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El complejo escenario político del 2020 Opinión

El complejo escenario político del 2020

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Héctor Vera Vera
Por : Héctor Vera Vera Periodista. Dr en Comunicación Social Director Escuela de Periodismo, Universidad de Santiago de Chile.
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Estamos pasando de la pulsión por no contagiarse a la pulsión de no morir de hambre con la clausura o el deterioro económico. Al menos durante los seis meses siguientes, tendremos en Chile la presión de los empresarios por retomar plenamente las actividades, de los trabajadores y de los comerciantes formales e informales por mantener sus ingresos, de los pobres por sobrevivir, de los alcaldes por cuidar a la población, de los políticos por ser aceptados, del Gobierno por mantener el control social e impedir un nuevo estallido social. Esto lleva a la pulsión de la reactivación económica del país cada vez con menos consideraciones sobre la salud.


La actual situación mundial y nacional sigue dominada por la brutal incertidumbre asociada al virus, sin saber precisar lo que se prepara y vendrá en el plano político y económico en los próximos meses en Chile.

Es temerario levantar un escenario probable sin pretender equivocarse demasiado. He querido escribir esta columna motivado por lo que puedo aportar al debate ciudadano, como una persona que ha vivido 76 años, participado del proyecto de la Unidad Popular, pasado por la cárcel, vivido el exilio en Bélgica durante 17 años, con una larga vida universitaria, pasando por la contradictoria experiencia de los gobiernos de la Concertación, soportando los casi dos gobiernos de Piñera y ser testigo del estallido social del 18 de octubre de 2019.

Esta tarea de despejar y diseñar el futuro es difícil de hacer adecuadamente, cuando tenemos en Chile un Gobierno poco transparente, dotado de muchos poderes sin contrapeso, con dudosa empatía social, cuestionado por el estallido social y con un sistema medial dominado por un puñado de medios adictos o dependientes de los grandes capitales.

[cita tipo=»destaque»]Esta situación es asimilable a una verdadera “pulsión” social (Freud, Lacan) que nos hace girar incesante y obsesivamente en torno a la evolución del virus, lo que hace postergar nuestros deseos de cambio o de mayor justicia social. De este modo, el miedo al virus es una variable que, probablemente, estará presente en los próximos meses tanto en Chile como en el planeta, hasta que se formule, se comercialice y se democratice la vacuna que lo detenga. Mientras tanto, los gobiernos de todo el mundo, y de Piñera en particular, tienen la llave de oro para controlar y dosificar el miedo y la actividad económica y social, sin grandes dificultades. Basta que no cometan excesos de liberar demasiado los mercados sin medidas de resguardo y no propiciar encierros y controles prolongados o abusivos.[/cita]

Tener algunas ideas ordenadas sobre lo que nos espera vivir en Chile en los próximos meses, es una tarea compleja pero ineludible para cualquier habitante y para los ciudadanos en particular, cuando queremos tener algunas certezas o disminuir las incertidumbres sobre la vida social y política que tendremos.

Para tener este escenario probable de lo que vendrá en los próximos meses en Chile, buscaré identificar algunas principales condiciones o variables políticas, económicas y sociales, cruzar estos datos y evaluar su impacto de modo de hacer surgir el horizonte de lo posible, pero evitando los datos estadísticos que pueden hacer perder el foco central del problema en estudio.

El 25 de octubre será el primer plebiscito nacional chileno desde 1989, cuando se realizó un referendo que instaló la Constitución Política de la República de 1980, durante la dictadura de Augusto Pinochet. Este será el primero plebiscito –y hasta el momento único– celebrado durante los gobiernos democráticos post-Pinochet, y durante el siglo XXI. ¿Bajo qué condiciones sociales, económicas y políticas se realizará este referendo o plebiscito constitucional?

La incertidumbre sobre el presente y el futuro de Chile se alimenta principalmente de la propia evolución en la población de las enfermedades producidas por el COVID-19 y,en las estrategias sanitarias y sociales que el Gobierno adopta y que se concretan o visibilizan en las cifras de infectados, muertos y recuperados. En el caso de Chile, si creemos en la veracidad de la información, las cifras de muertos son relativamente bajas, mientras los indicadores de diagnóstico son numerosos y relativamente fiables. El sistema de salud en Chile es débil, con pocos recursos materiales y humanos y puede colapsar en poco tiempo más con un aumento sostenido de infectados, aunque no sean muy numerosos.

