Publicidad
Promoción automática y repitencia a solicitud: una objeción práctica y otra de conciencia Opinión

Promoción automática y repitencia a solicitud: una objeción práctica y otra de conciencia

Edison Ortiz González
Por : Edison Ortiz González Doctor en Historia. Profesor colaborador MGPP, Universidad de Santiago.
Ver Más

El esfuerzo pedagógico y de contención que han hecho las escuelas, colegios y liceos de Chile ha sido notable, dada la situación excepcional que estamos viviendo y que ha impactado fuertemente a nuestro sistema escolar. Diversos testimonios, relatos de docentes en cuarentena y anécdotas dan cuenta de esa loable voluntad para que el sistema escolar siga funcionando pese a las adversidades y que, sinceramente, no se merece que, por secretaría, la Cámara de Diputados, supongo que por falta de un mayor debate o desconocimiento, imponga medidas como la promoción automática o la repitencia a solicitud de los apoderados. Peticiones más bien basadas en argumentos que escapan al ámbito pedagógico, como se puede evidenciar en la moción ingresada en junio, que en fundamentos técnico-pedagógicos.


Javiera tiene una discapacidad visual de un 75 %, por uno de sus ojos no logra ver nada y, por el otro, tiene solo una capacidad visual de 50%. Es alumna de 3° básico y el colegio donde estudia –Sara Ravello– le compró una pizarra para que desarrolle sus aprendizajes desde su casa, y la niña, con apoyo de la familia, ya escribe muy bien, situación que no podría haber logrado desde su cuaderno y con clases presenciales. Como lo señalamos anteriormente, en esa misma comuna del Colchagua profundo, hay una apoderada que se sube literalmente a la punta del cerro –donde sí hay señal de Internet– para enviar la tarea de su hijo por WhatsApp y, así, cumplir con sus compromisos escolares.

El miércoles en un seminario de Historia en que participaron docentes y estudiantes de la Región de O’Higgins –»Memoria y sujeto histórico en Pandemia»– y que en su inauguración contó con la intervención del Premio Nacional de Historia, Gabriel Salazar, conocimos de boca de los propios estudiantes diurnos y nocturnos algunos relatos emocionantes sobre el esfuerzo que hacen –algunos despedidos de sus empleos, otros trabajando en faenas agrícolas para ayudar al sustento de una casa cuyos padres, en la mayoría de los casos, quedaron sin trabajo– para, bajo esas condiciones, intentar no perder el vínculo con sus establecimientos.

Una chica del colegio Adonay de Rancagua destacó la disposición de su profesora para hacerle clases a las 21.00 horas, pues era el único horario que la adolescente tenía disponible para conectarse con la escuela. Víctor León, profesor de Historia, también tenía clases con sus alumnos a las 9 p.m. de ese mismo día. Baptiste, un chico haitiano del mismo establecimiento, estudiante nocturno, había perdido su trabajo, pero con su esfuerzo y el compromiso de la docente quería concluir el año escolar y no perdía las esperanzas de que su situación cambiara. Los relatos emotivos de estudiantes, familias, docentes y escuelas por continuar estudios darían para escribir varios tomos, pero no es el caso.

[cita tipo=»destaque»]Las aprobaciones de medidas de ese tipo no solo confunden a la opinión pública, las comunidades escolares y las familias, sino que desconocen abiertamente todo el esfuerzo de sostenedores, equipos directivos y comunidad escolar por darle continuidad al sistema escolar, en un año excepcional y dotarlo de legitimidad. ¿Qué sentido tendrá para muchas familias, en especial las más vulnerables, mantener el vínculo con la escuela, si sus hijos serán promovidos por secretaría? ¿No redundará aquello en un estímulo para una mayor deserción estudiantil?A mayor abundamiento, el propio decreto 67 que entró en vigencia en marzo de este año días antes que se desatara la pandemia, flexibiliza y estimula la promoción e intenta reducir la repitencia, pero siempre salvaguardando que el proceso de enseñanza-aprendizaje se ejecute. Curiosamente en la presentación de la moción, por parte de los legisladores, no hay ninguna alusión a ese decreto.[/cita]

Los colegios, escuelas y liceos que conozco en general tienen una retroalimentación con sus alumnos que oscila entre el 70% y el 95%, cifras altísimas si se considera que se logran no en el mejor ambiente escolar para el aprendizaje, donde por cierto la vulnerabilidad de las familias pudo haber sido un caldo de cultivo para que pudiese haberse generado una estampida escolar de proporciones.

El apoyo de los colegios –cuyos equipos directivos, docentes, profesionales de apoyo y trabajadores no docentes en general han cargado sobre sus hombros el peso del entorno familiar de sus escuelas y liceos– ha sido clave para que las familias no solo conozcan otra dimensión del establecimiento donde estudian sus pupilos, sino también para que sus hijos no deserten del feble sistema escolar.

Ni hablar del rol de los psicólogos, quienes han pasado de agentes colonizadores de la escuela, casi sospechosos en su rol como actores educativos, a constituirse en la muralla de la contención emocional de equipos directivos, docentes, padres y apoderados y también alumnos, situación que ha sido reconocida por todos. Dichos profesionales, también, han cargado sobre sus hombros el feble equilibrio emocional de la escuela hasta hoy, con bastante éxito.

Los establecimientos, luego de armar sus propios sistemas de educación remota por los métodos más variables según originalidad y recursos, empezaron allá por comienzos de mayo a establecer sus propias priorizaciones curriculares y, ya en junio, cuando por otro carril algunos parlamentarios ingresaban la moción para establecer la promoción automática a espaldas de las escuelas y equipos directivos, estos últimos ya estaban consolidando sistemas de retroalimentación formativa con sus estudiantes e, incluso, algunos transformándolas ya por ese tiempo en evaluaciones sumativas.

Fines de julio, cuando el sentido común indicaba que los efectos de la pandemia se alargarían mucho más allá de lo que deseaba la autoridad, equipos directivos y docentes ya comenzaban a plantearse el problema de cómo evaluar a distancia. Comenzaron –aprovechando la experiencia alcanzada, más las orientaciones que luego entregaría el Mineduc– a establecer mecanismos que pudieran en el futuro próximo y en el contexto que la pandemia, tal como ocurrió, prolongarse, fortalecer la educación a distancia a la vez que darles cierta formalidad a las retroalimentaciones formativas entregadas hasta entonces.

Recuerdo que algunos de ellos empezaron por atribuirle un porcentaje menor a la evaluación formativa y uno mayor a la evaluación sumativa y presencial cuando hubiera que transformarla en una calificación. Las orientaciones y ajustes al plan de estudio, más las inmensas posibilidades que había abierto el decreto 67 y las respectivas actualizaciones a los reglamentos de evaluación de los establecimientos, permitían la flexibilidad necesaria para aplicar dichas medidas. Pero la pandemia seguía creciendo y la suspensión de clases se prolongaba, sin fechas concretas en el horizonte para un retorno seguro a clases. Los colegios, entonces, comenzaron a modificar la importancia de la retroalimentación formativa y asignarle un peso mayor en la evaluación final.

Para consolidar la señal de que las notas de este año sí serían importantes, a fines de julio, el Demre señaló que el promedio de 4° Medio sería parte del NEM y que este, a su vez, tendría en general una ponderación considerable al momento de la selección universitaria.

Llegó agosto y muchos establecimientos comenzaron a ponerse en situación de finalizar el año escolar a distancia. El documento «Criterios de evaluación, calificación y promoción de estudiantes de 1° básico a 4° año medio» de la División de Educación General (DEG), evacuado el 24 de agosto, vino a poner calma entre equipos directivos, docentes y familias luego de que la semana anterior se había publicitado mucho periodísticamente la iniciativa parlamentaria ingresada en junio.

Hasta allí lo que había más bien por parte de algunas familias, aunque sin fundamento técnico-pedagógico alguno, era todo lo contrario: la solicitud, en especial en 4° Medio, para que sus hijos repitiesen el año escolar, dados “los vacíos” que tendrían, en especial –según algunos apoderados– para enfrentar la prueba de transición. Lo que implicó todo un trabajo del establecimiento con la colaboración de especialistas, para explicar pedagógicamente lo errado de aquella percepción.

Y así llegamos al punto en que estamos hoy, con establecimientos que ya están anexando a sus reglamentos de evaluación los criterios respectivos para finalizar el año escolar presente y donde se pueden observar las más variopintas, diversas y flexibles iniciativas, como la del Liceo Eduardo Charme, cuyo sostenedor ya resolvió el no regreso a clases este año, que en 4° Medio citará a la oficina del director al alumno y sus padres para tomar la imagen de la entrega del diploma que acredita que el/la estudiante obtuvo el certificado de la especialidad que cursó y que, seguramente, la familia colgará en algún sitio especial de su casa. Hay otros casos de establecimientos que citarán, en algún momento del año, a cada uno de sus estudiantes en horarios diferidos y respetando los protocolos de sanitización, para que el docente formalice en presencia física la nota final de la asignatura del alumno y otorgarle así al proceso una cierta solemnidad.

