Publicidad
La voz del pueblo Opinión

La voz del pueblo

Daniel Chernilo
Por : Daniel Chernilo Profesor Titular de Sociología en la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez en Santiago y Director del Doctorado en Procesos e Instituciones Políticas.
Ver Más

La reflexión que creo más importante es que, para representar “la voz del pueblo”, no basta con creer que uno lo hace o repetirlo majaderamente. Se ha demostrado también que no basta que representantes y representados provengan de “los mismos sectores”. La sociedad contemporánea es demasiado diversa y compleja como para continuar suponiendo una coincidencia automática entre estos roles. De hecho, nuestras propias identidades personales y colectivas se entrelazan de forma compleja y a ratos contradictoria: quienes en regiones votaron por rechazar la nueva Constitución, muy posiblemente lo hicieron a pesar de que, respecto a ese punto específico, hubiesen preferido votar Apruebo. Sin embargo, hubo otros aspectos que pesaron más. Es muy importante que distintos grupos estén adecuadamente representados en la sociedad; pero, dejada a su suerte, la exacerbación de identidades termina, inevitablemente, por fragmentar aún más a una sociedad que enfrenta ya cuestiones tanto o más complejas.


Finalmente, las encuestas erraron. Pero lo hicieron por el lado que nadie predijo: el resultado del plebiscito fue muchísimo más abultado y con una participación tan gigantesca, que se rompieron todos los pronósticos y las escalas. El Rechazo obtuvo 7.8 millones votos, en una elección con una participación récord de más del 80%. Pasadas solo algunas horas, evidentemente es imposible un análisis detallado sobre lo que acaba de tener lugar. Por un lado, las causas del resultado son múltiples y complejas; por el otro, las consecuencias políticas respecto de lo que viene serán tanto o más impredecibles que el ciclo que acaba de terminar.

Pero es imposible no partir por la cuestión más básica de todas: el proceso de redacción de la nueva Constitución comenzó con un 80% de apoyo y fue íntegramente conducido por una Convención elegida democráticamente. Además de la alta presencia de independientes, que se justificó por el desprestigio de los partidos tradicionales, tuvo una composición paritaria en términos de género y representación de los pueblos originarios. Este “proceso modelo”, que sería estudiado en todo el mundo por décadas, pasará a la historia por su tremendo fracaso. Para quienes votamos Apruebo es un día triste, pero debe ser también el primero en que comienzan a sacarse lecciones.

Una forma de comenzar a analizar el resultado es aceptar un dato tan claro como doloroso: la propuesta de nueva Constitución fue rechazada por los mismos grupos que los convencionales decían representar. El texto que emanó de la Convención no generó apoyo ni siquiera entre quienes habrían efectivamente de beneficiarse de ella. Pensemos en los siguientes cuatro pilares de la propuesta.

El primero –posiblemente el más significativo en relación con las causas del estallido de octubre de 2019–, es el componente de derechos sociales garantizados en salud, educación, pensiones o vivienda. Este es el pilar que debía convocar a los grupos más pobres –los grandes perdedores de los 30 años–, así como también a las clases medias bajas que, bajo el actual modelo “neoliberal”, están expuestas a perderlo todo en caso de cesantía o enfermedad. Sin embargo, la propuesta de Constitución fue rechazada casi unánimemente en las comunas más pobres del país, tanto como en las comunas donde viven esos estratos medios. En la Región de Valparaíso, por ejemplo, el Rechazo ganó holgadamente en 37 de sus 38 comunas. Solo en Valparaíso y San Antonio el resultado es tan estrecho que hasta ahora hay una diferencia de centésimas. En la Región de Biobío, el “mejor” resultado para el Apruebo fue en la comuna de Concepción, donde perdió 61%-39%.

Un segundo pilar apelaba a la necesaria redistribución del poder entre la capital y las regiones. El componente de descentralización se propuso como una forma de empezar a corregir la tradicional concentración de recursos naturales, humanos y financieros que tiene lugar en Santiago. Aun así, la propuesta de Constitución fue rechazada transversalmente en todas las regiones, incluida la Metropolitana, que todos daban por “ganada” para el Apruebo.

Tercero, por supuesto, está el pilar de la plurinacionalidad. Si bien el asunto es aquí algo distinto a los casos anteriores, lo concreto es que la invitación a reconocer que el país está compuesto por múltiples naciones no obtuvo apoyo alguno en los sectores donde está enraizado el conflicto de forma más intensa. En las 5 regiones de esa zona, el Rechazo obtuvo en promedio sobre un 70%.

El último pilar dice relación con el componente de la paridad de género. En buena medida, este era posiblemente el elemento más original tanto del proceso constituyente como del diseño institucional que proponía el nuevo texto. Aun así, las mismas mujeres que salieron a votar en masa por Gabriel Boric rechazaron también. No tenemos datos todavía para saber con precisión cómo votaron, pero dada la escala de la victoria del Rechazo, es evidente que a ellas tampoco las convenció la así llamada “Constitución feminista”.

Estas afirmaciones están planteadas de manera explícitamente provocativa y un análisis más fino de los resultados obligará a matizarlas. Pero hay algunas conclusiones que sí podemos sacar y que, me parece, deben ser el punto de partida de esas reflexiones más detallas.

Para comenzar, y esto es algo que muchos sí “vimos venir”, era un riesgo muy alto poner todos los huevos del estallido social en la canasta de la nueva Constitución. Era un riesgo porque debilitó la agenda legislativa (así como el rol del propio Parlamento) y porque postergó aún más propuestas urgentes de cambios. Pasados tres años desde que “despertó”, a Chile le sigue aún costando decidir por qué lado quiere bajarse de la cama. Con un triunfo del Rechazo de esta envergadura no se ve cómo habrá el Gobierno de avanzar en sus reformas más significativas: la tributaria y la de pensiones.

Otra conclusión es que el debate de fondo de la constituyente quedó ahogado entre la lógica “amigo-enemigo”, tremendamente odiosa, arrogante y autoritaria, y la falacia de la “casa común” que nunca será lo suficientemente común como para construirse. La propuesta de nueva Constitución debía ofrecer principios generales antes que propuestas específicas, garantizar pisos mínimos antes que ofrecer aspiraciones irrealizables. Sobre todo, dado el apoyo inicial con que contaba, le bastaba con convocar a la mayoría, pero ni siquiera a todos, quienes ya estaban convencidos de la importancia de su tarea. Fracasó rotundamente. De sus “iluminados” y “abogados estrella”, honestamente, no esperamos que muestren autocrítica ahora. Ya no. Les pedimos simplemente que guarden decoroso silencio.

Pero la reflexión que creo más importante es que, para representar “la voz del pueblo”, no basta con creer que uno lo hace o repetirlo majaderamente. Se ha demostrado también que no basta que representantes y representados provengan de “los mismos sectores”. La sociedad contemporánea es demasiado diversa y compleja como para continuar suponiendo una coincidencia automática entre estos roles. De hecho, nuestras propias identidades personales y colectivas se entrelazan de forma compleja y a ratos contradictoria: quienes en regiones votaron por rechazar la Constitución, muy posiblemente lo hicieron a pesar de que, respecto a ese punto específico, hubiesen preferido votar Apruebo. Sin embargo, hubo otros aspectos que pesaron más. Es muy importante que distintos grupos estén adecuadamente representados en la sociedad; pero, dejada a su suerte, la exacerbación de identidades termina, inevitablemente, por fragmentar aún más a una sociedad que enfrenta ya cuestiones tanto o más complejas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias