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¡Ya está la propuesta constitucional para Chile! Opinión

¡Ya está la propuesta constitucional para Chile!

Agustín Squella
Por : Agustín Squella Filósofo, abogado y Premio Nacional de Ciencias Sociales. Miembro de la Convención Constituyente.
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¿Saben cómo empiezo a ver la cosa si es que la ponemos en un contexto temporal más amplio? El cambio de la Constitución del 80 empezó en 1989, luego de la derrota del dictador, con lo que no fue más que un puñado de  tímidas y muy insuficientes reformas. Continuó luego con las muy importantes de 2005, catorce años después, durante el Gobierno de Ricardo Lagos. Siguió más tarde con Frei Ruiz-Tagle, cuando este compitió por la Presidencia contra Sebastián Piñera e incluyó en su programa la idea de una nueva Constitución, aunque el exsenador democratacristiano perdió esa elección. Se prolongó enseguida con el proceso que puso en marcha la Presidenta Bachelet en su segundo Gobierno, y que culminó con una propuesta de nuevo texto constitucional, propuesta que fue tan alegre como torpemente desechada por el Gobierno siguiente de la derecha. Y tuvo ahora –con la Convención Constitucional– el más sólido y completo de sus eslabones, sujeto a la evaluación y pronunciamiento que hará la ciudadanía en septiembre próximo.


Sí, ya está. Hoy, 4 de julio, todos tendremos acceso al texto definitivo y oficial de la propuesta constitucional. Disuelta la Convención y habiendo entonces perdido la condición de convencionales constituyentes quienes asumimos como tales hace justo un año, la ciudadanía podrá concentrarse ahora en lo que realmente importa –el texto propuesto, sin tener ya más a la vista episodios incómodos y hasta bochornosos de la Convención, que los hubo, ni conductas y declaraciones destempladas de algunos de sus integrantes que, de pronto, parecíamos infatuados con nuestra condición de tales, sintiéndonos dueños absolutos no solo del futuro del país, sino también de su presente.

Es un hecho que los constituyentes permaneceremos en el espacio público, si bien luego de descansar algunos días y permitir descansar también a las audiencias. Se llamará por algunos a votar Apruebo y, otros, Rechazo en un asunto de evidente interés público que cada cual quiere que se resuelva según sus ideas y no por las de sus rivales, lo cual es perfectamente natural, tratándose de un proceso ajustado a las reglas de la democracia. Lo malo, según creo, será que parte de esos mismos exconvencionales, de lado y lado, saldrán a la calle para anunciar el fin del mundo –o a lo menos del país en que vivimos si es que en el plebiscito de septiembre ganara la opción rival. En esto vamos a continuar sufriendo la desmesura que se ha apoderado de nuestro medio, donde la más mínima incertidumbre es presentada como un riesgo, cada riesgo como una amenaza, y cada amenaza como un seguro apocalipsis. Es de esa manera que hemos ido escalando en la desmesura de nuestro lenguaje y sentimientos.

Mi expectativa, sin embargo, es que los exconvencionales nos esforzáramos por difundir, explicar y debatir la propuesta constitucional, allí donde nos lo pidan, en vez de transformarnos en profetas de la buena nueva o del fin de los tiempos. 

Las personas no quieren ser pastoreadas a las posiciones personales de los exconstituyentes, cualesquiera sean estas. Necesitan y reclaman información, mucha mayor información sobre el contenido, sentido y alcances de la propuesta del 4 de julio, y quieren formarse luego un parecer libre y propio. Perdida la condición de constituyentes, lo que se nos exige es estar disponibles antes para la pedagogía que para la apología o la denostación de la propuesta que salió de nuestras manos.

¿Habrá tiempo también para que exconstituyentes se encuentren en los medios? Desde luego que sí, aunque sería deseable que aparecieran en ellos otros actores políticos o ciudadanos, diferentes de los ya extintos constituyentes. Los medios han venido jugando un papel muy importante en esta materia. Pero ojalá utilicen ahora formatos que faciliten la reflexión y no atiendan tanto al rating al alza que pudiera traer consigo el continuo picaneo de los panelistas por los conductores de los programas, la simple búsqueda de cuñas, o la permanente disputa por tomarse la palabra antes que los demás.

¿Saben cómo empiezo a ver la cosa si es que la ponemos en un contexto temporal más amplio? El cambio de la Constitución del 80 empezó en 1989, luego de la derrota del dictador, con lo que no fue más que un puñado de  tímidas y muy insuficientes reformas. Continuó luego con las muy importantes de 2005, catorce años después, durante el Gobierno de Ricardo Lagos. Siguió más tarde con Frei Ruiz-Tagle cuando este compitió por la Presidencia contra Sebastián Piñera e incluyó en su programa la idea de una nueva Constitución, aunque el exsenador democratacristiano perdió esa elección. Se prolongó enseguida con el proceso que puso en marcha la Presidenta Bachelet en su segundo Gobierno, y que culminó con una propuesta de nuevo texto constitucional, propuesta que fue tan alegre como torpemente desechada por el Gobierno siguiente de la derecha. Y tuvo ahora –con la Convención Constitucional el más sólido y completo de sus eslabones, sujeto a la evaluación y pronunciamiento que hará la ciudadanía en septiembre próximo.

Como se ve, un larguísimo proceso que nos enseña que, en materias de orden constitucional hemos andado igual de lentos a como jugábamos al fútbol antes de Bielsa: con mucho pase para el lado, también hacia atrás, buscando al arquero de nuestro propio equipo para cuidar de ese modo la pelota y no llevando el balón al arco que teníamos al frente. Si estamos en esto desde 1989, quiere decir que han pasado 33 años sin que hayamos podido dejar definitivamente atrás la Constitución de 1980.

Si gana el Apruebo, se abrirá un proceso de aplicación e implementación de la nueva Constitución; en cambio, si lo hace el Rechazo, la propuesta constitucional del 4 de julio quedará como otro eslabón, si bien el más importante, de una cadena que no hemos sabido completar exitosamente en un lapso superior a 30 años. Nada como para sentirnos muy orgullosos en el segundo de tales casos, mientras que en el primero vamos a continuar quejándonos de esa incertidumbre que, si bien extendida por todo el planeta en los tiempos que nos toca vivir, presentamos aquí siempre como riesgo, o, más aún, directamente como amenaza e, incluso, como definitivo acabo de mundo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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