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Por décadas, los científicos han estado potenciando y manipulando virus, con la esperanza de prevenir una pandemia, y no causarla. ¿Pero, y si …? MUNDO

Por décadas, los científicos han estado potenciando y manipulando virus, con la esperanza de prevenir una pandemia, y no causarla. ¿Pero, y si …?

Nicholson Baker
Por : Nicholson Baker Escritor y periodista estadonunidense
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No obstante las recientes declaraciones de la misión investigadora de la OMS en China, en las que se descarta como “extremadamente improbable” el origen de laboratorio del Covid-19, presentamos aquí la traducción al castellano de una investigación periodística, publicada en la revista “New York” del 4 de enero de 2021, del escritor estadounidense, Nicholson Baker, sobre la polémica en torno a los orígenes de SARS-CoV-2, desde la aparición de la pandemia en Wuhan. Baker hace una comprensiva y minuciosa reconstrucción del pasado de la, así llamada, investigación de “ganancia de funciones”, un eufemismo para describir la manipulación genética de patógenos existentes en la naturaleza que, no siendo infecciosos para los humanos, podrían “eventualmente” llegar a serlo. En su recorrido por la controvertida historia reciente de la bioingeniería de patógenos, Baker da cuenta de una larga lista de accidentes y fugas de laboratorio, así como de sus trágicas consecuencias.         


Presentamos la traducción al castellano de una investigación periodística, publicada en la revista New York del 4 de enero de 2021, del escritor estadounidense, Nicholson Baker, sobre la polémica en torno a los orígenes de SARS-CoV-2, desde la aparición de la pandemia en Wuhan. No obstante las recientes declaraciones de la misión investigadora de la OMS en China, en las que se descarta como “extremadamente improbable” el origen de laboratorio del Covid-19 y se reafirma su posible origen natural, la hipótesis de un accidente de laboratorio −no necesariamente en Wuhan− ha sido seriamente considerada como probable por diversos científicos, y por medios como la BBC, “Le Monde”, y la RAI italiana.

Baker hace una comprensiva y minuciosa reconstrucción del pasado de la, así llamada, investigación de “ganancia de funciones”, un eufemismo para describir la manipulación genética de patógenos existentes en la naturaleza que, no siendo infecciosos para los humanos, podrían “eventualmente” llegar a serlo. Así, para demostrar su potencial peligrosidad y ofrecer posibles curas o futuras vacunas, decenas de laboratorios en el mundo, civiles y militares, gracias a sofisticadas técnicas de bioingeniería, han fabricado a partir de inocuas bacterias y virus  existentes −entre estos, los coronavirus de murciélagos y de otros animales− un sinnúmero de patógenos altamente virulentos y contagiosos para nuestra especie, con todos los riesgos de bioseguridad inherentes a este tipo de experimentación. “Es como buscar una fuga de gas con una cerilla encendida”, comenta, en el artículo de Baker, un biólogo molecular de la Universidad de Rutgers, Nueva Jersey.

En 2004, tras fuertes presiones de un amplio sector de la comunidad científica, el gobierno de Barak Obama decretó la suspensión del financiamiento público a todos los laboratorios que trabajaban en investigación de ganancia de funciones con los virus de la influenza, del SARS y del MERS. Esta prohibición fue anulada por el gobierno de Trump, en 2017. Antes, durante, y después de la moratoria, el principal laboratorio norteamericano de investigación de ganancia de funciones con coronavirus de murciélagos colaboró estrechamente con el Instituto de Virología de Wuhan, mientras este último era financiado −en parte− con fondos de los Departamentos (ministerios) de Salud y de Defensa de los EE.UU., canalizados a través de una ONG con sede en Nueva York.  

En su recorrido por la controvertida historia reciente de la bioingeniería de patógenos, Baker da cuenta de una larga lista de accidentes y fugas de laboratorio, así como de sus trágicas consecuencias.             

Rodrigo de Castro

Escritor y periodista chileno (traductor de este artículo).

I

Monstruos en tubo de ensayo

Lo que sucedió fue bastante simple. Al menos, eso es lo que he llegado a creer. Fue un accidente. Por un tiempo, un virus estuvo en un laboratorio y, eventualmente, logró escapar. El SARS-CoV-2, el virus que causa el COVID-19, inició su existencia dentro de un murciélago, luego “aprendió” a infectar a personas en un claustrofóbico pozo de mina y, más tarde, fue potenciado en uno o más laboratorio para hacerlo más infeccioso, tal vez como parte de un bien intencionado pero arriesgado esfuerzo de científicos en búsqueda de una vacuna de amplio espectro. El SARS-2 no fue diseñado como un arma biológica. Pero creo que sí fue diseñado. 

Mucha gente sensata descarta esta idea y puede ser que tengan razón. Creen sinceramente que el coronavirus surgió de forma natural, por zoonosis, a partir de animales, sin haber sido previamente estudiado, sometido a hibridación, potenciado a través de cultivos celulares o manipulado de diferentes maneras por experimentados especialistas. Ellos sostienen que un murciélago, portador de un coronavirus, infectó a otro animal, tal vez un pangolín, y que este pudo haber estado ya infectado por un coronavirus diferente.

Gracias a la combinación y mezcla de esas dos enfermedades dentro del pangolín, se habría desarrollado una nueva enfermedad, altamente infecciosa para los humanos. O plantean la hipótesis de que dos coronavirus se recombinaron en un murciélago, y este nuevo virus se propagó a otros murciélagos, los que a su vez infectaron directamente a una persona −en un entorno rural, tal vez−, y que esa persona causó un brote de enfermedad respiratoria, latente, no detectado. Durante un período de meses o años, el patógeno evolucionó hasta volverse virulento y altamente transmisible, infección que finalmente se desató en Wuhan.

No hay prueba directa de estas posibilidades zoonóticas, al igual que no existe evidencia directa de un accidente de laboratorio: no hay confesiones escritas, ni notas incriminatorias, ni informes oficiales acerca de accidentes. La certeza necesita de detalles y los detalles requieren de una investigación. Ha pasado un año completo, 80 millones de personas han sido infectadas y, sorprendentemente, no se ha llevado a cabo ninguna investigación pública. Aún sabemos muy poco acerca de los orígenes de esta enfermedad.

Sin embargo, creo que vale la pena ofrecer un contexto histórico de nuestra pesadilla médica que cumple más de un año. Necesitamos escuchar a las personas que durante años han sostenido que cierto tipo de experimentación con virus podía provocar una desastrosa pandemia como la actual. Y que tenemos que terminar con la caza de nuevas enfermedades exóticas en la naturaleza salvaje, de enviar sus agentes patógenos a laboratorios, y de manipular y potenciar sus genomas para demostrar cuán peligrosos podrían llegar a ser para la vida humana. 

En las últimas décadas, los científicos han desarrollado métodos ingeniosos de aceleración evolutiva y de recombinación, y han aprendido cómo engañar a los virus, a los coronavirus en particular −a esas pelotillas de proteínas espinudas que hemos llegado a conocer tan bien−, para que se muevan rápidamente de una especie de animal a otro o de un tipo de cultivo celular a otro. Han fabricado máquinas que mezclan y recombinan el código viral de las enfermedades de murciélagos con el código de enfermedades humanas: enfermedades como el SARS, el Síndrome Respiratorio Agudo Severo, por ejemplo, surgido en China en 2003; y el MERS, Síndrome Respiratorio del Oriente Medio, que apareció una década más tarde y que está relacionado con murciélagos y camellos. Algunos de estos experimentos −los de investigación de “ganancia de funciones”− tenían como objetivo crear cepas de enfermedades nuevas, más virulentas e infecciosas, en el marco de un esfuerzo por predecir y, por lo tanto, defendernos de las amenazas que pueden eventualmente surgir de la naturaleza. El término ganancia de funciones es, en sí mismo, un eufemismo; la Casa Blanca de Obama describió con precisión este tipo de trabajo, como “experimentos que pueden razonablemente anticiparse y conferir nuevos atributos a los virus de la influenza, del MERS o del SARS, de manera que el virus aumente su patogenicidad y/o la transmisibilidad a través de la vía respiratoria de mamíferos”. Sin duda que los virólogos dedicados a estos experimentos han logrado hazañas de transmutación genética y que, a lo largo de los años, no se han verificado muchos accidentes, a no ser que no hayan sido comunicados al público. Pero varios sí han ocurrido.

Fuimos advertidos, y repetidamente. La creación intencional de nuevos microbios que combinan la virulencia con una mayor transmisibilidad “conlleva riesgos extraordinarios para el público”, escribieron los expertos en enfermedades infecciosas, Marc Lipsitch y Thomas Inglesby, en 2014. “Aún no ha sido establecido un proceso de evaluación de riesgos riguroso y transparente para este tipo de trabajo”. Y hoy eso sigue siendo más cierto que nunca. En 2012, en el Bulletin of the Atomic Scientists, Lynn Klotz advirtió que, dado el número de laboratorios que manejaban variedades de patógenos virulentos, existía un 80 por ciento de posibilidades que, en los próximos 12 años, se produjera al menos una fuga de un virus potencialmente pandémico.

Un accidente de laboratorio −un frasco que se cae, un pinchazo de una aguja, una mordedura de ratón, una botella con etiquetas ilegibles− es apolítico. Proponer que algo desafortunado sucedió durante un experimento científico en Wuhan −ciudad donde por primera vez se diagnosticó el COVID-19 y donde hay tres laboratorios de virología de alta seguridad (uno de ellos mantiene en sus congeladores el inventario de muestras de virus de murciélagos más completo del mundo) no es una teoría conspirativa. Es solo una teoría. Creo que merece nuestra atención, junto con otros intentos razonables de explicar el origen de nuestra actual catástrofe.

II

“Una posibilidad razonable”

Desde principios de 2020, se ha discutido acerca de los orígenes de COVID-19 en el mundo entero. La gente ha leído artículos de investigación, hablado sobre qué tipo de animales vivos se vendían o no en el mercado de mariscos de Wuhan, y se han preguntado de adónde vino el nuevo virus. 

Mientras tanto, todo tipo de cosas insólitas han ocurrido en el mundo entero. El gobierno chino cerró el transporte y construyó hospitales a gran velocidad. Se han visto videoclips de personas que, de repente, se desploman inconscientes en la calle. Un médico en YouTube nos dijo cómo debíamos fregar los productos comprados en el supermercado. Una científica llamada Shi Zhengli del Instituto de Virología de Wuhan rápidamente publicó un artículo en que decía que el nuevo coronavirus era en un 96 ​​por ciento idéntico a un virus de murciélago, el RaTG13, que se encuentra en el sur de China, en la provincia de Yunnan. El 13 de marzo, escribí en mi diario que en esta enfermedad parecía haber algo curiosamente artificial: “Se transmite demasiado por el aire −demasiado contagiosa− parece ser algo que ha sido especialmente diseñado para ser infeccioso. Eso es lo que sospecho. No hay forma de saberlo. Por lo tanto, para qué perder tiempo pensando en esta posibilidad”.

Era solo una nota escrita para mí mismo −en ese momento, no había entrevistado a científicos sobre el SARS-2 ni había leído sus trabajos de investigación. Pero sí sabía algo sobre patógenos y accidentes de laboratorio. En 2019 publiqué un libro, Baseless, que habla de algunos de estos accidentes. El libro lleva el nombre de un programa del Pentágono, Proyecto Baseless, cuyo objetivo, a partir de 1951, era lograr “lo antes posible, una amplia capacidad de combate de la Fuerza Aérea en la guerra biológica y química”.

Los Estados Unidos gastaron un dineral en la amplificación y transmisión aérea de enfermedades, algunas conocidas, otras secretas y ocultas. En los años 50, el programa de armas biológicas de los Estados Unidos gozaba de un estatus de prioridad A1, tan alto como el de las armas nucleares. En preparación para una guerra total contra un enemigo comunista numéricamente superior, los científicos crearon gérmenes resistentes a los antibióticos y a terapias con medicamentos. Con estos, infectaron animales de laboratorio y utilizaron una técnica llamada “serial passaging” o “transferencia en serie”, de manera que los gérmenes fueran más virulento y contagiosos.

Y en el camino hubo muchos accidentes de laboratorio. Para 1960, cientos de científicos y técnicos estadounidenses habían sido hospitalizados, víctimas de las enfermedades que intentaban convertir en armas. Charles Armstrong, de los Institutos Nacionales de Salud (INS, National Institutes of Health o NIH en inglés. En adelante, por motivos estilísticos, usaremos “los INS” en singular, es decir “el INS”, lo mismo con los CDC), el conjunto de agencia del Departamento de Salud y Servicios Humanos de los EE.UU., uno de los consultores fundadores del programa estadounidense de guerra bacteriológica, investigó tres veces la fiebre Q, y las tres veces sus científicos y personal se enfermaron. En 1951, en la planta piloto de ántrax en Camp Detrick, Maryland, un microbiólogo que intentaba perfeccionar el “proceso de formación de espuma” para la producción a gran escala, desarrolló fiebre y murió. En 1964, el veterinario, Albert Nickel, se enfermó después de ser mordido por un animal de laboratorio. Su esposa no fue informada de que había sido contagiado con el virus Machupo o fiebre hemorrágica boliviana. “Lo vi morir a través de una pequeña ventana de su cuarto de cuarentena, en la enfermería de Detrick”, dijo.

En 1977, se desató una epidemia mundial de influenza A en Rusia y China; finalmente fue rastreada y se llegó a una muestra de una cepa estadounidense de gripe conservada en un congelador de laboratorio, en 1950. En 1978, una cepa híbrida de viruela mató a un fotógrafo médico en un laboratorio en Birmingham, Inglaterra; en 2007, fiebre aftosa viva se filtró de un tubo de drenaje defectuoso del Instituto de Salud Animal en Surrey, Inglaterra. En los EE.UU., “entre 2008 y 2012, más de mil 100 accidentes de laboratorio fueron  informados a los reguladores federales, incidentes que involucraron bacterias, virus y toxinas que representan riesgos significativos para las personas y la agricultura”, informó USA Today en una investigación publicada en 2014. En 2015, el Departamento de Defensa de los EE.UU. descubrió que, en los últimos 12 años, los trabajadores de un centro de pruebas de guerra bacteriológica en Utah habían enviado por error cerca de 200 despachos de ántrax vivo a laboratorios de todo los Estados Unidos y también a Australia, Alemania, Japón, Corea del Sur y a varios otros países. En 2019, los laboratorios de Fort Detrick −donde la investigación “defensiva” conlleva la creación de patógenos potenciales para la defensa−, fueron cerrados durante varios meses, por el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) debido a “brechas de contención”. Recién reabrieron en diciembre de 2019.

Los laboratorios de alta contención tienen una larga historial de cuasi accidentes. Los científicos son personas, y las personas a veces son torpes, se tropiezan o son mordidas por animales enfurecidos cuando los inoculan nasalmente. Las máquinas pueden crear aerosoles invisibles, y las soluciones celulares pueden contaminarse. Los sistemas de residuos no siempre funcionan correctamente. Las cosas pueden salir mal de mil maneras diferentes.

Mantenga esa falibilidad humana en su mente y luego considere las cautelosas palabras de Alina Chan, una científica que trabaja en el Instituto Broad del MIT y en Harvard. “Existe una posibilidad razonable de que lo que estamos viviendo sea el resultado de un accidente de laboratorio”, me dijo Chan en julio del año pasado. También había, agregó, una posibilidad razonable de que la enfermedad haya evolucionado de forma natural; ambas eran posibilidades científicas. “No sé si alguna vez encontraremos una prueba concluyente, especialmente si se trató de un accidente de laboratorio. Hay demasiado en juego. Sería tremendo ser culpado de provocar millones de casos de COVID-19 y posiblemente de más de un millón de muertes para fin del 2020, si la pandemia sigue creciendo fuera de control. El gobierno chino también ha restringido a sus propios académicos y científicos en la investigación sobre los orígenes del SARS-CoV-2. A este ritmo, los orígenes del Sars-CoV-2 pueden estar ya enterrados bajo el peso del tiempo”. 

Le pregunté a Jonathan A. King del MIT, biólogo molecular y defensor de la bioseguridad, si había pensado en un accidente de laboratorio cuando escuchó por primera vez la noticia de la epidemia. “Absolutamente, absolutamente”, respondió King. También otros científicos que él conocía estaban preocupados. Pero los científicos, dijo, en general son cautelosos y no hablan abiertamente. Sobre ellos hay “presiones muy fuertes y sutiles” para evitar que insistan en los peligros biológicos de algunos laboratorios. Recolectar muchos virus de murciélagos, pasar esos virus repetidamente por cultivos celulares, y hacer híbridos virales murciélago-humanos, cree King, “genera nuevas amenazas y la imperiosa necesidad de que sean controlados”.

“Todas las posibilidades deberían estar sobre la mesa, incluida una fuga de laboratorio”, me escribió recientemente un científico del INS, Philip Murphy, jefe del Laboratorio de Inmunología Molecular. Nikolai Petrovsky, profesor de endocrinología de la Facultad de Medicina en la Universidad Flinders de Adelaide, Australia, me escribió en un correo electrónico: “Efectivamente, hay muchas características inexplicadas de este virus que son difíciles, si no imposibles de explicar, si nos basamos en un origen únicamente natural”. Richard Ebright, biólogo molecular de la Universidad de Rutgers, Nueva Jersey, escribió que, durante varios años, le había preocupado el laboratorio de Wuhan y el trabajo que ahí realizaban: la creación de coronavirus de murciélago “quiméricos” (es decir, híbridos), relacionados con el SARS, “con características reforzadas de infectividad humana”. Ebright dijo: “En este contexto, la noticia de un nuevo coronavirus en Wuhan ¡¡¡gritaba!!!  ser una fuga de laboratorio».

III

“Ninguna evidencia creíble”

La nueva enfermedad, tan pronto como apareció, fue interceptada, robada y politizada por personas con motivos y agendas propias. La cuestión científica básica y extremamente interesante de lo que realmente sucedió fue absorbida por una maraña ideológica.

Algunos estadounidenses boicotearon los restaurantes chinos; otros intimidaron y acosaron a estadounidenses de origen asiático. Steve Bannon, el líder de la “derecha-alternativa” y asesor sombra de Trump dijo, en una serie de videos en YouTube, llamada War Room y transmitida desde su sala de estar, que el Partido Comunista de China había fabricado una arma biológica y que la había lanzado intencionalmente. Lo llamó el “virus del PCCh”. Y su amigo y patrocinador multimillonario, Miles Guo, un devoto partidario de Trump, dijo en un sitio web de derechas que el objetivo de los comunistas era “usar el virus para infectar selectivamente a personas en Hong Kong, de modo que el Partido Comunista Chino los usara como excusa para imponer la ley marcial y finalmente aplastar al movimiento prodemocrático de Hong Kong. Pero el tiro les salió por la culata”.

En The Lancet, de febrero 2020, apareció una potente contradeclaración, firmada por 27 científicos. “Estamos unidos en la condena enérgica de las teorías conspirativas que sugieren que el  COVID-19 no tiene un origen natural”, dice el comunicado. “Científicos de múltiples países han publicado y analizado genomas del agente causante, el Síndrome Respiratorio Agudo Severo Coronavirus 2 (SARS-CoV-2), y concluido de manera abrumadora que este coronavirus se originó en la naturaleza silvestre, al igual que muchos otros patógenos emergentes”.

El organizador tras bambalinas de esta declaración en The Lancet, Peter Daszak, es un zoólogo y recolector de muestras de virus de murciélago, jefe de una organización sin fines de lucro de Nueva York, llamada EcoHealth Alliance, un grupo que (como el veterano periodista científico, Fred Guterl, explicará más adelante en Newsweek ) ha canalizado dinero del Instituto Nacional de Salud (INS) al laboratorio de Shi Zhengli del Instituto de Virología de Wuhan (IVW), y permitido que ese laboratorio realice investigaciones recombinantes de enfermedades de murciélagos con humanas. “Tenemos la opción de ponernos de pie y apoyar a los colegas que están siendo atacados y amenazados a diario por los teóricos de la conspiración o simplemente hacer vista gorda”, dijo Daszak en febrero, en la revista Science.

Vincent Racaniello, profesor de Columbia y coanfitrión de un podcast llamado This Week in Virology, dijo, el 9 de febrero de 2020, que la idea de un accidente en Wuhan era “una completa estupidez”. El coronavirus era en un 96 por ciento idéntico a un virus de murciélago encontrado en 2013, dijo Racaniello. “No es un virus creado por el hombre. No salió de un laboratorio”.

El desmentido de Racaniello fue secundado por un grupo de científicos de la Universidad Estatal de Ohio, de la Universidad de Pensilvania y de la Universidad de Carolina del Norte, que publicó un artículo en Emerging Microbes and Infections para silenciar las “especulaciones, rumores y teorías conspirativas que sostienen que el SARS-CoV-2 es producto de un laboratorio”. En la actualidad, no existe “evidencia creíble” de que el SARS-2 se haya filtrado de un laboratorio, dijeron estos científicos, utilizando un argumento algo diferente del de Racaniello. “Algunas personas han sostenido que el SARS-CoV-2 humano se filtró directamente de un laboratorio de Wuhan, donde recientemente se informó de un coronavirus de murciélago, el CoV (RaTG13)”, dijeron. Pero el RaTG13 no puede ser la fuente porque se diferencia del virus SARS-2 humano en más de mil nucleótidos, argumentaron. Una de las autoras del artículo, Susan Weiss, declaró al Raleigh News & Observer: “La teoría conspirativa es ridícula”.

El artículo acerca del origen natural más influyente, “The Proximal Origin of SARS-CoV-2”, escrito por un grupo de biólogos que incluye a Kristian Andersen de Scripps Research, apareció en una versión preliminar en Internet, a mediados de febrero de 2020. “No creemos que ningún tipo de escenario basado en un laboratorio sea plausible”, escribieron los científicos. ¿Por qué? Porque el software de modelado molecular predice que, si uno quisiera optimizar un virus existente de murciélago para que este se replique eficientemente en células humanas, organizaría las cosas de otra manera, es decir diferente a como está configurado el virus SARS-2 −si bien es cierto que el virus SARS-2 hace un trabajo extraordinariamente eficaz al replicarse en células humanas. El escenario basado en el laboratorio es inverosímil, dice el documento, porque, aunque es verdad que el virus pudo haber desarrollado sus inusuales características genéticas en un laboratorio, una explicación más fuerte y “parsimoniosa” sería que estas características particulares surgieron a través de algún tipo de mutación o recombinación natural. “Lo que pensamos”, explicó uno de los autores, Robert F. Garry de la Universidad de Tulane de Nueva Orleans, en YouTube, “es que este virus es un recombinante. Probablemente provino de un virus de murciélago, combinado quizás con un virus de un pangolín”. Los periodistas, en su mayoría, hicieron eco de las opiniones autorizadas de Daszak, Racaniello, Weiss, Andersen y otros prominentes “natural-originalistas”. “El balance de la evidencia científica respalda firmemente la conclusión de que el nuevo coronavirus surgió de la naturaleza, ya sea en el mercado de Wuhan o en algún otro lugar”, se lee en la columna “Fact Checker” del Washington Post. “El Dr. Fauci nuevamente descarta el laboratorio de Wuhan como fuente de coronavirus”, dijo CBS News, al dar a conocer una video-entrevista de Anthony Fauci en el National Geographic. “Si miras la evolución del virus en los murciélagos y lo que hay ahora allá afuera”, dijo Fauci, “las cosas se están inclinando muy, muy fuertemente hacia ‘esto no pudo haber sido manipulado artificial o deliberadamente’”.

Todos tomaron partido; todos pensaron en la nueva enfermedad como un episodio más en una lucha partidista. Piensen en el Secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo; piensen en el propio Donald Trump. Se pararon frente a los micrófonos y, haciendo un guiño, dijeron, “sé algo que tú no sabes”, es decir, que esta enfermedad se escapó de un laboratorio chino. Pero, cualquier cosa que ellos digan tienen que ser una mentira. Admitir que, por supuesto, el SARS-2 podría provenir de un accidente de laboratorio, se transformó en una hipótesis inadmisible, en un tema casi tabú. “La afirmación de la administración Trump de que el virus se propagó desde un laboratorio de Wuhan ha hecho que la sola idea sea políticamente tóxica, incluso entre los científicos que dicen que pudo haber sucedido», escribió la periodista científica Mara Hvistendahl en Intercept.

IV

“¿Es una completa coincidencia?

Aun así, en enero y febrero de 2020, hubo personas reflexivas que se pronunciaron y expresaron su perplejidad.

Una fue Sam Husseini, periodista independiente. El 11 de febrero de 2020, asistió a una conferencia de prensa del CDC (Centers for Disease Control and Prevention) en el Club Nacional de la Prensa. Para entonces, 42 mil personas se habían enfermado en China y había más de mil muertos. Pero sólo había 13 casos confirmados en los EE.UU. En medio de las preguntas y respuestas, Husseini se acercó al micrófono y le preguntó a la representante del CDC, Anne Schuchat, de adónde provenía el virus. Más tarde me contó que, en ese momento, tuvo la desagradable sensación de que el piso se le desfondaba bajo los pies.

“Obviamente, la principal preocupación es cómo detener el virus”, dijo Husseini; no obstante, insistió en que él quería saber más sobre su origen. “¿La postura del CDC es que no hay absolutamente ninguna relación con el laboratorio BSL-4 en Wuhan?”, preguntó. “Tengo entendido que ese es el único lugar en China con un laboratorio BSL-4. En los Estados Unidos tenemos, creo, unas dos docenas o más, y hay antecedentes que (en Wuhan) ha habido problemas y accidentes”. (Un laboratorio BSL-4 es una instalación de máxima bioseguridad-nivel-cuatro, utilizada para resguardar y contener las investigaciones de los patógenos más peligrosos. La revista New York ha confirmado que existen al menos 11 instalaciones BSL-4 operando en los EE.UU.). Husseini se apresuró a decir que no estaba insinuando que lo ocurrido en Wuhan haya sido intencional. “Solo estoy preguntando, ¿es una completa coincidencia que este brote haya ocurrido en la única ciudad de China donde hay un laboratorio BSL-4?”.

Schuchat agradeció a Husseini por su pregunta y comentarios. En todo caso, todo lo que ella había visto era consistente con un origen natural y zoonótico de la enfermedad, dijo.

Ese mismo mes, un grupo de científicos franceses de la Universidad de Aix-Marseille publicó un artículo que describe su investigación acerca de una pequeña inserción en el genoma del nuevo virus SARS-2. La proteína de las espigas del virus contenía una secuencia de aminoácidos que forman lo que Étienne Decroly y sus colegas llaman un “sitio peculiar de escisión similar a la furina”, una región químicamente sensible en la pinza de langosta de la proteína de la espiga que reacciona en presencia de una enzima llamada furina, un tipo de proteína que se encuentra en todas partes del cuerpo humano, pero especialmente en los pulmones. Cuando la espiga detecta la furina humana, se agita, químicamente hablando, y la enzima abre la proteína, y así se inicia ese pequeño ballet mórbido en que el virus cala un agujero en la membrana externa de la célula huésped y abre su camino hacia el interior.

El código para esta característica molecular en particular −que no se encuentra en el SARS ni en ningún virus de murciélago similar al SARS, pero sí está presente, de una manera ligeramente diferente, en el virus MERS, más letal− es fácil de recordar porque corresponde al rugido: “R-R-A-R”. El código de las letras representa los aminoácidos: arginina, arginina, alanina y arginina. Su presencia, según observó Decroly y sus colegas, puede aumentar la “patogenicidad”, es decir, la enorme transmisibilidad de una enfermedad.

Botao Xiao, profesor de la Universidad de Tecnología del Sur de China, publicó un breve artículo en un sitio de preimpresión titulado “Los posibles orígenes del coronavirus 2019-nCoV”. Dos laboratorios, el Centro de Wuhan para el Control y la Prevención de Enfermedades (WHCDC) y el Instituto de Virología de Wuhan (IVW), no estaban lejos del mercado de mariscos, el lugar donde entonces se decía que se había originado la enfermedad, escribió Xiao; de hecho, el WHCDC estaba a poco más de doscientos metros del mercado, mientras que los murciélagos de herradura que portan el virus están a cientos de kilómetros al sur. (No se vendieron murciélagos en el mercado, precisó). Era poco probable, escribió, que un murciélago haya volado toda esa distancia a un área metropolitana densamente poblada de 15 millones de habitantes. “El coronavirus asesino probablemente se originó en un laboratorio en Wuhan”, decía Xiao. Recalcó la urgencia de reubicar los “laboratorios de riesgo biológico”, lejos de lugares densamente poblados. Su artículo desapareció del servidor.

Y a finales de mes (febrero de 2020), un profesor de la Universidad Nacional de Taiwán, Fang Chi-tai, dio una conferencia sobre el coronavirus en la que describió el sitio anómalo de escisión de furina R-R-A-R. “Es poco probable que al virus se le agreguen de manera natural cuatro aminoácidos, y todos a la vez”, dijo Fang −las mutaciones naturales eran más pequeñas y azarosas, argumentó. “Desde un punto de vista académico, es perfectamente posible que humanos en un laboratorio hayan agregado los aminoácidos al COVID-19”. Cuando el News de Taiwán  publicó un artículo sobre la charla de Fang, él mismo rechazó sus propios comentarios y la copia en video de la charla desapareció del sitio web de la Asociación de Salud Pública de Taiwán. “Ha sido bajado por razones puntuales”, explicó la Asociación. “Gracias por vuestra comprensión”.

V

“Una seria escasez de técnicos debidamente capacitados”

En la primavera, leí algunos textos sobre la historia de los coronavirus. A partir de la década de 1970, los perros, las vacas y los cerdos fueron diagnosticados con infecciones provocadas por coronavirus; en 1978, se cancelaron las exposiciones de perros, después de la muerte de 25 de raza Collie en Louisville, Kentucky. Sin embargo, las nuevas variedades de coronavirus no mataron a humanos hasta 2003, cuando chefs de restaurantes, manipuladores de alimentos y personas que vivían cerca de un mercado de animales-vivos se enfermaron en Guangzhou, en el sur de China, donde la carne desmenuzada de una criatura parecida a un mapache con patas cortas, la civeta de palma, fue servida en un plato regional llamado “sopa de dragón-tigre-fénix”. La nueva enfermedad, el SARS, se propagó de forma alarmante en los hospitales y llegó a 30 países y territorios. Murieron más de 800 personas; el virus transmitido por la civeta finalmente fue rastreado y encontrado en murciélagos de herradura.

Más tarde, brotes más pequeños de SARS en Taiwán, en Singapur y en el Instituto Nacional de Virología de China de Beijing fueron causados ​​por accidentes de laboratorio. En mayo de 2004, los investigadores de seguridad de la Organización Mundial de la Salud (OMS) escribieron que tenían “serias preocupaciones sobre procedimientos de bioseguridad” en el Instituto de Virología de Beijing. Según uno de los casos expuestos, una sala de almacenamiento de SARS del laboratorio de Beijing estaba tan repleta que el congelador que contenía el virus vivo tuvo que ser trasladado al pasillo. “Los científicos aún no comprenden del todo dónde o cómo surgió el SARS hace 18 meses”, escribió el periodista del Washington Post, David Brown, en junio de 2004. “Pero hoy está claro (para los investigadores) que las fuentes más amenazante del virus mortal pueden ser los lugares que ellos conocen íntimamente: sus propios laboratorios”. 

El MERS apareció en 2012, probablemente transmitido por camellos que contrajeron la enfermedad de murciélagos o del guano de murciélago, más tarde transmitido a bebedores humanos de leche cruda de camello y a carniceros de carne de camello. Fue una enfermedad aguda, con una alta tasa de mortalidad, en su mayor parte confinada a Arabia Saudita. Al igual que el SARS, los casos de MERS decrecieron rápidamente. Casi desapareció fuera del Oriente Medio, excepto por un brote ocurrido en 2015, en el Centro Médico Samsung de Corea del Sur, donde un solo caso de MERS provocó más de 180 infecciones, muchas de estas afectaron a trabajadores del hospital.

En enero de 2015, el flamante laboratorio BSL-4 de Instituto de Virología de Wuhan, construido por un contratista francés, fue inaugurado, pero la certificación de seguridad tardó en llegar. Según cables del Departamento de Estado de 2018, filtrados al Washington Post, el nuevo laboratorio BSL-4 tuvo algunos problemas en su puesta en marcha, incluida “una grave escasez de técnicos e investigadores debidamente capacitados, indispensables para operar este laboratorio de alta contención de una manera segura”. El personal había recibido capacitación en un laboratorio BSL-4 de Galveston, Texas, pero estaba realizando un trabajo potencialmente peligroso con virus similares al SARS, decía el memorándum. Por lo tanto, necesitaban de más ayuda de los EE.UU. 

