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¡SÍ, don John!: la historia tiene demasiados rostros para detenerse en un retrato LA CRÓNICA CONSTITUYENTE

¡SÍ, don John!: la historia tiene demasiados rostros para detenerse en un retrato

Patricio Fernández
Por : Patricio Fernández Periodista y escritor. Ex Convencional Constituyente por el Distrito 11.
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El abogado John Smock ha sido, sin lugar a dudas, uno de los grandes protagonistas de este proceso constituyente. Sin él, ésta asamblea que nacía en el extravío, no habría sabido cómo continuar. Si con la señora Valladares la República tomaba de la mano este proceso, con John Smock aprendió a caminar. Después vinieron otros varios abogados y abogadas de la Cámara para reforzar el trabajo en comisiones, y si en los tres meses que llevamos funcionando han sido incontables las diferencias entre los 155, el reconocimiento a ellos ha sido unánime. Ahora, tras la elaboración del Reglamento, lo que viene no será fácil, requerirá de carácter, inteligencia y generosidad. Terminó el tiempo en que la convención debió preocuparse de sí misma, de quién es quién y de cómo funcionaremos. Ahora lo testimonial pasa a segundo plano. En conjunto, deberemos acordar las normas esenciales que regirán al Chile de mañana. Las tiranías y los abusos que nos amenacen en el futuro, pueden ser de signos muy distintos a las que hemos conocido y, para evitarlas, es que debemos pensar a partir de nosotros, pero mucho más allá. En eso consiste la tarea que comienza.


“¡Sí, don John!”, “¡Sí, don John!”, “¡Sí, don John!”, comenzamos a gritar uno tras otro, y también sobreponiéndonos, los que estaban en el hemiciclo y los conectados al zoom, cuando pasadas las 18 hrs del jueves, y faltando aprobar el último artículo del Reglamento de Participación Popular, volvió a preguntar con ese tono impasible con que lo había hecho mil veces durante las últimas dos semanas: “¿Han emitido su voto, señoras y señores convencionales?” Muchos levantaban los brazos y otros aplaudían –“¡Donjohnízate!”, gritó Logan- cuando el secretario agregó: “Finalizada la votación, resultado de la votación: ciento veinticinco votos a favor, ocho en contra y catorce abstenciones. Aprobado”.

El abogado John Smock ha sido, sin lugar a dudas, uno de los grandes protagonistas de este proceso constituyente. Proveniente de Valparaíso -donde trabaja como funcionario permanente de la Cámara de Diputados- llegó a Santiago el día 4 de julio cargando una maleta de mano con una muda y un copón de plata, para apoyar a Carmen Gloria Valladares en la ceremonia de instalación de la Convención. El copón sirvió de urna para los votos que le dieron la presidencia a Elisa Loncón y la vice presidencia a Jaime Bassa, tras disputarla con Rodrigo Rojas Vade, quien entonces caminó a depositar su papeleta con los pies descalzos.

Se suponía que “don John” regresaba a su casa al día siguiente, pero debió quedarse. Sin él, ésta asamblea que nacía en el extravío, no habría sabido cómo continuar. Esa semana se compró ropa interior y camisas, lo estrictamente necesario para mantenerse presentable. Si con la señora Valladares la República tomaba de la mano este proceso, con John Smock aprendió a caminar. Después vinieron otros varios abogados y abogadas de la Cámara para reforzar el trabajo en comisiones, y si en los tres meses que llevamos funcionando han sido incontables las diferencias entre los 155, el reconocimiento a ellos ha sido unánime. 

“Qué bueno, qué bonito, qué alegría y qué orgullo y honor estar en este pleno terminando la votación del Reglamento”, dijo la presidenta Loncón. Después comparó nuestro trabajo con el de las abejas, porque, como ellas, “ustedes, convencionales de todas las posiciones, han estado durante este tiempo polinizando la nueva constitución”, festejó emocionada

Es cierto que ha habido desmesuras y subidas por el chorro. Los mismos reglamentos de Ética y de Participación, que debieron contentarse con generar las normas imprescindibles para el buen funcionamiento de una institución llamada a durar un año y escribir una carta Fundamental, se extendieron hasta convertirse en códigos voluntaristas, más cercanos a un compilado de buenas intenciones -por momentos arrogantes y autoritarias- que a un reglamento operativo y de verdad concentrado en su objetivo final. 

Pero también es cierto que se ha tratado de un período de aprendizaje. La gran mayoría de quienes conformamos la Convención, jamás habíamos participado de un proceso de generación de normas. La idea de que toda ocurrencia, toda convicción, toda sospecha debía quedar consignada y ser normada, movió a buena parte de sus integrantes. Lo considerado bueno, había que establecerlo, y lo malo, prohibirlo, así fuera más allá de lo que necesitábamos reglar, o hacerlo escondiera consecuencias imperceptibles para quien se hallara cegado por mensajes o conflictos inmediatos. No pocas veces, reivindicaciones contingentes o doblarle la mano al contrincante fueron móviles más atendibles que la abstracción requerida a la hora de legislar. 

Como sea, desde la declaración en torno a los presos de la revuelta ocurrida en la semana del 5 de julio hasta la votación de las indicaciones, se avanzó mucho. No todo lo que algunos quisiéramos, pero mucho. La inmensa mayoría de los excesos fueron corregidos en el camino, pero esos logros acabaron invisibilizados por aquellos que se impusieron, como el negacionismo, que para un defensor de la libertad de pensamiento y de expresión, convencido de que la historia tiene demasiadas caras y no puede detenerse en un retrato, más aún cuando se establece al interior de un claustro donde la discusión libre debiera estar más garantizada que en otras partes. Fueron varios los izquierdistas moderados, sin embargo, que al concluir las votaciones de esta semana, me dijeron: “hasta aquí llegaron las concesiones”.

Esta Convención, en lo medular, es una gran disputa al interior de las izquierdas. Salvo los 37 representantes de Chile Vamos, el resto de los 155 convencionales pertenece a alguna de sus órbitas. Una parte enfatiza la idea del poder originario, de la asamblea soberana, refundacional, llamada a pensar el país de nuevo, sin limitaciones de ninguna especie. En buena medida esa energía revolucionaria proviene del estallido social y como la elección de los constituyentes se produjo cuando sus fuerzas estaban todavía muy vivas, consiguieron una representación mayor de la que probablemente encontrarían en el clima actual. Las grandes pasiones son tan intensas como pasajeras. En la coordinación de ese espacio está el Partido Comunista, que si bien jugó un papel enteramente marginal en los tiempos de la revuelta, halló en la identificación con ella el espectro político que hace mucho tiempo no encontraba para crecer. 

La otra parte de la izquierda ve en el proceso constituyente la gran ocasión para llevar adelante esas transformaciones modernizadoras y democratizantes que el acuerdo concertacionista administró y contuvo desde el fin de la dictadura. No sólo empuja, sino que constata, el fin de un ciclo político marcado por la ideología neoliberal, y se sabe llamada a construir los pilares del que viene, reemplazando el estado subsidiario por uno social de derecho, que reconoce y valora las diversidades culturales que habitan en su interior, incorpora las voces excluidas en la toma de decisiones, hace suya la crisis medioambiental y los nuevos paradigmas de convivencia con el resto de la naturaleza, sin desconocer la necesidad de mantener vivo y pujante un aparato productivo capaz de financiar los progresos sociales que se propone, ni la historia republicana, ni el hecho de que está aquí para escribir una constitución, ni más ni menos que eso, hija a su vez de la historia constitucional chilena y del resto de Occidente. Esto, y no otra cosa, es lo que ha estado detrás de la para muchos extraña y misteriosa disputa de los 2/3 en que se impuso y que, a fin de cuentas, representan el reconocimiento de los límites, de la búsqueda de acuerdos por venir sin negar aquellos que le dieron lugar. Que no somos Prometeo, sino apenas -¡vaya apenas!- una Convención Constitucional en tiempos de cambio epocal.

Todos hemos aprendido. Los más conservadores, que si quieren aportar y formar parte de lo que viene, hay transformaciones inevitables que sus conocimientos y experiencias pueden ayudar mucho a modular si abandonan sus nichos autoreferentes; los octubristas, que la realización de las transformaciones es harto más compleja que su demanda y muchas veces incomprendida (bien lo sabe la Tia Picachú, a quien escupieron, tiraron cerveza, e insultaron llamando “Pacachú” sus compañeros de Plaza Dignidad); y los convencionalistas, esos para quienes nada importa tanto como el éxito de la convención, que deben asumir su rol de articuladores, dejando de lado los complejos heroicos y las vanidades personales, para concordar una ruta en la que nadie se sienta excluido, y donde la igualdad y la libertad -la dignidad de cada cual-, sea reconocida a cabalidad.

No será fácil. Lo que viene requerirá de carácter, inteligencia y generosidad. Terminó el tiempo en que la convención debió preocuparse de sí misma, de quién es quién y de cómo funcionaremos. Ahora lo testimonial pasa a segundo plano. En conjunto, deberemos acordar las normas esenciales que regirán al Chile de mañana. Las tiranías y os abusos que nos amenacen en el futuro, pueden ser de signos muy distintos a las que hemos conocido y, para evitarlas, es que debemos pensar a partir de nosotros, pero mucho más allá. En eso consiste la tarea que comienza.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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