Sin embargo, es el propio miedo a contagiarnos, a sufrir la enfermedad y a morir, el motor que mueve al mundo político y social por encima de las propias aspiraciones y necesidades de una población que recientemente –entre octubre de 2019 y marzo– mostró toda su rebeldía y rabia contra la desigualdad, la corrupción y el abuso empresarial y estatal. Sabemos que hemos tenido un Estado, desde la dictadura, que ha trabajado más por el bien de los ricos y se ha preocupado poco de disminuir las enormes desigualdades sociales que caracterizan a Chile. Los contaminados comenzaron en Las Condes y Vitacura, pero lo que más mueren son de Puente Alto o Renca.

¿Habrá un rebrote de la protesta social en los próximos meses en Chile? ¿Podrá la derecha mantener el timón de la economía y de la política? Pienso que un Gobierno que se muestre moderado, ni tacaño ni imprudente, que convenza que está ocupado sinceramente de la salud de los chilenos y que entregue suficientes recursos sanitarios y económicos a la población más pobre, puede hacer mucho para contener o retardar el descontento social y desarmar la capacidad de propuesta de la oposición.

En las condiciones nacionales e internacionales actuales, con una economía en depresión y con una situación sanitaria no catastrófica en Chile, el Gobierno de Piñera no necesita de mucha capacidad de gestión para imponer su sello neocapitalista sin grandes dificultades y aun contando con las salidas de madre, incontenibles, del Presidente.

De mantenerse las cosas tal como están actualmente en Chile, con poca actividad política, con medios de comunicación favorables al Gobierno, con la tensión bien administrada entre defensa de la salud y defensa de la economía, el país puede llegar a un plebiscito en octubre sin grandes sobresaltos políticos aunque, ciertamente, no exento de tensión y de conflictos, dado que el peso del descontento no ha perdido densidad.

Esta situación es asimilable a una verdadera “pulsión” social (Freud, Lacan) que nos hace girar incesante y obsesivamente en torno a la evolución del virus, lo que hace postergar nuestros deseos de cambio o de mayor justicia social. De este modo, el miedo al virus es una variable que, probablemente, estará presente en los próximos meses tanto en Chile como en el planeta, hasta que se formule, se comercialice y se democratice la vacuna que lo detenga.

Mientras tanto, los gobiernos de todo el mundo, y de Piñera en particular, tienen la llave de oro para controlar y dosificar el miedo y la actividad económica y social, sin grandes dificultades. Basta que no cometan excesos de liberar demasiado los mercados sin medidas de resguardo y no propiciar encierros y controles prolongados o abusivos.

El capitalismo tiene hoy, más que nunca, la oportunidad de volver como “el eterno retorno” de Nietzsche al centro de su esencia: buscar las ganancias, confiar en el mercado y sostener una economía de competencia. Es posible que, en vez de fortalecer el Estado y la colaboración, se vuelvan a instalar los valores individualistas y consumistas por sobre el derecho de las personas a la salud o a la educación, reduciendo el rol humanitario del Estado. Trump habla de la reactivación económica en momentos en que hay 2.500 muertos diarios por coronavirus en su propio país y amenaza a los gobernadores que piden medidas de resguardo sanitario con dejarlos sin poder. Bolsonaro ha despedido a su ministro de Salud y anuncia reapertura del comercio. Claramente nunca le ha interesado la salud de los brasileños.

Mientras, siguen muriendo miles de personas en España, Italia, Francia, Alemania, Bélgica, Holanda, los gobiernos de Europa y de los Estados Unidos están preparando la “normalización progresiva”. Y es lo que está sucediendo en Chile ahora.

Los vuelos internacionales serán posiblemente autorizados a partir de los meses de agosto o de septiembre y, con ello, las tandas de las cuarentenas empezarán a ser más “estratégicas” y esporádicas . Cambiará totalmente el discurso inicial hegemónico de los gobiernos de la “ prioridad de la protección de la vida” por el de «protección de las condiciones para la vida”, lo que incluye que la economía funcione bien, como ya lo ha formulado en Chile el ministro Ignacio Briones.

Estamos pasando de la pulsión por no contagiarse a la pulsión de no morir de hambre con la clausura o el deterioro económico. Al menos durante los seis meses siguientes, tendremos en Chile la presión de los empresarios por retomar plenamente las actividades, de los trabajadores y de los comerciantes formales e informales por mantener sus ingresos, de los pobres por sobrevivir, de los alcaldes por cuidar a la población, de los políticos por ser aceptados, del Gobierno por mantener el control social e impedir un nuevo estallido social. Esto lleva a la pulsión de la reactivación económica del país cada vez con menos consideraciones sobre la salud.

