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La irrupción de los independientes: ¿el fin de los partidos de la postransición? Opinión

La irrupción de los independientes: ¿el fin de los partidos de la postransición?

Marco Moreno Pérez
Por : Marco Moreno Pérez Decano Facultad de Ciencia Política y Administración Pública, Universidad Central de Chile.
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Debemos leer la apuesta de James Hamilton y su Partido por la Dignidad como un intento claro de disputar los espacios de representación, que busca quitarles a los partidos tradicionales el monopolio real de la representación, uno que se empieza a romper tanto por la emergencia de colectividades nuevas, como por candidatos apartidistas en tiempos de crisis de credibilidad de los partidos tradicionales, de los políticos y de la propia democracia. Aún es muy pronto para aventurar si estamos frente a un funeral o a un bautizo, ante un nuevo ciclo o una inflexión. Pero debemos ser claros, lo que se instala aquí es la idea, no del fin de la democracia, sino de su instrumentación por partidos y organizaciones que muchas veces no comparten su valor esencial.


Como sabemos, los resultados de la reciente entrega de la encuesta del Centro de Estudios Públicos (CEP) no solo trajo malas noticias para el Gobierno. Los datos parecen confirmar también que se rompió, irremediablemente, la relación entre política y ciudadanía. Estaríamos entrando en un periodo de interregno político.

En sus Cuadernos de la Cárcel, Gramsci desarrolló sus reflexiones en torno a la realidad y el concepto de las crisis y la describió como ese interregno en el que lo viejo agoniza y lo nuevo no puede, todavía, nacer, y agregaba que, en tal circunstancia, aparece una gran variedad de síntomas mórbidos, una serie de enfermedades sociales. Debemos preguntamos si una de estas corresponde al fin de la cartografía del sistema tradicional de partidos políticos.

El 2% de confianza en los partidos que informa el CEP y la serie de otros estudios de opinión y trabajos de más larga data, confirman que los principales agentes de nuestra democracia muestran síntomas inequívocos de agotamiento. Los datos evidencian de manera consistente la galopante crisis de representación y la creciente falta de conexión de los partidos con su electorado tradicional.

[cita tipo=»destaque»]Es en este contexto que puede tener lugar el surgimiento de alternativas electorales partidistas o no partidistas, que impugnan la idea predominante de la forma de hacer política, que se expresa en la crisis de legitimidad de las instituciones políticas tradicionales y en la creciente desconfianza hacia los partidos. No es la democracia la que se busca hacer desaparecer, sino las viejas prácticas de hacer política, las que comienzan a verse abandonadas o sustituidas por nuevas formas de organización social, por partidos u organizaciones. Estos buscan competir dentro de reglas del juego electoral vigente, sometiéndose a sus postulados, o por ciudadanos sin partido que buscan utilizar las fórmulas de candidaturas independientes que permite, aunque con restricciones, la legislación vigente con sus modificaciones aún en discusión.[/cita]

Estamos frente a una crisis del sistema tradicional de partidos. El descrédito, perdida de relevancia y la fragmentación dan cuenta de su profundidad. Partió hace años con el distanciamiento de los partidos de la sociedad civil y sus instituciones sociales. También, debido a que cada vez más se encuentran más atrapados en el mundo del Gobierno y el Estado y, de este modo, el control de los partidos se ejercerá desde el Gobierno, debilitando la función de identificación y representación de los intereses y demandas sociales que tradicionalmente intermediaron.

Los partidos se gubernamentalizaron: dejaron de representar intereses y se dedican solo a gobernar. El rol que tenían históricamente ha basculado hacia procesos funcionales a las necesidades del partido en el Gobierno y en el Congreso. Cuestión aparte son las prácticas clientelares y de captura de las maquinarias partidistas por parte de las oligarquías, que les permite el monopolio de las candidaturas y, por tanto, de la representación y el acceso al poder público. Aquí radica la llave maestra de nuestra actual partidocracia.

Sin embargo, en contextos como el actual, de impugnación y desprestigio de la clase política y los partidos, parece estar comenzando abrirse una ventana de oportunidades para partidos y movimientos independientes, así como también antisistémicos y apartidistas.

El 64 % de apoyo a la democracia, según la CEP, muestra que lo que se está cuestionando no está en la democracia (legitimidad concreta), sino en la experiencia de esta en términos de resultados para resolver los problemas sociales (legitimidad difusa). Los ciudadanos no buscan renunciar a elegir a sus representantes, sino que ahora parecen estar más dispuestos a apoyar candidatos o partidos que ofrecen opciones distintas a las tradicionales para enfrentar los problemas públicos.

Es en este contexto que puede tener lugar el surgimiento de alternativas electorales partidistas o no partidistas, que impugnan la idea predominante de la forma de hacer política, que se expresa en la crisis de legitimidad de las instituciones políticas tradicionales y en la creciente desconfianza hacia los partidos. No es la democracia la que se busca hacer desaparecer, sino las viejas prácticas de hacer política, las que comienzan a verse abandonadas o sustituidas por nuevas formas de organización social, por partidos u organizaciones. Estos buscan competir dentro de reglas del juego electoral vigente, sometiéndose a sus postulados, o por ciudadanos sin partido que buscan utilizar las fórmulas de candidaturas independientes que permite, aunque con restricciones, la legislación vigente con sus modificaciones aún en discusión.

Debemos leer la apuesta de James Hamilton y su Partido por la Dignidad como un intento claro de disputar los espacios de representación, que busca quitarles a los partidos tradicionales el monopolio real de la representación, un monopolio que se empieza a romper tanto por la emergencia de colectividades nuevas, como por candidatos apartidistas en tiempos de crisis de credibilidad de los partidos tradicionales, los políticos y la propia democracia.

Aún es muy pronto para aventurar si estamos frente a un funeral o a un bautizo, ante un nuevo ciclo o una inflexión de lo actual. Lo que comenzamos a observar es que el Partido de la Dignidad y otros que surjan, son expresiones del fin o de la trasformación de la actual cartografía del sistema de partidos de la postransición.

Debemos ser claros, lo que se instala es la idea, no del fin de la democracia, sino de su instrumentación por partidos y organizaciones que muchas veces no comparten su valor esencial.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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