Publicidad
COVID-19: solidaridad y cooperación Opinión

COVID-19: solidaridad y cooperación

Pierre Lebret
Por : Pierre Lebret Cientista político, experto en asuntos latinoamericanos, magister en cooperación y relaciones internacionales (Paris III), ex funcionario de la Agencia Chilena de Cooperación Internacional para el Desarrollo y ex consultor de la Cepal. Actualmente trabaja en una ONG para asuntos humanitarios.
Ver Más

Una crisis es una época fantástica para escribir otra historia. Un momento para que las elites de nuestras sociedades entiendan de una vez que el mercado no ha contribuido a que las grandes mayorías de nuestros pueblos vean sus derechos sociales garantizados. Lo que sería verdaderamente triste es que de esta megacrisis no salga una nueva vía. Como lo expresó el sociólogo Bruno Latour: “Si todo se detiene, todo puede ser cuestionado, lo último que debería hacerse es hacer lo mismo que hacíamos antes”.


En su cuenta Twitter, el eterno optimista y filósofo Francés Edgar Morin escribía hace unos días que la humanidad no puede escapar a la incertidumbre, y que esta etapa, donde la interdependencia queda aun más en evidencia, es una oportunidad para regenerar la noción de humanismo. En unas pocas semanas, más de tres mil millones de personas se han plegado al deber de confinamiento para evitar una catástrofe mayor. Estamos viviendo un momento histórico y trágico a la vez. Estamos en comunión para enfrentar un virus.

En épocas de crisis –catástrofes naturales, conflictos armados, epidemias– el ser humano ha demostrado tener espíritu solidario, de volver a instalar valores que el capitalismo no ha sabido resguardar, como la solidaridad, el compartir, el diálogo con sentido humanista, una cierta ilusión de relacionarse de manera distinta.

Sin embargo, cuando vuelve la normalidad, en muchos casos esa ilusión humana, radicada en la tragedia instalada en una plataforma de valores humanistas que pensamos podrían ser duraderos y permanentes, caduca. Al minuto de la vuelta a la normalidad, lenta e insensiblemente, todos empiezan volver a vivir esa vida de antes, sin capacidad para prolongar esas conductas que nos hicieron tanto sentido en los tiempos difíciles.

Cabe preguntarnos, entonces, en cuanto esta histórica emergencia sanitaria termine, ¿el sistema social que estimula que seamos de una manera determinada volverá en plenitud a reinar? ¿Volverán los actores del gran capital desesperadamente a recuperar lo que ellos consideren que han perdido en este periodo? ¿Los más vulnerables serán aun más desprotegidos? ¿O seremos lo suficientemente fuertes y organizados para instalar un nuevo paradigma?

Desde América Latina y el Caribe es necesario ponerse a pensar, concertar desde los distintos espacios de la cooperación internacional, e intentar establecer de qué manera las capacidades de esta se pueden poner al servicio de las sociedades del continente. Sentarse sin un plan predeterminado y pensar en conjunto. Algo que no ocurre hace varios meses, por no decir años. Mas allá de las cumbres, se debe pensar en ejecutar un plan común de acción.

Enfrentamos “una pandemia en tiempos de la revolución científica y tecnológica, pero nos ha cogido desprovistos de ideas de organización y de coordinación planetaria”; el tiempo corre inexorable para nuestra región, necesitamos urgentemente ideas, necesitamos organización. Quienes se refugien en lo meramente económico, están tomando un camino arriesgado.

Lo que hoy observamos como una situación complicada en el Cono Sur, puede tender a agravarse más –según los expertos– con el periodo de invierno que se aproxima. Uno de los temas que debería plantearse la cooperación, es cómo en la medida en que en el hemisferio norte se empiezan a liberar recursos, medios, capacidades humanas y científicas, se diseñen y articulen mecanismos innovadores para enfrentar esta crisis en el sur.

En algunos países europeos, se dejan ver los impactos que ha causado la austeridad en los servicios públicos de salud. Pero en Latinoamérica, las desigualdades contra las cuales muchos pueblos se han manifestado durante el año 2019 e inicios del presente, se ordenan en términos de debilidades y amenazas aún más evidentes y sombrías al momento de esta crisis sanitaria.

Haría un llamado a las agencias de cooperación internacional de América Latina y el Caribe, más allá de los gobiernos de turno, para movilizar recursos a favor de políticas públicas que permitan resguardar y fortalecer sectores estratégicos en la defensa de derechos básicos, como lo es la salud. Un llamado fuerte y claro a aunar fuerzas en defensa de la integridad y la vida de las mujeres y los hombres de América Latina.

La integración latinoamericana debe volver a fortalecerse desde la solidaridad y la no exclusión ideológica. Un ejemplo es Cuba. Varios países caribeños y europeos están celebrando la llegada de numerosos equipos médicos para dar apoyo en los hospitales más necesitados. Otro ejemplo fueron las propuestas que el Presidente de Argentina Alberto Fernández ha expresado en el marco de la ultima reunión del G20, una de las cuales ha sido la creación del Fondo Mundial de Emergencia. Desde la región podemos defender y favorecer ese tipo de acciones. Una propuesta de integración –mediante la cooperación– en el marco de esta situación de emergencia resulta ser no solo esperable, sino un imperativo.

Es una crisis y, por ende, consiste en una época fantástica para escribir otra historia. Un momento para que las elites de nuestras sociedades entiendan de una vez que el mercado no ha contribuido a que las grandes mayorías de nuestros pueblos vean sus derechos sociales garantizados. Lo que sería verdaderamente triste es que de esta megacrisis no salga una nueva vía. Como lo expresó el sociólogo Bruno Latour: “Si todo se detiene, todo puede ser cuestionado, lo último que debería hacerse es hacer lo mismo que hacíamos antes”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias