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El Gobierno, las redes sociales y el síndrome de “espejito, espejito” Opinión

El Gobierno, las redes sociales y el síndrome de “espejito, espejito”

Cristián Zamorano Guzmán
Por : Cristián Zamorano Guzmán Analista y doctor en Ciencias Políticas.
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La liviandad en la ejecución de lo político –cuya exhibición en las RRSS es un síntoma y al mismo tiempo un medio para aquello– se confronta a un activismo, en esas mismas redes, de los grupos de derecha y extrema derecha, un desempeño muy intenso y eficiente como lo demostró el éxito de la campaña del Rechazo. Pensar que la receta adecuada para contrarrestar las dinámicas que se reforzaron con posterioridad al 4S es tan simple como regresar al manejo político del “tiempo de antes” y/o focalizar demasiado el actuar político sobre la reanudación o no del proceso constituyente, son quizás caminos que pueden reducir, para el Gobierno, aún más el margen de acción que ya se restringió considerablemente después del plebiscito. Se debe cambiar una metodología si esta no da resultado, porque lógicamente el pueblo que se gobierna no se puede cambiar. Hay que tratar de no quedar encapsulado y “prisionero” de su propia condición, modus operandi y también de las circunstancias.


Émile Durkheim, padre de la sociología moderna (inicios del siglo XX) definió a los “hechos sociales”, en su obra Las reglas del método sociológico, como “unos modos de actuar, pensar y sentir externos al individuo (exterior a este), y que poseen un verdadero poder de coerción en virtud del cual se imponen a él”.

Después de una estrepitosa derrota en una “pelea” que él mismo focalizó sobre sí, ya que parte del plebiscito del 4S se transformó en un plebiscito sobre el desempeño del Gobierno de Gabriel Boric, el Ejecutivo ha difundido en los medios tradicionales y en redes sociales (RRSS), hasta la saciedad,  imágenes de miembros del Gobierno bailando cueca. Algo absolutamente similar a lo que se veía con los gobiernos anteriores de la Concertación, Nueva Mayoría, Piñera I y II. En la época, eso había sido criticado y juzgado de manera negativa por los mismos que gobiernan hoy. Pero acá conviene subrayar algo que es fundamental. El contexto, en estos momentos, es totalmente diferente a lo que se vivía en los gobiernos anteriormente citados.

En primer lugar, vivimos un tiempo post 18-O. Si bien está de moda reivindicar el hecho de que el “octubrismo” murió, sin definir con precisión lo que engloba ese concepto, nadie puede razonablemente afirmar que el Chile de hoy es el mismo que el anterior al 18 de octubre de 2019. El panorama partidista y electoral puede, pero aún no es el caso, volver a algo de asimilable a lo que era antes, pero quizás también es un error pensar que así será. Una corriente como la que representa hoy el Partido de la Gente no existía durante las administraciones anteriormente citadas y no únicamente debido al hecho de que el sistema binominal haya estado en vigor en esos periodos. La sociedad ha cambiado y las RRSS son partícipes de esos cambios. Más que en la “sociedad líquida” descrita por Bauman, quizás, estemos viviendo en una sociedad “gaseosa” a la chilena.

Por otro lado, es imprescindible que el Gobierno actual considere con agudeza la contingencia a la cual se está confrontando junto con el país. Acá, se ha vivido muy recientemente una derrota brutal. Una fractura. Acaba de fracasar un intento constitucional que este mismo Gobierno promocionaba. Conjuntamente con aquello, también vemos una cesantía que no retrocede, una delincuencia que se dispara, una incertidumbre política creciente de la cual siempre se aprovechan los extremos. Y hoy, de ese ethos está usufructuando la extrema derecha (o la verdadera derecha, como algunos suelen llamarla), a lo menos la derecha dura.

En ese contexto, ¿es realmente el momento de difundir intensamente las típicas fotos “dieciocheras”? ¿Están las condiciones para aquello? Justo antes del fin de semana largo, ya explotó el escándalo de una asesora del Segundo Piso de la Moneda que fue nombrada como testigo por el FBI en un caso que involucra al cartel mexicano de Sinaloa. Las Fiestas Patrias ya concluyeron este lunes. Quizás el mayor “ terremoto” que va a tener que ser digerido por el Ejecutivo viene para más adelante.

Esa superficialidad subrayada en la comunicación acerca de la gestión política; la exhibición a ultranza en torno a esta; y llamativamente en torno a aspectos personales que tienen poco que ver con la gestión en sí misma, se concreta esencialmente en una plataforma como Instagram. Todos los principales actores del Gobierno la utilizan. La exministra del interior es un botón de muestra de aquello. En su página personal/oficial en “insta” se pueden apreciar fotos de su linda hija ,que ya tenía un “sobrenombre” para el mundo virtual, el de “baby Khala”, como también se pueden ver fotos de ella como ministra y la primera imagen que publicó desde el cambio de gabinete: ella tomando, en una fonda, un terremoto gigantesco. Igual ahí hay como un desfase real entre la “gravedad” y lo simbólico que existe en torno a la renuncia de este personaje político, importante en la primera fase del Gobierno de Boric, y el “mensaje” –porque las fotos siempre hablan– que ella se permite hacernos llegar. Sigue la misma liviandad y superficialidad de una comunicación que fue a todas luces errática.

¿Qué obliga a una cierta generación de políticos a comunicar así y a vivir de esa manera los eventos a los cuales se confrontan? Retomando a Durkheim, podríamos pensar que estas características y prácticas identificadas son un hecho social al que debemos acostumbrarnos, porque parecen ser exteriores a los individuos concernidos, parecen ser colectivos, porque parten de la misma cultura de dicha sociedad. Porque vivimos en una en donde el narcisismo reivindicado es un paradigma exaltado y que tiende a ser profundizado. Todos los días, muchos se preguntan, sistemáticamente, al igual que la  malvada reina en el cuento Blancanieves, “espejito, espejito, ¿quien es la(el) más bella(o) del reino?”. El único problema consiste en que, de tanto mirarse el ombligo, de tanto querer reivindicar y lucir su trayectoria personal y singular, esto impide abrirse a lo que está pasando en el mundo exterior, “recoger” lo que no va en el sentido de su propio ego.

Pero, en sí, ¿eso constituye una fatalidad, a partir del momento que se tiene identificado aquello y que se puedan enmendar algunos aspectos?… Quizás, también, sería interesante analizar tal actuar a través del concepto de “habitus” de Pierre Bourdieu, otro gran sociólogo. Quizás sería de una gran ayuda.

Sin embargo, se debe subrayar otro elemento. La liviandad en la ejecución de lo político –cuya exhibición en las RRSS es un síntoma y al mismo tiempo un medio para aquello– se confronta a un activismo, en esas mismas redes, de los grupos de derecha y extrema derecha, un desempeño muy intenso y eficiente como lo demostró el éxito de la campaña del Rechazo. Pensar que la receta adecuada para contrarrestar las dinámicas que se reforzaron con posterioridad al 4S es tan simple como regresar al manejo político del “tiempo de antes” y/o focalizar demasiado el actuar político sobre la reanudación o no del proceso constituyente, son quizás caminos que pueden reducir, para el Gobierno, aún más el margen de acción que ya se restringió considerablemente después del plebiscito.

Se debe cambiar una metodología si esta no da resultado, porque lógicamente el pueblo que se gobierna no se puede cambiar. Hay que tratar de no quedar encapsulado y “prisionero” de su propia condición, modus operandi y también de las circunstancias. Émile Durckeim decía que “el pueblo, en su integralidad, como entidad, nunca se corrompe, pero sí a menudo se engaña, y solo en ese entonces este parece desear el mal”. Por ende, el Gobierno debe claramente tener conciencia de lo que está en juego en estos tan peculiares momentos para el país y visualizar en cuáles condiciones todo esto se está dando. Porque peligro hay. Y eso es más política que sociología.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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