La notoria ausencia del Presidente de la República nos muestra que los liderazgos ya no se pueden construir artificialmente, solo con la operatoria de los poderes económicos. En cada conferencia de prensa que hace el Mandatario, cae su ya mínima aprobación. Es que Piñera se ha transformado en el problema y eso es gracias, principalmente, a sí mismo. Ya nadie cree que pueda gestar una solución.
Más de cincuentas días ya desde el estallido del 18 de octubre y los avances son a velocidad de tortuga, mientras la política en general opera como si no pasara nada en las calles. El Gobierno y sus aliados defienden el modelo a ultranza, tanto así que el nivel de crítica a cada anuncio del Presidente Sebastián Piñera es, por no decir nada, nada. Pero la ciudadanía dice otra cosa, la agenda gubernamental no tiene nada que ver con la profundidad de las demandas ciudadanas.
Cambios éticos y no cosméticos es lo que se grita en cada movilización, una nueva Constitución y no con cualquier mecanismo, sino con una asamblea 100% elegida por las personas, paritaria, con escaños para los pueblos originarios, de independientes que puedan representar más genuinamente la voz de la ciudadanía, dada la desconfianza que impera en los actores políticos. Existe en la derecha dura una resistencia a la constituyente por miedo a perder el poder, pero sin darse cuenta de que ya lo perdieron.
Dando palos de ciegos, se muestra en los matinales a figuras de la actual dirigencia política, tratando de mantener alguna vigencia en los medios de comunicación, sobre todo en la televisión, aunque este sea el medio peor evaluado por la gente durante esta crisis social.
[cita tipo=»destaque»]Todo esto en un contexto en que la discusión política versa entre quienes opinan que el Presidente tiene que terminar su mandato –autodenominándose “demócratas”– y los que comienzan a cuestionarse los dos años que habría que esperar para una verdadera solución. Algunos lo confiesan en voz baja y con timidez, mientras que la calle, el grueso de la ciudadanía, ya sentenció que Piñera no puede seguir gobernando y que se debería adelantar el mecanismo institucional de reemplazo.[/cita]
La notoria ausencia del Presidente de la República nos muestra que los liderazgos ya no se pueden construir artificialmente, solo con la operatoria de los poderes económicos. En cada conferencia de prensa que hace el Mandatario, cae su ya mínima aprobación. Es que Piñera se ha transformado en el problema y eso es gracias, principalmente, a sí mismo. Ya nadie cree que pueda gestar una solución.
Todo esto en un contexto en que la discusión política versa entre quienes opinan que el Presidente tiene que terminar su mandato –autodenominándose “demócratas”– y los que comienzan a cuestionarse los dos años que habría que esperar para una verdadera solución. Algunos lo confiesan en voz baja y con timidez, mientras que la calle, el grueso de la ciudadanía, ya sentenció que Piñera no puede seguir gobernando y que se debería adelantar el mecanismo institucional de reemplazo.
Defender la democracia representativa no tiene ningún sentido si no le incorporamos profundos grados de participación directa de los ciudadanos, no limitándola a los procesos electorales generales.
Lo ejemplar que ha tenido esta crisis político-social es hacer posible lo que hace dos meses parecía una utopía: plebiscitos. El primero ad portas, municipal, un logro absoluto de los alcaldes y las alcaldesas, quienes se mostraron sintonizados con las demandas. El segundo, vía ley, para el 26 de abril, gracias exclusivamente a la presión social.
La insistencia del Gobierno de criminalizar todo, es una manera de desacreditarlo y ese es otro error, pues hasta los afectados por los saqueos y otros delitos hacen la distinción entre las justas demandas y el vandalismo, dos cosas que no se deben juntar.
A eso le agrego las violaciones a los DDHH contra los manifestantes, con la absoluta ineficacia de las fuerzas de orden en la lucha contra los delincuentes. Las pérdidas de vida, las torturas, la violencia sexual –algo que pensábamos había quedado en un triste y oscuro recuerdo de la dictadura– son una evidencia de la única forma que la derecha y el Gobierno tienen para responder al clamor popular. La represión y violencia es su receta.
Estamos viviendo el rotundo fracaso de un modelo abusivo impuesto por la derecha y mantenido por todos. De nosotros depende la construcción de un modelo de desarrollo centrado en la persona y no en el capital, en donde la grosera concentración económica y de privilegios termine siendo solo un mal recuerdo.