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La crisis climática, una nueva protagonista en las elecciones de EE.UU. Opinión

La crisis climática, una nueva protagonista en las elecciones de EE.UU.

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Jaime Hurtubia
Por : Jaime Hurtubia Ex Asesor Principal Política Ambiental, Comisión Desarrollo Sostenible, ONU, Nueva York y Director División de Ecosistemas y Biodiversidad, United Nations Environment Programme (UNEP), Nairobi, Kenia. Email: jaihur7@gmail.com
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Es obvio que el mundo necesita que Estados Unidos se suba al carro de la descarbonización y Biden puede hacerlo, Trump no. Se trata de una obligación clave para el éxito del Acuerdo de París. No es posible que una potencia de tal envergadura esté fuera de la reducción de emisiones y del cuidado de los bosques, los mayores sumideros del carbono. Los incendios forestales en EE.UU. mostraron a todo el mundo un nivel de destrucción nunca visto, asociado al cambio climático. Han arrasado millones de hectáreas en California, Oregón, Washington y Colorado, así también en Portugal, Australia, Chile, Grecia, Amazonía, entre muchos otros, y han puesto al sobrecalentamiento global en todas las campañas políticas, empezando por la estadounidense. 


En los próximos meses Chile entrará de lleno en un período de elecciones y proceso constitucional, en el cual el tema climático y medioambiental jugará un papel relevante, como ya lo hizo en la franja del Apruebo. Es muy posible que, junto con otras cuestiones políticas inmediatas, haya sido un factor de peso para que los jóvenes acudieran a votar en el Plebiscito. Podemos augurar, por tanto, que de aquí en adelante la crisis climática se disputará también en las urnas.

En lo inmediato, otra elección presidencial crucial para todo el mundo tendrá lugar el próximo martes 3 de noviembre en EE.UU. Por el declarado negacionismo del Presidente Trump, en todo el mundo los partidarios de fortalecer el Acuerdo de París no ven la hora de que termine su mandato. Pero no hay certezas, debido al anacrónico sistema electoral estadounidense. De allí que persistan los temores a que ocurran maquinaciones de última hora, sorpresas, manipulaciones que arbitrariamente posibiliten una reelección. Por esta razón, son muchos los ciudadanos, científicos y expertos del mundo entero que tienen el alma en un hilo y reprimen sus esperanzas.

Sobre la elección de Trump

Hace cuatro años, el 3 de noviembre 2016, el mundo ambientalista y los partidarios de la sustentabilidad quedaron gélidos cuando se supo la mala noticia de que había sido electo. No era para menos, ya que en su campaña había lanzado duras bravatas y mentiras contra el sobrecalentamiento global, alegando que se trataba de una patraña inventada por los extremistas de izquierda y los chinos. Lo ingrato fue que el suceso ocurrió cuando aún no se cumplía un año de la adopción del Acuerdo de París que había elevado las esperanzas en la acción climática. Desde un comienzo, quedó claro para la comunidad internacional que su objetivo sería debilitar y hacer fracasar el Acuerdo, ya que durante su campaña lo había definido como algo nefasto para los intereses de Estados Unidos y para el comercio internacional.

Esas eran las primeras elucubraciones de Trump, a las cuales aún no estábamos acostumbrados. Pero la realidad era muy distinta. El Acuerdo, como todo el mundo sabía, se adoptó para abrir una hoja de ruta que asegurase que el ascenso de la temperatura global del planeta a final del siglo XXI no aumentara más allá de dos grados Celsius, en relación con la temperatura global promedio de la era preindustrial. Ese fue y es el objetivo. Para ello, todos los países firmantes tendrían que limitar sus emisiones, aunque los desarrollados tendrían que hacer un mayor esfuerzo y movilizar 100 mil millones de dólares anuales.

Fue la señal que muchos esperaban desde que se iniciaron las negociaciones sobre cambio climático. Era la señal también que muchos inversores, atrapados entre las dudas, querían oír para saber hacia dónde dirigir su dinero. El Acuerdo fijó, entre otros objetivos, elevar los “flujos financieros” para caminar hacia una economía baja en emisiones de gases de efecto invernadero, cuya sobreacumulación en la atmósfera por las actividades humanas desencadenó el cambio climático. Con el Acuerdo se mandó un mensaje clave al mercado global, para movilizar la inversión, cuestión que sigue siendo fundamental para lograr una “transición justa a una economía limpia”. Los mercados lo recibieron como una señal clara.

