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Hambre y represión cultural: la censura a Delihgt Lab CULTURA|OPINIÓN

Hambre y represión cultural: la censura a Delihgt Lab

Samuel Toro
Por : Samuel Toro Licenciado en Arte. Doctor en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad, UV.
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Es de extrema peligrosidad que se inicien ánimos de restricciones dictatoriales para con las expresiones artísticas públicas. Si la proyección hubiese sido en una galería o museo no hubiera generado un  problema para parte de la derecha, pues las artes confinadas a sus espacios tradicionales no tienen ninguna importancia para ellos y ellas. Pero cuando las artes políticas se encuentran en el espacio público, las relaciones de poder vinculadas al dominio de la imagen comienzan a ser delicadas para el intento de un «statu quo» en una coyuntura donde es imposible mantenerlo.


En 1979 el Colectivo de Acciones de Arte CADA, integrado por Diamela Eltit, Raúl Zurita, Lotty Rosenfeld, Juan Castillo y Fernando Balcells realizaron una intervención denominada “Para no Morir de Hambre en el Arte”, la cual se desarrolló con una serie de intervenciones en espacios institucionales del arte y en el espacio público, repartiendo bolsas de leche en las comunas periféricas más pobres de Santiago con discursos a través de altavoces y también usando los periódicos como soporte del proceso de obra. Esta acción (junto a otras del colectivo entre 1979 y 1985) fue realizada en plena dictadura cívico militar chilena.

Si bien, el riesgo del colectivo, dada la fuerte represión y censura del período, se encontraba en los límites lecturales de lo socio-político y artístico, fue el “soslayo” a través de códigos artísticos lo que, al parecer, no le ocasionó mayores problemas de seguridad. En este período, hablar, expresarse directamente y con fuerza contra el régimen, y con un despliegue como el usado por el colectivo, era muy riesgoso. Es por eso que la frase se completa con “en el arte” y no deja la carga semiótica solitaria y potente de “para no morir de hambre”, la cual, seguramente, hubiese sido extremadamente más peligrosa. Sin embargo, la acción siempre fue riesgosa y denunciante explícitamente, a pesar de “refugiarse” estratégicamente  en las artes.

Más de 40 años después, Chile, en una democracia en estado de excepción debido a la pandemia, los ánimos vinculados a la represión y la censura comienzan a exceder la excepcionalidad dada. Como muchos ya deben saber, el colectivo Delight Lab, el cual se encuentra hace años realizando acciones de arte lumínico en el espacio público, proyectó (como ya antes lo ha hecho en el edificio de Telefónica) la única y solitaria palabra “Hambre”. Ese mismo día hubieron fuertes protestas en la comuna de El Bosque en Santiago, las cuales se sustentaban, en principio, en la realidad de la significación de la palabra hambre, es decir, protestas por hambre.

A partir de la acción de Delight Lab se han sucedido una serie de reclamos en contra de la proyección realizada. Lo interesantemente peligroso de esto es que se manifiestan declaraciones públicas y amenazas (las últimas principalmente a través de Internet) en contra del colectivo. Una de las conminaciones más fuertes y conocidas fue la del diputado Diego Schalper, el cual el 19 de mayo pidió a la Fiscalía que investigue a quienes hicieron la proyección en el edificio para perseguirlos. En una democracia la libre expresión es parte consustancial a ella, pero ya se suman a la excepción policial y militar peticiones de políticos que imaginan que la restricción de las libertades civiles también debe ser una vigilancia y castigo para quienes se expresen de forma pacífica.

Es de extrema peligrosidad que se inicien ánimos de restricciones dictatoriales para con las expresiones artísticas públicas. Si la proyección hubiese sido en una galería o museo no hubiera generado un  problema para parte de la derecha, pues las artes confinadas a sus espacios tradicionales no tienen ninguna importancia para ellos y ellas. Pero cuando las artes políticas se encuentran en el espacio público, las relaciones de poder vinculadas al dominio de la imagen comienzan a ser delicadas para el intento de un statu quo en una coyuntura donde es imposible mantenerlo.

Termino la columna con un par de aclaraciones formales para quienes ejercen política profesional institucionalizada y un recordatorio al ministerio de las culturas, el cuál, aún no se ha manifestado en contra de las graves amenazas que ha recibido el colectivo: el arte político, como tal, tiene casi 100 años en todo el mundo, su mayor fuerza se da a mediados del siglo XX, en donde lo público era el espacio principal de las acciones. En esas décadas surge, en principio, un arte de crítica ecológica y a las esculturas tradicionales: El Land Art. Sus formatos se plantean de grandes proporciones físicas para un llamado de atención masivo, este también se inspiró en el arte minimalista y conceptual, como el Arte Povera italiano y la “escultura social” de Beuys. Muchas de estas intervenciones son efímeras y su potencia queda en el registro. Algunos artistas de esta corriente, como Christo y Janne-Claude, derivaron a las grandes intervenciones en la ciudad.

Considero que las intervenciones de Delight Lab vienen de esa influencia y que no han transgredido ninguna norma pública del Estado de excepción. El impulso político, sea o no propuesto por quienes sean, de la palabra decidora del hambre, a través de la realidad país y de la acción artística, como administración de lo simbólico, comienza a generar una nueva disparidad negacionista en el país y, lo más preocupante, un relajo en la censura y el ataque a las expresiones artísticas como, incluso, no se vieron en dictadura con las acciones, también vinculadas al hambre, del colectivo CADA.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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