Este no es solo un problema de números y estadísticas, de epidemiología, de prevalencias e incidencias, de algoritmos y proyecciones o finalmente, de la economía. Todas esas consideraciones podrían converger y contribuir a explicar y a resolver el problema, no cabe duda, pero cuando se trata de gobernar el control de una pandemia y de sus daños, lo principal es la colaboración y el buen entendimiento entre los que estamos vestidos y en la cancha, que en este caso somos todos. Esa es la “regla de oro”.
Cuando reconocemos que la institucionalidad que construimos el 2005 en Chile para el ejercicio de la autoridad sanitaria fue frágil, no hacemos cuestión de lo obrado por Ricardo Lagos en la reforma. Quienes fuimos militantes en la Concertación valoramos lo hecho en el sector salud, AUGE incluido, pero no somos autocomplacientes y somos capaces de reconocer dónde el trabajo merece todavía mucha reflexión y mejora.
La separación de funciones, conceptualmente correcta, no fue fácil de materializar en el mundo real. Se trataba de reducir funciones de los Servicios de Salud para centrarlos en la provisión de asistencia a la población enferma, mientras el quehacer de la salud pública, la provisión de bienes y servicios de apropiación colectiva, había de transferirse a otro órgano, que en este caso resultó ser el conjunto de seremías de salud a lo largo del territorio, en su expresión más ejecutiva. Así, la provisión de servicios de salud quedaba en una mano y la provisión de bienes de salud pública, en otra.
De hecho, las seremías otorgan la autorización sanitaria para la provisión de servicios en la red asistencial pública y privada, lo que hace que separar funciones sea sano y transparente. Por arriba se articuló un comando con una Subsecretaría de Redes Asistenciales y una Subsecretaría de Salud Pública, organismos que hemos visto desplegados a diario rindiendo inédita cuenta a la comunidad acerca de la evolución de la pandemia del Coronavirus. Uno para medir, trazar y aislar y el otro para atender a los pacientes que requieren asistencia.
[cita tipo=»destaque»]Ha sido difícil quitarse de la cabeza que la pandemia se transformó también para algunos en un pretexto para golpear al Gobierno de turno, trasladando el componente político del conflicto de Plaza Italia al terreno sanitario. Por cierto, también hemos notado mesianismo y afán de protagonismo puro y simple y bastante narcisismo. Me dicen mis colegas salubristas, que la autoridad sanitaria no contribuyó a generar las necesarias confianzas para haber podido responder de un modo más constructivo. Tal vez sea cierto, principalmente si se tiene en cuenta lo ya dicho acerca de fortalecer las debilidades de la autoridad sanitaria en su línea de acción territorial, más allá de los caracteres y estilos de quienes hayan tenido a cargo la conducción de su ejercicio.[/cita]
La distribución de recursos en la separación de funciones fue compleja y fui testigo de que los profesionales preferían permanecer en los Servicios de Salud, lo que debilitó de entrada el ejercicio de las nuevas funciones de las Seremías. Tal debilidad, a mi modo de ver, era todavía un problema en algunas regiones cuando llegó el Coronavirus y visto así, creo que la Subsecretaría de Salud Pública ha realizado un esfuerzo titánico para sacar adelante la tarea. La experiencia de lo vivido ahora nos dejará decenas de aprendizajes para mejorar, como sucede siempre en materias relativas a la formación de políticas públicas.
Pero hay un tema que me asalta desde el comienzo de la pandemia, que ha dañado mi corazón de salubrista y me perturba, pero que por fortuna he aliviado un poco después de leer la entrevista de la revista YA de El Mercurio a nuestra gran doctora, Danuta Rajs, especialista en estadísticas de salud, que nos explica con lucidez y aplomo lo de las cifras y nos cuenta del encargo que le ha hecho el ministro ¿Será que ha vuelto la cordura?.
Antes de Danuta, ha sido brutal asistir al debate público acerca de lo obrado y no obrado en la pandemia, donde se lanzaron al ruedo diversas entidades para expresar sus puntos de vista, sus proyecciones, ideas y ocurrencias. Gremios, académicos, organizaciones no gubernamentales, opinólogos y periodistas, todos legítimamente al aire pero no pocos en tono desafiante y confrontacional con la autoridad sanitaria, a veces con ansiedad indisimulable, contribuyendo a crear un clima de incertidumbre y desconfianza dañino para la población.
Es decir, cuando era indispensable agregar calma, especialmente si se esperaba de la ciudadanía un buen comportamiento y autocuidado, se consiguió lo contrario, miedo e intranquilidad. Sin enjuiciar el valor de verdad de las opiniones, esto es como la bolsa de valores, donde la especulación puede llevar al descalabro, sobre todo cuando procesamos aún una diversidad de experiencias en el mundo y las sorprendentes declaraciones del director de la OMS acerca de nuestra tabla de salvación, las vacunas.
Pero ha habido excepciones, actos y actitudes de colaboración, como el acuerdo del Ministerio de Salud con la Universidad Central para trazar o, el nítido mensaje del doctor Ugarte cuando manifiesta que habría preferido no ir tan rápido en desconfinar pero se pone a disposición de la autoridad sanitaria una vez que ésta ha tomado la decisión que tomó o, la sistemática actitud de colaboración del rector de la Universidad de Chile.
Ha sido difícil quitarse de la cabeza que la pandemia se transformó también para algunos en un pretexto para golpear al Gobierno de turno, trasladando el componente político del conflicto de Plaza Italia al terreno sanitario. Por cierto, también hemos notado mesianismo y afán de protagonismo puro y simple y bastante narcisismo. Me dicen mis colegas salubristas, que la autoridad sanitaria no contribuyó a generar las necesarias confianzas para haber podido responder de un modo más constructivo. Tal vez sea cierto, principalmente si se tiene en cuenta lo ya dicho acerca de fortalecer las debilidades de la autoridad sanitaria en su línea de acción territorial, más allá de los caracteres y estilos de quienes hayan tenido a cargo la conducción de su ejercicio.
Por último, algunos dirán que así es la política, que se vienen las elecciones, pero la deontología del salubrista me indica que en una tragedia como ésta, que incumbe a todos y que como siempre golpea más duro a los más pobres, no se ha actuado con la responsabilidad debida. Se ha desparramado incertidumbre y desconfianza a los cuatro vientos.
Este no es solo un problema de números y estadísticas, de epidemiología, de prevalencias e incidencias, de algoritmos y proyecciones o finalmente, de la economía. Todas esas consideraciones podrían converger y contribuir a explicar y a resolver el problema, no cabe duda, pero cuando se trata de gobernar el control de una pandemia y de sus daños, lo principal es la colaboración y el buen entendimiento entre los que estamos vestidos y en la cancha, que en este caso somos todos. Esa es la “regla de oro”.