El Gobierno de Piñera tiene los recursos para mantener algunos meses el sistema económico a media máquina y, simultáneamente, aplicar controles y restricciones a la población durante un buen tiempo, hasta que la protesta social se desvanezca o se aplaque.

Por ello, el Presidente acaba de anunciar la “apertura gradual”. El ministro de Hacienda dice asegurar a todos los chilenos la ayuda financiera necesaria, siempre escalonada, para salir de la crisis. Lo mismo señala el ministro de Salud con los respiradores mecánicos. Estas frases tranquilizadoras las puede decir un Estado como Chile, que tiene las espaldas económicas y financieras suficientes, generadas en los gobiernos anteriores, con poca deuda externa pública y privada, catalogado de bajo riesgo por el FMI y con capital sin tocar en las AFP. Aunque aún no lo sabemos, esto le ha permitido decir al ministro Briones que “saldremos mejor que nuestros vecinos de la crisis”.

El rostro actual de los ministros en televisión es frecuentemente sonriente y sus frases son mesuradas y solemnes. Aparecen los agentes de la derecha y del Gobierno como los mejores cuidadores de la salud pública, la misma que han tratado de demoler desde la dictadura de Pinochet hasta nuestros días.

Pueden así, el Gobierno y los partidos de la derecha, salir indemnes de las críticas de los alcaldes y de los parlamentarios de oposición. Nada les permitía, a este Gobierno y a sus partidos políticos, ser optimistas o populares antes del coronavirus. Hoy aparecen los subsecretarios, seremis, intendentes y gobernadores empoderados, seguros, con mucho aplomo comunicacional. Y no es para menos. Han logrado que los militares y las policías estén en las calles con toque de queda y ahora contando con la aceptación de la población.

Esto ha permitido a Piñera normalizar o justificar el toque de queda, comprar nuevo material para la represión: guanacos, zorrillos, dispositivos de ruido, mejoramiento del procesamiento de datos, antes que las compras de las mascarillas y de los respiradores artificiales, sin que haya ruido ni resistencia política o social.

El Gobierno de Piñera-Mañalich ha logrado administrar las salidas y las entradas en cuarentena de las comunas o parte de ellas sin dificultades políticas, judiciales y sociales. El coronavirus y el temor al contagio le han permitido al Gobierno dejar en suspenso o sin precisión las medidas que vendrán próximamente. Nos dicen, como en tiempos de Pinochet, cuando se le exigía claridad sobre el término de la dictadura: “Aquí hay metas y no plazos”. Mañalich ha dicho en reiteradas oportunidades, en sus diarias conferencias de prensa televisadas en cadena nacional, que esta situación va para largo. Ha hablado de dos años. Es para que nos vayamos resignando a la prolongación de las medidas de control y de prohibición.

Esta incertidumbre planificada sobre cuándo terminan o empiezan las cuarentenas o el toque de queda, es, sin duda, el principal recurso político que tienen en sus manos Piñera y su ministro de Salud para mantener en sordina las demandas sociales. Y funciona siempre que se alimente cuidadosamente el miedo. Esto lo sabe la derecha y no soltará la fórmula fácilmente. Es posible, entonces, que el plebiscito de octubre se haga con los militares en las calles y con toque de queda.

Aparecen en los medios con cierta frecuencia una serie de actos de delincuencia o de violencia, robos, transgresión a la reglas sanitarias, pero nada para inquietarse. Las voces de protesta social han sido cuidadosamente minorizadas o acalladas en los medios de comunicación masivos. Esto ha generado un clima de inmovilidad social, de miedo soterrado de los dirigentes populares, de falta de iniciativa de la oposición. Y es lo que le permite a la derecha reclamar la libertad de los presos por violación de los Derechos Humanos, apelando a la no discriminación y a Piñera decir que nadie «puede ser condenado a tener una muerte no digna», y a la derecha, minoritaria, tener una mesa directiva en la Cámara de Diputados.

Son tiempos de retroceso del movimiento social progresista en Chile. Si el giro político y social del cambio profundo era difícil antes del virus, será aún más difícil durante el virus que llegó para quedarse un rato más, contra todos los buenos deseos de la población.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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