Después de este consenso, que como todo el mundo sabe fue muy difícil de alcanzar, apareció electo Trump, quien comenzó de inmediato, como elefante en una cristalería, a intentar romper todos los consensos climáticos. Hizo que EE.UU. no fuera más un aliado del planeta. El 2 de junio 2017, dio rienda suelta a sus falencias más extremistas y decidió romper con el Acuerdo de París por considerarlo “debilitante, desventajoso e injusto” para la economía de su país. Esta retirada marcó una divisoria histórica. No solo dio la espalda a la ciencia y ahondó la fractura con Europa, sino que abandonó la lucha ante uno de los desafíos más graves que le ha tocado afrontar a la humanidad. Aunque anunció que su intención era renegociarlo porque lo consideraba injusto, en su mandato nunca hizo ni siquiera un intento para dialogar sobre el asunto.

Una cláusula del Acuerdo no ha permitido a Estados Unidos retirarse sino hasta el próximo 4 de noviembre, un día después de las elecciones en la que todos los ambientalistas esperan que gane Biden, ya que, si lo logra, su país regresaría de inmediato al Acuerdo. Por esta razón, el martes 3 de noviembre de la próxima semana es mucho lo que se juega. Por supuesto, lo más adverso sería que Trump siguiera por cuatro años más consolidando su tenebrosa agenda medioambiental. Lo más favorable, sería que a partir del 20 de enero de 2021, fecha de la transmisión del mando, Trump pase a ser solo un mal recuerdo, una pesadilla que habrá que olvidar pronto.

Trump dañó al Acuerdo de París

Conviene recordar que, a pesar de ser una pésima noticia, la retirada de EE.UU. no condujo a la destrucción del Acuerdo. Después del anuncio, China, Unión Europea, Canadá, Francia, Alemania y otros países reafirmaron su compromiso. China, actualmente el mayor emisor de CO2, puso en marcha un sistema de comercio para reducir las emisiones en 2020. Nunca se produjo la desbandada que promovía Trump. Hasta ahora, ningún otro país abandonó el Acuerdo. Brasil amagó con hacerlo, pero desistió por las presiones internas y externas. Sin embargo, Trump sí le hizo daño al Acuerdo. En estos últimos cuatro años se ha sentido un vacío importante en las negociaciones y ha demorado peligrosamente la acción climática mundial.

Por otra parte, también ha hecho daño a la protección medioambiental al interior de su propio país por las aberrantes contrarreformas ambientales que ha promovido. Desmontó, paso a paso, toda regulación que pudiera molestar a las industrias más contaminantes. Así, se convirtió en el ejemplo para todos los empresarios sin ética de todo el mundo, que en países como Chile y otros en regiones en desarrollo buscan un paraíso con regulaciones laxas y permisivas.  En total, ha revertido casi 100 regulaciones, desde controles ambientales para oleoductos, hasta permisos para explotar ecosistemas naturales de interés paisajístico o turístico, pasando por el asalto judicial para reducir los límites a la contaminación provenientes de fuentes móviles.

De todas esas contrarreformas, la más dañina, sin lugar a dudas, fue la paralización de las normas de ahorro de combustible, que obligaban a los fabricantes a poner en el mercado automóviles más eficientes y, por tanto, que emitieran menos contaminantes. Una ayuda inesperada provino de la pandemia de COVID-19, que en parte ha contribuido a reducir las emisiones. Pero esa no es la solución.

Sin embargo, a pesar de todo el daño y su tremendo poder, Trump no prevaleció y muchos estadounidenses no abandonaron sus compromisos medioambientales. Durante su mandato, a contracorriente, varios estados, ciudades, empresas, universidades y otros responsables no gubernamentales consolidaron un movimiento climático, permitiendo que casi dos tercios de la población resida en ciudades con planes de acción climática bien definidos y en ejecución. Por ejemplo, sin ayuda estatal, aumentó sustancialmente el número de vehículos eléctricos y se quintuplicó el número de ciudades comprometidas con la electricidad 100% renovable.

Algunos especialistas han reportado que un impedimento importante para la descarbonización en todo el mundo es el transporte. Desde 2017 se acumuló mucho daño por la aplicación de malas prácticas. En el mundo este sector es responsable del 14% de las emisiones, en EE.UU., con Trump, se elevó al 30%. Biden ha propuesto un plan de electrificación del transporte con regulaciones de emisiones más estrictas, incentivos y la promesa de instalar medio millón de cargadores. Sin duda será un giro ejemplar, en especial para Canadá, México, Brasil y Chile, que están muy influenciados por el modelo de transporte estadounidense.

