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La incoherencia de reformar o el amor perdido Opinión Créditos: Agencia Uno

La incoherencia de reformar o el amor perdido

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Principalmente desde estas instituciones (Cámara de Diputados y el Senado) se ha promovido la idea de reformar lo eventualmente aprobado o rechazar para reformar lo que tenemos. Esto último no lo hicieron en 30 años y “sí, ahora sí, seguro que lo haremos”, afirman sin pudores.


El escenario político chileno es decepcionante y así lo demuestra la abundante evidencia. Los incumbentes, fugitivos del deber, como ya sabemos, intentan una y otra vez instalar si no derechamente mentiras, posibilidades o vías que, analizadas con algo de detención, demuestran ser perniciosas para el interés de la ciudadanía y, claro, convenientes para particulares intereses. Como primer dato, los partidos políticos gozan de una confianza de la ciudadanía que apenas alcanza el 4% (Encuesta CEP, N° 86), es decir, atendido el margen de error, se pudiera afirmar que dicha confianza no existe; en otras palabras, su representatividad es mínima. Luego, la Cámara de Diputados y el Senado, donde cada una llega a un nivel de confianza que no excede del 10%; o sea, algo mejor, pero la representatividad sigue siendo escasa. Como segundo dato, principalmente desde estas instituciones se ha promovido la idea de reformar lo eventualmente aprobado o rechazar para reformar lo que tenemos. Esto último no lo hicieron en 30 años y “sí, ahora sí, seguro que lo haremos”, afirman sin pudores. En todo caso, de triunfar el rechazo no cabe duda que se reinstalará en Chile un periodo de incertidumbre innecesario; no resulta creíble que aquellas instituciones que, según la encuesta citada, prácticamente carecen de confianza, vayan a llevar adelante las necesarias transformaciones que Chile requiere con urgencia. La única manera de traer certeza, atendido el escenario que enfrentamos, es la aprobación del nuevo texto, y la puesta en marcha efectiva de las transformaciones legales necesarias para avanzar hacia el nuevo modelo constitucional. Olvidan los incumbentes que una constitución es el dibujo inicial, el plano de la casa y que deberán construirla de conformidad a lo dispuesto en el nuevo texto; es decir, podrán (y deben hacerlo), incidir en el establecimiento de las nuevas instituciones, con todo lo que aquello implica, particularmente en relación con la gradualidad de los cambios. Es en ese escenario donde se instalará la tan necesaria certidumbre. La opción del rechazo no ofrece un plan concreto; no sabemos si la idea es reformar la constitución del dictador, o redactar una nueva. En este último caso, no sabemos si aspiran a una constitución con derechos sociales robustos o si el agua será verdaderamente un bien nacional de uso público, por ejemplo. El plan alternativo, como se aprecia, no existe; ergo: incertidumbre.

Igualmente, y en caso de ganar el apruebo, la circunstancia de permitir que el actual congreso, carente de confianza ciudadana, pueda reformar el nuevo texto, reproduce la situación de incertidumbre que generará el rechazo, pues quedarán facultados para efectuar importantes transformaciones. Cierto es que el quórum de 2/3 de los parlamentarios en ejercicio es muy elevado, pero si usted revisa la actual composición del congreso verá que no es un obstáculo difícil de superar. Más si el interés involucrado es común. Dicen los actuales miembros del congreso que su elección fue reciente y que esa circunstancia los pone en plano de legitimidad para realizar modificaciones al –eventual- nuevo texto constitucional. Pierden de vista que la ciudadanía se movilizó para votar en la elección presidencial, donde corrimos el riesgo de caer en manos de la ultraderecha. La motivación del voto estuvo en esa elección y no en la parlamentaria; esta última elección se vio favorecida por aquélla en que resultó electo Gabriel Boric. La gente votó en la parlamentaria aprovechando el impulso.

Así, a mi parecer, el único instrumento que debió ser permitido para el actual congreso, es el de legislar desde el punto de vista del procedimiento para que el nuevo texto sea implementado adecuadamente. Abrir la puerta a modificaciones sustanciales prolongará la incertidumbre con todas las consecuencias que esto trae. Por cierto, y al igual que en el caso del rechazo, estos incumbentes aun no nos dicen dónde pretenden hincar el diente. Todo hace pensar que pretenderán mantener el statu quo, que las transformaciones serán meros maquillajes y que protegerán a quienes los han financiado por años. El error, entonces, es sustancial y, aunque suene pesimista, nos somete a la voluntad de quienes, conforme la tantas veces citada encuesta, prácticamente se representan a sí mismos y a nadie más.

Como última reflexión, téngase presente que prácticamente todo el contenido de la nueva constitución es lo ofrecido por las y los, a la sazón, candidatas y candidatos a convencionales, por lo que el resultado no debe sorprender a nadie. Y ya sabemos que la ciudadanía, en un elevado porcentaje, se inclinó por quienes ofrecieron precisamente aquello que hoy contiene el nuevo texto. En cambio, la oferta de rechazar para reformar (el eslogan de quienes no querían un proceso constituyente), ya fue desechada por la ciudadanía, lo mismo que la opción de convención mixta; la ciudadanía no quería -y no quiere- la mano interesada de los partidos en el nuevo texto. Los fugitivos del deber no encuentran más amor que el que han perdido.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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