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Propuesta de Nueva Constitución
Diez meses y ciento tres sesiones LA CRÓNICA CONSTITUYENTE

Diez meses y ciento tres sesiones

Patricio Fernández
Por : Patricio Fernández Periodista y escritor. Ex Convencional Constituyente por el Distrito 11.
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Terminó el capítulo de la performance constituyente. Claramente no fue la fiesta de los abrazos que muchos deseaban. El camino de encuentro, si acaso es eso lo que vale esperar de un proceso como este, requerirá de más senderos, más tiempo, más actores, más ingredientes y más circunstancias. Una realidad quebrada no se rearma así como así y, no obstante, cuando veamos lo que aconteció a lo largo de este año con más calma y perspectiva, es muy posible que reconozcamos en lo acontecido un evento mucho más reparador de lo que hoy podemos percibir.


El sábado 14 tuvimos el último Pleno del período de deliberación. Se cerró ese día el borrador con las normas aprobadas sobre las cuales deberá trabajar la Comisión de Armonización. Lo que todavía aparece como un texto disperso, desestructurado, con reiteraciones y problemas de redacción, debiera acabar en orden, legible y depurado tras la sistematización y edición de la que sus miembros somos responsables.

Pocos participamos ese sábado de manera presencial. Los militantes socialistas tenían elecciones internas al día siguiente y, como la mayoría viene de regiones, viajaron a sus lugares de origen para sufragar y se sumaron a la Convención de manera telemática. Otros estarían cansados, otros en deuda con sus vidas familiares, otros temerosos de enfrentar cara a cara las votaciones por venir. Justo una semana antes había correspondido sancionar en particular la propuesta de la Comisión de Medio Ambiente, entre cuyos artículos se encontraba el Estatuto Minero, con toda la carga ideológica e histórica que acarrea la discusión acerca de la nacionalización del cobre… y ahora también del litio. Para la sensibilidad más de izquierda, el tema asoma como un asunto de principios, saca a colación el nombre de Salvador Allende, el día de la Dignidad Nacional y las luchas más tradicionales del sector. El tema, para algunos, apela antes a las emociones heredadas que a la racionalidad presente. 

Aquel sábado 7, los miembros del FA brillaron por su ausencia. “No se atrevieron a venir”, me dijo uno. El Gobierno les había hecho saber lo complicado que sería abrir ese flanco, tanto por la estabilidad de la industria minera –el sueldo de Chile– como de la economía en su conjunto. La sola idea de que las inversiones privadas existentes ahí pasaban a ser cuestionadas, generaría un ambiente de inestabilidad capaz de hacer temblar la economía toda. Para Mario Marcel era un asunto de vida o muerte. Por otro lado, estaban los gritos, las acusaciones de traición, las banderas rojas, la temperatura y los conventilleos al interior del ex Congreso… Para sorpresa de muchos, durante esa jornada, las propuestas nacionalizadoras apenas consiguieron sesenta y tantos votos, de modo que volvieron a la comisión, demostrando que esas intensidades vividas como mayoritarias suelen ser provocadas por una minoría.

Tras sufrir correcciones y sumarse otras alternativas que garantizaban no solo la propiedad de Estado sobre sus minerales estratégicos, sino también la posibilidad de explotarlos en alianzas con privados, dichas normas volvían ahora para ser definitivamente sancionadas. Como la derecha no quiso sumarse siquiera a las propuestas más liberalizadoras, el debate quedó relegado al ámbito de las izquierdas. Las negociaciones entre sus distintos grupos se llevaron a cabo en los jardines, en torno a alguna de las mesas con quitasoles, sentados en las escaleras que dan a la calle Bandera o en círculos de pie en medio del pasto. Como no hubo acuerdo posible, el texto constitucional se remitió solo a aspectos muy generales, dejando todo el resto a la ley. Según Barraza, los ciclos de la Historia se encargarían de poner las cosas en su sitio. Yo le retruqué: “Anda tú a saber cuál es su sitio”.

