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Octavio Paz y la poética de la libertad Opinión

Octavio Paz y la poética de la libertad

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Eduardo Saavedra Díaz
Por : Eduardo Saavedra Díaz Abogado y profesor universitario. Mg. en Derecho Constitucional y Derechos Humanos, U. de Talca.
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La obra de Octavio Paz es fundamental para ejercer con independencia y sin sesgos “ideocráticos” la crítica de la sociedad como “aprendizaje de la imaginación en su segunda vuelta”, “curada de fantasía y decidida a afrontar la realidad del mundo”, y que “nos dice que debemos aprender a disolver los ídolos: aprender a disolverlos dentro de nosotros mismos. Tenemos que aprender a ser aire, sueño en libertad”.


Al cumplirse 25 años de la muerte de Octavio Paz (1914-1998), célebre escritor mexicano, Premio Cervantes en 1981 y Premio Nobel de Literatura en 1990, debemos recordarlo como el gran humanista hispanoamericano del siglo XX que, desde una visión poética, escribió una literatura profusa y variada. Pero su obra de ensayo fue mucho más vasta que su obra formalmente poética.

Sin embargo, Paz quiso ser recordado como un poeta. Y con justa razón, porque su arte fue la poesía, expresada no solamente en sus poemas, sino en su extensa obra ensayística. Como dice el politólogo canadiense Yvon Grenier, Paz no fue un filósofo político, sino “un intelectual, un poeta y un ensayista. […] Su pensamiento es poético y no sistemático”.

Y aunque “fue un intelectual sumamente coherente con el sentido de la polis”, tal sentido proviene justamente de su concepción de la poesía, sin la cual es imposible comprender su honestidad intelectual y, sobre todo, su radical concepto de libertad como “autocreación” y “autotransformación” del ser humano por medio de sus propias decisiones, sin cortapisas que lo interfieran.

En su magistral ensayo El arco y la lira (1956-67), nuestro autor es claro en distinguir el poema y la poesía. El primero se refiere a la forma literaria, la métrica, a través de la cual el poeta se expresa, mientras que la segunda se refiere al contenido, la obra expresada. De este modo, puede haber un soneto sin poesía mientras no haya sido “tocado” por esta. Y, al contrario, puede haber poesía allí donde no hay poema, como en el ensayo.

Porque la poesía, según Paz, se pregunta por el sentido de nuestro ser, esa “difusa intencionalidad” con la que dotamos de significación a los objetos: “Tocados por la mano del hombre, cambian de naturaleza y penetran en el mundo de las obras. Y todas las obras desembocan en la significación; lo que el hombre roza, se tiñe de intencionalidad: es un ir hacia… El mundo del hombre es el mundo del sentido”.

Tal como sostiene el poeta español Juan Malpartida, “Paz participa de la idea de que la naturaleza no está dada”. A este respecto, el Nobel mexicano dice que el acto poético “participa del ejercicio de nuestra libertad, de nuestra decisión de ser”. “La libertad del hombre se funda y radica en no ser más que posibilidad. Realizar esa posibilidad es ser, crearse a sí mismo. El poeta revela al hombre creándolo”.

Es por ello por lo que Octavio Paz –como señala Enrico Mario Santí– “entiende la poesía no como revelación del inconsciente sino del ser”. O, como dice el poeta, “la poesía es revelación de nuestra condición […]. La revelación es creación”.

Esta radical visión de la libertad, Paz la encuentra, en un primer momento, en el arte surrealista, cuyo máximo exponente fue el poeta francés André Breton. Pero, al igual que sus contemporáneos de los años 30 y 40 del pasado siglo –como señala su amigo Enrique Krauze–, siente nostalgia por rescatar “el orden”.

A ese añorado “orden” lo concibió como una “armonía entre las creencias, las ideas y los actos” heredados de nuestro pasado novohispano que, durante el siglo XIX, después de la Independencia, terminó de ser enterrado por un autoritario e inauténtico proyecto modernizador de cuño liberal, encabezado por el dictador Porfirio Díaz.

Esta dictadura “liberal”, al igual que los caudillismos republicanos de la posindependencia, impuso una tradición europea ilustrada, pero que además provocó la destrucción de las asociaciones religiosas y de la propiedad comunal indígena. Raíces culturales que, hasta hoy –pese a la adopción, sin adaptación ni recreación, de los distintos modelos de sociedad promovidos durante la hegemonía del PRI–, siguen presentes en la vida mexicana.

En su obra más destacada, El laberinto de la soledad (1950-59), Octavio Paz dice: “La mentira política se instaló en nuestros pueblos casi constitucionalmente. El daño moral ha sido incalculable y alcanza a zonas muy profundas de nuestro ser. Nos movemos en la mentira con naturalidad. […] De ahí que la lucha contra la mentira oficial y constitucional sea el primer paso a toda tentativa seria de reforma”.

La modernización impulsada por el porfiriato, a la par de la opulencia de su progreso aparente y su servil subyugación al gobierno de los Estados Unidos, generó una dramática situación de exclusión, pobreza y marginalidad, con ocasión de una arrolladora industrialización en desmedro del mundo rural, tras la derogación de la propiedad comunal de la tierra. En contra de esto, campesinos como Villa y Zapata se alzaron en armas y estalló la revolución de 1910.

