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Una canasta con problemas, otra solución a mano Opinión

Una canasta con problemas, otra solución a mano

Paula Jarpa y Gustavo Ramírez
Por : Paula Jarpa y Gustavo Ramírez Gustavo Ramírez, ex director para América de la Federación Internacional de Cruz Roja Paula Jarpa, académica y consultora FICR
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Dado que la emergencia sanitaria provocada por el coronavirus, con toda seguridad, perdurará algunos meses más y las necesidades humanitarias se agudizarán, es altamente recomendable pensar en la utilización de la “transferencia monetaria” en Chile, o por qué no, en una combinación, por ejemplo, con la “libreta solidaria” en lugares donde la transferencia monetaria sea difícil de implementar. Para asegurar el éxito de esa operación de asistencia, la participación de los municipios es crucial, como también puede ser de gran ayuda el involucramiento de organizaciones de la sociedad civil con reconocida experiencia en el trabajo humanitario.


El martes 19 apareció en los medios, no sorpresivamente, la palabra hambre. Un grupo de pobladores de El Bosque se atrevieron a manifestar esa palabra públicamente y, con ello, denunciaron el sacrificio que están experimentando, no solo por la pandemia, sino también por las condiciones en que están desde hace ya mucho tiempo. Esas condiciones ahora se agravan, cuando han perdido las pocas posibilidades de trabajo y los mínimos ingresos que les permitían enfrentar el día a día.

Ese mismo martes, en la torre de uno de los edificios emblemáticos de Santiago, se proyectó la palabra HAMBRE y la imagen no dejó indiferente a nadie.

Las reacciones han sido múltiples y numerosas, con razón y sentido. Hambre es una palabra muy fuerte, que nos hace pensar en realidades lejanas, como por ejemplo en África y sus hambrunas recurrentes. Asociarla a nuestra región y realidad suena rebuscado y remoto. Sin embargo, en América, y también en Chile, hay cientos de miles de personas que todos los días se duermen con el hambre. Y eso es dramático.

Pobreza a la vista

La pandemia del coronavirus está desvelando una realidad escondida, que ahora emerge con violencia, y golpea. Es el Chile desnudo que muestra sus graves y olvidadas vulnerabilidades. Nuestro país tiene bolsones de pobreza que por largo tiempo se ha intentado maquillar. Pero el escenario anterior, el mayoritariamente exitista, ya no resiste más. Según la Casen 2017, solo un 8,6% Chile vive en situación de pobreza y en pobreza extrema. No obstante, la pandemia del coronavirus aumentará esa vulnerabilidad en el país y en el mundo.

A la fecha se han levantado voces que indican que la extrema pobreza mundial poscoronavirus se incrementará en aproximadamente 60 millones, que se sumarían a los 736 millones existentes en la actualidad. Según la Cepal, si los pronósticos se cumplen, en América la pobreza podría crecer en unos 35 millones, alcanzando así un total de 220 millones de personas, y la extrema pobreza pasaría de 67,4 a 90 millones.

En ese escenario de cifras alarmantes, no resultan sorprendentes las palabras del director del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (PMA), David Beasley, quien días atrás mencionara que las personas expuestas al hambre en el mundo podrían aumentar en 130 millones, lo cual sumado a los 135 millones que ya lo sufren, significaría una “hambruna de proporciones bíblicas”.

Chile, obviamente, es parte de ese amenazante escenario y, en consecuencia, las voces que hoy se levantan en las poblaciones para denunciar esta cabalgante realidad y amenaza –además de las luces solidarias que proyectan la palabra HAMBRE en el centro de Santiago–, constituyen un desesperado llamado a ver esta realidad y a enfrentarla con urgencia y de manera solidaria.

Anuncio presidencial vs. experiencia humanitaria

El Presidente de la República anunció en cadena nacional, el pasado domingo, que el Gobierno distribuiría 2,5 millones de cajas de alimentos a las familias más necesitadas. El lunes 18, gente desesperada hacía filas para recibir los anunciados artículos de primera necesidad, que luego se supo serían de un valor de 30 mil pesos, y que recién se estaba iniciando el proceso de compra de los mismos. Es decir, las cajas eran aún inexistentes.

Por eso, ese lunes resultó ser un día agitado de explicaciones y proyecciones. También hubo voces que, aun entendiendo la buena intención del anuncio presidencial, no dudaron en criticar el contenido y la forma de un muy complejo y un tanto improvisado desafío logístico.

Benito Baranda, presidente ejecutivo de América Solidaria, no titubeó en decir que las cajas no eran una solución adecuada, que lo mejor era transferir recursos para que las personas pudieran comprar lo que más necesitaban. Además, mencionó que la medida presidencial podía contribuir a matar el ya amenazado comercio local.

El jesuita Felipe Berríos, desde el campamento La Chimba (Antofagasta), contó que ellos habían distribuidos cajas en un principio, pero que rápidamente las consideraron “poco dignas”. Por ello, cambiaron al método de la “libreta solidaria” o clásica libreta de almacén, que permite a la gente comprar lo que precisan hasta por un valor de 60 mil pesos.

Hubo otras voces que recalcaron que la crisis sanitaria se extenderá y que la entrega de cajas era limitada como ayuda. Pero voces más o voces menos, lo cierto es que los organismos de ayuda humanitaria internacional, con gran experiencia en el manejo de emergencias y crisis complejas prolongadas, vienen desde hace más de una década desarrollando el modelo de la “transferencia monetaria” o cash transfer.

Ese método, probado en varios países por entidades humanitarias como fue el caso de la Federación Internacional de la Cruz Roja y la Medialuna Roja en Chile (FICR), después del terremoto del 27-F, se ha transformado en herramienta clave para la respuesta humanitaria. Se trata de crear una tarjeta con un cierto límite de dinero, la que puede ser usada por las familias en sus propios locales habituales de compra –comercios de barrio u otros– con los que se hayan establecido convenios. Las familias que reciben la tarjeta quedan automáticamente catastradas y es posible hacer un seguimiento en línea de sus compras a través de softwares, tal como se hizo en Chile en el 27-F, hasta que se completa el monto fijado.

Las ventajas comparativas del cash transfer sobre otro tipo de ayudas son considerables: es más eficaz y eficiente, da libertad de elección al beneficiario, fortalece la autoestima y dignidad de las personas, ayuda a la resiliencia tan necesaria, estimula el comercio local y permite una mejor transparencia en la rendición de cuentas, sin hablar de la simplificación de logística.

Para tener una idea, solo entre 2016 y 2018, el uso de esta metodología aumentó en un 68 %, y a través de ella fueron gestionados casi 4.700 millones de dólares en todo el mundo.

Dado que la emergencia sanitaria provocada por el coronavirus, con toda seguridad, perdurará algunos meses más y las necesidades humanitarias se agudizarán, es altamente recomendable pensar en la utilización de la “transferencia monetaria” en Chile, o por qué no, en una combinación por ejemplo con la “libreta solidaria” en lugares donde la transferencia monetaria sea difícil de implementar.

Para asegurar el éxito de esa operación de asistencia, la participación de los municipios es crucial, como también puede ser de gran ayuda el involucramiento de organizaciones de la sociedad civil con reconocida experiencia en el trabajo humanitario.

Los desafíos que tenemos son muy grandes, posiblemente los más grandes que hayamos confrontado en los últimos 100 años. Para enfrentarlos se requiere el concurso de todos. Esa será la única manera de disminuir el sufrimiento humano y garantizar los derechos de cada uno a tener una vida digna, salud, alimentación, vivienda, etcétera, tal cual lo indica el artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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