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Perú: entre la renovación o el pantano Opinión

Perú: entre la renovación o el pantano

Gabriel Gaspar
Por : Gabriel Gaspar Cientista político, exembajador de Chile en Cuba y ex subsecretario de Defensa
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La sorpresa inicial ha dado paso a cortesanas reuniones que amenazan con diluir la ofensiva presidencial, que pierde ritmo y puede conducir a un pantano. En efecto, en el mejor de los casos, si todos estuviesen de acuerdo, habría que aprobar las reformas, luego llamar a referéndum para que la ciudadanía las sancione y, de ahí, pasar a organizar las nuevas elecciones. No es cosa de pocos días o meses. Agreguemos, de paso, que según reformas aprobadas el año pasado, quedó prohibida la reelección, tanto de congresistas como de presidente. O sea, cambio total.


En su mensaje anual ante el Congreso, el 28 de julio, el presidente peruano, Martín Vizcarra, sorprendió a todo el mundo con el anuncio de una reforma constitucional que permitiría adelantar las elecciones parlamentarias, al tiempo que ofreció su propia renuncia. En pocas palabras, el mandatario propuso “que nos vayamos todos”. El gabinete presente se puso de pie y aplaudió con entusiasmo, mientras las bancadas de la oposición le gritaban “¡Fuera!”. En primera fila, la vicepresidenta, Mercedes Araoz, permaneció sentada en elocuente silencio y después se supo que Vizcarra no le había informado de su anuncio.

Vizcarra optó por no disolver el Congreso y propuso, a cambio, una figura nueva: acortar los mandatos de parlamentarios y del presidente, que culminan formalmente en julio del 2021. Una forma novedosa –pero incierta– para resolver la profunda crisis de legitimidad que afecta a Perú desde hace años: en breves palabras, los gobernados están hartos de sus gobernantes, desconfían de ellos y no les creen nada, sentimiento similar al que existe en otros países de la región, Chile incluido, pero en Perú se ha hecho más elocuente en los últimos tiempos por la revelación de sonados casos de corrupción.

Se suele decir que el que pega primero, pega dos veces. Así ocurrió con el anuncio presidencial, que si bien provocó airadas reacciones iniciales, nadie puede negar que empatiza con la mayoritaria opinión popular. Al respecto, una reciente encuesta de IPSOS revela que el 75% de los peruanos está de acuerdo con adelantar las elecciones. La calle lo evidencia. El 29 de julio, luego de la tradicional Parada Militar –donde participaron delegaciones de nuestras tres escuelas matrices–, el presidente Vizcarra fue ovacionado por la población.

[cita tipo=»destaque»]La cantidad de variables que se abren es amplia. Supongamos que se aprueba todo, el presidente renuncia, y si no lo hace también la vicepresidenta Araoz, ella quedaría de mandataria hasta julio del 2021. Después de la falta, a lo menos, de cortesía de no informarle lo que iba a anunciar, Araoz ha dicho con posterioridad que perdió la confianza en Vizcarra y se rumorea que el fujimorismo podría llegar a un acuerdo con ella. Nada nuevo, el actual mandatario hizo lo mismo cuando Pedro Pablo Kuczynski vivía sus últimos días como gobernante.[/cita]

De todo eso hace más de diez días, para transitar luego a un sinnúmero de reuniones entre el primer ministro Del Solar con las diferentes bancadas. Por cierto, el apoyo de las débiles bancadas del oficialismo contrasta con el rechazo del fujimorismo, que, golpeado y todo, detenta más de 50 curules que, sumados a los del APRA, conforman una fuerte oposición. La izquierda que originalmente llegó como Frente Amplio, para luego dividirse conforme a la tradición izquierdista, en general apoya la reforma.

La sorpresa inicial ha dado paso a cortesanas reuniones que amenazan con diluir la ofensiva presidencial, que pierde ritmo y puede conducir a un pantano. En efecto, en el mejor de los casos, si todos estuviesen de acuerdo, habría que aprobar las reformas, luego llamar a referéndum para que la ciudadanía las sancione y, de ahí, pasar a organizar las nuevas elecciones. No es cosa de pocos días o meses. Agreguemos, de paso, que según reformas aprobadas el año pasado, quedó prohibida la reelección, tanto de congresistas como de presidente. O sea, cambio total.

Ante ello cualquiera se pregunta: ¿estarán dispuestos los congresistas a renunciar a un año, a lo menos, de su mandato para facilitar elecciones a las cuales saben que no pueden volver a concurrir?, ¿estarán disponibles para perder un año de sus sueldos?