Otro gran descalabro de Trump ha sido el fracaso de su apuesta por el carbón. Aunque solventó millones de dólares para proteger esta industria, no sacó nada en limpio. Desde que anunció su promesa de recuperar las carboníferas, más de 100 plantas eléctricas de carbón terminaron sus negocios o cerrarán pronto. Rídiculo total. Y esta tendencia se aprecia también en el avance de las energías renovables. Obviamente las energías renovables siguieron creciendo por razones de mercado y por la resistencia interior.

Respecto al carbón, tenemos una buena noticia en Chile. Hace unos días, la Cámara de Diputados aprobó en general un proyecto para adelantar el cierre de las termoeléctricas al año 2025. Se pretende adelantar así el mediocre programa que Piñera propuso, para descarbonizar la matriz energética recién en 2040. Propuesta fallida, ya que estas industrias generan contaminantes muy graves para las personas y el medioambiente. Soportarlo 20 años más sería inadmisible.

Por supuesto, los que apoyan 2040 son los pertenecientes al 22%, grupo reconocido por su codicia que siempre evita a toda costa perder parte de sus cuantiosas ganancias. Seguramente alegarán que, si se adelanta la descarbonización al 2025, se perderían miles de empleos, habría un alto riesgo de racionamiento eléctrico, alza de cuentas de la luz, entre otros terrores. Sin embargo, la ciudadanía ya no cree en estos desvaríos, similares a los que enunciaron para oponerse al retiro del 10% de las pensiones.

La meta de las emisiones netas cero

Por último, volviendo a la elección presidencial de EE.UU., no podemos terminar sin destacar que Biden ha dicho en su campaña que la crisis climática es la mayor amenaza a la humanidad. Algo que nunca escucharemos de Trump. Biden ha decidido moverse entre los cambios graduales y el Green New Deal, un ambicioso plan de descarbonización que Trump ha catalogado como “socialismo peligroso”. El candidato demócrata ha dejado muy claro que su plan no es ese y también ha rechazado vetar el fracking (fracturación hidráulica para la extracción de gas y petróleo del subsuelo). Un paso táctico, no muy bien recibido por los ambientalistas, pero que ha sido acompañado con la promesa de aportar dos billones de dólares para combatir el cambio climático e impulsar las energías renovables. En el plan de Biden, una de las palabras que más se repite es empleo.

Una cuestión fundamental para Biden es alcanzar en el 2050 las emisiones netas cero. China, para sorpresa de muchos, porque se resistía a hacerlo, anunció hace unas semanas en la Asamblea General de la ONU que fijó como objetivo para el 2060 la neutralidad del carbono. Este anuncio es vital, porque es la primera vez que China fija una fecha para descarbonizarse y porque es el primer emisor global (es responsable de alrededor de un cuarto de todos los gases de efecto invernadero del mundo). Por lo tanto, si gana Biden, más China y la Unión Europea, podríamos tener una nueva geopolítica para enfrentar la crisis climática, ya que corresponden a las emisiones más altas en el mundo, que a partir de allí estarían comprometidas a la descarbonización. A las promesas de China y Biden, se unió hace unos días Japón, que también acaba de plantear, al igual que Chile y muchos otros países, la neutralidad climática para 2050.

Es obvio que el mundo necesita que EE.UU. se suba al carro de la descarbonización y Biden puede hacerlo, Trump no. Se trata de una obligación clave para el éxito del Acuerdo de París. No es posible que una potencia de tal envergadura esté fuera de la reducción de emisiones y del cuidado de los bosques, los mayores sumideros del carbono. Los incendios forestales en Estados Unidos mostraron a todo el mundo un nivel de destrucción nunca visto, asociado al cambio climático. Han arrasado millones de hectáreas en California, Oregón, Washington y Colorado, así también en Portugal, Australia, Chile, Grecia, Amazonía, entre muchos otros, y han puesto al sobrecalentamiento global en todas las campañas políticas, empezando por la estadounidense.

Concluyendo, la crisis climática está en la cima de las preocupaciones de los jóvenes y seguramente hará que voten. Esto que notamos en el plebiscito del 25 octubre, se va a expandir y se manifestará también en la del próximo martes en EE.UU. y en cada una de las próximas elecciones. No cabe duda, podemos abrigar una cierta esperanza. De aquí en adelante, la lucha frontal contra la crisis climática no se decidirá ni en los parlamentos, ni en las reuniones de directorios de las grandes empresas, ni en los gabinetes ministeriales. Se disputará y se ganará en las elecciones.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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