basado en el principio de Universitas Studiorum, que delimitó un Syllabus como sapiencia integral. Esa Universidad Escolástica se construyó desde la defensa inquisitorial de verdades reveladas y doctrinas dogmáticas, claramente establecidas, con la finalidad de proveer súbditos a la corona y fieles a la iglesia. Esta tradición pervive hasta hoy en las universidades confesionales, que prescriben principios institucionales, que imponen límites en el ejercicio docente y que incluso proclaman “objeciones de conciencia institucional”, bajo argumentos que clausuran a priori la deliberación de sus miembros.

El segundo modelo es la Universidad Napoleónica, de carácter republicano liberal. Es una universidad construida por y para el Estado, que racionaliza y taxonomiza el saber a partir de una alta especialización, generando el “conflicto de las facultades” en el sentido kantiano. Desde la facultad, la escuela, el departamento y el programa, se genera una universidad pública, como una serie de instituciones anidadas, que diseccionan el conocimiento, en razón de la profesionalización masiva. Se atiende ante todo al desarrollo del Estado, que por una parte garantiza una relación privilegiada a la universidad pública, pero al costo de establecer ciertas prioridades, límites y modelos de gestión predeterminados. Este paradigma pervive en la idea de universidad pública estatal, heredera de Andrés Bello, como constructor de sentido.

[cita tipo=»destaque»]En nuestro país la búsqueda de instituir esta academia crítica se refleja en el pensamiento del rector de la Universidad de Chile, Eugenio González Rojas, cuando en su discurso inaugural de 1963 afirmó: “Hay que pensar la universidad como totalidad viviente y dinámica, con sentido propio, superando el actual estado de cosas en el que ella aparece como un conjunto inorgánico de facultades, escuelas, institutos y centros, que solo mantienen entre sí las conexiones mecánicas del sistema administrativo […] La universidad sin libertad no es universidad”. La reforma universitaria, desde 1967 a 1973, fue el intento de plasmar este proyecto, especialmente desde el pensamiento y la obra de personas cómo Fernando Castillo Velasco y el núcleo fundador de la Academia de Humanismo Cristiano.[/cita]

El tercer paradigma es la construida desde y para el mercado. Este modelo construye el conocimiento en razón de la demanda, cataloga los saberes desde su utilidad financiera, organiza sus criterios de validación y certificación en vistas a la venta de servicios, bajo una lógica auto-interesada, que prioriza la rentabilidad de los propietarios de la institución y la producción de un “capital humano” capaz de competir en una esfera de empleabilidad específica. Este es el paradigma dominante en la actualidad, que ha generado el nuevo “mercado de la educación superior”, que busca la apropiación privada del conocimiento y que está arrastrando hacia sí a los dos modelos de universidad anteriores. El fundamento teórico de este tipo de universidad lo ha sistematizado José Joaquín Brunner.

Sin embargo, existe un cuarto paradigma universitario, distinto y paralelo a los anteriores. Se trata de una tradición que arranca en la Academia Humanista de Erasmo de Rotterdam y su influencia en la Universidad de Alcalá del Cardenal Cisneros o, en la Lovaina de Joan Lluís Vives. Esta academia humanista ha pervivido en la historia, basada en el principio del pluralismo, la función social del conocimiento, la libertad de cátedra, la autonomía de la institución docente, el debate abierto entre las escuelas de pensamiento y, la disidencia profunda entre propuestas, en tanto se fundamenten en el respeto y promoción de la dignidad humana. Este tipo de academia humanista fue el espacio en el que las mujeres, por primera vez, tuvieron la posibilidad de luchar para estudiar e incluso, llegar a ejercer la docencia en el siglo XVI, como es el caso de Juana de Contreras, Francisca de Nebrija y Luisa de Medrano, en el renacimiento español.

En esta Academia florecieron las artes, las vanguardias y se conjugaron las más diversas utopías. Este paradigma permitió en América Latina el surgimiento de esa modernidad barroca que nos describe Bolívar Echeverría. Y su pervivencia en el tiempo explica, siglos más tarde, la existencia de espacios críticos transdisciplinares, como la Escuela de Frankfurt o la Bauhaus. La academia humanista se transformó en la academia crítica y se proyectó, hasta ahora, como un espacio no mercantil, autónomo de la tutela eclesial o de grupos de poder y sobre todo, incompatible con la funcionalización al Estado o un interés privado mercantil.

En nuestro país la búsqueda de instituir esta academia crítica se refleja en el pensamiento del rector de la Universidad de Chile, Eugenio González Rojas, cuando en su discurso inaugural de 1963 afirmó: “Hay que pensar la universidad como totalidad viviente y dinámica, con sentido propio, superando el actual estado de cosas en el que ella aparece como un conjunto inorgánico de facultades, escuelas, institutos y centros, que solo mantienen entre sí las conexiones mecánicas del sistema administrativo […] La universidad sin libertad no es universidad”. La reforma universitaria, desde 1967 a 1973, fue el intento de plasmar este proyecto, especialmente desde el pensamiento y la obra de personas cómo Fernando Castillo Velasco y el núcleo fundador de la Academia de Humanismo Cristiano.

Esta cuarta tradición universitaria logró desarrollarse en Chile, generando diversos espacios de aprendizaje significativo, en talleres artísticos basados en una contemporaneidad estética atenta a las transformaciones sociales, escuelas de pensamiento propio, debates de alcance nacional, cambios de enfoque en políticas públicas, centros de defensa de los derechos humanos, promoción de investigaciones independientes, que han ido a contracorriente de gobiernos, empresas y núcleos de poder. En este campo se ubica la Universidad Academia de Humanismo Cristiano y sólo en esa identidad puede tener sentido y razón de ser.

Sin embargo, sabemos que la hegemonía del modelo de universidad de mercado está produciendo, desde hace décadas, profundas tensiones. Muchas instituciones críticas han desaparecido y otras, han sucumbido a la mercantilización absoluta. Además, las propias resistencias y movilizaciones sociales a la universidad de mercado han generado nuevos dispositivos legales e institucionales que obligan a cambiar las formas históricas de gestión académico-institucional.

Este es el contexto necesario para pensar un proyecto universitario de estas características. La tentación mercantilizante siempre ronda los pasillos y socava los sentidos comunes. Es necesario afirmar la universidad alternativa, no como espacio de ineficiencia o ingobernabilidad, sino como ámbito absolutamente necesario para delimitar las fronteras de un saber crítico, inapropiable y al servicio del interés común de la humanidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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