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Scolari transformó a Brasil en Haití

Scolari transformó a Brasil en Haití

El fantasma de la catástrofe siempre rondó a Brasil. En los octavos, la canarinha pasó del relajo inicial que le provocó tener que enfrentarse a un casero, al terror de los tiros al poste y de los penales. Chile abrazó a Brasil y se lo llevó al borde del abismo. Brasil, mareado de vértigo, inventando dioses a los que implorar piedad, se zafó en el último momento de caer. Pero ya había mirado hacia el fondo.


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En el Mundial de Brasil, Brasil fue Haití. La selección con más campeonatos mundiales ganados, único estandarte que le queda, se despidió de su torneo atentando contra su historia. En eso la maquinaria alemana, inagotable en fútbol y ambición, no fue la única causante del 7 a 1. Scolari, el acusado, la cara visible de la banda que inició el proceso de europeización de Brasil, llevó a su selección al filo y coqueteó desde ahí con la muerte en toda la Copa del Mundo.

Lo buscó. Lo buscó llevando a Fred y a Jo, quizás la dupla de delanteros más mala de la historia de Brasil en los mundiales, y dejando fuera a Robinho, a Ronaldinho, a Kaká, antes de Neymar los últimos bosquejos del jogo bonito, quienes seguramente se revolcaban en sus asientos, llenos de impotencia, viendo hundirse al Titanic. Es indiscutible que ninguno de los tres son lo que fueron, pero no es lo mismo enfrentarse a ellos que a Fred.

Ya sin los referentes, Scolari buscó al meter a la fuerza dentro del corsé del esquema a la poca magia, fantasía, samba y jogo bonito que llevó a competir por su Mundial. Lo amarró fuerte, lo apretó, y con esa tensión salió Brasil a jugar sus partidos. Contra Croacia en el 3 a 1 que pudo haber sido 2 a 2. Contra México, en el 0 a 0 que pudo haber sido derrota. Contra Camerún, un equipo quebrado, desarticulado. El cuestionado 4 a 1 pareció disipar toda la niebla, pareció sol entre nubes negras, pareció calmar las aguas inquietas por las que navegaba, ya sin retorno, el barco que jamás podía hundirse.

Pero el fantasma de la catástrofe siempre rondó a Brasil. En los octavos, la canarinha pasó del relajo inicial que le provocó tener que enfrentarse a un casero, al terror de los tiros al poste y de los penales. Chile abrazó a Brasil y se lo llevó al borde del abismo. Brasil, mareado de vértigo, inventando dioses a los que implorar piedad, se zafó en el último momento de caer. Pero ya había mirado hacia el fondo.

Scolari coqueteaba con la debacle dentro de su apretadísimo corsé, su planteamiento táctico, que pasó de lo físico a lo sicológico. Aterrada, Brasil molió a Colombia a patadas. Sólo pudo ganar gracias al empuje y al coraje de sus dos mejores jugadores de la copa. Felipao plasmó el alma de Brasil no en Neymar, el único mágico, el único brasileño, el único que se resiste, sino que en sus dos defensores centrales. Por esto, la baja del 10 no fue tan determinante en el producto final como sí la del capitán, Thiago Silva. Neymar hacía la comparación de lo que le pasó a él con lo de Pelé en el mundial del 62. Pero este Brasil no tenía ni un Garrincha, ni un Didí.

Y llegó Alemania, criticada por sus pálidas presentaciones antes del inicio de la Copa del Mundo, y que se sacó el estrés con un 4 a 0 ante la selección de Cristiano Ronaldo. Y llegó calladita, después de derrotar discretamente a Francia. Pero destapó toda su artillería, pegó bombazo tras bombazo, y en treinta minutos tenía inapelablemente dominado todo el territorio. Y cuando arriaron sus banderas, Brasil apeló a la poca magia que puede brindar un plantel atrofiado. Un equipo que tenía a Fred, a Bernard, a Hulk, el paradigma del talento por potencia. Ni David Luiz, el último socorrista, fue capaz de sacarse la impresión, el horror, la angustia, ni Scolari fue capaz de quitarse su corsé, su inflexible armadura, y apelar a Brasil. Porque era Haití.

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