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La pandemia y la educación como motor de innovación e inclusión Opinión

La pandemia y la educación como motor de innovación e inclusión

Rogelio Moreno
Por : Rogelio Moreno Ingeniero Mecánico, académico Universidad Austral
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Es preciso recordar que Chile venía viviendo un momento histórico en cuanto a las demandas estudiantiles y por un apoyo decidido del Estado en su financiamiento, por lo que la pandemia llegó para evidenciar –por si alguien tenía dudas– las importantes inequidades en grupos sociales que cuentan con limitadas o nulas oportunidades de acceso a este derecho, ante los cuales debemos integrar procesos y estructuras de adaptación e innovación organizacional planificada, ya que no podemos estar ajenos a los cambios disruptivos que vivimos como sociedad y que, claramente, determinan las competencias de los ciudadanos para el futuro. Creemos que nuestro país, todos y todas, desde la educación, tenemos aquí una tremenda oportunidad de co-construir una sociedad de bienestar, donde se tenga la oportunidad de un desarrollo pleno.


Es reiterativo, mas nunca suficiente, volver a reflexionar sobre cómo la pandemia ha impactado en la sociedad y en la economía a nivel mundial, afectando, severamente, una de las actividades esenciales para nuestro desarrollo: la educación. El “distanciamiento social” nos obligó a integrar a nuestra cotidianeidad herramientas virtuales para lograr cada una de las tareas laborales y familiares. Las instituciones de educación son, por esencia, espacios de colaboración y comunicación donde el aprendizaje se alcanza por medio de la práctica y el diálogo. Sin embargo, estos procesos comunicativos de construcción de sociedad se interrumpieron, obligando a colegios y universidades a extremar esfuerzos por parte de cada miembro de la comunidad educativa, con el propósito de garantizar los aprendizajes de nuestras generaciones futuras.

Cada una de las instituciones de educación ha tenido, así, la gran oportunidad de enseñar a sus estudiantes a innovar y emprender de manera colaborativa y participativa dentro de la propia organización, a partir de la acción decidida frente a la crisis, porque serán ellos mismos quienes liderarán la creación de nuevas estructuras para hacer frente a desafíos que desconocemos.

Por supuesto, las estrategias y recursos necesarios para innovar y emprender no son equivalentes entre los distintos establecimientos y entidades de educación, pero, sin duda, las condiciones sociales y emocionales de sus estudiantes eran las que establecieron las mayores restricciones a los mecanismos para abordar la crisis. Algunas instituciones estaban preparadas para ese evento, contaban con herramientas tecnológicas y pedagógicas correctamente alineadas, con una mirada estratégica de futuro. Mientras que otras se vieron limitadas a reaccionar, y lo han hecho en la medida de lo posible.

La crisis ha dejado en evidencia la necesidad de modelos educativos flexibles, que sean capaces de adaptarse a situaciones adversas, manteniendo altos estándares de calidad.

En primer lugar, todos los miembros de la comunidad académica requieren de estrategias de contención y apoyo emocional para hacer frente, como sociedad, al quiebre de las rutinas y libertades que, claramente, afectan la salud mental.

En segundo lugar, el equipo docente requiere de procesos de actualización e innovación pedagógica que contribuyan con la adquisición de capacidades de adaptación frente a situaciones adversas y/o desconocidas para la enseñanza.

En tercer lugar, los estudiantes requieren de espacios físicos y virtuales que permitan un desarrollo pleno de sus capacidades profesionales y generales, asegurando la inclusión de todos en la comunidad.

Y, finalmente, las instituciones deben establecer procesos, protocolos y estrategias de integración de tecnologías que permitan alcanzar las condiciones necesarias para el cumplimiento de los compromisos educativos, en sintonía con los modelos educativos y, sobre todo, cuidado, en bienestar de toda la comunidad en los entornos presenciales y virtuales.

Junto con esto, es preciso recordar que Chile venía viviendo un momento histórico en cuanto a las demandas estudiantiles y por un apoyo decidido del Estado en su financiamiento, por lo que la pandemia llegó para evidenciar –por si alguien tenía dudas– las importantes inequidades en grupos sociales que cuentan con limitadas o nulas oportunidades de acceso a este derecho, ante los cuales debemos integrar procesos y estructuras de adaptación e innovación organizacional planificada, ya que no podemos estar ajenos a los cambios disruptivos que vivimos como sociedad y que, claramente, determinan las competencias de los ciudadanos para el futuro.

Creemos que nuestro país, todos y todas, desde la educación, tenemos aquí una tremenda oportunidad de co-construir una sociedad de bienestar, donde se tenga la oportunidad de un desarrollo pleno. Debemos integrarnos, planificada y adecuadamente, a la sociedad del conocimiento con profundas transformaciones en los sistemas actuales de educación, de ciencia y tecnología, que apuntan a la necesidad de una innovación e inclusión que permita una contribución distintiva al país, lo que exige el compromiso pleno de las instituciones con su rol social.

Solo una respuesta positiva a estos desafíos hará que el futuro, pasada la pandemia, sea integrador, humano e inclusivo, tanto para los docentes como para investigadores(as), estudiantes, funcionarios(as) y las familias en su plenitud y diversidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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