En noviembre o diciembre de 2019, un nuevo coronavirus comenzó a extenderse. Inicialmente, los científicos chinos lo llamaron, “virus de la neumonía del mercado de mariscos de Wuhan”, pero pronto la idea fue descartada. El mercado, cerrado y descontaminado por funcionarios chinos el 1 de enero de 2020, fue un centro de amplificación, no la fuente del brote, según varios estudios científicos chinos. El cuarenta y cinco por ciento de los primeros pacientes con SARS-2 no tenía vínculo alguno con el mercado.

VI

Emergencia

Ahora demos un paso atrás. El SIDA, fatal, aterrador y con una fuerte carga política, introdujo una nueva era en la investigación de vacunas guiada por el gobierno de los EE.UU., bajo la dirección del Dr. Anthony Fauci. Un virólogo de la Universidad Rockefeller, Stephen S. Morse, dio charlas sobre los “virus emergentes” −es decir, de otras plagas que podían estar en proceso de surgir de la fábrica de la naturaleza. En 1992, Richard Preston escribió una exposición aterradora sobre un virus emergente, el Ébola, en The New Yorker, artículo que se convirtió en un libro bestseller en 1994. Ese mismo año apareció The Coming Plague: Newly Emerging Diseases in a World Out of Balance, de Laurie Garrett: otro éxito de ventas. La idea parecía estar en todas partes: estábamos al borde de una ola emergente de plagas zoonóticas.

Este término nuevo y útil, “emergente, comenzó a destacarse en los trabajos de investigación de varios corona-virólogos. Hasta entonces, habían estado fuera del foco de atención. Estudiaban el resfriado común y algunas enfermedades del ganado. El término fue útil porque era fluido. Una enfermedad emergente podía ser real y aterradora, como lo era el SIDA, algo que acababa de aparecer en la escena médica y que estaba confundiendo nuestros esfuerzos por combatirla, o podía tratarse de una enfermedad que aún no había llegado y que tal vez podía no llegar nunca, pero que sí podía ser guardada en un laboratorio y quedar ahí esperando, entre bastidores, a solo unas pocas mutaciones de una verdadera epidemia humana. Era real e irreal, a la vez. Una cualidad que fue de gran utilidad cuando hubo que solicitar fondos para la investigación.

Tomemos, por ejemplo, el artículo científico de 1995: “Las altas tasas de recombinación y mutación en los virus de la hepatitis del ratón sugieren que los coronavirus pueden ser virus emergentes potencialmente importantes”. Fue escrito por el Dr. Ralph Baric y su colega de la Universidad de Carolina del Norte, Boyd Yount. En este artículo inicial, Baric, un ex campeón de natación de voz grave, describió cómo su laboratorio pudo entrenar un coronavirus, el MHV, causante de hepatitis en ratones, para que saltara de una especie a otra, de modo que pudiera infectar de manera eficiente una célula de cultivo BHK (riñón de un hámster bebé). Lo hicieron mediante pasajes en serie o “serial passaging”: dosificaron repetidamente una solución mixta de células de ratón y de hámster con el virus de la hepatitis de ratón. Mientras disminuían la cantidad de células de ratón, aumentaban la concentración de células de hámster. Como era de esperar, al principio el virus de la hepatitis de ratón no pudo hacer mucho con las células de hámster. Quedaron casi libres de infección, flotando en su universo de suero de ternero fetal. Pero, al final del experimento, después de docenas de pasajes a través de cultivos celulares, el virus había mutado. Había dominado el truco de parasitar a un roedor desconocido. Una plaga de ratones se transformó en una plaga de hámsteres. Y había más: “Está claro que el MHV puede alterar rápidamente la especificidad de su especie e infectar ratas y primates”, escribió Baric. “Las variantes de virus resultantes están asociadas con enfermedades desmielinizantes en estas especies alternativas”. (Una enfermedad desmielinizante es una enfermedad que daña las vainas nerviosas). Con el estímulo constante de la ciencia de laboratorio, junto con cierta exageración retórica, una dolencia humilde de ratón se transformó en una amenaza emergente que podía causar daño a los nervios de los primates. En otras palabras, daño a nuestros nervios. 

Unos años más tarde, en una nueva ronda de experimentos de “transferencia entre especies”, los científicos de Baric introdujeron su coronavirus de ratón en frascos que contenían una suspensión de células de mono verde africano, células humanas y células de testículos de cerdo. Luego, en 2002, anunciaron algo aún más impresionante: habían encontrado una manera de crear un clon infeccioso completo de todo el genoma de la hepatitis de ratón. Su “construcción infecciosa” fue replicada como si se tratara de la cosa real, escribieron.

No solo eso, sino que habían descubierto cómo realizar su montaje a la perfección, sin dejar rastro alguno de intervención humana. Nadie sabría si el virus se fabricó en un laboratorio o si evolucionó en la naturaleza. Baric llamó a esta característica el método de “no-verse” y afirmó que su método tenía “aplicaciones de biología molecular amplias y poco apreciadas”. El método fue nombrado, escribió, en honor a un “insecto picador muy pequeño que se encuentra ocasionalmente en las playas de Carolina del Norte”.

En 2006, a Baric, Yount y otros dos científicos se les otorgó una patente para su método invisible de fabricar un clon infeccioso de longitud completa, utilizando el impecable método del “no-verse”. Pero esta vez, no era un clon del virus de la hepatitis de ratón, era un clon completo del mortal virus del SARS humano, el que había salido de murciélagos chinos, pasando por civetas, en 2002. El Laboratorio de Baric de la Universidad de Carolina del Norte (UNC) llegó a ser llamado por algunos científicos, “el Salvaje, Salvaje Oeste”. En 2007, Baric dijo que habíamos entrado en “la Edad de Oro de la genética de los coronavirus”.

“El solo mirar sus congeladores me daría pánico”, me confesó un virólogo.

Baric y Shi Zhengli, la jefa de laboratorio del Instituto de Virología de Wuhan, los dos principales expertos en la interacción genética entre los coronavirus humanos y los de murciélago, iniciaron su colaboración en 2015.

VII

“No había pegado ojo durante días»

Al comienzo de la pandemia, Scientific American publicó un largo artículo sobre Shi Zhengli, conocida en China como la “mujer murciélago”. Shi atrapó cientos de murciélagos con sus redes en las cuevas del sur de China, tomó muestras de su saliva y sangre, les limpió el ano y recogió sus heces fecales. Varias veces visitó y tomó muestras de murciélagos en una mina en Mojiang, en el sur de China, donde, en 2012, seis hombres, tras remover guano de murciélago con palas, contrajeron una enfermedad pulmonar. Tres de ellos murieron. El equipo de Shi llevó las muestras a Wuhan y analizó los fragmentos de virus de murciélago que logró encontrar. En algunos casos, cuando encontró una secuencia que parecía particularmente significativa, experimentó con ella para comprender cómo podía haber potencialmente infectado a los hombres. Parte de su trabajo fue financiado por el  INS de los EE.UU. y parte por la Agencia de Reducción de Amenazas de Defensa, del Departamento de Defensa de los EE.UU., a través de la Eco Health Alliance de Peter Daszak.

Como explicó Shi a Scientific American, a fines de diciembre de 2019, escuchó del director del Instituto de Wuhan que había un brote de una nueva enfermedad en la ciudad. Las muestras médicas tomadas de los pacientes del hospital llegaron a su laboratorio para que ella los analizara. Shi determinó que el nuevo virus estaba relacionado con el SARS, pero aún más cercanamente relacionado con una enfermedad de murciélagos que su propio equipo había encontrado en un viaje en búsqueda de virus: el ahora famoso RaTG13. Shi se sorprendió de que el brote fuera local. Dijo: “Nunca había esperado que sucediera este tipo de cosas en Wuhan, en el centro de China”. Después de todo, los escondites de murciélagos que había visitado estaban tan lejos como Orlando, Florida, de la ciudad de Nueva York. Entonces se preguntó: ¿Pudo este nuevo virus salir de su propio laboratorio? Revisó sus registros y no encontró nada que confirmara esa hipótesis. “Realmente, eso me quitó una enorme carga de encima”, dijo. “No había pegado ojo durante días”.

Si uno de los primeros pensamientos de la jefa del laboratorio del Instituto de Virología de Wuhan fue que el nuevo coronavirus podía haber salido de su laboratorio, estamos obligados entonces a considerar la posibilidad científica de que efectivamente pudo haber salido de un laboratorio. En ese momento, debió haberse realizado una investigación exhaustiva, de adentro hacia afuera y pública del Instituto de Virología de Wuhan, junto con otros importantes laboratorios de virus de la ciudad, incluido el que está cerca del mercado de mariscos, sede del CDC de Wuhan. Debieron ser entrevistados los científicos, los equipos de bioseguridad, así como debió hacerse un análisis exhaustivo de los cuadernos y apuntes de los laboratorios. Los congeladores debieron ser controlados, lo mismo que los sistemas de ventilación, plomería y de descontaminación. Pero nada de eso se hizo. El Instituto de Virología de Wuhan cerró las bases de datos de todos sus genomas virales, y el Ministerio de Educación chino envió una directiva: “Cualquier trabajo o escrito acerca de los orígenes del virus debe ser manejado estrictamente y por un círculo reducido”.

A principios de 2020, Shi hizo algunas publicaciones en WeChat. “El nuevo coronavirus de 2019 es un castigo de la naturaleza a la raza humana por sus hábitos de vida incivilizados”, escribió. “Yo, Shi Zhengli, juro por mi vida que (lo ocurrido) no tiene nada que ver con nuestro laboratorio”. Aconsejó a los que creían en rumores y daban crédito a artículos científicos poco fiables que “cerraran sus hediondos hocicos”.

VIII

“De bicho a droga, en 24 horas”

No fue solo el SIDA lo que cambió la forma en que el INS de los EE.UU. financiaría la investigación científica. La “Guerra contra el Terror” también influyó en las enfermedades que más atención recibieron. A finales de los noventa, bajo Bill Clinton y luego George W. Bush, los especialistas en biodefensa se interesaron nuevamente en el ántrax. La Agencia de Reducción de Amenazas de Defensa construyó una pequeña fábrica de ántrax en Nevada, utilizando simuladores, para demostrar lo fácil que era para un terrorista construir una. Y en el primer año de la presidencia de Bush, la Agencia de Inteligencia de Defensa redactó planes para crear una cepa de ántrax resistente a vacunas, utilizando empalmes genéticos de última generación. Un artículo de primera plana que describe estas iniciativas, “La investigación de la guerra de gérmenes de Estados Unidos empuja los límites del Tratado”, apareció en el New York Times, el 4 de septiembre de 2001, una semana antes del 11 de septiembre. “El Pentágono dice que los proyectos son de defensa, y que están avanzando”, era el subtítulo.

Después de los ataques del 11 de septiembre y los misteriosos correos con ántrax enviados una semana más tarde (que decían: “TOMA PENACILINA (sic) AHORA/MUERTE A AMÉRICA/MUERTE A ISRAEL/ALLAH ES GRANDE ”), la necesidad de bio-preparación se volvió imperiosa. Ahora estaban surgiendo amenazas biológicas, tanto de los seres humanos como del mundo natural en evolución. El presupuesto antiterrorista del Dr. Fauci pasó de 53 millones de dólares en 2001, a mil 700 millones en 2003. Dejando de lado su trabajo de buscar una vacuna contra el SIDA, lo que tardaba más de lo previsto, Fauci dijo que haría todo lo posible para defendernos de una serie de agentes conocidos desde los tiempos de la Guerra Fría, todos creados y perfeccionados, muchos años antes, en programas de armas biológicas estadounidenses: la brucelosis, el ántrax, la tularemia y la peste, por ejemplo. “Estamos haciendo de esto nuestra máxima prioridad”, dijo Fauci. “Estamos reuniendo todos los recursos disponibles”.

El desarrollo de vacunas tenía que avanzar mucho más rápido, creía Fauci; quería establecer “sistemas de vacunas” y “plataformas de vacunas”, que pudieran adaptarse rápidamente para defendernos de una cepa emergente particular, patógeno que cualquier terrorista con un título avanzado en bioquímica pueda fabricar en un laboratorio. “Nuestro objetivo de los próximos 20 años es ‘del virus al fármaco’ en 24 horas”, dijo Fauci. “Esto resolvería específicamente el desafío de los bio-agentes modificados genéticamente”. El primer contrato del Proyecto BioShield otorgado por Fauci fue a VaxGen, una compañía farmacéutica de California, por 878 millones de dólares para la fabricación de vacunas contra el ántrax. 

En 2005, se destinaba tanto dinero a la reducción y preparación contra las amenazas biológicas que más de 750 científicos enviaron una carta de protesta al INS. Reclamaron que las subvenciones para el estudio de las enfermedades canónicas de la guerra biológica (ántrax, peste, brucelosis y tularemia, todas excepcionalmente raras en los EE.UU.) se habían multiplicado por 15 desde 2001, mientras que los fondos para el estudio de enfermedades “normales”, generalizadas, de gran importancia para la salud pública, habían disminuido.

La respuesta de Fauci fue firme: “Los líderes de los Estados Unidos tomaron la decisión de que este dinero se gastaría en biodefensa”, dijo. “No estamos de acuerdo con la tesis de que las preocupaciones sobre biodefensa son de ‘escasa importancia para la salud pública’”.

En 2010, según un cálculo, había 249 laboratorios BSL-3 y siete laboratorios BSL-4 en los EE.UU. Más de 11 mil científicos y personal estaban autorizados para manejar gérmenes ultra letales, según la lista de patógenos seleccionados por el gobierno. Y, sin embargo, el único bioterrorista que se recuerde que realmente haya matado a ciudadanos estadounidenses, según el FBI −el hombre que envió las cartas con ántrax−, resultó ser uno de los investigadores del propio gobierno. Se llamaba Bruce Ivins, y era un excéntrico científico suicida de Ohio. Trabajaba en el desarrollo de vacunas en el Fuerte Detrick, y supuestamente quería aumentar los niveles de miedo para persuadir al gobierno que comprara más de vacunas VaxGen, patentada y genéticamente modificada contra el ántrax. Él mismo aparecía como coinventor de esta vacuna (ver la fascinante biografía de David Willman sobre Ivins, Mirage Man). El personal de Fauci en el INS financió el laboratorio de vacunas de Ivins y entregó 100 millones de dólares a VaxGen para acelerar su producción de vacunas. (Sin embargo, el contrato de 878 millones de dólares del INS con VaxGen fue cancelado silenciosamente en 2006; Ivins se suicidó en 2008 y jamás fue acusado por la Justicia).

“Todo este incidente resultó no ser más que una serpiente comiéndose la cola”, escribió Wendy Orent en un artículo de agosto de 2008, titulado “Nuestro peor bio-enemigo” en el Los Angeles Times. “Ningún bio-guerrero ingenioso de Al Qaeda envió los sobres letales usando el sistema postal de los Estados Unidos. Lo hizo un científico estadounidense”. Lo que confirmó la culpabilidad de Ivins, según el FBI, fue que había una coincidencia genética entre el ántrax utilizado en los asesinatos y la específica cepa del Fuerte Detrick.

IX

“Armas de disrupción masiva”

Después de la aparición del SARS, en 2003, el laboratorio de la UNC de Ralph Baric ascendió en la escala de financiamiento del INS. El SARS era un organismo de “doble uso”: una amenaza para la seguridad y, a la vez, una amenaza zoonótica. En 2006, Baric escribió un artículo largo y un tanto espeluznante sobre la amenaza de los virus “transformados en armas”. La biología sintética hacía posible nuevos tipos de “armas virales de disrupción masiva”, escribió, que implican, por ejemplo, “la producción rápida de numerosas armas biológicas candidatas a ser lanzadas simultáneamente”, una táctica de terror dispersa que Baric llamó “el enfoque  de la ‘supervivencia del más apto’”.

Baric esperaba encontrar una vacuna contra el SARS, pero no lo logró; persistió en buscarla, año tras año, con el apoyo del INS, mucho después de que la enfermedad misma fuera contenida. Baric estaba convencido de que no había desaparecido. Como otras epidemias que surgen y luego desaparecen −tal como algunos años después se lo dijo a un público universitario−, “no se extinguen. Están ahí, esperando volver”. ¿Qué haces si diriges un laboratorio bien financiado, un “centro de excelencia” del INS y tu virus emergente ya no enferma a la gente? Empiezas a empujarlo y a manipularlo de diferentes maneras. Haces que se pare sobre sus patas traseras y grazne como un pato o un murciélago. O haces que respire como una persona.

El historial de seguridad de Baric es bueno, aunque hubo un incidente menor de mordedura de ratón en 2016, denunciado por ProPublica, y sus motivaciones son irreprochables: “Se necesitan plataformas de vacunas universales y seguras que puedan adaptarse a los nuevos patógenos a medida que estos vayan surgiendo, que su seguridad sea rápidamente probada, y luego utilizada estratégicamente para controlar nuevos brotes de enfermedades en poblaciones humanas”, escribió Baric en un artículo sobre salud pública. Pero, el trabajo pionero que realizó, en los últimos 15 años −generando diminutos y agitados monstruos monocatenarios en tubos y enfrentándolos a células humanas, o células de murciélago, o células algo humanas empalmadas con genes, o células de mono o ratones humanizados−, no fue del todo sin riesgo, y pudo haber llevado a otros científicos o terroristas por un muy mal camino.

En 2006, por ejemplo, Baric y sus colegas, con la esperanza de encontrar una “estrategia de vacuna” para el SARS, produjeron partículas de réplicas de virus no infecciosos (o VRP), utilizando el virus de la encefalitis equina venezolana (otro agente de guerra bacteriológica estadounidense), equipado con varias proteínas de las espigas del SARS. Luego, con trajes Tyvek y dos pares de guantes cada uno, y trabajando en un laboratorio de seguridad biológica certificado BSL-3, clonaron y cultivaron en una incubadora versiones recombinadas del virus del SARS original en un medio que contenía células de mono verde africano. Cuando desarrollaron suficiente virus, los científicos intercambiaron un tipo de proteína de espiga con un mutante cuidadosamente elegido, y probaron su prototipo de vacuna en ratones.

Los científicos también probaron sus clones infecciosos del SARS en algo llamado “interfaz aire-líquido”, utilizando un tipo relativamente nuevo de cultivo celular, desarrollado por Raymond Pickles del Centro de Fibrosis Quística de la Universidad de Carolina del Norte. Pickles había perfeccionado un método para emular los rasgos del tejido de las vías respiratorias humanas, mediante el cultivo de células tomadas de pacientes con enfermedades pulmonares. Nutría el cultivo durante cuatro a seis semanas, de manera que las células se diferenciaran y desarrollaran una cosecha de diminutos pelos en movimiento, o cilios, en la parte superior y, en su interior, células caliciformes que produjeran moco humano real. De hecho, antes de infectar las células HAE (epiteliales de las vías respiratorias humanas) con un virus, el técnico del laboratorio tenía que limpiar el moco acumulado, como si ayudara al tejido desarrollado en laboratorio a “carraspear y librarse la garganta”. De esta manera, Baric estaba exponiendo y adaptando sus virus producto de ingeniería a un medio ambiente extraordinariamente similar al de la vida real −la húmeda, pegajosa, y pelosa superficie de nuestro aparato respiratorio. 

El SARS-2 parece estar calibrado casi a la perfección para agarrarse y saquear nuestras células respiratorias y, en el intento, sofocarlas hasta provocarles la muerte. “Cuando, a fines de 2019, el SARS-CoV-2 fue detectado por primera vez, este  ya estaba pre adaptado para la transmisión humana”, escribieron Alina Chan y sus coautores. En cambio, cuando el SARS apareció por primera vez, en 2003, se sometió a “numerosos mutaciones adaptativas” antes de asentarse y ser capaz de infectar a los humanos. Quizás la naturaleza viral dio en el blanco de la infectividad transmitida por aire, casi sin deriva mutacional, sin período de acomodación y ajuste. O quizás algún científico en un laboratorio de un lugar cualquier, inspirado por el trabajo de Baric con tejidos de vías respiratorias humanas, tomó una proteína de espiga preparada especialmente para colonizar y prosperar en los túneles mucosos ciliados de nuestro núcleo interno y lo clonó en alguna columna vertebral de ratón con un virus de murciélago existente. Pudo haber ocurrido en Wuhan, pero, debido a que quien-sea puede ahora “imprimir” un clon tremendamente infeccioso de cualquier enfermedad secuenciada, esto también pudo haber sucedido en el Fuerte Detrick, o en Texas, o en Italia, o en Rotterdam, o en Wisconsin, o en otro sitio de investigación del coronavirus del SARS, sin ninguna  intención conspirativa, y solo por ambición científica, por el simple impulso de hacer cosas nuevas, de tomar riesgos estimulantes, o por miedo al terrorismo o a enfermarse. Más una buena cantidad de dinero gubernamental.

X

“Áreas de riesgo de desbordamiento”

El Proyecto Bioshield comenzó a desaparecer a fines de la administración Bush, si bien los costosos laboratorios de alta contención, los controvertidos preservadores e incubadoras de epidemias, pasadas y futuras, aún permanecen. Ya en 2010, algunos proyectos de BioShield se habían disuelto o volcado en el Programa Predict de Obama. Este, pagaba laboratorios y personal en 60 “áreas de riesgo de desbordamiento” en todo el planeta. Jonna Mazet, una científica veterinaria de la Universidad de California, Davis, estuvo a cargo de Predict, uno de los brazos del programa “Emerging Pandemic Threats del USAID (Agencia para el Desarrollo Internacional de los EE.UU). Sus equipos de trabajo, repartidos por el mundo, recolectaron muestras de 164 mil animales y humanos, y afirmaron haber encontrado “casi mil 200 virus potencialmente zoonóticos, entre ellos, 160 coronavirus nuevos, incluidos múltiples coronavirus similares al SARS y al MERS”. Los frutos de la exótica cosecha de Predict fueron estudiados y distribuidos en laboratorios del mundo entero, y sus secuencias genéticas se transformaron en parte del “GenBank, la base de datos de genomas del INS, base que cualquier curioso investigador de ARN (Ácido Ribo Nucleico), en cualquier lugar del mundo, puede usar para sintetizar rápidamente fragmentos de código y probar una nueva enfermedad en células humanas.

Baric, Jonna Mazet y Peter Daszak de EcoHealth trabajaron juntos durante años, y Daszak también envió dinero de Predict al equipo de control de murciélagos de Shi Zhengli del Instituto de Virología de  Wuhan, a través de su organización sin fines de lucro, mezclando fondos del NIH con dineros de la Agencia de Reducción de Amenazas de Defensa de los EE.UU. En 2013, Mazet anunció que los cazadores de virus de Shi Zhengli, con el apoyo de Predict, habían aislado y cultivado por primera vez un virus vivo similar al SARS de murciélagos y demostrado que este virus podía unirse al receptor ACE2 humano, o “enzima convertidora de angiotensina 2”, algo que el laboratorio de Baric había determinado como la condición sine qua non para la infectividad humana. “Este trabajo demuestra que estos virus pueden infectar directamente a los humanos y valida nuestra suposición que debemos buscar virus con potencial pandémico antes de que se propaguen a las personas”, dijo Mazet .

Por su parte, Daszak, parece haber vivido sus peregrinaciones en búsqueda de murciélagos como parte de un semi religioso y épico combate existencial a muerte. En un artículo de 2008, Daszak y un coautor describieron la pintura de Bruegel “La caída de los ángeles rebeldes” y la compararon con la condición biológica humana contemporánea. Los ángeles caídos podían ser vistos como organismos patógenos que habían descendido “a través de un camino evolutivo (no espiritual) para sumergirse en un inframundo donde sólo pueden alimentarse de nuestros genes, de nuestras células, de nuestra carne”, escribió Daszak . “¿Sucumbiremos ante esta horda multitudinaria? ¿Seremos arrojados al abismo en el caótico inframundo representado aquí por esta nulidad de amasijos fantasmagóricos contra los cuales clamamos y luchamos?”

XI

“¿ Hecho en laboratorio?”

Existen, efectivamente, algunos puntos de acuerdo útiles entre los “zoonosistas”, es decir, aquellos que creen en el origen natural del virus SARS-2, y aquellos que creen que es probable que haya salido de un laboratorio. Ambas partes están de acuerdo, cuando se les presiona, en que no se puede descartar de manera concluyente un origen de laboratorio y tampoco se puede descartar un origen natural, porque la naturaleza, después de todo, es capaz de logros inverosímiles, al parecer incluso de saltos  teleológicos. Ambas partes también están de acuerdo, en su mayoría, en que el evento de desbordamiento que inició el brote humano probablemente ocurrió solo una vez, o unas pocas veces, muy recientemente, o muchas veces durante un largo período. Están de acuerdo en que el virus de murciélago RaTG13 (llamado así por el Rinolophus affinusbat, de Mojiang, en 2013) es el pariente más cercano del virus humano encontrado hasta ahora, y que, si bien los dos virus son muy similares, la proteína de espiga del virus de murciélago carece de las características que posee la proteína de espiga del virus actual, vale decir la que le permite encajar eficientemente en el tejido humano.

Los zoonosistas sostienen que las características cruciales del SARS-2, el sitio de división de la furina y el receptor ACE2, son el resultado de un evento recombinante que involucra un coronavirus de murciélago (tal vez el RaTG13 o un virus estrechamente relacionado con éste) y otro virus desconocido. Al inicio, los investigadores propusieron que podía ser una serpiente vendida en el mercado de mariscos, una culebra cobra china o una serpiente krait con bandas, pero no: las serpientes no suelen portar coronavirus. Luego, se pensó que la enfermedad provenía de pangolines de contrabando, porque existía un cierto coronavirus de pangolín que era, inexplicablemente, casi idéntico, en su proteína de espiga, al coronavirus humano. Pero, no: fue cuestionada la confiabilidad de la secuenciación genética de los coronavirus de pangolines. Por lo demás, aparentemente no había pangolines a la venta en el mercado de Wuhan. Luego, un grupo del laboratorio veterinario del gobierno de China en Harbin intentó infectar a perros de raza Beagle, a cerdos, pollos, patos, hurones y gatos con SARS-2 para ver si podían ser portadores. (Los gatos y los hurones se enfermaron; los cerdos, los patos y la mayoría de los perros, no).

En septiembre, algunos científicos de la Universidad de Michigan, dirigidos por Yang Zhang, informaron que habían creado un “conducto computacional” para detectar casi un centenar de posibles huéspedes intermediarios, incluidos el orangután de Sumatra, el gorila occidental, el babuino verde oliva, el macaco come-cangrejo, y el bonobo. Todos estos primates eran “permisivos” al ser enfrentados con el coronavirus SARS-2 y debían someterse a una “investigación experimental adicional”, propusieron los científicos.

Pese a este esfuerzo de gran alcance, por el momento no existe ningún huésped animal que los zoonosistas puedan señalar como el eslabón perdido. Tampoco existe una única hipótesis común para explicar cómo la enfermedad pudo haber viajado desde las cavernas de murciélagos de Yunnan hasta Wuhan −siete horas en tren−, y sin infectar a nadie en el camino.

Los zoonosistas dicen que no debe preocuparnos que los virólogos hayan estado insertando y eliminando sitios de escisión de furina y dominios de unión al receptor ACE2 en proteínas de espigas virales, experimentadas durante años: el hecho de que los virólogos hayan estado haciendo estas cosas en los laboratorios, anticipándose a la pandemia, debería tomarse como un signo de su presciencia, no de su locura. Pero yo sigo volviendo al hecho básico y desconcertante: este patógeno de mosaico, que supuestamente ha evolucionado sin la intromisión humana, se dio a conocer por primera vez en la única ciudad del mundo con un laboratorio al que el gobierno de los  EE.UU. pagó durante años para que efectuara experimentos con determinadas cepas de funestos virus de murciélagos. Cepas, hasta el día de hoy, no individualizadas, publicadas o dadas a conocer públicamente. Coronavirus que más tarde resultaron ser, de todos los organismos del planeta, los que están más estrechamente relacionados con la pandemia que hoy nos aqueja. 

En julio, descubrí a varios investigadores voluntarios que están realizando un nuevo tipo de ciencia forense, en la semi clandestinidad, encorvados sobre el código de letras del genoma del SARS-2, como académicos que descifran las impresiones cuneiformes en las tabletas Linear B de Knossos. También hay autores anónimos del Proyecto Evidence, en GitHub, que “rechazan todo racismo y ataques violentos, incluidos los que están dirigidos a los asiáticos o chinos”; y encontré a Yuri Deigin, un empresario del rublo de la biotecnología de Canadá, que escribió un voluminoso y lúcido trabajo en Medium, “Lab-Made?”, en el que ilumina los misterios de la proteína de espiga. Jonathan Latham, del Bioscience Resource Project, con su coautora Allison Wilson, escribió dos artículos importantes: el primero, una descripción general, serena pero despiadada, de los accidentes de laboratorio y de los peligros de la investigación imprudente; y el segundo, una mirada de cerca al pequeño brote de una neumonía viral inexplicable en una mina de cobre infestada de murciélagos en 2012. Mantuve correspondencia con Alina Chan (recientemente sujeto de un artículo en la revista Boston, escrito por Rowan Jacobsen) y con un incansable investigador que usa el seudónimo “Billy Bostickson”, cuya foto de Twitter es una caricatura de un maltrecho mono de laboratorio; y Monali Rahalkar, del Instituto de Investigación Agharkar en Pune, India, que escribió un artículo, junto a su esposo, Rahul Bahulikar, trabajo que también arroja luz sobre la batalla de los hombres que sacaban guano con pala, cuyo virus es notablemente parecido al SARS-2, salvo que no es tan contagioso. Hablé con Rossana Segreto, bióloga molecular de la Universidad de Innsbruck,  autora del  artículo, “¿Considerar un origen de manipulación genética para el SARS-CoV-2 es una teoría conspirativa que debe ser censurada?”, en coautoría con Yuri Deigin. Finalmente fue publicado en noviembre con un título más suave. Argumentan que es poco probable que las características más notables del SARS-2, el sitio de furina y el dominio de unión a los ACE2 humanos, hayan surgido simultáneamente. “Pueden ser el resultado de técnicas de manipulación de laboratorio, como la mutagénesis dirigida a ese sitio específico”. Segreto también es la persona que estableció por primera vez que un fragmento del virus de murciélago llamado BtCoV/4991, identificado en 2013, era 100 por ciento idéntico al más cercano primo conocido del SARS-CoV-2, el virus de murciélago RaTG13, lo que demostraría que el virus más cercano al virus de la pandemia del SARS-2 está vinculado, no a una cueva de murciélagos, sino que a un pozo de mina de cobre, y que este mismo virus fue, durante años, almacenado y trabajado en el Instituto de Virología de Wuhan. En julio, se lee en el Times de Londres: “Nadie puede negar la valentía de los científicos que arriesgan sus vidas cosechando un virus altamente infeccioso”, escriben los autores del Times. “Pero, ¿acaso su valiente trabajo detectivesco ha conducido inadvertidamente a un desastre global?»

XII

“Un nuevo riesgo no natural”

En 2011, un científico holandés, alto y seguro de sí mismo, Ron Fouchier, con dinero de una subvención del grupo del Dr. Fauci del INS, creó una forma mutante de influenza aviar altamente patógena, el H5N1, y la pasó diez veces a través de hurones para demostrar que “esta enfermedad podía ser potencialmente fatal para infectar a mamíferos, incluidos los humanos, a través de aerosoles o gotitas respiratorias”. Fouchier dijo que sus hallazgos indicaban que estos virus forzados de influenza aviar “representan, por lo tanto, riesgo de convertirse en una pandemia en humanos”.

Para muchos científicos este experimento fue demasiado: ¿Por qué, con el propósito de demostrar que puede llegar a suceder algo extremamente infeccioso, lo haces posible? ¿Y por qué el gobierno de los Estados Unidos se siente con la obligación de pagar para hacerlo posible? A fines de 2011, Marc Lipsitch, de la Escuela de Salud Pública de Harvard, se reunió con otros consternados espectadores para hacer sonar el gong y pedir precaución. El 8 de enero de 2012, el New York Times, publicó una ardiente editorial titulada, “El día del juicio final provocado por la bioingeniería”. “No podemos decir que no hay ningún beneficio al estudiar el virus”, dijo el Times , “pero las consecuencias, si el virus escapa, son demasiado devastadoras como para arriesgarse”.

Estos experimentos de “ganancia de funciones” fueron una parte importante del enfoque del INS para el desarrollo de vacunas, y Anthony Fauci fue reacio a dejar de financiarlos. Él y Francis Collins, director del INS, junto con Gary Nabel, director de investigación de vacunas del NIAID, publicaron un artículo de opinión en el Washington Post, donde sostuvieron que los experimentos de la gripe hurón, y otros similares, eran “un riesgo que valía la pena correr”. “La información y los importantes conocimientos que puede aportar la generación de un virus potencialmente peligroso en laboratorio”, escribieron, “puede ayudar a delinear los principios de transmisión de los virus entre especies”. El trabajo era seguro, porque los virus estaban almacenados en laboratorios de alta seguridad, creían, y era necesario porque la naturaleza siempre presenta nuevas amenazas. “La naturaleza es el peor de los bioterroristas”, dijo Fauci a un periodista. “La historia así nos lo ha enseñado».

Poco después, se produjeron algunos accidentes graves en laboratorios federales seguros, incidentes relacionados con ántrax vivo, viruela viva e influenza aviar viva. Estos, llamaron la atención de la prensa científica. Poco más tarde, los activistas de Lipsitch (que se autodenominan el “Grupo de Trabajo de Cambridge”) enviaron una durísima declaración acerca de los peligros de la investigación con “patógenos potenciales pandémicos” (PPP), firmada por más de cien científicos. Este tipo de investigación podía “desencadenar brotes que serían difíciles o imposibles de controlar”, dijeron los firmantes. Fauci reconsideró su postura anterior y, en 2014, la Casa Blanca anunció que habría una “pausa” en el financiamiento público de nuevas investigaciones de “ganancia de funciones” en el campo de la influenza, del SARS y del MERS.

En Carolina del Norte, Baric no estaba contento. Llevaba adelante una serie de experimentos de ganancia de funciones con virus patógenos. “Me tomó diez segundos darme cuenta de que la mayoría de ellos se verían afectados”, dijo a NPR (National Public Radio). Baric y un ex colega suyo de la Universidad de Vanderbilt escribieron una larga carta a una junta de revisión del INS expresando su “profunda preocupación”. “Esta decisión inhibirá significativamente nuestra capacidad para responder rápida y eficazmente a futuros brotes de coronavirus similares al SARS o al MERS, coronavirus que siguen circulando en poblaciones de murciélagos y camellos”, escribieron. La prohibición de financiamiento era un peligro en sí mismo, argumentaron. “Los coronavirus emergentes en la naturaleza no respetan una pausa o moratoria”.

Con la esperanza de suavizar la controversia y de mostrar debida diligencia, la Junta Nacional de Asesoramiento Científico para la Bioseguridad, fundada en la era de BioShield, bajo el presidente Bush, pagó a una empresa consultora, Gryphon Scientific, para que realizara un informe sobre la “investigación de ganancia de funciones”, a estas alturas denominada simplemente con la sigla GoF. En el capítulo seis de su disertación de mil páginas, publicada en abril de 2016, los consultores abordaron la cuestión de los coronavirus. “El aumento de la transmisibilidad de los coronavirus podría incrementar significativamente la posibilidad de una pandemia mundial debido a un accidente de laboratorio”, escribieron.

El Grupo de Trabajo de Cambridge siguió publicando cartas de protesta, pidiendo moderación y cordura. Steven Salzberg, profesor de ingeniería biomédica en Johns Hopkins, dijo: “Tenemos suficientes problemas para mantenernos al día con los brotes de gripe actuales y ahora con el ébola, sin que los científicos creen nuevos virus increíblemente mortales que pueden escapar accidentalmente de sus laboratorios”. David Relman, de la Facultad de Medicina de Stanford, dijo: “No es ético poner en riesgo al público en general y consultar solo a científicos o, lo que es peor, solo a un pequeño subconjunto de científicos, y excluir a otros de la toma de decisiones y de la supervisión de los  procesos”. Richard Ebright escribió que, cuando se crean y evalúan nuevas amenazas, rara vez se aumenta la seguridad: “Hacerlo en biología, donde el número de amenazas potenciales es casi infinito, y donde la asimetría entre la facilidad de crear amenazas y la dificultad de abordarlas es casi absoluta, es especialmente nocivo”. Lynn Klotz escribió: “Por terrible que pueda ser una pandemia provocada por el escape de una variante del virus H5N1, es el SARS el que ahora presenta el mayor riesgo. La preocupación es menor por la recurrencia de un brote natural de SARS, que por un escape de un laboratorio que lo investiga con el propósito de protegernos contra un brote natural”. Marc Lipsitch argumentó que los experimentos de ganancia de funciones podían inducir a error, “dando como resultado peores decisiones, no mejores”, y que todo el debate sobre la ganancia de funciones supervisado por el INS estaba fuertemente inclinado a favor de los especialistas y científicos, y era “claramente hostil a la participación pública”.

Nariyoshi Shinomiya, profesor de fisiología y nanomedicina en la Facultad de Medicina de la Defensa Nacional en Japón, advirtió: “Al igual que las armas nucleares o químicas, una vez que las tenemos en nuestras manos, no hay vuelta atrás”.

Pero, a pesar de todo, a Baric se le permitió continuar con sus experimentos, y los trabajos de investigación que produjo, tapados de dinero, se convirtieron en una suerte de libro de cocina anarquista para el resto del mundo científico. En noviembre de 2015, Baric y sus colegas publicaron un artículo en colaboración con Shi Zhengli, la “mujer murciélago”, titulado: “Un grupo de coronavirus de murciélago circulante similar al SARS muestra potencial para la emergencia humana”. En un virus de SARS humano previamente adaptado para infectar ratones, Baric, Shi y otros, insertaron la proteína de espiga de un virus de murciélago, el SHC014 descubierto por Shi en el sur de China. Infectaron a ratones con el virus por vía nasal y esperaron, buscando signos de enfermedad: “encorvadura y pelaje erizado”. También infectaron células de vías respiratorias humanas en la columna vertebral de ratón adaptadas al virus humano-espiga-murciélago. Tanto en ratones como en las células de las vías respiratorias humanas, el virus quimérico provocó  una “robusta infección”.

Esto demostraba, creyeron Baric y Shi, que no se necesitaban civetas u otros huéspedes intermedios para que los murciélagos causaran una epidemia en humanos y que, por lo tanto, todos los virus similares al SARS que circulan en las poblaciones de murciélagos “pueden representar una futura amenaza”. Peter Daszak, que había usado fondos de Predict para pagarle a Shi por su investigación, quedó impresionado con esta conclusión; los hallazgos, dijo, “mueven este virus de un candidato a patógeno emergente a un peligro claro y presente”.

Richard Ebright no se mostró muy entusiasmado, para decir lo menos. “El único impacto de este trabajo», dijo, “es la creación, en laboratorio, de un nuevo riesgo no natural”.

A principios de 2016, Baric y Shi volvieron a colaborar. Shi le envió a Baric una nueva proteína espiga de un virus de murciélago, y Baric la insertó en un columna vertebral de ratón con un virus del SARS humano. Luego, usó ese clon infeccioso para atacar células de vías respiratorias humanas. “El virus se replica fácil y eficientemente en los tejidos de vías respiratorias humanas en cultivo, lo que sugiere su capacidad de saltar directamente a humanos», informó en el sitio web de la UNC. Esta vez, también utilizaron un virus híbrido murciélago-humano para infectar ratones transgénicos humanizados con cultivos de la proteína ACE2 humana. Los ratones, jóvenes y viejos, perdieron peso y murieron, demostrando, una vez más, que este virus de murciélago, en particular, estaba potencialmente “a punto de atacar a la población humana”. Era “una amenaza inminente”, escribió Baric. ¿Pero, realmente lo era? Las civetas y los camellos que están expuestos a una gran cantidad de polvo de guano de murciélago pueden ser una amenaza constante y manejable. Pero los murciélagos solo desean quedarse en sus cuevas y no ser molestados por exploradores de ceño fruncido y en trajes espaciales que les meten varillas en el trasero. Este documento, de 2016, “preparado para la emergencia humana”, fue apoyado por ocho subvenciones diferentes del INS. En 2015, el laboratorio de Baric recibió 8,3 millones de dólares del INS; y, en 2016, 10,5 millones. 

La investigación sobre la ganancia de funciones volvió con fuerza bajo Trump y Fauci. “Nuevamente el INS financiará investigación que hace que los virus sean más peligrosos”, se lee en un artículo de Nature, de diciembre de 2017. Carrie Wolinetz, de la oficina de política científica del INS, defendió la decisión. “Estos experimentos nos ayudarán a adelantarnos a virus que ya existen y que representan un peligro real y presente para la salud humana”, dijo en The Lancet. El INS, dijo Wolinetz, estaba comprometido en liderar la investigación de ganancia de funciones a nivel internacional. “Si llevamos adelante esta investigación de manera activa, estaremos mucho mejor preparados para el desarrollo de protección y de contramedidas en caso de que en cualquier país ocurra algo malo”.

Un periodista le preguntó a Marc Lipsitch qué pensaba de la reanudación del financiamiento del INS. Los experimentos de ganancia de funciones “no han hecho casi nada para mejorar nuestra preparación para las pandemias”, dijo, “sin embargo, son un riesgo para  la propagación de una pandemia accidental”.

XIII

“La proximidad es un problema”

En abril de 2020, cuatro meses después de la emergencia del COVID-19, uno de los subdirectores del INS, escribió un correo electrónico a EcoHealth Alliance. “Se le solicita que deje de proporcionar fondos al Instituto de Virología de Wuhan”, dice. En respuesta, Daszak y el director científico de New England Biolabs (una compañía que vende productos de empalme genético sin fisuras a laboratorios, entre otras cosas) consiguieron que 77 ganadores de Premios Nobel firmaran una declaración, diciendo que la cancelación priva a la “nación y al mundo de una ciencia de gran prestigio, que podría ayudar a controlar una de las mayores crisis de salud de la historia moderna y las que probablemente surgirán en el futuro”. Más tarde, como condición para obtener más fondos, el INS escribió a Daszak para decirle que quería que organizara una inspección externa del laboratorio de Wuhan y que obtuviera de los científicos de ese Instituto una muestra de lo que habían usado para secuenciar el virus SARS-2. Daszak se indignó (“No estoy entrenado como detective privado”), y nuevamente se defendió. También fue reacio a revelar sus propios secretos. “Los medios de comunicación de la teoría conspirativa y las organizaciones con motivaciones políticas están usando la Ley de Libertad de Información para indagar acerca de nuestras subvenciones y obtener todas nuestras notas, cartas y correos electrónicos enviados al INS”, dijo en Nature“No creemos que es justo que se nos obligue a revelar todo lo que hacemos”.

Pero Daszak ha sobrevivido, incluso ha prosperado. Recientemente, The Lancet lo nombró investigador principal en su investigación sobre los orígenes de la pandemia, y la Organización Mundial de la Salud lo nombró para formar parte del grupo de diez personas que  investigan los orígenes de la pandemia. (“Todavía estamos demasiado cerca del inicio de la pandemia como para realmente descubrir detalles sobre su origen”, dijo Daszak a Nature).

El NIH también ha establecido un nuevo y ambicioso programa internacional, llamado CREID, que significa Centros de Investigación en Enfermedades Infecciosas Emergentes, y ha puesto a EcoHealth de Daszak a cargo de atrapar animales y buscar virus desconocidos de murciélagos en Singapur, Malasia y Tailandia. Baric es uno de los socios de Daszak en CREID. La búsqueda y recolección de virus, que Richard Ebright compara con “buscar una fuga de gas con una cerilla encendida”, continuará y se ampliará con fondos estadounidenses. “Vamos a trabajar en partes remotas de Malasia y Tailandia para llegar a la primera línea, al lugar donde se iniciará la próxima pandemia», dijo Daszak a la NPR.

