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Sobre el rol de la derecha en la Convención Constitucional Opinión

Sobre el rol de la derecha en la Convención Constitucional

Gonzalo Cordero M.
Por : Gonzalo Cordero M. Abogado, consultor senior.
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El Mostrador publicó una interesante columna de Patricio Fernández, la que me motivó a escribir otra comentándola. El estado social de derechos al que alude Fernández no me gusta, no lo considero bueno, ni viable, al menos no como lo concibe la mayoría de la Convención; tampoco creo que sea una buena idea constitucionalizarlo, eso solo llevará a la judicialización de la política y a una presión fiscal incompatible con una economía sana que nos conduzca al desarrollo. Pero esto es opinable, son proyectos políticos, respecto de los que cabe la legítima discrepancia.


Patricio Fernández ha escrito una interesante y, me parece, bien intencionada columna acerca del rol de la derecha en la Convención Constitucional, abogando porque la mayoría de los convencionales de distintas sensibilidades de izquierda acojan a sus adversarios y les permitan formar parte del nuevo pacto social, basado en el estado social de derechos, que reemplazará al subsidiario inevitablemente fenecido.

Con todo y la loable inspiración de Fernández creo que su columna trasunta la razón por la que, en el fondo, la centroizquierda chilena está condenada a someterse al rol secundario que las posiciones más extremas le conceden, a veces por razones tácticas y a veces por una mera y precaria tolerancia.

El problema de no acoger a la derecha, como el padre generoso acoge y perdona al hijo pecador cuando éste vuelve al redil, es que es necesario hacerlo pues solo así se podrán construir los “puentes que nos ayuden a convivir en paz”. Por supuesto, dice el convencional columnista, que “hay buenas razones para el resentimiento, pero la tarea en que nos hallamos envueltos exige ir más allá de ellos”. No vaya a creer la extrema izquierda que Fernández no comparte su juicio sobre la derecha, ni menos que hay razones de principios, de apego al pluralismo democrático o de reconocimiento a la legitimidad de las visiones diversas, que lo llevan a tener una visión diferente a la de ellos, acerca de la relación con sus adversarios comunes.

No, Fernández solo llega hasta el límite de tratar de convencerlos que “les conviene” perdonarnos, aunque claro, él también cree que somos imperdonables. Pero qué le vamos a hacer, queremos vivir en paz. El problema, parto por reconocerlo, es que no solo Fernández tiene esta visión, estoy seguro de que buena parte de la derecha que lo leyó le agradeció su “apertura”, su disposición a perdonarnos; en una de esas, pensaron, capaz que consiga que nos acepten en la foto.

Lo lamento, y con toda la buena onda del mundo, tengo que decir que soy de derecha y no necesito el perdón de Fernández, al menos no lo necesito más de lo que él necesita del mío; porque, en el fondo, la convivencia pasa porque todos seamos capaces de perdonarnos en algún grado y no caigamos en la soberbia de creer que no necesitamos de la indulgencia ajena, en el mismo grado que nosotros la debemos a los demás.

Escribir una Constitución es redactar un pacto de convivencia, fundado en un conjunto de reglas que distribuyen el poder, lo limitan y establecen los derechos fundamentales que la sociedad reconoce a los individuos.  No son las reglas que “los buenos” escriben para que los malos —los otros— estén convenientemente sometidos. Asumo que cualquier ciudadano razonablemente sensato espera que Fernández y todos los demás constituyentes analicen cada propuesta de norma en su mérito, atendiendo a si es buena o mala para el orden social justo y seguro al que aspiramos.

Pero, en realidad, Fernández no puede abrirse a la posibilidad de encontrar razonable una norma que venga de la derecha y votarla a favor. Al menos no sin antes haber obtenido el permiso de la extrema izquierda, censora que fiscaliza con extremo rigor la fidelidad a los “intereses del pueblo”.

Imagino desde ya que la respuesta a estas reflexiones será que “posiciones intransigentes como las de Cordero son las que impiden el diálogo y los acuerdos, cuando uno les abre la puerta ellos responden cerrándola con un portazo”. Esta es la derecha atrincherada, que prefiere ser minoría, dirán otros.

Prefiero ser minoría reivindicando mi derecho a ser tratado como un igual, que formar parte de manera artificiosa de una mayoría que me relega al rol de comparsa. Eso es todo.

El estado social de derechos al que alude Fernández no me gusta, no lo considero bueno, ni viable, al menos no como lo concibe la mayoría de la Convención; tampoco creo que sea una buena idea constitucionalizarlo, eso solo llevará a la judicialización de la política y a una presión fiscal incompatible con una economía sana que nos conduzca al desarrollo. Pero esto es opinable, son proyectos políticos, respecto de los que cabe la legítima discrepancia.

El problema más de fondo es que los colectivos a los que apela Fernández pidiendo nuestro perdón, tienen en su mayoría concepciones autoritarias del orden social, que no creen en el pluralismo, que no aceptan la libertad individual en su amplio espectro, que apelan a visiones añejas de un estatismo fracasado, en algunos grados incluso incompatibles con el orden democrático liberal.

En todo eso radica el verdadero problema, no en si la centroizquierda perdona o no a la derecha, eso es una cuestión secundaria, casi anecdótica. La pregunta es si la centroizquierda estará dispuesta a defender las instituciones fundamentales de un estado democrático de derecho, con instituciones independientes del poder político, con un equilibrio de poderes que asegure razonablemente la libertad individual, aunque para ello tenga que votar con la derecha y en contra de la extrema izquierda.

Me temo que no. No al menos mientras siga pidiéndole permiso, hasta para perdonar a la derecha.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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