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Opinión: el Día Nacional del Fútbol, un partido amañado

Opinión: el Día Nacional del Fútbol, un partido amañado

Esta nueva iniciativa hace reflexionar acerca del real «nivel de juego» de nuestros parlamentarios.


A un mes de haber conquistado el título más importante en los más de 100 años de historia de la Selección Chilena (en rigor, el único título oficial), la sección deportiva de El Mostrador pensó -en un arranque de notable creatividad- publicar una «edición especial» de la Roja, precisamente a 30 días de aquel histórico 4 de julio.

Distribuimos los temas, algunos del recuerdo, la mayoría contingentes, y a mí me correspondió escribir una columna de opinión sobre esa conquista. Lo reconozco: me costó un mundo encontrar una hebra por donde darle otra vuelta de tuerca a un hecho que, indiscutiblemente, estará entre los más mediáticos del año y sobre el cual ya se ha escrito con una frondosidad digna de tan magno acontecimiento y de toda la histeria colectiva que desató.

En eso estaba (pensando), cuando vi la noticia que destrabó la línea editorial de estos párrafos. Un acontecimiento que giró en 180 grados mi atención y, de paso, también mi propósito original. Una verdadera «bomba» fabricada en los laberínticos pasillos del Congreso Nacional y en los no menos alambicados razonamientos de nuestros parlamentarios: que, a partir del próximo año, cada 4 de julio sea feriado nacional, conmemorando el Día Nacional del Fútbol.

Tal cual.

Como periodista deportivo y ciudadano de este país, el hecho de celebrar el Día Nacional del Fútbol y contar con una fecha más de asueto en el calendario, la idea no me debería generar mayores cuestionamientos. Sin embargo, por esas mismas razones, no a pesar de ellas, la iniciativa me parece, a lo menos, desopilante, de aquellas «que darían risa, sino dieran lástima», como escribió el poeta Vicente Huidobro.

El oportunismo del anuncio, sus motivos (como ya veremos) tan extemporáneos, su raíz bananera, su intrínseca demagogia, su tufillo oligofrénico no hacen otra cosa que inducir no sólo a su rechazo, sino que nos llevan a cavilar en torno del nivel intelectual de sus autores.

A estas alturas de la noche, cuando digito este texto, el proyecto ya había sido ingresado a trámite legislativo por los diputados Claudio Arriagada, Jaime Pilowsky y Ricardo Rincón (DC); Loreto Carvajal y Ramón Farías (PPD), y Marcos Espinosa, Marcela Hernando, Carlos Abel Jarpa, Fernando Meza y Alberto Robles (PRSD).

«La actuación de nuestra selección en este campeonato, el apoyo de nuestros ciudadanos a nuestro equipo, ha demostrado que cuando se habla de fútbol, se habla de pasión de multitudes», fundamentaron estos (as) honorables.

También esgrimieron razones netamente futbolísticas, como que la Roja le ganó a Uruguay, el entonces campeón vigente, y a Argentina, segundo en el Mundial de Brasil.

Al finalizar, una reflexión para el bronce: «Es necesario homenajear no solo el 4 de julio del 2015 como una fecha histórica para nuestro país, sino también homenajear a todo aquel apasionado por este deporte».

Así, de súbito, por decreto y por conveniencia electoral, este grupo de políticos le otorga al deporte chileno (el fútbol es un deporte, aunque a veces no lo parezca) la trascendencia que nunca ha querido darle ni en términos estructurales ni legislativos.

Sobre lo primero, para qué vamos a hablar de la pobreza franciscana que envuelve a la mayoría de las disciplinas deportivas federadas.

La creación de la cadena de estadios Bicentenario la aplaudimos todos, pero sin olvidar que había un Mundial ad portas (el juvenil femenino) y que también se trató de promesas de campaña. De allí la desprolijidad en las remodelaciones de los estadios Nacional, Sausalito y Ester Roa de Concepción.

Acerca del plano legislativo, pensemos tan solo cuándo fue creado el Ministerio del Deporte y cuántos años tiene nuestra República…

Me aburre seguir dando ejemplos antes de llegar a una conclusión irrebatible: al Estado Chileno, con sus respectivos gobiernos de turno, nunca le ha importado el deporte, desde que el mundo es mundo. Nadie quien viva en esta tierra podría afirmar lo contrario.

Por eso, lo que intenta hacer ahora ese grupo de parlamentarios es predecible e inaceptable (por lo falso), pero sobre todo risible. Tanto o más risible que la intención, ahí, en caliente, del ex ministro Francisco Vidal de nacionalizar al «Pulga» de la Peña, tras las medallas de oro conseguidos por Nicolás Massú y Fernando González en los Juegos Olímpicos.

«Tenemos que hacerlo», gritaba a los cuatro vientos. El pobre ministro también quiso subirse al carro de la victoria y se cayó en la pisadera. Con esto ocurrirá lo mismo (espero).

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