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El nuevo (des)orden mundial, según Putin MUNDO

El nuevo (des)orden mundial, según Putin

Fabián Bosoer/Latinoamérica21
Por : Fabián Bosoer/Latinoamérica21 Politólogo y periodista. Editor jefe de la sección Opinión de Clarín, profesor universitario.
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Ante la asociación que integra con Brasil, India, China y Sudáfrica, Putin señaló que Rusia quiere elaborar con sus socios “mecanismos alternativos de transferencias internacionales” y una “divisa internacional de reserva” para reducir la dependencia con el dólar y el euro. Y fue más específico: “El sistema ruso de mensajería financiera está abierto a la conexión con los bancos de los países BRICS. El sistema ruso de pagos MIR está ampliando su presencia. Estamos explorando la posibilidad de crear una moneda de reserva internacional basada en la canasta de monedas de los BRICS”.


En su propósito de explicar la invasión de Rusia a Ucrania en el contexto de la reconfiguración del tablero geopolítico global, Vladímir Putin se muestra no solo como un “global player” (jugador protagónico de la política mundial), sino también como un “geopolitical reader” y “mapmaker”: nos cuenta una contranarrativa y nos dibuja un mapa alternativo del mundo hacia el que vamos. Y el papel que le asigna a su país en esa reconfiguración.

Lo hizo en el reciente Foro de San Petersburgo, la versión rusa del Foro de Davos, con un discurso que adopta e invierte el esquema binario de enfrentamiento entre un “nosotros” y un “ellos”, que divide al mundo entre Occidente y Oriente, asimilados a una lucha del “bien” contra el “mal”. A cuatro meses de iniciada la intervención militar rusa para anexar territorio ucraniano, lo reiteró en la cumbre de los BRICS en Moscú, el 22 de junio pasado, donde propuso la creación de una moneda para los intercambios internacionales alternativa al dólar.

Ante la asociación que integra con Brasil, India, China y Sudáfrica, Putin señaló que Rusia quiere elaborar con sus socios “mecanismos alternativos de transferencias internacionales” y una “divisa internacional de reserva” para reducir la dependencia con el dólar y el euro. Y fue más específico: “El sistema ruso de mensajería financiera está abierto a la conexión con los bancos de los países BRICS. El sistema ruso de pagos MIR está ampliando su presencia. Estamos explorando la posibilidad de crear una moneda de reserva internacional basada en la canasta de monedas de los BRICS”.

Putin denunció “la aplicación permanente de nuevas sanciones con motivos políticos” que contradicen “el buen sentido y la lógica económica elemental”. En este contexto, explicó que Rusia está “reorientando de forma activa sus flujos comerciales y sus contactos económicos exteriores hacia socios internacionales de confianza, sobre todo hacia los países BRICS”.

Se están llevando a cabo “negociaciones sobre la apertura de cadenas de comercios indios en Rusia y el aumento de la parte de los automóviles chinos (…) en el mercado ruso”, detalló. “Las entregas de petróleo ruso a China e India aumentan. La cooperación agrícola se desarrolla de forma dinámica”, así como la exportación de fertilizantes rusos hacia los países del grupo, según el mandatario.

Rusia reacciona en busca de recuperar su «destino manifiesto» como potencia global, respondiendo a la pretensión de “Occidente” –EE. UU. y la UE– de seguir marcando el paso de la política mundial como si el mundo no hubiera cambiado en las últimas décadas. Y lo que cambió es –en esta visión– la transición hacia una multipolaridad, entendida a la manera de los antiguos imperios en disputa: un mundo dividido en grandes bloques, con sus centros de gravitación, áreas circundantes y esferas de influencia, sus culturas y modos de organizar sus economías, sus instituciones y sus relaciones exteriores.

Lo dijo Putin, así de explícito, en el Foro de San Petersburgo: “Estados Unidos cree que es el centro del mundo, pero la era del mundo unipolar se acabó. Nada volverá a ser como antes en la política mundial”. “Es como si no se dieran cuenta –continuó– de que en las últimas décadas se han formado en el planeta nuevos y poderosos centros de poder que cada vez se hacen sentir más fuerte». «Creen que la hegemonía mundial y económica de Occidente es eterna, pero no, nada lo es (…). Los colegas de Occidente tratan de contrarrestar el rumbo de la historia pensando en términos del siglo pasado». Y luego aseveró: “Parece que las élites gobernantes de algunos países occidentales viven en ese mundo ilusorio, no quieren notar cosas obvias, sino que se aferran obstinadamente a la sombra del pasado».

No se equivoca el presidente ruso cuando dice lo siguiente: «Estamos hablando de cambios verdaderamente revolucionarios, tectónicos en la geopolítica, la economía global, la esfera tecnológica, en todo el sistema de relaciones internacionales». Esto lo subraya recordando que «hace un año y medio, al hablar en el Foro de Davos, se volvió a insistir en que la era del orden mundial unipolar había terminado. (Esta era) ha terminado a pesar de todos los intentos de revivirla y mantenerla a toda costa».

Pero ocurre que el mundo que describe Putin no es el del siglo XX, sin embargo, se parece más al del siglo XIX que al del XXI: guerras interimperiales y “pax armadas” establecidas por los vencedores e impuestas a los pueblos sometidos. Como lo explica Claudio Ingerflom en su excelente libro El dominio del amo (Fondo de Cultura Económica, 2022), Ucrania sería solo una pieza del gran rompecabezas euroasiático sobre el que el líder ruso se propone imponer su hegemonía, la misión del Estado ruso en el mundo.

El mapa que dibuja Putin omite el legado del siglo XX, la existencia de un sistema internacional de instituciones y reglas que están por encima de los Estados e impone límites y responsabilidades a estos, cualquiera fuera su tamaño y poderío. El mismo que ha sancionado a Rusia –votación de la Asamblea General de la ONU– por la invasión a Ucrania. Como en una película “en reversa”, no solo desconoce la naturaleza de Ucrania como país soberano, sino también todo el proceso que siguió a la desintegración de la Unión Soviética.

Y omite la realidad del siglo XXI: la multipolaridad también supone interconexión global entre los seres humanos, diversidad intercultural y conocimiento de realidades distantes que nos llegan en tiempo real y son difíciles de acallar, bloquear, tapar o negar, como en tiempos de los zares, emperadores y dictadores totalitarios. Los derechos humanos –su reconocimiento y respeto, y también la condena a su desconocimiento y la sanción a sus transgresores– tienen alcance universal.

América Latina, que ha padecido durante el siglo XX ser escenario de disputa, solapada o abierta, entre las grandes potencias, sabe por experiencia propia cuánto afecta esta configuración geopolítica la estabilidad de las democracias. Por eso, nuestros países enfrentan, de distintos modos, un mismo dilema: cómo evitar un involucramiento impuesto por los “jugadores mayores”, sabiendo al mismo tiempo que no se puede permanecer al margen de un conflicto que tiene alcance global por sus múltiples impactos y consecuencias, directas e indirectas, sobre la vida de los pueblos a escala local, nacional y regional.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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