A partir de esta experiencia histórico-política, Octavio Paz defendió una “comunión” que nos permitiese recobrar esa “unidad perdida”, reencontrándonos entre nosotros mismos desde nuestra propia heterogeneidad cultural, y así emanciparnos de nuestra “soledad” en un “abrazo histórico”. Esperanza que creyó haber encontrado en la “revuelta” del movimiento social de la Revolución Mexicana y la aspiración hacia un socialismo auténticamente democrático.

Sin embargo, su repudio y desengaño ante indignantes episodios como los crímenes de Estado perpetrados en los campos de concentración soviéticos, revelados por el escritor ruso Alexander Solzhenitsyn en su obra Archipiélago Gulag, o la prisión arbitraria y la forzada confesión del poeta Heberto Padilla en la Cuba de Castro, denunciadas por el escritor chileno Jorge Edwards en su libro Persona non grata, marcaron en Octavio Paz su distanciamiento definitivo de la “ideocracia” marxista como alternativa de cambio

Y un episodio que causó su mayor aversión contra toda forma de tiranía fue la matanza de más de 300 estudiantes por manos del ejército mexicano en la plaza de Tlatelolco en 1968. Su indignación ante tan cobarde acto represivo lo motivó a renunciar públicamente al cargo de embajador en la India. Asimismo, manifestó su más inequívoca condena a los golpes de Estado y las dictaduras militares de derechas, impuestas en países como Argentina, Chile y Uruguay a partir de los 70.

De esta forma, Paz invitó a defender el valor de la libertad, especialmente en el mundo de la creación artística y la expresión del pensamiento a través de sus revistas Plural y Vuelta, y lo reforzó haciendo suya la democracia liberal y la separación de poderes como única vía posible para reivindicar las transformaciones sociales desde el pluralismo de las formas de vida y, sobre todo –como dice Krauze–, recogiendo la crítica de la sociedad como retroalimentación necesaria.

A este respecto dice Octavio Paz: “La libertad no es ni una filosofía ni una teoría del mundo; la libertad es una posibilidad que se actualiza cada vez que un hombre dice No al poder, cada vez que unos obreros se declaran en huelga, cada vez que un hombre denuncia una injusticia. Pero la libertad no se define: se ejerce”.

Y contra las críticas a la democracia hechas por la izquierda y por la derecha, que la califican de “engañifa”, Paz responde diciendo que “hay una manera muy simple de verificar si es realmente democrático un país o no lo es: son democráticas aquellas naciones en donde todavía, cualesquiera que sean las injusticias y los abusos, los hombres pueden reunirse con libertad y expresar sin miedo su reprobación y su asco”.

Por ello, nuestro autor sostiene que “sin democracia los cambios son contraproducentes; mejor dicho, no son cambios”, y que “la verdadera democracia […] no consiste sólo en acatar la voluntad de la mayoría sino en el respeto a las leyes constitucionales y a los derechos de los individuos y de las minorías. Ni los reyes ni los pueblos pueden violar la ley ni oprimir a los otros”.

Esta poética de la libertad, precisamente por ser poética y no sistemática, jamás fue escrita en un tratado filosófico, sino en breves ensayos, publicados originalmente en revistas y periódicos, que después fueron recopilados en sucesivos libros como Posdata (1970), El ogro filantrópico (1979), Tiempo nublado (1983), Pequeña crónica de grandes días (1990) e Itinerario (1993), y que se inscriben –como apunta Grenier– “en la mejor tradición de Montaigne, en un siglo durante el cual los ensayos cedieron terreno ante la academia y el periodismo”.

Sin embargo, esta adhesión de Octavio Paz al liberalismo democrático fue muy crítica del liberalismo económico, incluso después de la caída de los mal llamados “socialismos reales”. Aspecto que lo distanció significativamente del pensamiento liberal.

De este modo, Mario Vargas Llosa reconoce que a Paz “el mercado libre le inspiró siempre una desconfianza instintiva –estaba convencido de que anchos sectores de la cultura, como la poesía, desaparecerían si su existencia dependía sólo del libre juego de la oferta y la demanda– y por ello se mostró a favor de un prudente intervencionismo del Estado en la economía para –sempiterno argumento socialdemócrata– corregir los desequilibrios y excesivas desigualdades sociales”.

Y en la línea de un George Orwell, Paz defendió –como recuerda Krauze– “una fina y compleja mezcla de liberalismo y socialismo”. Dice el poeta: “Debemos repensar nuestra tradición, renovarla y buscar la reconciliación de las dos grandes tradiciones políticas de la modernidad, el liberalismo y el socialismo. Me atrevo a decir que este es ‘el tema de nuestro tiempo’”.

Con todo, la obra de Octavio Paz es fundamental para ejercer con independencia y sin sesgos “ideocráticos” la crítica de la sociedad como “aprendizaje de la imaginación en su segunda vuelta”, “curada de fantasía y decidida a afrontar la realidad del mundo”, y que “nos dice que debemos aprender a disolver los ídolos: aprender a disolverlos dentro de nosotros mismos. Tenemos que aprender a ser aire, sueño en libertad”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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