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La bandera roja ya se izó en Irán, esperemos que no traiga vientos de guerra Opinión

La bandera roja ya se izó en Irán, esperemos que no traiga vientos de guerra

Mladen Yopo
Por : Mladen Yopo Investigador de Política Global en Universidad SEK
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Tras el asesinato de Soleimani y la respuesta misilística, un enfrentamiento directo con la primera potencia militar sería un desastre para Irán, pero posteriormente también para Estados Unidos y el mundo. En todo caso, las características geoestratégicas de la región y el desarrollo de capacidades de enfrentamiento asimétrico le permiten a Teherán tener alternativas sobre la mesa, pese a los efectos de las sanciones norteamericanas o el movimiento de los aliados de EE.UU., como Reino Unido, que mandó buques de guerra a las costas iraníes para la protección de buques de cargas.


Se izó la bandera roja sobre la mezquita Jamkaran en Qom (la ciudad sagrada de los chiitas), simbolizando con ello en la tradición chiita tanto la sangre derramada injusta como el llamamiento para vengar a la persona asesinada, en este caso el simbólico y apreciado comandante militar iraní Qasem Soleimani a través de un ataque con drones estadounidenses cuando se encontraba en Irak, en una celada reunión para bajar las tensiones con EE.UU.

Soleimani no era un hombre más. Forjó su imagen de hombre aguerrido en la cruenta guerra entre Irán e Irak en los ochenta, comandando una división del ejército iraní con incursiones en territorio enemigo. Soleimani, líder de la fuerzas Quds de la Guardia Revolucionaria, como hombre de absoluta confianza del Ayatolá Jamenei (principal figura religiosa-política) se reportaba directamente a él. Se le consideraba un estratega de terreno, no solo responsable de las acciones militares iraníes encubiertas sino también como un constructor de redes (capacidades nacionales) con una comunidad amplia en el Medio Oriente, como la milicia libanesa Hezbolá (hoy con gran influencia en el parlamento) o grupos palestinos como Hamas y la Yihad Islámica, grupos chiitas que controlan la seguridad y estabilidad en Irak, el régimen sirio o fuerzas rebeldes de Yémen. A este general se le atribuye, además, el haber definido la estrategia que ayudó a Bashar al Asad a cambiar el curso de la guerra en Siria y una pieza clave en la derrota del Estado Islámico (BBC Mundo, 03/01/2020).

Por lo mismo, el Ayatolá Jamenei sentenció que “los criminales que han manchado sus manos con la sangre del general Soleimani y de otros mártires en el ataque del jueves (02/01/2020) por la noche deben esperar una dura venganza”. Y ella no se dejó aguantar, al disparar Irán (08/01/2020) «más de una docena» de misiles balísticos contra las bases Ain al Asad y Erbil en Irak, usadas por tropas de Estados Unidos y de la coalición en Irak. Ahí hay más de 5 mil soldados estadounidenses y, tras la escalada, el Pentágono anunció que enviará 3.500 militares a la región para reforzar las posiciones estadounidenses.

Teherán optó por responder de forma directa, con una salva que demuestra la capacidad de su programa misilístico de golpear con precisión objetivos a más de 300 kilómetros de distancia de sus fronteras (sin ser misiles inteligentes) demostrando decisión, pero como lo expresó el ministro de Exteriores iraní, Mohammed Javad Zarif, “Irán tomó y concluyó medidas proporcionales en defensa propia al amparo del artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas, atacando la base desde la que se lanzó el ataque cobarde contra nuestros ciudadanos y altos oficiales. No buscamos una escalada o la guerra, pero nos defenderemos de cualquier agresión”. El primer ministro de Irak, Adel Abdul Mahdi, fue avisado por Irán de que un ataque «había comenzado o estaba a punto de hacerlo» en su territorio (El País, 08/01/2020). Irak condenó el ataque y expresó preocupación por el hecho de que su país se transformara en campo de batalla.

Un prolongado conflicto

Estados Unidos e Irán tienen un largo camino de desencuentros y conflictos. Hasta los cincuenta del siglo pasado, Estados Unidos era visto como una nación amiga y no imperialista. No tenían mucha presencia en una región de influencia británica y menor medida soviética (Irán había perdido territorios en la guerra ruso-persa). Los intereses británicos eran los campos petroleros que tenía desde 1908 y de los que solo devolvía un 16% de las ganancia al país. El primer ministro electo democráticamente, Mohamed Mossadeq, en esa monarquía parlamentaria con la revolución de 1906, nacionalizó la industria petrolera con un posterior intento de derrocamiento urdido por Londres. La confabulación fue descubierta y los británicos fueron expulsados, ante lo cual pidieron ayuda a Estados Unido. La recién estrenada CIA, bajo el gobierno de Dwight Eisenhower, fue la encargada de derribar al Primer Ministro (operación Ajax), lo que le permitió al Sha Mohamed Reza Pahlevi tener mayor control político y convertirse en un aliado sumiso de Washington por 26 años (Eisenhower, Nixon y Carter visitaron Irán).

Además del petróleo (se desnacionalizó, creándose un consorcio internacional), Eisenhower tuvo en vista otros dos factores para dicha intervención: la posibilidad de mayor influencia como potencia ascendente y la contención de la Unión Soviética. Sin embargo, esto junto al apoyo que recibió la SAVAK (policía secreta del monarca) de la CIA y el Mossad en sus manuales de tortura, lo anclaron (relacionaron) a la supresión de libertades (y tortura).

El líder islámico Ruhollah Jomeini retorna desde el exilio después de 15 años (1979) y acusa al Sha de haberse vendido a EE.UU. (el “Gran Satán” le decía). La desconfianza en Estados Unidos a la independencia de este y de la Unión Soviética, fueron elementos esenciales para incentivar las protestas populares, la Revolución y la creación de la República Islámica. El Sha se va al exilio y se produce la “crisis de los rehenes”, cuando diplomáticos y ciudadanos de EE.UU. fueron rehenes por 444 días (en enero de 1981 se liberan los últimos). Ahí se produce la ruptura de relaciones que aún perdura y un largo historial de sanciones (prohibición de compra de petróleo iraní, suspensión de intercambio comercial, prohibición de viajes, etc.).

Otro hecho relevante fue la guerra entre Irak e Irán (1980-1988) por la soberanía de unas pequeñas islas en el Golfo Pérsico y de una franja de 200 km2 en el sudoeste iraní. En 1971, el contencioso se había agravado al ocu­par el ejército del Sha, muy superior al de Sadam, dos de aquellas islas. Cuatro años después, los dos gobiernos firmaron un acuerdo que ponía fin al conflic­to. Sin embargo, en  septiembre de 1980, Irak denuncia el tratado aprovechando a un régimen en consolidación en Irán y estalló la guerra.

EE.UU. principalmente, más Francia y Arabia Saudita, ayudaron a Irak (diplomacia y armas), lo que facilitó que Saddam Hussein usara armas químicas contra iraníes y kurdos. Se estima que el costo de Irán fue de 1 millón entre muertos y heridos y que continuaron sufriendo después los efectos de armas químicas. Las bajas iraquíes se estiman entre 250 mil y 500 mil entre muertos y heridos. La guinda de la torta de esta guerra fue el derribo, en julio de 1988, del vuelo 655 de Iran Air, un Airbus A300, al sur de la isla de Qeshm, por el crucero lanzamisiles estadounidense USS Vincennes, matando a sus 290 ocupantes. Años después, el capitán reconoció que estaba en aguas iraníes y EE.UU. pagó una indemnización a las familias, no así el avión.

