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Las movilizaciones… hace ya más de un año Opinión

Las movilizaciones… hace ya más de un año

Andrés Sanfuentes Vergara
Por : Andrés Sanfuentes Vergara Economista, académico. Presidente de BancoEstado entre el año 1990 y el año 2000.
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La población observa un futuro sin las oportunidades a las cuales aspira. La caída en las expectativas marca el último decenio chileno. Es así como en el presente se vive en la inseguridad, provocada por la precariedad económica, la inestabilidad laboral y la delincuencia. Si se agregan algunos cambios en los valores y en la mentalidad del chileno, como son el individualismo y el consumismo, la consecuencia es la ruptura del tejido social presente en el pasado. Simplificando: el chileno cambió el barrio por el “mall”.


La pandemia no solo agravó la situación del país provocada por las movilizaciones de octubre de 2019, sino que ha impedido un debate más ordenado sobre las causas que las provocaron, pese a que se han planteado numerosos y valiosos análisis para explicarlas.

El primer elemento fue lo imprevisto del fenómeno y su masividad, aunque han aparecido los graciosos de siempre que observan que “yo lo anticipé”, lo cual es falso, a lo menos en su magnitud.

Hay claridad respecto a que la respuesta estuvo compuesta por diferentes segmentos, que respondieron a variadas insatisfacciones sociales, generadas por diversas causas y con diferentes entidades exigiendo numerosos derechos, desde aquellos del niño hasta los de los ancianos.

La ausencia de liderazgos políticos, tanto en el Gobierno como en la oposición, impidió la necesaria orientación y representación de quienes protestaban.

[cita tipo=»destaque»]La masividad de la inmigración en los últimos años también ha generado expresiones de rechazo hacia los extranjeros, antes ausentes, pero agravadas en sectores populares ante los problemas de desempleo generados por el estancamiento productivo y la pandemia. La desigualdad también ha tenido reflejos en el reclamo de los pueblos originarios que se sienten postergados, aunque su mayoría se ha integrado a la sociedad chilena, mejorando su nivel de vida. Otra expresión nítida es la concentración del poder en Santiago, postergando a las regiones en sus posibilidades y logros.[/cita]

El segundo Gobierno de la Presidenta Bachelet fue elegido para reducir la desigualdad, pero solo obtuvo pequeños avances y no enfrentó con éxito las demandas sociales de 2003 y 2007. El Gobierno del Presidente Piñera había sido elegido para mejorar el bienestar de los chilenos y “poner orden”. Hasta hoy no lo logra.

La oposición había terminado desprestigiada por su último Gobierno, sufrió su dispersión y la pérdida de la orientación sobre el futuro, agudizada por la aparición de una nueva izquierda y su desconfianza en respaldar los logos de los gobiernos de la Concertación.

Un intento por comentar las causas que provocaron las movilizaciones es difícil, porque son variadas, complejas y cambiantes, pero pueden agruparse en dos grandes fenómenos:

-Se detuvo el crecimiento económico del país. Si bien fue una trayectoria progresiva, los factores del éxito pasado se fueron agotando, en especial la mejoría en la productividad general, que fue acompañada por menor inversión y cambios demográficos, agravados por el agotamiento de los principales sectores productivos líderes. Como consecuencia, se dio un fenómeno de expectativas incumplidas en la población: empleos precarios, universitarios insatisfechos, bajas pensiones, endeudamiento, migraciones masivas, “ninis” y en general, sentimientos de vulnerabilidad ante los crecientes riesgos.

-La desigualdad existente en la sociedad. Hay que partir afirmando que la desigualdad en la sociedad no se manifiesta solo en los ingresos de las familias, es mucho más amplia. En Chile se refleja en la discriminación y los abusos de algunos grupos sociales sobre otros, es decir, aparece en las relaciones humanas en que unos se sienten superiores a otros y lo manifiestan sin disimulo, generando resentimiento. El clasismo es una expresión de lo anterior. Se agrega la aparición de nuevos temas, como las diferencias entre hombres y mujeres, especialmente en materia laboral, que han estado presentes, originando intensas presiones feministas.

La masividad de la inmigración en los últimos años también ha generado expresiones de rechazo hacia los extranjeros, antes ausentes, pero agravadas en sectores populares ante los problemas de desempleo generados por el estancamiento productivo y la pandemia. La desigualdad también ha tenido reflejos en el reclamo de los pueblos originarios que se sienten postergados, aunque su mayoría se ha integrado a la sociedad chilena, mejorando su nivel de vida. Otra expresión nítida es la concentración del poder en Santiago, postergando a las regiones en sus posibilidades y logros.

Estos elementos han generado un sentimiento masivo de insatisfacción, de sentirse excluidos de los beneficios sociales que logró la generación anterior, la de sus padres. Ellos no pueden valorar el progreso obtenido por el país hace 15 años, porque no lo vivieron.

En la actualidad, la población observa un futuro sin las oportunidades a las cuales aspira. La caída en las expectativas marca el último decenio chileno. Es así como en el presente se vive en la inseguridad, provocada por la precariedad económica, la inestabilidad laboral y la delincuencia. Si se agregan algunos cambios en los valores y en la mentalidad del chileno, como son el individualismo y el consumismo, la consecuencia es la ruptura del tejido social presente en el pasado. Simplificando: el chileno cambió el barrio por el “mall”.

La consecuencia de lo anterior se reflejó en las manifestaciones de octubre 2019: una rebeldía contra el poder concentrado en unos pocos, un cuestionamiento a las elites que dominan la sociedad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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