La cantidad de variables que se abren es amplia. Supongamos que se aprueba todo, el presidente renuncia, y si no lo hace también la vicepresidenta Araoz, ella quedaría de mandataria hasta julio del 2021. Después de la falta, a lo menos, de cortesía de no informarle lo que iba a anunciar, Araoz ha dicho con posterioridad que perdió la confianza en Vizcarra y se rumorea que el fujimorismo podría llegar a un acuerdo con ella. Nada nuevo, el actual mandatario hizo lo mismo cuando Pedro Pablo Kuczynski vivía sus últimos días como gobernante.

Si el Congreso rechaza la reforma, se abre la posibilidad de que el presidente lo disuelva y convoque a nuevas elecciones por el tiempo que resta de su mandato. Ahí emergen dudas sobre la constitucionalidad: se supone que ese recurso se puede aplicar cuando dos legislaturas han rechazado un proyecto, en Perú lo llaman “cuestión de confianza”. Otros proponen que la forma de salir del embrollo es que renuncien Vizcarra y Araoz, en cuyo caso asumiría el presidente del Congreso.

Pero una cosa es lo que pasa en las alturas de la política en Lima y otra muy distinta es lo que se vive en provincias, porque hace rato que las lógicas regionales son disonantes con la capital. En estos días la lleva Arequipa, la zona más combativa del país. Allí surgió la rebelión de Túpac Amaru contra el dominio colonial y, más modernamente, se implantó Sendero Luminoso. Ayacucho, Puno, Cuzco, corazón del Incanato, tienen una lógica muy diferente a la Lima señorial, con resabios de una elite blanca y virreinal.

El conflicto en Arequipa hoy está instalado entre el proyecto minero de Tía María, que enfrenta a transnacionales extranjeras con comunidades y organizaciones de base. El lunes 4 se inició un paro regional indefinido, con bloqueos de caminos, barricadas e, incluso, un simulacro de fusilamiento en la plaza pública a un muñeco que representaba al presidente Vizcarra. El Gobierno ha dispuesto el desplazamiento de efectivos de las Fuerzas Armadas para controlar el puerto de Matarani por treinta días.

Pero la molestia no solo es de organizaciones de base. El propio gobernador, Elmer Cáceres, ha anunciado que promoverá la destitución del presidente si muere algún manifestante. En todo caso, el próximo día 15 son las fiestas regionales y, probablemente, ese día se suspenda la lucha de clases.

En los últimos tiempos, ante los embrollos limeños, pareciera que las autoridades locales detentan un mayor grado de autonomía. Hace poco el alcalde de Tacna amenazó al consulado chileno de privarlo de su sede, si no resolvía el tema de los centenares de inmigrantes venezolanos que alojan en las calles a la espera de una visa. Confiemos en que las respectivas cancillerías resuelvan esto.

No todo es política. La economía peruana ha tenido buenos rendimientos en los últimos años, pero la incertidumbre afecta, especialmente, a la inversión extranjera. Esto no es de un día para otro, pero el problema es que coincide con tiempos de guerra comercial entre chinos y estadounidenses, ambos buenos socios comerciales de Perú y la sombra de un enfriamiento económico amenaza. No son pocos los que comentan la diferencia entre un presidente que es duro con el Congreso, pero se le ve poco activo en resolver crisis como las de Tía María.

Que el Congreso es poco popular, no cabe duda. Ahora, de allí a una medida poco constitucional, hay bastante trecho. Más aún cuando en estos días asistimos a un repotenciamiento del orgullo peruano. Se expresa en los Juegos Panamericanos –puesta en duda incluso su propia realización–, que han dado paso a una excelente organización unida a un desempeño notable de los atletas peruanos. Se suma a los logros obtenidos en el pasado mundial y en la más reciente Copa América. La enseñanza es una sola: cuando se quiere, se pueden hacer las cosas bien.

Perú es nuestro vecino, visitado cada año por decenas de miles de turistas chilenos, así como decenas de inmigrantes peruanos viven en Chile en armonía. Nuestras economías forman parte de la Alianza del Pacífico, la cual, una vez abandonadas sus pretensiones ideológicas, ha dado paso a una estructura ágil y convocante para otras naciones. El futuro político del hermano país es hoy una interrogante, pero, si hay una certeza, es que seguiremos siendo vecinos y, como tales, debemos estar atentos a su desenvolvimiento.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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