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Entre Glenn y el Muro CULTURA|OPINIÓN

Entre Glenn y el Muro

El pianista Glenn Gould murió 1982, el 4 de octubre. Apenas Un par de meses antes de descubrir al músico canadiense. Desde entonces, Gould cuelga siempre retratado en las murallas que habito. Como el Berlín del muro. Extraño el Berlín del muro, por brutal que haya sido esa muralla. Esa vida de urgencia…cada día un episodio…asaltos de la Baader Meinhof…la caza de un espía…quizás el muro impidió que mis sueños de regreso a Chile se esfumaran…los protegió…y me los regaló en ese octubre de 1984, cuando volví a cruzar la cordillera, y el sol de Santiago me obligó a cubrirme los ojos con mi mano cuando salí del aeropuerto…porque ya lo había olvidado con los años del destierro.


Esa mañana entré a Herder. Nevaba en la Kudamm del Berlín Occidental de 1982. Sobre el muro también. Como siempre, inicié la búsqueda por los laberintos sagrados de la tienda. Miles de discos elepé, los jamás igualados. Las mejores orquestas y solistas. Las mejores grabaciones. Un lugar soberbio. Especializado en la música clásica. Sólo sentir ese olor interior impedía abandonarla sin llevarse algo. Más que algo. 

Después de treinta y nueve años no recuerdo como se llamaba ese alemán.  Cada vez me atendía sin interrumpir mi búsqueda frenética. Esa mañana me saludó como siempre, amable. También con los extranjeros. Era una biblia. Lo sabía todo. De Berlín, Herder era la tienda más importante en esta música.

Durante mi destierro en Berlín Oeste creció mi hambre por esa música. La amaba desde niño gracias a mi madre y mi padre. Pero ahora, cómo no amarla más. Tenía a la mano la Filarmónica de Berlín. La sala. Un águila en su estructura. Y la mejor orquesta del mundo con Karajan. 

Lo llamaré Klaus. Noté que me siguió por uno de los altares sagrados. Silencioso. Me habló bajito. Como si estuviéramos sentados juntos en la platea de la Filarmónica, y de pronto me soplara al oído el sobrecogimiento que le provocaron unos segundos del concierto en la menor de Schumann.

-¿Conoces este disco? Es una joya, te lo recomiendo. 

-¿Quién es ese pianista, Glenn Gould? Nunca lo escuché.

-Es un genio, un loco, pero un genio.

Yo conocía las Goldberg Variationen. Bach. Pero no tocadas por Gould.

Tomé el disco. Grande. Carátula brillante. Una gran foto de Gould en portada. Imponente. 

-No te vas a arrepentir -dijo Klaus- te lo dejo en la caja.

Le di las gracias. Seguí recorriendo los altares. No buscaba nada. Quería descubrir. Grabaciones desconocidas de aquellos famosos con distintas orquestas. Diversos solistas. Piano. Violín. Cello. Entre el barroco y el romántico. La música sacra, a pesar de ser ateo. Los Requiem, que adoro, especialmente los de Verdi y Mozart.

-¡Ah!, es el primero que vendemos. Vi que Klaus te habló de él-, me dijo Maricarmen, la española que atendía la caja cuando fui a pagar los dos discos, porque me llevé un segundo que no recuerdo cuál fue.

La invité algunas veces a una cerveza y en otra desayunamos juntos. Me comentó que su marido alemán estaba celoso conmigo. Era linda Maricarmen. A veces usaba una flor en el pelo.

Como siempre, llegué a casa ansioso de escuchar. Atardecía en Berlín. La nieve, una muralla más maciza que el muro. Desenfundé con delicadeza a Gould. No sabía con qué me encontraría. Como regresar a 1870 invitado por Van Gogh, para esperar que te mostrara su última obra.

Tomé el disco cuidadosamente con la yema de los dedos apoyadas entre el borde y el círculo impreso central que describe obra y autor, y lo puse en el plato. Una ceremonia cada vez. Como bisturí en el quirófano. Bajé la tapa transparente del Technics y apreté el start. Me quedé parado al lado del tocadiscos. Casi conteniendo la respiración, atento a los parlantes.

Después del Aria, entre las primeras Variaciones, me asaltó la duda. Paré el disco y fui a la ventana. Un primer piso elevado del departamento que ahora habitaba en la Zimmermannstrasse, en el barrio de Steglitz. Aún quedaban gotas de luz clara…y mucha nieve. Pero afuera no había nadie. Nadie conversaba parado bajo la ventana como supuse.

Regresé al lado del Technics y al surco donde quedé. Gould siguió tocando. 

-Todo bien, menos mal-, me susurré.

Pero de nuevo la duda. Volví a la ventana contrariado. Nadie. De vuelta. Pero ahora la duda se hizo decepción. Era el disco. Ese murmullo de fondo. 

-Este disco está mal grabado –refunfuñé- no puede ser, una joya mal grabada. Murmullos hermanados a las ochenta y ocho blancas y negras del Yamaha. Porque el adorado de Gould, el Steinway CD318, se había dañado en un transporte.

A la mañana partí temprano a Herder. 

-Este alemán me vendió un disco fallado- me comenté al subir al U-Bahn en la estación Walther-Schreiber-Platz.

Al primero que vi al entrar fue a Klaus. Me vio con el disco en la mano y se extrañó. Notó mi cara de angustia.

-Was ist loss, Jaime?- preguntó curioso. Jaime fue mi chapa en Berlín.

-El disco está fallado, Klaus, se escuchan voces, murmullos de fondo- le dije en alemán que ya hablaba relativamente bien.

Entonces Klaus soltó la carcajada. Me sorprendí y por primera vez quise insultarlo.

-Este alemán de mierda se está riendo de mí-, mascullé entre dientes.

Pero Klaus percibió mi reacción. Por eso me explicó de inmediato.

-Lo que pasa es que tú no conoces todavía a Glenn Gould. Ayer te dije que era un genio loco. Él a veces tararea lo que toca. Muy bajo, pero se escucha. Eso jamás se lo pudieron prohibir en los estudios de grabación. Ese disco es una joya.

Guardé silencio avergonzado. No había más que agregar. Klaus tenía la razón y tuve que tragarme el reclamo. El disco jamás estuvo fallado.

-Tú crees que la Columbia Records iba a lanzar un disco con una grabación fallada?- me agregó Klaus con una sonrisa triunfante y respetuosamente burlona.

Me fui a casa tranquilo. Me tendría que acostumbrar a escuchar a Gould con su irreverencia y murmullos de fondo. Se convirtió en mi pianista más amado. Y un ser maravilloso, repleto de misterios y conductas sobrehumanas.

Antes de salir, quedé de nuevo con Maricarmen para unas copas por la tardenoche. Ella escuchó mi conversación con Klaus.

-Qué bueno que aprendiste algo nuevo con nosotros.

Fue así. Había aprendido algo nuevo con ellos. Me tiró un beso cómplice con la mano cuando salía.

Después supe que Gould había muerto ese mismo año 1982, el 4 de octubre. Un par de meses antes de descubrir al canadiense. Desde entonces, Gould cuelga siempre retratado en las murallas que habito. Como el Berlín del muro:

Achtung…Sie verlasen West Berlin…cuando salías del muro para encontrar de nuevo a Occidente, porque, por tierra, por donde fuera, estabas obligado a cruzar unas horas por la Alemania del Este.

Extraño el Berlín del muro, por brutal que haya sido esa muralla. Esa vida de urgencia…cada día un episodio…asaltos de la Baader Meinhof…la caza de un espía…quizás el muro impidió que mis sueños de regreso a Chile se esfumaran…los protegió…y me los regaló en ese octubre de 1984, cuando volví a cruzar la cordillera, y el sol de Santiago me obligó a cubrirme los ojos con mi mano cuando salí del aeropuerto…porque ya lo había olvidado con los años del destierro.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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