En mayo, un entrevistador del sitio web People’s Pharmacy le preguntó a Baric si creía si el coronavirus se originó con una transferencia natural de murciélago a humano. “¿O acaso hubo algo un poco, digamos, más insidioso?»

“Bueno, por supuesto que la respuesta a esa pregunta está en China”, respondió Baric. “Saber exactamente cómo funcionan en esa instalación es algo muy difícil para un occidental”, dijo. “El principal problema que tiene el Instituto de Virología de Wuhan es que el brote se produjo en sus proximidades. Ese Instituto cuenta con virólogos que han salido, buscado, aislado y muestreado especies de murciélagos en todo el sudeste asiático. Por eso tienen una enorme colección de virus en su laboratorio. Y entonces, ya sabes, la proximidad es un problema. Es un problema”.

En el transcurso del otoño de 2020, y especialmente después de que las elecciones amortiguaran la influencia de Donald Trump sobre los aparatos de salud pública del país, el problema de la proximidad, y las incómodas preguntas que esta proximidad plantea sobre los orígenes, comienzan a ser cada vez más discutidas. Recientemente, la BBCLe Monde y la RAI de Italia han tomado en serio la posibilidad científica de una fuga de laboratorio. A fines de octubre, la Organización Mundial de la Salud (OMS) convocó la primera reunión de su segunda investigación sobre los orígenes de la enfermedad. El esfuerzo de la OMS es quizás la mejor oportunidad  en el mundo para satisfacer la curiosidad sobre lo que sucede en el Instituto de Virología de Wuhan y en el laboratorio de virus del CDC de Wuhan, cercano al mercado de mariscos de la ciudad. Pero, como ha informado el New York Times, desde febrero de 2020, la recopilación de información de la OMS se ha visto obstaculizada por el secretismo chino. Por ejemplo, cuando se le dijo al equipo de investigación inicial enviado a Beijing que el acceso de sus miembros a los científicos chinos sería restringido y que no podían visitar el mercado de productos del mar, entonces considerado un posible centro de la pandemia.

Cuando un equipo de video de la BBC trató de inspeccionar el pozo de la mina de Yunnan, encontraron que el camino a la mina estaba bloqueado por un camión estacionado estratégicamente. Poco antes de su llegada se había “averiado”, les dijeron. El periodista John Sudworth le preguntó a Daszak, uno de los diez miembros del equipo de investigación de la OMS, si presionaría al Instituto de Virología de Wuhan para acceder a información. “Ese no es mi trabajo”, respondió Daszak.

En noviembre, David Relman, el microbiólogo de Stanford, una de las voces de alerta más reflexivas en contra de la investigación de ganancia de funciones, publicó un artículo en Proceedings of the National Academy of Sciences sobre la urgente necesidad de desentrañar los orígenes del COVID-19. “Si el SARS-CoV-2 se escapó de un laboratorio para causar la pandemia”, escribió, “será fundamental comprender la cadena de eventos y evitar que esto vuelva a ocurrir”. Los conflictos de interés de investigadores y administradores deben ser abordados, escribió Relman. Para llegar a la verdad, la investigación debe ser transparente, internacional y, en la medida de lo posible, apolítica. “Una comprensión más completa de los orígenes de COVID-19 claramente sirve los intereses de todas las personas en todos los países del planeta”.

“En este momento el mundo entero está a la espera de decisiones que sentarán precedentes”, escribió Alina Chan, el 8 de diciembre. “No está claro si el SARS2 es 100 por ciento natural o si surgió de alguna actividad de laboratorio/investigación. Si no somos capaces de investigar eficazmente sus orígenes, se allanará el camino para futuros COVIDS”.

Justo antes del cierre de esta edición del New York, me comuniqué por teléfono con Ralph Baric y le pregunté de adónde creía que provenía el SARS-2. (Anthony Fauci, Shi Zhengli y Peter Daszak no respondieron a mis correos electrónicos, y Kristian Andersen dijo que estaba ocupado con otras cosas). Baric dijo que todavía pensaba que el virus provenía de murciélagos del sur de China, tal vez directa o posiblemente a través de un anfitrión intermedio, aunque los pangolines de contrabando, en su opinión, eran una pista falsa. Sospechaba que con el paso del tiempo la enfermedad evolucionó en humanos, sin ser notada, volviéndose gradualmente más infecciosa y, finalmente, una persona la llevó a Wuhan “y la pandemia despegó”. Luego dijo: “¿Se puede descartar una fuga de laboratorio? En este caso, la respuestas es: probablemente no”.

XIV

  Transmisión

Entonces, ¿cómo contrajimos esta enfermedad?

Esto es lo que creo que sucedió. En abril de 2012, en una mina de cobre en Mojiang, China, tres hombres llevaron adelante un trabajo espantoso: les ordenaron que sacaran a pala el guano de murciélago de un pozo de una mina mal ventilada. Durante siete horas diarias removieron guano en un espacio confinado. Al finalizar la semana, estaban enfermos con una neumonía viral de etiología desconocida. Se contrataron tres trabajadores más jóvenes para reemplazar a los enfermos.

La carga viral en sus pulmones era tan grande, debido al polvo de guano, que se convirtieron en una especie de experimento de transferencia de laboratorio acelerado, como escribieron Jonathan Latham y Allison Wilson, lo que obligó al virus a cambiar de lealtad, de los murciélagos a los humanos. Se consultó a expertos en SARS y se consideró que la enfermedad era similar al SARS pero no era SARS. Era algo nuevo. (Shi Zhengli le dijo a Scientific American que los recolectores de guano habían muerto de una enfermedad fúngica, pero, como señaló Monali Rahalkar, fueron tratados con antivirales y sus síntomas eran consistentes con neumonía viral con infecciones fúngicas secundarias concomitantes).

Aunque se trató de una enfermedad grave, y al final murieron tres de los trabajadores, no se desató una epidemia. En realidad, fue un caso de sobreexposición industrial a una sustancia infecciosa, lo que podríamos llamar una violación masiva del OSHA. La enfermedad de los murciélagos que encontraron en esos hombres no era necesariamente tan peligrosa, excepto en un entorno de sobrecarga inmunosupresora.

Peter Daszak y Shi Zhengli, por supuesto, se interesaron porque esta enfermedad provocada por un coronavirus no identificado involucraba murciélagos y personas. De los fragmentos de virus que Shi recuperó del pozo de la mina, uno era similar al SARS, y Shi lo secuenció y lo llamó BtCoV/4991. En seguida, publicó un artículo al respecto. Varias veces, en 2016 y 2018 y 2019, esta interesante muestra, una parte de lo que ahora conocemos como el RaTG13, se sacó de los congeladores en el laboratorio de Shi y se trabajó de maneras desconocidas o no reveladas. (Peter Daszak afirma que estas muestras se han desintegrado y que no pueden ser validadas ni estudiadas). Las muestras de la enfermedad humana sin nombre también viajaron al Instituto de Virología de Wuhan; sin embargo, fuentes chinas han publicado pocos detalles sobre estos valiosos especímenes.

Este es el período de la historia que exige una atenta investigación, cuando los ensamblajes quiméricos pueden haber sido creados y pasados ​​en serie, usando el BtCoV/4991, también conocido como RaTG13, y otros virus de murciélagos, quizás junto con formas de virus humano. Coincide con el período en que Shi y Baric publicaron el artículo sobre lo que sucedía cuando intercambiaron proteínas de espiga mutantes entre virus de murciélago y virus humanos.

El vínculo, a través de la muestra renombrada BtCoV/4991, a la mina de cobre es de primordial importancia debido a la gran diferencia entre el virus sin nombre de los trabajadores de guano y el virus SARS-2: su transmisibilidad. La transmisibilidad aerotransportada de humano a humano, justamente el tipo de cosa que aquellos que buscaban ganancia de funciones, como Ron Fouchier y Ralph Baric, aspiraban obtener, para demostrar lo que el propio Baric llamó “amenazas al acecho”. Esa es la característica distintiva crucial del COVID-19. Si en 2012 seis hombres se hubieran enfermado gravemente con COVID-19 en el sur de China, probablemente también se habrían enfermado los médicos y enfermeras del hospital donde agonizaban. Pudo  haber cientos o miles de casos fatales. En cambio, solo se enfermaron aquellos que, durante días, respiraron una gran concentración de polvo de guano. 

Por lo tanto, la existencia del virus de murciélago RaTG13 no es necesariamente evidencia de un origen natural de murciélago. De hecho, me parece que implica lo contrario: es posible que se hayan superpuesto o insertado nuevos componentes funcionales en el genoma del RaTG13, nuevas manipulaciones intermoleculares, tipo el ensamblaje de las piezas de un mecano, específicamente en su proteína de espiga, que tienen el efecto, sin precedentes, de infectar las vías respiratorias humanas.

Aquí es donde puede entrar el inserto de furina, singularmente peculiar y/o el dominio de unión al receptor ACE2 sintonizado para humanos, aunque también es posible que cualquiera de estos elementos haya evolucionado como parte de algún proceso zoonótico de varios pasos sucesivos. Pero en el clima de experimentación de laboratorios desquiciados, en el momento mismo en que se estaba probando todo tipo de variantes ajustadas y sustituciones amplificadas en cultivos celulares en pulmones de ratones humanizados y otros animales experimentales, ¿acaso no cabe la posibilidad de que alguien en Wuhan tomara el virus aislado de muestras humanas, o la secuencia del virus del murciélago RaTG13, o ambos (u otros virus del mismo pozo de la mina que Shi Zhengli ha mencionado recientemente, pero solo de pasada), y los usara para crear una desafiante enfermedad para la investigación de vacunas −una versión cortada en pedazos y canalizada del RaTG13 o del virus de los mineros que incluía elementos que lo harían prosperar e incluso causar estragos en personas? Y luego, ¿qué habría pasado si, una tarde, durante un experimento, se escapaba del laboratorio este nuevo virus-furina-virulento adaptado y pronto para infectar a los humanos?

Durante más de 15 años, los corona virólogos se esforzaron en demostrar que la amenaza del SARS estaba siempre presente y debía ser tomada en serio. Lo demostraron, señalando cómo podían encontrar curas para los virus que almacenaban y obligaban a saltar especies y a pasar directamente de murciélagos a humanos. Más y más virus de murciélagos llegaron de los equipos de campo. Fueron secuenciados, sintetizados y “reconfigurados”, para usar un término que le gusta a Baric. En esta compartida cena internacional de cocina genética, se inventaron y almacenaron cientos de nuevas variantes de enfermedades. Y entonces, un día, tal vez, alguien se equivocó. Esta es también una explicación razonable y “parsimoniosa” de lo que pudo haber ocurrido.

Podemos estar frente al gran meta-experimento científico del siglo XXI. ¿Podría un mundo lleno de científicos hacer, durante muchos años, todo tipo de recombinaciones imprudentes con enfermedades virales y evitar con éxito un brote grave? La hipótesis de muchos entendidos era que sí, que era factible. Correr el riesgo valía la pena. Nos ahorraríamos una pandemia.

Espero que la vacuna funcione.

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