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Y todo por culpa de la desconfianza… Opinión

Y todo por culpa de la desconfianza…

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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Lo más importante es que el Presidente Piñera asuma que la actitud triunfalista de la primera fase, los errores –como el llamado anticipado a la normalidad o las señales confusas entregadas a la ciudadanía–, no han contribuido en nada a que la gente confíe en una autoridad que ya venía fuertemente cuestionada desde octubre. Una posición de mayor humildad, como reconocer que podría haber sido una equivocación el tratar de diferenciarse del resto del mundo con las cuarentenas dinámicas, para llegar a lo mismo dos meses después, podría ayudar mucho a que todos los sectores se puedan unir en torno a un panorama que se ve muy complejo y que, como hemos visto en casi todos los países del mundo, ha implicado que la población deje a un lado las diferencias para enfrentar la etapa dura, como la que estamos iniciando.


En apenas una semana, se vinieron abajo la estrategia y el relato del Gobierno. Dejamos de ser los mejores del mundo para enfrentar la pandemia, los originales, los que pensábamos que los otros estaban equivocados, los que nos preparamos mejor que Italia y el resto del continente. “No vamos a decretar cuarentena en la Región Metropolitana, no es necesaria… y hasta en una de esas el virus se pone bueno”.

Era la etapa del triunfalismo y celebración anticipada. ¿Para qué necesitamos a los alcaldes? Dejémoslos en una mesa en que no tomen decisiones. Hoy estamos en cuarentena de la RM –pedida a gritos por los alcaldes y Colegio Médico hace casi dos meses–, con una curva ascendente peligrosa y el sistema de salud a punto de colapsar. “Decirles a los chilenos, si requieren una cama de hospital, la van a tener; si requieren un ventilador mecánico, lo van a tener”. Ojalá así sea.

El estado de ánimo de La Moneda no es el mismo. Se nota en el esperado punto de prensa diario, que debe ser por lejos el programa más visto en la TV y medios digitales en mucho tiempo. Un conteo macabro, en que la frase “los fallecidos de hoy son” remueve el corazón. Mañalich ya no lanza bromas de humor negro, los subsecretarios no pueden ocultar su nerviosismo, pese a que al menos logran disimular algo gracias a las mascarillas. El Presidente Sebastián Piñera, incluso, llegó a desaparecer por un par de días de los programas matinales y entrevistas cotidianas en que repetía hasta el cansancio que se habían preparado desde enero y que todo iba a funcionar a la perfección, incluida la fecha –casi exacta– del peak, meseta y vuelta a la normalidad.

[cita tipo=»destaque»]Además de hacer un giro que proyecte que el exitismo quedó atrás, el llamado a la unidad debe ser sin descalificaciones ni omitir a alcaldes de oposición y Colegio Médico. El Presidente también podría hacer un esfuerzo personal por no verse tan preocupado por recuperar el apoyo ciudadano perdido –a nadie le interesa ser mejor que otros países, sino controlar el SARS-CoV-2– y, menos, hacer promesas que después pueden pasarle una cuenta tremenda, como aquella de “si requieren una cama de hospital, la van a tener; si requieren un ventilador mecánico, lo van a tener”. Porque, como sabemos, el peor enemigo de Sebastián Piñera se llama Sebastián Piñera.[/cita]

Pero lo peor es que el estado de los ciudadanos no es el mismo. El miedo empezó a notarse, las dudas respecto de las cifras, “certezas” y comparaciones del Gobierno con otros países despiertan suspicacia. El arribo frecuente de los ventiladores –y el Presidente esperándolos en la losa del aeropuerto, cual recepción de un mandatario invitado– ya no causa el mismo efecto, cuando al mismo tiempo escuchamos que el colapso se acerca mucho más rápido de lo esperado (el mismo ministro dijo estar sorprendido de este adelanto). Que queda 25% de capacidad de UCI, que ahora 7%. Miedo, temor no solo al SARS-CoV-2, sino a lo que hagan y digan las autoridades sanitarias. Desconfianza, como lo diagnosticó el doctor Mañalich.

El ministro de Salud tomó conciencia de la reacción que tendrían sus palabras el miércoles pasado. Con un tono pausado, paternal, el médico habló como si estuviera frente a un auditorio de especialistas. Y aunque pareció improvisando, la verdad es que era un discurso cuidadosamente elaborado, tanto, que sus juicios coincidieron con una entrevista en La Tercera que circulaba desde temprano. Mañalich intentó dar argumentos sociológicos y políticos para explicar por qué la situación se les descontroló. Y claro que hay desconfianza en las instituciones, pero no solo desde el 18 de octubre. Esta misma línea la ratificó el Gobierno el día siguiente. Culpar a la ciudadanía implica no asumir ninguna autocrítica y hace dudar del llamado a un gran acuerdo nacional pospandemia.

No cabe duda que el país quedará en una situación muy precaria en lo económico cuando el virus pase de la fase aguda, pero también es un hecho que las demandas por detener los abusos y por mayor igualdad volverán –tal como dijo Mañalich, este es solo un paréntesis– y de seguro con expresiones que pueden llegar a sorprender aún más a nuestra elite política. La combinación entre 18 de octubre, desempleo, hambre, un largo período de confinamiento y desconfianza con quien tomó las decisiones en esta etapa, puede ser una combinación muy explosiva. Las únicas condiciones para lograr un acuerdo que sea respaldado por la población, consisten en que no solo sea muy amplio, sino que también incorpore al mundo de la civilidad, académico, social y todos los actores relevantes que no ven, precisamente, con buenos ojos a los representantes políticos, de todos los colores, casi sin distinción.

También implica que algunas empresas que han tenido comportamientos éticamente cuestionables en estas semanas –el ícono es Cencosud, que abusó de sus trabajadores y utilizó fondos del Estado para luego rectificar– asuman el daño que pueden producir a cualquier intento de unión. Y, por supuesto, considera que La Moneda ratifique y valide el proceso constituyente, más allá, incluso, de que pudiera postergarse por razones sanitarias.

Pero lo más importante es que el Presidente Piñera asuma que la actitud triunfalista de la primera fase, los errores –como el llamado anticipado a la normalidad o las señales confusas entregadas a la ciudadanía–, no han contribuido en nada a que la gente confíe en una autoridad, que ya venía fuertemente cuestionada desde octubre. Una posición de mayor humildad, como reconocer que podría haber sido una equivocación el tratar de diferenciarse del resto del mundo con las cuarentenas dinámicas, para llegar a lo mismo dos meses después, podría ayudar mucho a que todos los sectores se puedan unir en torno a un panorama que se ve muy complejo y que, como hemos visto en casi todos los países del mundo, ha implicado que la población deje a un lado las diferencias para enfrentar la etapa dura, como la que estamos iniciando.

Además de hacer un giro que proyecte que el exitismo quedó atrás, el llamado a la unidad debe ser sin descalificaciones ni omitir a alcaldes de oposición y Colegio Médico. El Presidente también podría hacer un esfuerzo personal por no verse tan preocupado por recuperar el apoyo ciudadano perdido –a nadie le interesa ser mejor que otros países, sino controlar el SARS-CoV-2– y, menos, hacer promesas que después pueden pasarle una cuenta tremenda, como aquella de “si requieren una cama de hospital, la van a tener; si requieren un ventilador mecánico, lo van a tener”. Porque, como sabemos, el peor enemigo de Sebastián Piñera se llama Sebastián Piñera.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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