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El valor simbólico de la Constitución: el fin (ahora sí) de la transición Opinión

El valor simbólico de la Constitución: el fin (ahora sí) de la transición

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Víctor Blanco Cruz y Hugo Jofré
Por : Víctor Blanco Cruz y Hugo Jofré Miembro de la comisión política de RN. Administrador público de la Universidad de Chile
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En su libro «Nos fuimos quedando en silencio», Daniel Mansuy nos habla de la ambigüedad en la que debieron sumirse tanto la Concertación como la Alianza para avanzar en esta suerte de pacto crónico que caracterizó al retorno de la democracia. En ese sentido, la centroizquierda avanzó en la medida de sus posibilidades, culpando a la derecha –incluso como excusa para no profundizar sus discrepancias internas–, y la derecha se dedicó a defender el modelo “heredado” y el evangelio Chicago-gremialista consagrado en la Constitución de Guzmán. Así, señalan que decía Perón que “si se emplea mucho tiempo se ahorra sangre”. Y también al revés: quien se queda sin tiempo, debe usar la sangre. Hoy, pasados 30 años desde el retorno de la democracia, ya no hay tiempo que perder.


Desde el retorno de la democracia, innumerables hitos –algunos con mayor justificación que otros– han disputado el erigirse como el fin de la transición. Para unos la muerte de Pinochet marcaba el término de este proceso; para otros, el fin del sistema binomial. El triunfo de Piñera en 2010 fue quizás el que más se acercó, pero aquí proponemos que el cambio a la Constitución de 1980 puede finalmente cerrar de forma definitiva las lógicas culturales y procedimentales del proceso transicional.

En su libro Nos fuimos quedando en silencio, Daniel Mansuy nos habla de la ambigüedad en la que debieron sumirse tanto la Concertación como la Alianza para avanzar en esta suerte de pacto crónico que caracterizó al retorno de la democracia. En ese sentido, la centroizquierda avanzó en la medida de sus posibilidades, culpando a la derecha –incluso como excusa para no profundizar sus discrepancias internas–, y la derecha se dedicó a defender el modelo “heredado” y el evangelio Chicago-gremialista consagrado en la Constitución de Guzmán.

El 25 de octubre será, sin lugar a dudas, un día crucial para nuestro país. Ese día no solo está en juego la Constitución misma (como si eso no fuera poco), sino también las lógicas despolitizadoras que caracterizaron a la transición y, en especial, que guiaron a sus actores principales.

[cita tipo=»destaque»]Si bien lo medular del debate constitucional son las ideas que le darán sustento a una nueva Constitución, todo esto podría quedar estéril si no se combate la lógica de la despolitización y el economicismo. A veces estas lógicas se encuentran muy arraigadas en los elencos políticos, por lo que resulta determinante que aquella generación que condujo la transición dé espacio a las nuevas generaciones, lo cual no se hará mediante seguir un Instagram ni un «Me Gusta» de Facebook.[/cita]

El 18 de octubre dejó en evidencia las discrepancias existentes respecto al modelo de sociedad que hay en el Chile de hoy. Además, también queda clara la debilidad y la desidia de parte de quienes creen en una economía de mercado y un Estado eficiente que impulsa políticas sociales efectivas, ya que su indiferencia e inacción esconden la errada noción de que el modelo se defiende solo a partir de las mejoras materiales de la gente desde 1985 en adelante.

En el caso particular de la derecha llamada economicista, esta se acostumbró a enarbolar su “propuesta” –por pobre que haya sido– en clave casi puramente económica (los chilenos están mejor que en 1973 en todos los indicadores económicos posibles), lo que refleja superficialidad en la visión política.

Para pasar de defender un modelo a convencer a la ciudadanía con nuestras ideas, debemos estar dispuestos a debatir de cara al país de forma seria y sincera. Ni el Rechazo significa avalar los abusos, ni el Apruebo equivale a querer a Maduro de Presidente de Chile ni abolir el derecho de propiedad.

Creemos firmemente que no estamos en política para administrar lo que hay, sino que para transformar la realidad de quienes viven en la injusticia y generar mejoras sustanciales en su calidad de vida, igual que durante los 90 y principios de los 2000.

En términos concretos, la Constitución no solo tiene una dimensión material, sino que tiene un fuerte carácter simbólico que debiese unir y no dividir a los chilenos. Nuestra apuesta es a la política misma, entendida como el arte de gobernar nuestra patria y donde cada actor debe estar dispuesto a ceder en sus posturas maximalistas para alcanzar la casa común de la que se ha hablado hasta la saciedad en el último tiempo.

Es preciso esclarecer que la única forma de que el diálogo y el debate sean sinceros y fructíferos, es que exista confrontación de ideas y visiones de sociedad. El ceder no significa esconder posiciones bajo la alfombra, sino salir de la intransigencia, pero tener la madurez de someter a la evaluación y el escrutinio público la solidez y calidad de las ideas que pregonamos. Con todo, debatir significa salir de la trinchera.

Si bien lo medular del debate constitucional son las ideas que le darán sustento a una nueva Constitución, todo esto podría quedar estéril si no se combate la lógica de la despolitización y el economicismo. A veces estas lógicas se encuentran muy arraigadas en los elencos políticos, por lo que resulta determinante que aquella generación que condujo la transición dé espacio a las nuevas generaciones, lo cual no se hará mediante seguir un Instagram ni un «Me Gusta» de Facebook.

Una frase atribuida a Perón afirmaba que todo conductor político cuenta con dos ingredientes fundamentales: la sangre y el tiempo. Así, señalan que decía Perón que “si se emplea mucho tiempo se ahorra sangre”. Y también al revés: quien se queda sin tiempo, debe usar la sangre. Hoy, pasados 30 años desde el retorno de la democracia, ya no hay tiempo que perder.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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