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El intento desesperado del Gobierno de hacer borrón y cuenta nueva… y de subirse al carro de la victoria Opinión

El intento desesperado del Gobierno de hacer borrón y cuenta nueva… y de subirse al carro de la victoria

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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Falta por ver si, como ocurría antes de este estallido, los grupos extremos toman ventaja sobre el resto. Sin duda, José Antonio Kast se debe estar sobando las manos ante la posibilidad de recoger a esa gente de derecha que de seguro ya terminó de desencantarse con Piñera y su Gobierno. Pero la primera impresión es que el peso de la marea ciudadana es tan grande que, así como los carteles en las calles y mensajes en redes han destacado que “Chile despertó”, es probable que esta vez no vuelvan a comulgar con las mismas ruedas de carreta.


Hemos terminado una semana que quedará marcada en la historia de Chile. Un movimiento que partió con un grupo de estudiantes –por si no lo recuerda, del Instituto Nacional– promoviendo la evasión en el metro y que se fue transformando, en una semana, en la movilización más grande de la que tengamos memoria.

De seguro, las millones de personas que se juntaron en muchas plazas del país el viernes y que pintaron de colores la principal avenida que cruza Santiago, portaban carteles que aludían a sus demandas –múltiples, pero especialmente en salud, pensiones dignas, acceso a la educación–, sus rabias –la colusión, los abusos cotidianos–, las críticas a las instituciones, el sistema económico y la clase política, sus sueños y anhelos. Nadie se acordó de los $30 con que partió esto. Nadie extrañó a oradores, a las banderas de los partidos políticos. Ni siquiera al escenario con artistas.

Sin duda aquí había una potente energía acumulada. La impotencia de saber que unos pocos se coludieron –quien sabe por cuánto tiempo– para engañarnos mientras nos tapaban de publicidad que de seguro pagaron con lo que se ahorraron con nosotros.

La rabia de ver a un par de reputados empresarios entrando a la universidad para recibir clases de ética en vez de estar en la cárcel.

Los chilenos durante estos años soportamos pasivamente todo, sin cuestionarnos, como que muchas cosas fueran naturales.

La indignación de cuando se corta la luz en pleno invierno –al primer viento– y te compensan con $2.500.

¿Se acuerda cuando antes iba a un mall o supermercado a comprar y no pagaba estacionamiento? Rabia contra las boletas “ideológicamente falsas”, los raspados de la olla y, por supuesto, también los curas pedófilos y abusadores.

A las pocas horas de que el millón doscientas mil personas abandonaran tranquilamente la Alameda, el Presidente salió a alabar la marcha. La encontró alegre, pacífica. Señaló que todos hemos aprendido, escuchado y cambiado. Es el relato que forma parte de una estrategia que busca “dar vuelta la hoja” y dar por superada la crisis. Curioso. Es como si todo lo que ocurrió –ojo, que aún está en desarrollo– fuera una especie de pataleta de adolescente o la catarsis de un niño que necesitaba botar energía para después seguir como si nada.

Si esa es la lectura de La Moneda, estará cometiendo un nuevo error, tan torpe como el de hablar de guerra al inicio de la crisis.

Se equivoca el Gobierno si cree que actuando como si fuera parte de la movilización social –un giro en el relato bastante esquizofrénico–, declarando que “ya cambió” o con el nuevo gabinete, va a lograr contener esta energía. Aquí se necesita avanzar con medidas concretas y de manera rápida, de lo contrario, vendrá una segunda ola más potente y menos predecible. Un hecho claro es que el paquete de medidas anunciadas la semana pasada no logró parar las movilizaciones, por el contrario, las aumentó. Pero también se requieren señales, incluso personales. Si Piñera quisiera abandonar la estela que le dejó el no pago de contribuciones –que reforzó la molestia por la desigualdad– debería pensar en seguir la ruta de Trump –ambos millonarios– y donar su sueldo.

Se equivoca el Ejecutivo si piensa que lo más simple es desplegar un relato en que se pone del lado de los millones de manifestantes que se han expresado en estos largos diez días. La intendenta Karla Rubilar –la nota alta del Gobierno en esta crisis– incluso llegó a decir que vio en estos días a un “Chile que se expresó sin ninguna división”. Eso no es cierto, eso es una ceguera. Por algo la evaluación del Mandatario de desplomó a un 14%, la cifra más baja de un Presidente desde el retorno a la democracia hace casi 30 años, superando incluso en 4 puntos el récord que tuvo Bachelet en 2016.

Estamos frente a un país profundamente dividido por la desigualdad. Coincido en que tenemos una brecha cada más grande entre los ciudadanos y la clase política, pero de fondo estamos frente al cuestionamiento de un modelo político-económico y de una conducción que hasta antes de partir la crisis defendía la reintegración, la baja de impuestos a los más ricos, se oponía al proyecto de 40 horas, intentaba proteger la base actual del sistema de AFP e Isapres. Recordemos que Manuel José Ossandón y Mario Desbordes –las notas altas en la derecha en estos días– hace solo un par de semanas fueron duramente criticados en su sector por no estar de acuerdo con la Reforma Tributaria.

Se equivoca La Moneda si no entiende que de esta profunda crisis no se sale sin aprender y asumir la responsabilidad de los tremendos errores cometidos en estos diez días, errores que han dejado en evidencia la esencia del Gobierno, pero especialmente del Mandatario.

Un Sebastián Piñera que pareció en un comienzo más preocupado de proteger su capital personal y su proyección futura que de asumir la profundidad del fenómeno social que estalló en nuestro país. Cambios de tono constantes, pésimo diagnóstico, torpezas –como asistir a un cumpleaños en un momento crítico– y, para rematar, la filtración del audio de Cecilia Morel que dejó en evidencia la torpe estrategia inicial de La Moneda de reforzar el miedo, pero, especialmente, desnudó el fondo del conflicto con la frase “vamos a tener que compartir los privilegios”.

Creo que el giro del sábado en la mañana del Gobierno –una semana después de estallar la crisis– va en la línea correcta. Piñera se abrió a escuchar a todos los sectores, de hecho, la reunión con representantes de distintos grupos de la civilidad fue un paso importante. También el anuncio de un cambio profundo de gabinete. Sin embargo, la prueba de fuego será cuando deba tomar decisiones que pueden afectar el corazón de la derecha y del mundo empresarial, lo que va a significar un desagarro en el sector. Y, claro, sería una paradoja que finalmente sea Piñera, un empresario millonario, quien dé el primer paso para enfrentar la desigualdad, ese eslogan que tanto criticaron de Bachelet. Si ese fuera su legado, sería algo inesperado, pero histórico.

Y por supuesto que esta no es una tarea solo del Gobierno. El golpe ha sido duro para todos. La oposición todavía no ha estado a la altura y también cometería un error si se convence de que los millones de personas que se han expresado están con ellos. El empresariado no logra salir del shock, salvo un Andrónico Luksic que ha estado un paso adelante del resto (dijo que tenían que ayudar a “pagar la cuenta”). Otras instituciones –como la Iglesia católica, que en otra época pudo haber mediado o conducido una salida– están más preocupadas de lidiar con sus propias crisis.

Lo que falta por ver es si, como ocurría antes de este estallido, los grupos extremos toman ventaja sobre el resto. Sin duda, José Antonio Kast se debe estar sobando las manos ante la posibilidad de recoger a esa gente de derecha que de seguro ya terminó de desencantarse con Piñera y su Gobierno. Pero la primera impresión es que el peso de la marea ciudadana es tan grande que, así como los carteles en las calles y mensajes en redes han destacado que “Chile despertó”, es probable que esta vez no vuelvan a comulgar con las mismas ruedas de carreta.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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