Si en la Convención ha reinado siempre un ambiente informal, que por momentos ha incluso rayado en la tarambana, este sábado, quizás por tratarse de un fin de semana, quizás por haber menos gente, quizás por ser el último, sumó una cierta intimidad chacotera como la que otras veces se apoderó del hemiciclo a altas horas de la noche, cuando la mayoría de los convencionales ya se había largado y solo quedaban ahí los más jóvenes. Cundían los aplausos –por los glaciares, por las semillas, por el mínimo vital de energía y su matriz–, aplausos primero desordenados, después siguiendo un mismo ritmo que energizaba las esperas y, dependiendo de cómo terminara la votación, descoordinándose festivamente y dando lugar a gritos de algarabía en el caso de los “apruebo”, y apagándose y desembocando en un “buuuuu” agonizante si acaso el “en contra” no sorprendía, o con un “ooooh” de desconcierto si daban por seguros los 2/3 y el resultado traicionaba sus esperanzas. Cuando la felicidad era mucha, algunos se ponían de pie, se abrazaban y saltaban juntos.

Cuando se rechazó una norma que hablaba de “turberas” y “pomponales”, las tallas de unos fueron respondidas con las quejas expertas de otros. 

Esa tarde, aprobamos todo lo que miraba hacia arriba –estatuto del espacio, cielos nocturnos…– y rechazamos lo que atendía hacia abajo (minerales). Como bien saben los economistas, es la escasez y no el infinito la principal causa de disputas.

Una elite ciega

Terminó el capítulo de la performance constituyente. Claramente no fue la fiesta de los abrazos que muchos deseaban. El camino de encuentro, si acaso es eso lo que vale esperar de un proceso como este, requerirá de más senderos, más tiempo, más actores, más ingredientes y más circunstancias. Una realidad quebrada no se rearma así como así y, no obstante, cuando veamos lo que aconteció a lo largo de este año con más calma y perspectiva, es muy posible que reconozcamos en lo acontecido un evento mucho más reparador de lo que hoy podemos percibir. 

Al menos con esa sensación quedé yo el día jueves 12, cuando se presentó la segunda propuesta de normas procedentes de la consulta indígena y ninguna de ellas fue aprobada. Lo cierto es que ni siquiera los escaños tenían grandes expectativas ni ansiedades de que sucediera. Tras establecerse la plurinacionalidad y las autonomía, una vez aprobado el artículo de Propiedad Indígena, se dieron por satisfechos. Eso era lo que buscaban. Ni siquiera el tan mentado tema del pluralismo jurídico estaba entre sus causas. Este último les cayó de yapa, empujado más bien por grupos ideológicos y teóricos que, por momentos y al decir de algunos de sus representantes, “parecían querer ser más indígenas que los indígenas”. 

Lo verdaderamente interesante de esa jornada fueron algunos de los discursos. No los descalificadores de la derecha que hablaban de indigenismo “utópico”, “odioso”, “comunista”, “resentido”, “minoritario”, ni por otro lado aquellos de la contraparte herida que se limitaron a insultar de vuelta, sino aquellos como el de Isabella Mamani que, a propósito de la transhumancia, llevó a quienes la escuchamos a compartir una realidad distinta: “Desde que tengo uso de razón, mis padres me han contado que los caciques viajaban en busca de las aguas del mar, para llevarlas al altiplano y juntarlas con las aguas de la cordillera, y con ellas pedir lluvia”. Entonces comenzó a llorar, como si todas las aguas hubieran estallado en ella. 

