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Por fin se pudo… a cinco años de la gloria Opinión

Por fin se pudo… a cinco años de la gloria

Pablo Flamm
Por : Pablo Flamm Periodista deportivo
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Esa ilusión de mis hijas sin duda contagiaba, pero crecí viendo finales perdidas, siendo testigo de momentos de fracaso y muchas explicaciones y cuestionamientos. Pero ese sueño de ellas era el de un país. Una generación nueva que renovaba esa sensación que parecía ser una utopía. Estaban con sus gorros y banderas de Chile y, claro, al momento de la despedida, un beso tierno y ese abrazo que energiza ante cualquier adversidad o momento delicado.


4 de julio… fecha imposible de olvidar. Y pido disculpas por comenzar a escribir esta columna desde una sensación personal, ya que para mí es un día sagrado: nació mi hija Josefa. Ese 4 de julio del 2015, recuerdo que trabajando para Radio Bío Bío me tocó estar desde las nueve de la mañana en la Vega Central. Esos programas que buscan generar y medir la temperatura ambiente, lo que llaman en programación ir generando pauta para el plato principal: la transmisión de la final Chile-Argentina 2015, la opción de volver a tener la ilusión de poder levantar la esquiva copa más importante de esta parte del continente.

Cerca de las 13.00 horas, tenía un espacio para arrancarme a saludar a Josefa y poder compartir con ella, tomando en cuenta las obligaciones profesionales que implica un certamen de esa magnitud. Cuando llegue a casa, ella y Martina me preguntan lo que gran mayoría de los chilenos se cuestionaban ese día: ¿Se podrá ser campeón? Un cuestionamiento acerca del que por muchos años el fútbol chileno no tuvo la respuesta certera, porque hubo oportunidades y por distintos motivos no se consiguió.

[cita tipo=»destaque»]Los penales fue un espectáculo tenso. Fernando Astengo, finalista de Copa América 1987, estaba junto a nosotros y decidió irse a caminar. Dijo «no puedo ver los penales, me pongo demasiado nervioso». Así fue. Desde La Capitanía llegó hasta Avenida Apoquindo con un cigarrillo como compañero y los gritos de los balcones como testigos del solitario calvario del exdefensa de la Roja. Recuerdo al gran relator Vladimiro Mimica, sentado en maquillaje, con un café en la mano, silente y moviendo su pie en señal de tensión. Nunca había visto en su gran trayectoria a Chile campeón y el “cantagoles” presentía que estaba cerca de ver aquello.[/cita]

–Hija yo creo que hay opciones, pero está Argentina con Messi, Higuaín, Di María y Otamendi al frente. Va a estar difícil.

–Papá… nosotros tenemos a Alexis, Bravo, Vidal y Vargas… vamos a ganar.

Esa ilusión de mis hijas sin duda contagiaba, pero crecí viendo finales perdidas, siendo testigo de momentos de fracaso y muchas explicaciones y cuestionamientos. Pero ese sueño de ellas era el de un país. Una generación nueva que renovaba esa sensación que parecía ser una utopía. Estaban con sus gorros y banderas de Chile y, claro, al momento de la despedida, un beso tierno y ese abrazo que energiza ante cualquier adversidad o momento delicado.

Ya en mi trabajo en la televisión, todos nerviosos y esperando el momento del partido. La previa se hace larga y eterna. Uno solo quiere que se inicie la brega y juega con los seleccionados. Seamos sinceros, todos quienes amamos o nos encanta este deporte, igual jugamos los partidos, los sufrimos y maldecimos cuando algo no sale como queremos. Era el momento casi perfecto para terminar con una maldición de la cual los del Atlántico se ufanaban por años, teniendo la mayor cantidad de logros.

Claro, el equipo que comenzó con algunas dudas se fue consolidando y más allá del episodio de Vidal y su accidente, la selección de Sampaoli había dado dos grandes pasos al dejar a Uruguay y Perú en el camino, en partidos nerviosos y que “te aprietan la guata”. El gol de Isla ante los charrúas a falta de ocho minutos fue un desahogo país. Ante los incaicos, el zapatazo de Vargas fue una avalancha de euforia y gritos. Se logró la final, con Argentina y el mejor del mundo en cancha.

Ese 4 de julio a las 18.40, Chile quedó congelado. Restaban cinco minutos para el final y en un contrataque de los rivales, Higuaín queda solo para marcar, eso sí, con un poco de ángulo. Estoy convencido que todos por una milésima de segundo dijimos «listo, otra vez fallamos», sin embargo, el delantero trasandino falló y una bocanada de esperanza se vino en todo el territorio nacional.

Los penales fue un espectáculo tenso. Fernando Astengo, finalista de Copa América 1987, estaba junto a nosotros y decidió irse a caminar. Dijo «no puedo ver los penales, me pongo demasiado nervioso». Así fue. Desde La Capitanía llegó hasta Avenida Apoquindo con un cigarrillo como compañero y los gritos de los balcones como testigos del solitario calvario del exdefensa de la Roja. Recuerdo al gran relator Vladimiro Mimica, sentado en maquillaje, con un café en la mano, silente y moviendo su pie en señal de tensión. Nunca había visto en su gran trayectoria a Chile campeón y el “cantagoles” presentía que estaba cerca de ver aquello.

Pensaba en mis hijas y sus ilusiones. No estaban alejadas de la instancia feliz. Imaginaba sus caritas pintadas, esperando el momento de la euforia. Nosotros también, los 50 mil espectadores en el Nacional y los cerca de 15 millones en Chile.

Alexis… (El grito del relator)
Gooooooooooooooooooooooooooooooolllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllll CTM…

Por fin… Somos campeones mierda!!!!!

Abrazos y lágrimas… Las vi y sentí en Vladimiro… Llegó Fernando, llorando también… Suena el celular… Papá, ganamos (entre gritos y sonrisas), te lo dije, ¡somos campeones! Sí, hijas… Papá, somos campeones y ahora debes celebrar…

Es cierto, han pasado 5 años y se me vuelve a erizar la piel de solo escuchar y recordar las voces de Martina y Josefa, de ver a Vladimiro y Fernando llorando, de saber que ese día Chile entero fue feliz.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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