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Dan Fante y la victoria del último maldito CULTURA|OPINIÓN

Dan Fante y la victoria del último maldito

Sergio Sepúlveda A.
Por : Sergio Sepúlveda A. Sergio Sepúlveda A. Profesor Escritura Creativa PUCV
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El autor estadounidense fallecido en 2015 continuó la senda de su padre, el legendario John Fante, y plasmó en los poemas de “Un gin meando carne viva carburador V8 dual hijo de puta de Los Ángeles” (Buenos Aires Poetry, 2015) un testimonio sobre los demonios de una clase social golpeada por el sueño americano. Dan Fante buscó la sabiduría en el mundo salvaje de los desdichados, en las desoladas calles del Estados Unidos profundo y en la soledad de los excesos. El autor nos propuso el camino de la autodestrucción para encontrar una nueva belleza.


Los verdaderos héroes

Duermen solos escuchando únicamente el pulso de sus propios

Corazones salvajes

Dan Fante

 La derrota es ajena cuando no has mordido el polvo, cuando no has sobrevivido a noches con instintos suicidas y al vacío interior de mañanas ebrias y desoladas. Dan Fante (Los Ángeles, Estados Unidos, 1944-2015) plasma esa soledad rotunda en “Un gin meando carne viva carburador V8 dual hijo de puta de Los Ángeles” (Buenos Aires Poetry, 2015, traducción de Juan Arabia), un manifiesto poético sin concesiones sobre la dureza de las clases trabajadoras y la fortaleza de los perdedores que parecieran siempre a punto de ceder, siempre al límite de una derrota definitiva.

Dan Fante pareciera reírse de la desgracia en este conjunto de poemas que evoca la voz de un pastor del pensamiento post-resaca, un realista autodestructivo que busca una nueva belleza en los charcos de barro de calles sin salida. Pero ¿Quién demonios es Dan Fante? ¿Quién es ese desalmado y desaliñado anciano de las fotos con cara de “te voy a patear el culo si abres la boca”? Es probable que Dan Fante sea el último de esa casta de escritores malditos a lo Charles Bukowski, aunque es posible que la comparación nos lleve a su propio padre, John Fante, escritor de culto del siglo pasado que dejó libros tan maravillosos como desoladores como “Espera a la primavera, Bandini” o “Pregúntale al polvo”.

Alabado sea el hijo que sigue las huellas de su padre, que retoma la senda del perdedor y es capaz de soportar la pérdida de sentido. Llevar esa cruz con fortaleza y orgullo. Pero el camino no fue fácil para el joven Dan, que durante toda su juventud y adultez se dedicó a beber como quien ve a un Dios salvador en el fondo de la botella. Su derrotero continuaría como vendedor puerta a puerta, taxista, limpiador de ventanas y una decena de empleos mal remunerados que solo le dejaron cansancio y odio al mundo.

Dan siguió en el rumbo autodestructivo hasta que el cuerpo no pudo más. Se dice que tuvo una pistola en la boca y que en último instante se arrepintió. En algún lugar de los años 80 dejó los excesos y recuperó la vieja máquina de escribir de John Fante, donde escribiría su primera novela, “Chump Change” (primer título de la trilogía protagonizada por su álter ego Bruno Dante), que fue rechazada por una cuarentena de editoriales que la tildaron de pornográfica y depravada. No obstante, Dan siguió escribiendo porque ya no tenía nada que perder. Las cartas estaban sobre la mesa. La vida era un All in y no era momento de retirarse.

A este lado del paraíso

Existe una voz narrativa en Dan Fante que recuerda al Tom Waits de “Rain Dogs” (1985). Sus poemas al igual que las líricas y canciones de Waits, poseen ese tinte de humor negro y letras oscuras que narran las visiones de una ciudad violenta que se revela cuando cae el sol. También, por supuesto, en su obra se vislumbra de manera clara el eco de Charles Bukowski —que veía en el padre de Dan un modelo de escritor a seguir— y en menor medida de Raymond Carver, a quien admiraba por su obra y por su origen en común.

Dan Fante fue un cronista del Estados Unidos profundo y en ese trayecto nos develó las frustraciones de una clase social golpeada hasta el cansancio por el éxito material, cuyo único premio —de consuelo— son productos o goces que se esfuman en el mismo instante en que se consumen. Ya lo decía en uno de sus poemas “las mentiras son nuestra forma de seguir con vida”, quizás haciendo alusión a esa fantasía y falso enaltecimiento de personas-de-bien que creen a ciegas el cuento del sueño americano, del trabajo y auto perfecto, de la casa blanca con cerca y del columpio en un patio repleto de pasto verde y flores amarillas.

Puede que escribir sirva para encontrar vestigios de silencio en un mundo que nos lleva a la soledad y al ruido exterior. El sistema nos rompe a todos por dentro. Nos convierte en  electrodomésticos en desuso a la espera de un reciclaje que nunca llega. Promesas publicitarias y mentiras. Emociones plásticas y paraísos perdidos. Si bien los poemas de “Un gin meando carne…” no entregan una esperanza reveladora ni tampoco una salida del agujero, nos hacen sentirnos acompañados. Menos solos en la oscuridad de la noche. Dan Fante murió en paz y sobrio a los 71 años en Los Ángeles. Los últimos años escribió un par de libros y se mostraba conforme con la vida. Dan bebía coca cola con limón y sonreía más a menudo. Lo había conseguido a su modo.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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