Declarado por Ronald Reagan como un “estado patrocinador del terrorismo”, Washington volvió a imponer sanciones a Irán, las que siguieron en los sucesivos gobiernos estadounidenses. El efecto, como lo informó el Fondo Monetario Internacional, fue de una contracción de la economía que en el 2017, por ejemplo, llegó a un 3.9%. El único período de pausa fue durante el acuerdo para limitar el programa nuclear iraní alcanzado por Irán y las seis potencias internacionales (China, EE.UU., Francia, Inglaterra, Rusia y Alemania) a cambio de levantar las sanciones internacionales y multilaterales. Es bueno recordar que fue el Presidente Eisenhower quien promovió en 1957, con su política “Átomos Para la Paz”, el acceso a tecnología nuclear a Irán, Israel, India y Pakistán para alejarlos de de la URSS.

Este acuerdo le implicó a Teherán acceder a unos US$ 100 mil millones congelados en el extranjero, volver a vender petróleo en el mercado internacional y utilizar el sistema financiero internacional. Sin embargo, con la llegada de Donald Trump, Washington se retira del acuerdo (mayo del 2018) y vuelve a imponer sanciones aduciendo el no cumplimiento de Irán y que es insuficiente porque le ha dado oxígeno económico y no abordó su apoyo a grupos terrorista o al desarrollo de su programa misilístico y que pueden afectar la libertad de navegación (por ejemplo, en septiembre de 2019 Irán lanzó con éxito un misil de alcance medio, o su armada acaba de probar un misil tierra-aire antirradar en el estrecho de Ormuz). Esta postura antiacuerdo (ante este emblemático legado del gobierno de Obama) es apoyada por Israel y Arabia Saudita

Geopolítica regional

El tema, al final, es la competencia geopolítica regional magnificada por actores como Israel y Arabia Saudita, y por la influencia histórica de potencias coloniales o imperiales en el área. Desde la llegada de la Revolución Islámica, Irán pretende erigirse como un centro de influencia regional. Además de la ruptura con EE.UU., la política exterior de Irán abraza la causa palestina y le da un talante islámico. Esto pone, a la vez, a Israel como “un país infiel y hostil”, más aún si es aliado del “Gran Satán” y se plantean la liberación de Jerusalén.

Irán también ha apoyado directamente a la agrupación chiita libanesa Hezbolá (Partido de Dios), particularmente tras la operación “Paz de Galilea” de las Fuerzas de Defensa Israelíes. En Irak post-Saddam, Teherán tiene fuerte influencia económica, militar y religiosa (a pesar de las diferencias de Wilayat Al Faqih, no compatible con la escuela iraquí). En Siria se ha transformado en garante de la continuidad del régimen de Assad. La influencia iraní también está en Gaza (Hamas y Yihad Islámica) e incluso su influencia llega a Yemen, donde se enfrenta a Arabia Saudita.

En el marco de esta disputa histórica, y como dice Bryan Acuña en Infobae, “además del dominio político y económico, Irán busca flanquear a sus diferentes enemigos e imponer su agenda… Más allá de un enfrentamiento de cosmovisiones religiosas contra los sunitas en general, se trata de una expansión de carácter político ideológico para lograr un lugar de privilegio entre el mundo islámico, estandarizando los objetivos políticos regionales contra otros grupos que consideran un peligroso germen que se ha establecido en el corazón del Islam y debe ser arrancado de allí”.

Tras el asesinato de Soleimani y la respuesta misilística, un enfrentamiento directo con la primera potencia militar sería un desastre para Irán, pero posteriormente también para Estados Unidos y el mundo. En todo caso, las características geoestratégicas de la región y el desarrollo de capacidades de enfrentamiento asimétrico le permiten a Teherán tener alternativas sobre la mesa, pese a los efectos de las sanciones norteamericanas o el movimiento de los aliados de EE.UU., como Reino Unido, que mandó buques de guerra a las costas de Irán para la protección de buques de cargas.