En mi caso, Martín y Agustín, como la inmensa mayoría de los niños de Chile y por los más variados métodos, tienen clases todos los días, el más grande por la mañana y el segundo por la tarde. Mediante un buen diseño del Colegio Nazareth de Rancagua en el que estudian, pueden compartir el computador y, en general, asistir diariamente a sus clases y ver, aunque sea a través de la pantalla, a sus compañeros. El tío Iván Ahumada, profesor jefe del 3° B, cada mañana se encarga de saludar al grupo WhatsApp de apoderados, de colgar las clases y de avisar cuanto anunció sea significativo entre padres y apoderados. También cada cierto tiempo se da el trabajo de llamar a alumno por alumno y conversar con ellos, mientras los docentes aplican a los niños evaluaciones online.

Por cierto, no todo es perfecto y las dificultades abundan: problemas de conectividad que se han ido lentamente subsanando, desempleo, pérdidas familiares, pánico, pero situaciones que no tienen origen en la escuela, sino que se derivan del modelo y de la coyuntura que estamos viviendo.

Quiero reiterar, sin embargo, que el esfuerzo pedagógico y de contención que han hecho las escuelas, colegios y liceos de Chile ha sido notable, dada la situación excepcional que estamos viviendo y que ha impactado fuertemente a nuestro sistema escolar. Diversos testimonios, relatos de docentes en cuarentena y anécdotas dan cuenta de esa loable voluntad para que el sistema escolar siga funcionando pese a las adversidades y que, sinceramente, no se merece que, por secretaría, la Cámara de Diputados, supongo que por falta de un mayor debate o desconocimiento, imponga medidas como la promoción automática o la repitencia a solicitud de los apoderados. Peticiones más bien basadas en argumentos que escapan al ámbito pedagógico, como se puede evidenciar en la moción ingresada en junio, que en fundamentos técnico-pedagógicos.

Las aprobaciones de medidas de ese tipo no solo confunden a la opinión pública, las comunidades escolares y las familias, sino que desconocen abiertamente todo el esfuerzo de sostenedores, equipos directivos y comunidad escolar por darle continuidad al sistema escolar, en un año excepcional y dotarlo de legitimidad. ¿Qué sentido tendrá para muchas familias, en especial las más vulnerables, mantener el vínculo con la escuela, si sus hijos serán promovidos por secretaría? ¿No redundará aquello en un estímulo para una mayor deserción estudiantil?A mayor abundamiento, el propio decreto 67 que entró en vigencia en marzo de este año días antes que se desatara la pandemia, flexibiliza y estimula la promoción e intenta reducir la repitencia, pero siempre salvaguardando que el proceso de enseñanza-aprendizaje se ejecute. Curiosamente en la presentación de la moción, por parte de los legisladores, no hay ninguna alusión a ese decreto.

Por último, el decretar por secretaría una medida uniforme que no da cuenta de la heterogeneidad territorial, escolar, social y cultural de los diversos establecimientos del país, se parece más a una disposición propia del siglo XIX, cuando el Estado portaliano estaba en pleno auge.

Aun en las dificultades en que estamos, el promover por secretaría, incluso el repetir a solicitud –cuando se intenta darle una cierta continuidad al proceso educativo, habiendo un nuevo decreto de evaluación que lo flexibiliza mucho, junto con una priorización curricular que durará el 2020 y el 2021 con todas las flexibilidades que impone el contexto en que estamos– más que contribuir a concluir más o menos regularmente un año escolar que será difícil olvidar, resulta ser no solo una bofetada directa al gigantesco esfuerzo que han hecho las comunidades escolares por lograr que sus estudiantes no interrumpan su aprendizaje, sino también un desconocimiento absoluto de lo que los diversos establecimientos del país han hecho por darle continuidad al proceso de enseñanza aprendizaje de los niños y niñas de este país, uno de cuyos derechos sagrados es precisamente el de poder educarse, el mismo que algunos parlamentarios por secretaría intentan negarles.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias