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Llegó el día D para las culturas Opinión

Llegó el día D para las culturas

Tenemos una oportunidad histórica de superar la herida colonial que aún se yergue sobre los pueblos originarios y, por extensión, sobre nuestra democracia e instituciones con su cultura hegemónica. Sin embargo, ello será posible sin avasallar las diversas tradiciones que componen y trazaron nuestra historia. Más bien la invitación es a reencontrarnos bajo un sistema de colaboración y diálogo intercultural, sin tratar de aprehender al otro en un orden vertical y dominante. Más bien queremos toda la diversidad y la unidad posibles, un nuevo pacto social amoroso y que abrace el buen vivir.


Este miércoles 16 de marzo se deliberará el informe de reemplazo de nuestra querida comisión 7. Es mucho lo que se juega en la tarde de este día de verano caluroso. Todas aquellas normas que no alcanzaron el quórum de 2/3 pero contaron con una mayoría simple, fueron devueltas a la comisión para presentar una nueva propuesta mejorada. No hubo reparos de fondo, tampoco discrepancias profundas con los contenidos. Se nos pidió síntesis, una redacción corregida y la posibilidad de revisar aspectos que podían ser materia de ley.

En ese marco, los diferentes convencionales constituyentes, presentaron y presentamos casi 100 indicaciones que colaboraron en la mejora de la redacción y contenido de nuestras propuestas en materia de derecho a la comunicación, neurodivergencia, derechos digitales, al cuerpo, sobre bioética, y, por cierto, derechos culturales, entre otros. Estas normas son trascendentes, ya que hablan y abren las puertas al Chile del futuro, un Chile donde entendamos el desarrollo desde nuevos puntos de vista, involucrando profundamente al ser humano y a la naturaleza. Hemos trabajado de manera colaborativa. Acudimos a organizaciones culturales y sociales, académicos, expertos en las distintas materias, colectivos políticos, agudizando la capacidad de escucha.

En relación con los derechos culturales, atendimos la necesidad de mejorar sin descuidar los contenidos. Como lo hemos comentado, los derechos culturales nunca han sido adoptados en la Carta Magna de Chile de manera profunda, en circunstancias que ellos se han ido abriendo paso en otras constituciones del mundo, dada su relevancia.

Por lo anterior, el desafío actual es enorme. Significa un avance en el aseguramiento para todas las personas y comunidades en la participación libre en la vida cultural y artística; al derecho a la identidad cultural y educarse en las diversas culturas, como en la lengua propia; a la libertad de crear y difundir las culturas y las artes, a disfrutar de sus beneficios; a la promoción armónica de todas las expresiones simbólicas, culturales y patrimoniales, en pos de la no discriminación de las diversas cosmovisiones presentes en el país. Todo lo anterior en virtud del respeto pleno, por cierto, de la diversidad cultural, pero también tanto de los derechos humanos como de la naturaleza.

En el primer informe fueron aprobados importantes artículos que hoy son parte del borrador de la nueva Constitución. Uno de estos es justamente el que da cuenta de los deberes del Estado en materia de las culturas. Promoviendo, fomentando y garantizando el acceso a desarrollo y difusión de las culturas, las artes y los conocimientos. Generando las instancias para que los pueblos de Chile y sus comunidades contribuyan al desarrollo de la creatividad cultural y artística, como también promoviendo el desarrollo libre de la identidad cultural.

En ese marco, el artículo aprobado, como lo que se verá este miércoles, se relacionan como un espejo, ya que ambos son esenciales, puesto que cada derecho conlleva un deber. Y en este sentido estamos construyendo nuestros derechos como sociedad, comunidades y personas, pero también los deberes del Estado para generar las condiciones mínimas para el desarrollo y promoción de las culturas, las artes, las ciencias y el conocimiento, entre otros.

Así, consolidaremos un Estado de marcado carácter cultural. Necesitamos un espacio y un tiempo donde habiten diferentes ideas, pensamientos, formas de comprender la realidad y la vida, diversas trayectorias y experiencias. No es fragmentación, sino unidad en la diversidad. Es la capacidad de construir una democracia en que las personas no sean solo las que siempre han sido convocadas desde arriba o desde las élites, sino, junto a ellas, las personas sencillas, las comunidades, los diferentes pueblos. Estos podrían participar activamente en la construcción de las políticas públicas culturales, podrían también ser apoyados decididamente por el Estado, reconstruyendo el tejido social, de norte a sur, de este a oeste, permitiendo una reflexión colectiva y viva desde los territorios.

Otras normas que avanzan en lo anteriormente mencionado, son aquellas que reconocen el arte callejero y las culturas comunitarias como base de la democratización, como también las que promueven la identidad e integridad cultural de los pueblos y naciones preexistentes, respetando integralmente su cultura, sus formas de vida, de conocimiento, costumbres, tradiciones, entre otras. En una sintonía similar, se promueve el derecho del pueblo tribal afrodescendiente chileno a desarrollar su cultura, pueblo que ha estado marginado por demasiado tiempo de la construcción del país.

Tenemos una oportunidad histórica de superar la herida colonial que aún se yergue sobre los pueblos originarios y, por extensión, sobre nuestra democracia e instituciones con su cultura hegemónica. Sin embargo, ello será posible sin avasallar las diversas tradiciones que componen y trazaron nuestra historia. Más bien la invitación es a reencontrarnos bajo un sistema de colaboración y diálogo intercultural, sin tratar de aprehender al otro en un orden vertical y dominante. Más bien queremos toda la diversidad y la unidad posibles, un nuevo pacto social amoroso y que abrace el buen vivir.

Como plantearía una vieja máxima libertaria: la libertad ajena amplía mi libertad al infinito. Y es a ello a lo que estamos invitándolos, a recuperar las esperanzas y los sueños, a ampliarnos en todas las direcciones posibles, tanto adentro de nosotras y nosotros mismos como afuera, en el espacio social. Hoy estamos todos y todas invitados a ser parte de este nuevo país. La cohabitación amorosa y respetuosa, la cohabitación inclusiva  de experiencias, abre la posibilidad de hacer de Chile una tierra más justa, humana y profundamente democrática.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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