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Decrecimiento como alternativa a un planeta post-COVID Opinión

Decrecimiento como alternativa a un planeta post-COVID

El decrecimiento como opción comienza a sonar fuerte en los foros internacionales. Tanto así, que un grupo de 174 científicos escribió una carta al gobierno holandés con clara alusión al decrecimiento como única opción a un mundo post-COVID. Esta situación representa una oportunidad para mirar el bienestar social y ecológico más allá de meros índices de transacciones mercantiles. Representa una oportunidad para generar condiciones acordes a un planeta que demuestra que ya pareciera no dar más. El decrecimiento, por tanto, es una firme alternativa a un planeta post-COVID.


Nuestro planeta está en jaque. Hoy presenciamos cómo el COVID-19 ha desafiado a una civilización entera. Las consecuencias macroeconómicas ya se hacen sentir con una gran recesión global. Múltiples soluciones son propuestas para revertir las magras cifras económicas, pero ¿es realmente el COVID-19 el principal problema?

Para entender esto, hay que poner atención a la naturaleza propia del virus. El Sars-CoV-2 es el séptimo coronavirus que ha infectado a humanos y el tercero, después del SARS-CoV y el MERS-CoV, que tiene un origen de carácter zoonótico, es decir, que muy probablemente fue transmitido desde animales.

Este fenómeno no es casual. Como seres humanos, estamos generando transformaciones en los ecosistemas planetarios, al punto que la fauna ha sido confinada a pequeños remanentes de biodiversidad. Por consecuencia, en las últimas décadas, cada vez son más frecuentes las interacciones que tenemos con animales silvestres, aumentando así la probabilidad de contagio de múltiples virus de origen zoonótico.

En este escenario de crisis sanitaria y consecuente contracción económica, el foco se ha puesto en la reactivación, mediante estrategias que permitan volver a la senda del tan anhelado “crecimiento económico”. Este último concepto no es nimio, porque alimenta un sistema económico que concibe al planeta como uno en posesión de “recursos” ilimitados.

Así, los empresarios y autoridades realizan todo tipo de artimañas para salvaguardar los indicadores económicos, particularmente el Producto Interno Bruto (PIB), dando por sentado el bienestar socioeconómico que ello sugiere y sin consideración alguna de los límites planetarios.

Resulta curioso, casi irónico entonces, que el mismísimo Simon Kuznets, inventor de la contabilidad nacional de EE.UU. y del indicador del PIB, advirtiera en 1934 que “el bienestar de una nación escasamente puede ser inferido por una medición del ingreso nacional”.

Y es que basar el bienestar de un país en un indicador que mide religiosamente la actividad económica del mercado, deja a un lado tres cuestiones esenciales: bienestar, medio ambiente y felicidad.

En cuanto al bienestar, se ha demostrado, por ejemplo, que a pesar de que Estados Unidos ha crecido en su PIB sostenidamente en los últimos 50 años, no ha incrementado el bienestar de su población desde 1978, medido esto a través del Indicador de Progreso Genuino (IPG). A a diferencia del PIB, este índice mide otras variables, como la distribución de ingresos, costos ambientales, actividades negativas como el crimen y la contaminación, entre otras. De esta manera, deja claro que el incremento en el PIB no implica necesariamente un bienestar de la población.

En cuanto al medio ambiente, el incremento en la producción de bienes y servicios por parte de la sociedad aumenta el flujo de materiales y energías con la naturaleza, generando cada vez mayor deterioro ambiental. Así, una investigación publicada en la prestigiosa revista Conservation Letters, demostró que a mayor crecimiento económico (medido por el PIB), mayor uso de recursos y emisión de contaminantes, lo que aumenta el cambio climático, reduce la superficie de hábitats naturales e incrementa la propagación de especies invasoras (el segundo mayor forzante de la pérdida de biodiversidad a nivel planetario). Es decir, el crecimiento económico aumenta la degradación del medio ambiente.

Por último, la relación entre crecimiento económico y felicidad ha sido abordada por el economista estadounidense Richard Easterlin. “La paradoja de Easterlin” indica que la expansión económica de un país no necesariamente se traduce en un crecimiento en la felicidad de sus habitantes. Con un estudio publicado en 2015, se demostró que en Latinoamérica el crecimiento se tradujo en una leve o gran disminución de la felicidad. Esto es posible por la inequidad, componente que revierte los efectos del crecimiento económico. Es decir, el incremento en el PIB no aumenta la felicidad.

En función de lo anterior, es relevante poner los ojos en el “decrecimiento”, alternativa radical para lograr un bienestar, que se entiende como “un eslogan político con implicancias teóricas”, según Serge Latouche, uno de sus máximos exponentes. Surgida en la Europa de los 70, la idea ha ido tomando fuerza desde la década del 2000, lo que incluye la realización de un congreso internacional bianual desde el 2008.

El decrecimiento no pretende ser un modelo rígido, con intenciones de expandirse mundialmente y dictaminar etapas o reglas que todas las naciones debieran seguir, como sí lo hace el modelo de desarrollo imperante. Más bien surge como una crítica férrea a la religión del crecimiento económico, invitándonos a generar alternativas más acordes a un planeta con recursos limitados y reconociendo nuestras diferencias culturales.

El decrecimiento propone embarcarse en estilos de vida más simples, disminuyendo drásticamente los niveles de consumo, relocalizar la economía reduciendo las distancias entre producción y consumo, compactar la superficie urbana para darle mayor importancia a la producción agrícola local, promover el trabajo compartido reduciendo la jornada laboral y visibilizar las labores de cuidado, entre muchas otras alternativas.

En este sentido, han surgido a la par propuestas Latinoamericanas que van en consonancia con el decrecimiento. El Buen Vivir es una de ellas (también conocido como sumaq kawsay en la cosmovisión quechua, suma qamaña en la cosmovisión aymara o küme mongen en la cosmovisión mapuche), alternativa que entiende las relaciones entre seres humanos y medio ambiente más allá de una relación entre recurso y explotador, con elementos listos para ser explotados.

Estas alternativas cobran mucho más sentido ante una pandemia que, justamente, surge como consecuencia de no respetar aquella condición limitante de los elementos y procesos de los ecosistemas. Fue en el mercado de Wuhan donde, producto del consumo de un animal silvestre, comenzó la proliferación de la pandemia más grande de los últimos 100 años. No solo eso, sino que también se prevé que este tipo de enfermedades surjan con mayor frecuencia, producto del acorralamiento que le hemos provocado a la biodiversidad.

El decrecimiento como opción comienza a sonar fuerte en los foros internacionales. Tanto así, que un grupo de 174 científicos escribió una carta al gobierno holandés con clara alusión al decrecimiento como única opción a un mundo post-COVID.

Esta situación representa una oportunidad para mirar el bienestar social y ecológico más allá de meros índices de transacciones mercantiles. Representa una oportunidad para generar condiciones acordes a un planeta que demuestra que ya pareciera no dar más. El decrecimiento, por tanto, es una firme alternativa a un planeta post-COVID.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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