Las Fuerzas Armadas de Irán cuentan con 530 milefectivos. Son las más numerosas de la región, pero su gasto militar esta muy por debajo del de Arabia Saudí, Israel y a años luz del gasto estadounidense. Como dice un artículo de El País del 08/01/2020, una de las capacidades asimétricas que Irán cultiva para compensar su inferioridad convencional es la red de milicias principalmente chiíes que la fuerza Al Quds ha promovido en Oriente Próximo. Entre ellas, destacan Hezbolá en El Líbano, las Fuerzas de Movilización Popular iraquíes, los paramilitares prorrégimen sirio y los huthi en Yemen. Aunque estos grupos enfrentan importantes retos locales, son conscientes de que deben cerrar filas ante el ímpetu de Estados Unidos, para garantizar su supervivencia en este mundo globalizado.

Para compensar su inferioridad en materia financiera, Irán ha desarrollado –como se expresó– un notable programa de misiles. Pese a las sanciones, Teherán ha logrado desarrollar durante las últimas tres décadas su propia tecnología militar, consiguiendo impulso propio de la transferencia tecnológica china durante la guerra contra Irak. Se estima que dispone de al menos un centenar de misiles antibuque de diferentes tipos desplegados en el estrecho de Ormuz y el golfo Pérsico. Uno de estos misiles de clase C-801, lanzado por Hezbolá durante la guerra de Líbano de 2006, alcanzó una corbeta israelí y dejó cuatro bajas. Muchos objetivos estratégicos en el golfo Pérsico e incluso Israel están al alcance de los misiles iraníes. Estados Unidos entregó en mayo del año pasado el sistema antimisiles Patriot a los países del golfo Pérsico, pero estos han fallado a ataques de misiles híbridos y drones, por ejemplo, en las refinerías de Aramco en Arabia Saudí en septiembre del año pasado.

Irán también ha desarrollado la tecnología de los aviones no tripulados y en 2016 tuvo la oportunidad de probarlos en el campo de batalla contra el Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés), incluso usó sus bases en Siria para incursiones en el espacio aéreo israelí con el fin de evaluar las capacidades de sus productos. A finales de los ochenta, la Marina iraní pasó de funcionar como un cuerpo híbrido preparado para enfrentamientos asimétricos. La Marina iraní cuenta con casi 20 mil efectivos, numerosas lanchas lanzacohetes de producción nacional, dispone de una veintena de fragatas de producción china y medio centenar de lanchas militares de tecnología sueca. A ello se suman tres submarinos rusos clase Kilo, cuya capacidad de operar en aguas poco profundas del golfo Pérsico constituye una amenaza importante. La Guardia Revolucionaria también dispone de capacidades navales.

Para el nuevo tablero regional no todas las cartas son de disuasión militar, ya que Irán se enfrenta a una guerra económica que acosa cada vez más a los sectores vulnerables, la principal base social de la República Islámica. Aunque la conmoción provocada por el asesinato de Soleimani distraiga a la opinión pública de la crisis interna, su efecto sedante no durará mucho y las autoridades iraníes, conscientes de las estrecheces económicas, ven limitado su margen de maniobra. Si bien el conflicto con EE.UU. es un gran adhesivo nacional, no olvidemos que desde el 2018 se registran grandes protestas por factores diversos, como cesantía, retrasos de los ingresos por venta de petróleo, mala distribución de recursos, quiebras de sistema financiero paralelo, precios, corrupción, etc.

Trump, por su lado y ya criticado por voces demócratas, en el contexto electoral de noviembre y con cerca de un 44% de apoyo, no puede poner en juego vidas estadounidenses o desatar un conflicto de magnitud impredecible. Aunque es difícil saber lo que piensa, parece que vuelve al camino diplomático. Afirmó que los misiles iraníes no dejaron estadounidenses muertos y que impondrá más sanciones a Teherán. También les pidió a las potencias mundiales (como Reino Unido, Francia y Rusia) que rompan el acuerdo nuclear de 2015 con Irán para renegociar un nuevo pacto, «debemos trabajar todos juntos hacia un acuerdo con Irán que haga el mundo un lugar más seguro y pacífico”, cosa que Rusia y China no están dispuestos a aceptar su fin por la seguridad internacional y porque ahí se juega parte esencial de la configuración del futuro escenario internacional.

La bandera roja ya se izó, veremos si cambia de color.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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