«Existe la posibilidad de votar por una destitución, es una palabra que debe ser considerada», afirmó Kim Kataguiri, diputado del influyente partido Demócratas y uno de los fundadores del Movimiento Brasil Libre, un grupo de presión liberal y conservador similar al Tea Party.
Este mes, una procesión de ministros del gabinete militar de Brasil se dirigió al presidente Jair Bolsonaro con el mismo mensaje claro: se debe amordazar a los guerreros del teclado de la extrema derecha o el gobierno estallará.
Llevado a la presidencia por un ejército vociferante de ideólogos en internet, incluidos sus hijos, el gobierno de Bolsonaro incluye una mezcla incómoda de radicales, pragmáticos y liberales económicos. En sus cinco meses en el cargo, Bolsonaro ha hecho poco para frenar a los extremistas, incluso cuando atacan al Congreso, al Supremo Tribunal Federal y a miembros de su propio gobierno. Los exintegrantes de las fuerzas armadas, que representan un tercio de su gabinete y constituyen el sector moderado, han sufrido ataques particularmente agresivos.
Desde la intervención de los generales retirados las descalificaciones en público han disminuido un poco, pero la sensación de división e improvisación dentro del gobierno no. Los índices de aprobación de Bolsonaro caen rápidamente, mientras que simpatizantes que esperaban un gobierno limpio y decisivo se han retractado y parlamentarios comienzan a abandonar el barco. Incluso en los mercados financieros, que ayudaron a llevar al otrora paracaidista al gobierno, la esperanza se debilita. El real descendió esta semana a su nivel mínimo en 8 meses. La presidencia no respondió a una solicitud de comentarios.
«Me sorprende lo débil que es Bolsonaro políticamente. El gobierno tiene todo a su favor, pero se sabotea a sí mismo con controversia e insultos», comentó Renato Nobile, quien votó por Bolsonaro y es máximo ejecutivo de Genial Advisory, que administra más de 30.000 millones de reales (US$7.400 millones) en activos. «Muchas personas quieren a los militares, Mourao tiene más capacidad que Bolsonaro», señaló en referencia al vicepresidente Hamilton Mourao, un general de cuatro estrellas.
Lo que está en juego no es solo una agenda de reformas necesaria para reactivar a la mayor economía de América Latina, sino la supervivencia de un presidente que cuestiona su propia capacidad de gobernar. En los pasillos de Brasilia se habla de renuncia o incluso de juicio político, un proceso que derrocó a Dilma Rousseff hace apenas tres años, pero esto no es una señal de conspiración activa, sino más bien de frustración con un presidente que no quiere o no puede participar en política.
«Existe la posibilidad de votar por una destitución, es una palabra que debe ser considerada», afirmó Kim Kataguiri, diputado del influyente partido Demócratas y uno de los fundadores del Movimiento Brasil Libre, un grupo de presión liberal y conservador similar al Tea Party.
Mientras gobiernos brasileños anteriores solían ocultar sus diferencias en público y se peleaban tras bastidores, las batallas entre los diversos bandos del gobierno de Bolsonaro se libran abiertamente. Los enfrentamientos brutales en redes sociales dominan los titulares de noticias. Olavo de Carvalho, escritor y astrólogo radicado en Estados Unidos, se desempeña como lanzallamas en jefe y los tres hijos mayores de Bolsonaro: un senador, un congresista y un concejal, intervienen frecuentemente.
«Sus hijos empeoran estos problemas», declaró João Luiz Woerdenbag Filho, un famoso músico y exanimador de Bolsonaro conocido como Lobao, en una reciente entrevista concedida al periódico Valor. «Han logrado sembrar odio en un Congreso que estaba listo para recibirlos con los brazos abiertos».
Los ataques entre aliados han envenenado el ambiente en Brasilia, complicando la agenda legislativa de Bolsonaro que incluye la reforma de las pensiones considerada crucial para estabilizar las finanzas del país. La situación se volvió tan tensa que este mes un alto funcionario en el corazón de las disputas políticas de Brasil tuvo una crisis nerviosa durante una entrevista con Bloomberg News.
De hecho, mientras los dimes y diretes se profundizan, la economía de Brasil retrocede más y más. El desempleo sigue alto al ubicarse en casi el 13% y la deuda pública se mantiene en un nivel récord.
Mientras tanto, la aprobación del presidente se ha visto afectada. Una encuesta publicada el martes mostró que los brasileños que rechazan a su gobierno superan a los que lo apoyan.
«En este momento es muy difícil imaginar que va a completar su mandato porque está creando muchos problemas», sostuvo Mauricio Santoro, profesor de ciencias políticas de la Universidad del Estado de Río de Janeiro. «¿Se imagina cuatro años de eso?»
El juicio político, en la actualidad, sigue siendo poco probable y es una opción demasiado traumática para que los parlamentarios la consideren, pero una idea alternativa, marginar al presidente, parece ganar terreno en el Congreso.
«Si el gobierno no funciona vamos por el parlamentarismo», aseguró José Nelto, líder del partido centrista Podemos. “Dejemos al presidente allí, como la reina de Inglaterra. No necesitamos sacarlo”.