Más tarde tomó la palabra Adolfo Millabur y, sin afán de sermonear, como quien habla junto al fogón la última noche de un campamento para despedirse de aquellos a quienes conoció allí y probablemente no volverá a ver, expresó: “Se me vienen a la cabeza cosas importantes que decirles –arrancó–… a cada uno de los 154 que somos… Soy el último en hablar, creo… He conocido a varios y aprendido de ellos… Algunos tienen las macuquerías propias de la política… otros tienen el don de la seducción… Muchos de ustedes, al llegar, romantizaron nuestra presencia… pero de pronto se murió el embrujo… y nosotros mostramos la hilacha… que veníamos a pedir cosas concretas, no vaguedades, ya no solo reconocimientos culturales… En la derecha no son todos iguales… Angélica Tepper va de frente, pero hay otros de la Novena Región que parecen pequeños Jaimes Guzmán. … Hay otra que nos ha insultado… Otros que hablan como en los martes de Merino… Pero yo quiero decirle al pueblo de Chile que no desconfíe de los pueblos indígenas, porque si no nos arrinconan podemos aprender a compartir juntos esos derechos… Se me viene a la cabeza la imagen de esa mesa donde come el patrón, la otra donde comen los empleados y más allá los animales de la casa… Pueblo de Chile, no crean las campañas de la mentira…Vayan con la conciencia de un mismo pueblo a votar por el Apruebo, porque hay que ganarle al miedo del Rechazo…». 

Pero las palabras no terminaron con él. Después vino el aymara Luis Jiménez. Cada uno de los indígenas que habló procuró pedirles unos minutos extras a chilenos de todos los sectores. Él también arrancó agradeciendo. Después citó una columna de Mario Waissbluth en que se refería a la plurinacionalidad como algo nefasto. “En Chile –continuó– hay una elite a la que le cuesta entender… porque la construcción del Estado nación chileno se hizo a costa del indio, del negro y del mestizo… Una elite que no quiso acercarse a dialogar. ¿Por qué no pidió reuniones? ¿Es que acaso les olemos mal? Yo he aprendido de todos los aquí presentes, de santiaguinos, feministas, patriotas… Pero esa elite es ciega. Cree que queremos un nuevo Estado, un propio Estado, y jamás el pueblo aymara ha demandado eso: solo seguir viviendo como pueblo… el amor a la Pacha, a la cultura y a los ancestros. Muchas gracias a todos aquellos que nos han brindado un espacio de diálogo. Solo hemos venido aquí para seguir viviendo como pueblos, juntos, pero también con nuestras culturas.

Se cierra el debate

A las 19:30 horas del sábado 14, María Elisa Quinteros pidió silencio. “Como presidenta de la Convención propongo dar por cerrado el debate constitucional… Proceda, señor secretario, con la votación en que se decidirá este cierre”.

John Smok encendió su micrófono: “En votación la proposición formulada por la presidenta de la Convención Constitucional para declarar cerrado el debate constitucional”.

Un minuto más tarde aparecía el resultado en la pantalla luminosa: 131 votos a favor, 2 contra y 2 abstenciones. El resto no votó.

“Declaro cerrado el debate constitucional en lo referente a las normas permanentes», dijo la presidenta.

Desde las galerías, muchísimas cámaras y celulares apuntaban hacia nosotros. “Han sido 10 meses y 103 sesiones, y hemos cumplido con el plazo establecido”.

El vicepresidente Gaspar Domínguez agradeció a los técnicos, asesores, secretaría técnica… y a don John. El hemiciclo comenzó a gritar a coro: “¡Don John! ¡Don John! ¡Don John!”. Entonces, don John se puso de pie, se llevó la mano al pecho y bajó la cabeza cerrando los ojos en señal de agradecimiento… Era la República discreta, seria y respetuosa, la que decía “adiós”, la misma de Carmen Gloria Valladares.

“Les tenemos una sorpresa”, dijo después la presidenta. Pero no alcanzó a terminar la oración, porque en ese momento alguien se le adelantó apuntando con el dedo la parte alta del anfiteatro: “¡Logan!”. Muy pocas veces se le había visto en el hemiciclo desde los comienzos de este cuento. “¡Vaya regalo!”, gritó alguien. 

En el sector que durante estos meses ocupó la derecha, no había nadie.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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